martes, 2 de julio de 2019

China: La fábrica más grande del mundo

China: La fábrica más grande del mundo

La meta de China es el año 2049, cuando se cumplirán 100 años de la revolución realizada allí. Para entonces, los chinos aspiran a convertirse en el mayor país manufacturero del mundo. Sus desafíos son tres: productividad, deuda externa y desarrollo desigual entre regiones.
Por Víctor Carrato
Un objetivo estratégico está fijado para dentro de seis años, en el año 2025. El gobierno chino anunció en 2015 el “Made in China 2025”. Se trata de un plan audaz para revolucionar la imagen de China en el mundo. Las nuevas políticas buscan mejorar la innovación y la eficiencia de la producción. Han fijado plazos específicos para lograr cada uno de los objetivos.
Hace algunos años, no muchos, leer “Made in China” era pensar en imitaciones de baja calidad. Ahora ya no. Con la ayuda de las inversiones extranjeras directas, atraídas por su inmenso mercado, China se convirtió en un país exportador de productos de imitación, baratos y atractivos. Eso le permitió entrar a los mercados internacionales. Ahora el objetivo del gobierno es lograr eficiencia y alta calidad en sus exportaciones.
El gobierno invierte más en investigación de alta calidad para desprenderse del rol de economía exportadora de baja tecnología. También están reduciendo los proyectos de investigación y desarrollo liderados por países extranjeros. China busca convertirse en una usina de innovación, eficiencia y alta calidad. La meta final es concentrarse en desarrollo experimental, apoyando la investigación experimental. Aspira a ser el país inspirador de invenciones que el mundo pueda usar para llevar adelante las economías.
El país se propone ser competitivo con las economías de manufactura desarrollada para 2035.
La ruta de la seda
China ha puesto en marcha un proyecto de transporte de una magnitud tal que muchos expertos lo consideran ya como uno de los mayores desafíos de la economía mundial. Una revolución en la infraestructura de tráfico de pasajeros, mercancías, hidrocarburos y telecomunicaciones. La nueva ruta de la seda, conocida también como “One belt, one road”, apareció en un discurso del presidente Xi Jinping en la Universidad Nazarbáyev de Kazajistán, el 7 de setiembre de 2003. Desde entonces, las autoridades chinas elaboraron un diseño que finalmente fue presentado en 2015 y que consta de dos partes: por un lado, una ruta terrestre, denominada como el cinturón económico de la ruta de la seda, que pretende fundamentalmente unir China con Europa, a través de Asia Central, y también con sus vecinos, por ejemplo, India. Por otro lado, está la conocida como ruta de la seda marítima, que conectará los puertos de China con el sureste de Asia, Oriente Medio, Europa y África. El proyecto pretende construir una descomunal red integrada de autopistas, ferrocarriles, puertos, aeropuertos y redes de telecomunicaciones que sean capaces de convertirse en el nuevo sistema circulatorio de la economía de China. Un sistema que alcanzará 65 países que representan 55 por ciento del PIB mundial, 70 por ciento de la población global y 75 por ciento de los recursos energéticos del planeta. Está previsto que se lleve a cabo durante tres décadas, para que su finalización, en 2049, coincida con el centenario de la fundación de la República Popular China. Las estimaciones del proyecto hablan de que tan solo China tendrá que asumir un compromiso financiero de más de 1,4 billones de dólares. Esto representa más que las economías de Perú, Colombia, Chile y Argentina juntas.
Los puertos
China ya se ha hecho con el control, y está invirtiendo muchísimo dinero, en los puertos de Yibutí, en el cuerno de África, y gracias a ellos aspira a emular el éxito comercial de Singapur o Hong Kong, o en el puerto del Pireo, en Grecia, al cual China quiere situar a la altura de los puertos más importantes, como el de Rótterdam, en Holanda, por ejemplo.
Solo en Pakistán, China también ha logrado el puerto de Gwadar, cercano a la desembocadura del Golfo Pérsico, una arteria fundamental en el suministro de petróleo. Ha hecho inversiones por 45.000 millones de dólares, una cantidad de dinero con la que se podrían construir más de 6.000 kilómetros de autovías, tantas como todas las que tiene Canadá.
La fábrica del mundo
¿Cuál es el objetivo de las autoridades chinas con este macro proyecto? Impulsar el comercio y la integración económica con los países afectados. China es la fábrica del mundo y con este proyecto aspira a incrementar su competitividad y consolidar su poder industrial. De hecho, la nueva ruta de la seda no se limita solo a infraestructuras; el proyecto contempla también la creación de zonas de libre comercio y la eliminación de barreras arancelarias y aduaneras. Además, China pretende garantizarse el abastecimiento de recursos naturales, diversificando sus vías de comercio. Es que China es un país muy dependiente de la importación de materias primas, como el petróleo, y de las exportaciones, a pesar de lo cual, hoy, sus rutas comerciales atraviesan lugares que no controla, como el estrecho de Malaca, entre Indonesia y Malasia, que en un momento, Estados Unidos (EEUU) podría bloquear, causando con ello un daño atroz en la economía china.
En tercer lugar, China es un país muy desigual en términos de desarrollo; mientras la costa oriental está muy integrada en el comercio internacional y es muy próspera, las provincias del interior siguen siendo muy pobres. Así, China persigue con este proyecto, introducir estas regiones pobres en las redes comerciales internacionales para tratar de replicar el mismo desarrollo que ha tenido la costa en los últimos años.
Por último, el proyecto supone una respuesta a los intereses estadounidenses de hacer pivotear su política exterior hacia Asia, algo que ha tenido una traducción directa en el intento de la firma del tratado Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TTP, por su sigla en inglés).
Sin embargo, el 8 de marzo de 2018, se firmó el Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico (Cptpp, por su sigla en inglés) en Santiago, Chile. El tratado de libre comercio involucra a 11 países de la región del Pacífico: Australia, Brunéi, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. El texto legalmente autenticado fue lanzado el 21 de febrero de 2018, por Nueva Zelanda, el depositario del tratado. Finamente no están allí ni EEUU ni China.
El presidente de EEUU, Donald Trump, declaró el 13 de abril de 2017 que reconsideraría unirse al Cptpp si fuera “sustancialmente mejor” que el trato negociado por su predecesor, Barack Obama. Trump había retirado a EEUU del “horrible” TPP, aunque recientemente solicitó a sus asesores que consideren la posibilidad de unirse al Cptpp.
El ministro de comercio de Japón, Taro Aso, dijo que celebraría esta posibilidad, pero que tendría que verificar los hechos cuidadosamente. Agregó que Trump “es una persona de temperamento cambiante, que podría cambiar de opinión al día siguiente”. El ministro de comercio de Nueva Zelanda, David Parker, se mostró abierto a la posibilidad, pero subrayó que no estaba claro “cuán real era”.
La nueva Guerra Fría
El 27 mayo pasado, el columnista económico más influyente del mundo, educado en Oxford y fogueado en el Banco Mundial, Martin Wolf, analizó la actualidad con perspectiva histórica desde las páginas del diario británico Financial Times.
Wolf se refirió a la batalla de la nueva Guerra Fría entre China y EEUU por los smartphones (EEUU contra Huawei) , como “la trampa de Tucídides”.
¿Cuál es esa trampa? Quienes no conocen el pasado están condenados a repetirlo, advirtió el filósofo estadounidense nacido en España, George Santayana. Esa es la trampa de Tucídides. Se refiere a la tensión estructural letal que se produce cuando una potencia nueva reta a otra establecida, que crea las condiciones para que estalle una guerra.
El primero en describir este fenómeno fue el padre de la “historiografía científica” y de la escuela del realismo político, el ateniense Tucídides, en su narración de la Guerra del Peloponeso (siglo V a.C.). Fue el ascenso de Atenas y el temor que eso inculcó en Esparta lo que hizo que la guerra fuera inevitable.
En nuestros tiempos, el temor es que China se convierta en esa Atenas ante una Esparta en la forma de EEUU.
Las tensiones han aumentado bruscamente. Antes de los atentados del 11-S, la administración de George W. Bush tenía una mirada bastante agresiva hacia China. Después del 11-S, se produjo un largo rodeo que fue la guerra contra el terrorismo y Oriente Medio. Luego Barack Obama pivoteó para contener a China en Asia. Trump, más belicoso, se ha centrado en el comercio, pero además en la economía, y está atacando las bases del crecimiento chino. Los chinos intentan ser más influyentes, en cierta manera, más agresivos, y tienen un presidente más nacionalista que sus predecesores, dice Martin Wolf.
El analista entiende que el núcleo del enfrentamiento no es la ideología, es el poder. EEUU no quiere aceptar ningún otro papel en el mundo que no sea el de su propia primacía. Y si China, que es un país enorme, alcanza un desarrollo capitalista exitoso y lo hace mejor, esto puede ser una amenaza mucho mayor que lo que supuso la URSS. Además, la actual administración de EEUU pretende destruir a la Unión Europea (UE) y eso no es por una razón ideológica, sino porque EEUU no quiere tener rivales, dice Wolf.
Él entiende que Alemania está amenazada por los dos lados. Por EEUU, que quiere reequilibrar su comercio y podría actuar sobre las importaciones de automóviles, aunque no lo hace por el momento, y por el otro lado, Alemania es muy dependiente de China porque es el mayor mercado al que exporta. En el mundo de la globalización, el libre comercio está amenazado. Alemania es el país importante que más depende de sus exportaciones y, obviamente, el más vulnerable. El asunto es profundo y toca el modelo político alemán, que se ha basado muy estrechamente en el apoyo solidario de EEUU. Por tanto, el mundo está metiéndose en un túnel que es un gran desafío para Alemania y, por ende, para Europa.
La deuda externa de China
La deuda externa del gigante asiático creció 12 por ciento interanual en 2018, con lo que llegó a 1,97 billones de dólares. El aumento se atribuyó, principalmente, al incremento en los títulos de deuda, moneda y depósito, así como al crédito comercial y anticipos.
“El riesgo de la deuda externa de China está, en general, controlado”, sostuvieron las autoridades chinas, quienes señalaron que el ratio de deuda externa, el ratio de deuda, el ratio de cobertura del servicio de la deuda y otros indicadores están todos dentro de la zona de seguridad reconocida internacionalmente.
El desafío de la productividad
Los salarios reales del sector manufacturero de China ya superan con cierta holgura los del promedio de América Latina. Después de ser un país olvidado, destruido y sin futuro hasta hace apenas 50 años, hoy China es por lejos la economía que más creció en las últimas décadas.
El único país de la región que todavía tiene mejores salarios es Chile, mientras que tanto Brasil como Argentina quedaron atrás, y será muy difícil que en las próximas décadas logren modificar esta situación. Además, los salarios chinos representan aproximadamente 70% de los ingresos laborales de los países medianos de la eurozona.
Así, China es la gran excepción en un mundo en el que los países de ingreso medio (como Uruguay) se encuentran en una trampa de crecimiento de la cual cada vez les cuesta más salir.
¿Es posible que esta suba salarial tan pronunciada en medio de la ausencia de crecimiento global haga a China menos competitiva y deje algún espacio a otros países para que compitan con menor desventaja frente al gigante asiático?
China, en las últimas décadas, no solo aumentó sus salarios reales, sino además su productividad. Los ingresos laborales no siguieron mano a mano el ritmo de la productividad, lo que significa que China es ahora más y no menos competitiva que en el pasado.
Esta mayor competitividad se fue ramificando y cada vez vemos en productos más extraños la etiqueta “Made in China”.
Esto es así no solo porque en los últimos 50 años los salarios no crecen tan rápido como la productividad, sino además porque los procesos productivos novedosos suelen involucrar ganancias de escala tanto estáticas como dinámicas que crean círculos virtuosos de productividad y especialización. Eso sí, no es lo mismo especializarse en actividades con potenciales ramificaciones tecnológicas y posibilidades de “aprender haciendo” que en otras que no tienen estas conexiones.
El problema es que desarrollar esta lógica productiva no es sencillo. Requiere apoyo mutuo entre el Estado y los mercados privados, junto con una imprescindible estabilidad macroeconómica que permita organizarse adecuadamente para llevar a cabo semejante proyecto de país.
Según la agencia Bloomberg, casi todo el mundo asume que China superará a EEUU como la economía indispensable del mundo. Hay un factor, sin embargo, que podría retrasar su aparente marcha implacable y poner en duda las perspectivas de que China se convierta en una economía avanzada: una productividad vacilante.
A pesar de la reputación de China como ejemplo de eficiencia autoritaria, el país no es inmune a la tendencia global de un menguante aumento de la productividad. The Conference Board, que utiliza estimaciones ajustadas de crecimiento económico, calcula que la productividad laboral china creció 3,7% en 2015, una fuerte caída respecto de un promedio de 8,1% anual entre 2007 y 2013. Las estadísticas oficiales chinas también muestran una caída del crecimiento de la productividad, si bien lo ubica en un ritmo más alto, según Bloomberg.
Por supuesto, hasta esa cifra menor resulta envidiable a los ojos de las autoridades de otros países. La productividad laboral creció apenas 0,7% en EEUU y 0,6% en la zona del euro en 2015. Pero los menores incrementos en China son un gran problema, ya que el país tiene que avanzar mucho para ponerse al día. Los trabajadores chinos son muy improductivos comparados con sus pares estadounidenses. The Conference Board calcula que en 2015 cada empleado generó en China solo 19% del porcentaje del PIB de un trabajador estadounidense. No es mucho mejor que los trabajadores indios, que crearon 13%.
Eso desencadenó un fuerte aumento de la productividad en tanto los campesinos empezaban a producir de todo, desde osos de peluche hasta iPhones.
China impulsó su rápido desarrollo mediante el desplazamiento de capital y mano de obra subutilizada a una economía capitalista moderna. Es por eso que Paul Krugman sostuvo una vez que el “milagro” asiático no tenía nada de milagroso. Inevitablemente, sin embargo, ese recurso accesible de aumento de la productividad se agota a medida que la economía avanza. Luego, el retorno obtenido por cada dólar de nueva producción comienza a reducirse.
El problema es que China no tiene un desempeño particularmente bueno en ese frente. Se siguen despilfarrando recursos económicos en empresas ineficientes, con frecuencia, propiedad del Estado, de dimensiones exageradas; todas esas compañías “zombis” en sectores como acero, carbón y cemento. Eso les quita recursos vitales a firmas más productivas. Como advirtieron economistas de Rabobank, el sistema trabaja contra el “entorno empresarial favorable y la destrucción creativa schumpeteriana”, que es esencial para mejorar la productividad.
Para EEUU, la situación tiene su arista positiva. A menos que China pueda aumentar su productividad, toda ventaja que pudiera tener sobre economías más avanzadas se deteriorará. Boston Consulting Group estima que cuando se tiene en cuenta la productividad superior de los trabajadores estadounidenses, los costos de la manufactura en China y EEUU por lo general son los mismos. Los problemas de China podrían hacer algo más llevaderos los problemas de productividad de Occidente. https://www.carasycaretas.com.uy/china-la-fabrica-mas-grande-del-mundo/

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