Manifestantes de un sindicato griego protestan en Atenas contra las medidas de austeridad. angelos tzortzinis/Agence France-Presse/Getty Images
El nuevo programa de rescate griego puede estar lejos de ser un hecho consumado, pero el mercado ya parece haber tomado una decisión al respecto: el índice Stoxx 600 de acciones europeas líderes ha subido más de 10% desde sus mínimos recientes, cotizando cerca de sus máximos de abril. Los inversionistas parecen confiados en que la eurozona ha encontrado la manera de retener a Grecia en la unión monetaria y evitar lo que algunos consideraban el peor resultado posible: una capitulación ante la riesgosa línea de negociación adoptada por el gobierno griego, que habría alimentado el apoyo a otros partidos populistas en el resto de Europa. En consecuencia, los inversionistas pueden volver a concentrarse en las perspectivas del 98% restante de la economía de la eurozona.
Las perspectivas lucen mucho mejor que lo que lo hicieron en muchos años. Este año, las previsiones de crecimiento han mejorado de manera continua, reflejando el impulso que brindan un euro más débil, la caída de los precios del petróleo, tasas de interés más bajas y el aumento de la confianza de los consumidores. Según estimaciones de Bank of America Merrill Lynch, el crecimiento de la eurozona debería llegar a 1,6% este año y a 1,9% en 2016, alimentado no solo por países que estuvieron en crisis, como España e Irlanda, sino también por rezagados más recientes como Francia e Italia. Esto a su vez estimula la recuperación de las ganancias corporativas, que se espera crezcan 4% en 2015 y 13% en 2016. Respondiendo a estas tendencias, los inversionistas globales han estado abalanzándose sobre los valores europeos: unos 8.000 millones de euros (US$8.700 millones) fluyeron hacia acciones del Viejo continente, incluso durante la reciente ola de ventas durante la crisis griega.
El desafío para los inversionistas es calcular cuánto de esta recuperación es cíclico y cuánto es estructural; en otras palabras, hasta qué punto esta recuperación es la puesta al día después de una profunda recesión y hasta qué punto refleja un cambio en las perspectivas a largo plazo de la economía de la zona euro. La respuesta depende en parte de lo que las empresas hagan con su efectivo. Hasta ahora, gran parte de la recuperación ha sido causada por el aumento del gasto de los consumidores, lo cual refleja una mayor confianza, bajos costos de endeudamiento y baja inflación, factores que han aumentado el poder adquisitivo de los hogares. Pero la recuperación a largo plazo también requiere que el gasto de capital aumente.
Hay buenas razones para ser optimistas. Una señal de fortaleza es que el M1 de la zona euro (el agregado de dinero en efectivo, cuentas corrientes y otros depósitos bancarios, el componente más líquido de la oferta monetaria y un indicador fiable de la solidez del crecimiento), se disparó hasta un 11,2% entre enero y finales de mayo. La última encuesta del Banco Central Europeo sobre las condiciones de crédito también pinta un panorama muy optimista: los costos financieros cayeron con fuerza en el segundo trimestre y la demanda de crédito de consumo e hipotecas sigue siendo fuerte, en particular en algunos países periféricos. Esto sugiere que la recuperación de la eurozona es aún más fuerte de lo que se preveía.
Pero hay tres cosas que deberían preocupar a los inversionistas. La primera es el estado de la economía mundial, que podría no ser tan sólido como muchos piensan, advierte David Bowers, estratega de Absolute Strategy Research. El desempleo en las economías mundiales líderes ha caído, pero el crecimiento de las ventas minoristas sigue siendo lento, la cartera de pedidos se ha reducido año tras año, los inventarios están aumentando y el crecimiento del comercio mundial sigue siendo anémico. Este cuadro sombrío puede estar reflejando un menor crecimiento en China y otros mercados emergentes que dependen de la exportación de productos básicos. Pero el riesgo es que una desaceleración del comercio mundial lleve a las empresas a poner sus planes de gasto de capital en espera, provocando así una desaceleración del crecimiento mundial y una recuperación más débil de la zona euro, en particular de Alemania, la economía europea más expuesta a la demanda internacional de bienes de capital.
La segunda preocupación se refiere a la estructura de la economía europea. Incluso si Grecia se queda dentro del euro, el daño psicológico que la última crisis ocasionó al bloque monetario ha sido enorme. Los inversionistas financieros pueden verter dinero en la economía, pero los jefes de empresa que tienen que adoptar una visión a más largo plazo siguen marcados por las repentinas caídas de la economía de los últimos años. Para diversificar sus fuentes de ganancias, muchos jefes corporativos europeos siguen centrando sus planes de inversión fuera de Europa, como lo han venido haciendo en años recientes.
Aunque algunos países de la eurozona han hecho progresos en sus reformas estructurales, en muchos lugares sigue siendo más difícil hacer negocios que en el dinámico mercado de Estados Unidos. El lamentable historial de Europa en innovación y startups implica una escasez de nuevas empresas de rápido crecimiento y grandes planes de inversión. Por otro lado, los esfuerzos para consolidar el mercado único europeo en sectores hambrientos de inversión como la energía, los servicios y la economía digital, probablemente tardarán años en dar sus frutos, poniéndole así un techo al potencial de crecimiento de Europa.
Eso apunta al tercer riesgo, que es político. La evidencia preliminar sugiere que la capitulación del gobierno griego ha sido una advertencia a los votantes del resto de la zona euro acerca del daño económico que puede ser provocado por la llegada al poder de gobiernos populistas. Una reciente encuesta de GAD3 mostró que el apoyo de los españoles al radical partido de izquierda Podemos ha caído a 15% desde cerca del 27% que tenía en noviembre.
Pero es poco probable que la amenaza populista a la recuperación de la zona euro se haya disipado para siempre. La realidad es que un crecimiento en torno al 2% anual no va a reducir el desempleo de forma rápida. Y la evidencia provista por EE.UU. y el Reino Unido indica que allí donde la brecha entre la producción efectiva y la potencial es grande, es improbable que los salarios se recuperen pronto. Ello sugiere que a pesar de que las estadísticas apunten a una recuperación, esto no es necesariamente reconocido por los votantes, que todavía pueden sentir la tentación de buscar alternativas radicales.
Los inversionistas pueden estar en lo cierto al celebrar el último acuerdo griego. Pero este no conducirá necesariamente a la resolución de los desafíos que tanto Grecia como el resto de la zona euro tienen aún por delante.