martes, 23 de diciembre de 2014

El Papa Francisco: ¿Un nuevo Martín Lutero? - Por José Luis Taveras

Por José Luis Taveras. 23 de diciembre de 2014
José Luis Taveras

José Luis Taveras

Abogado corporativo y comercial, escritor y editor.
La dinámica de los hechos presentes convoca al Papa Francisco a convertirse en el nuevo Martín Lutero de una institución postrada. Los escándalos de sus líderes han corroído su milenario hermetismo ante la mirada de una feligresía despavorida. El discurso del primer papa latinoamericano ha sido impenitente al  emplazar al clero a dejar de ser “perezosos e indiferentes”. No ha tenido reparos para reprobar su conducta licenciosa, orientada más a obrar “por sí mismos, por la organización y por las estructuras, que por el verdadero bien del pueblo de Dios”. En una Iglesia tradicionalmente reacia a la autocrítica pública, este incisivo llamado luce esperanzador, pero no deja de revelar la hondura de la crisis.
Algunos teólogos católicos críticos, como el suizo Hans Küng, en su obra: En la situación actual no puedo guardar silencio (Piper Verlag, Alemania), opinan que la Iglesia católica se encuentra inmersa en una crisis “terminal” marcada por la censura, el absolutismo y las esclerosadas estructuras autoritarias. Para el autor, el modelo del sistema romano introducido en la reforma gregoriana, en honor a Gregorio VII, que incorporó el absolutismo papal –según el cual el pontífice, como autoridad vicaria e infalible, tiene la última palabra– es la base histórica de la crisis estructural de la Iglesia, que crea un cisma insalvable entre la jerarquía y la base eclesiástica. Hoy, esa ruptura se ensancha con el predominio de una teología totalitaria y el desprestigio moral de un clero burocratizado. Dentro de la escuela teológica conservadora también se anidan ansiedades por el derrotero moral de la Iglesia. El propio papa renunciante, Benedicto XVI, decano del conservadurismo dogmático, denunció la “hipocresía religiosa” y la división en el clero, vicios que “desfiguran el rostro de la Iglesia”.
Las corrientes más liberales advierten que la Iglesia precisa de una reinvención a partir de las transformaciones operadas en el entorno sociopolítico, religioso y tecnológico y que su anacrónica dogmática no interpreta ni acopla adecuadamente con esa dialéctica, por lo que su discurso teológico pierde vigencia e influencia. La pregunta es: ¿hasta cuándo se sostendrá ese estatus? El desbordamiento de los escándalos, la doble moral clerical, el relajamiento de la autoridad y las demandas por reformas liberales en el seno de la propia Iglesia desafían la capacidad del conservadurismo pontificio para responder a esta crisis. Acosado por esos constreñimientos, que aventajaban a su vieja mentalidad y vitalidad, fue que Benedicto XVI tuvo que huir a la soledad.
La concurrencia de estos factores alienta un cuadro inmejorable para que la Iglesia propicie su retrasada reforma. Desde el famoso Concilio del Vaticano II (1962-1965), convocado por el papa Juan XXIII y concluido por Paulo VI, la Iglesia no “ha actualizado” en el fondo sus bases, prácticas ni principios. Elaggiornamento o la adecuación de la Iglesia a los tiempos se plantea como una cuestión crucial que deberá emerger tarde o temprano como un imperativo factor de supervivencia institucional. La agudización de la crisis moral será, en ese contexto, un factor catalizador, pero demandará no solo coraje sino una osada visión de futuro.
Por lo pronto, el papa Francisco luce decidido a rescatar la disciplina moral de un clero que rumia sus propios pecados. La forzosa revelación de parte de sus excesos gracias a la masiva filtración de documentos oficiales (Vatileaks), los escándalos financieros del Vaticano y una avalancha de acusaciones por inconductas sexuales, han acercado la feligresía al clero, pero no precisamente para conocer sus elevadas virtudes, sino para darse cuenta lo lejos que estaba de su cobertura moral.
Desde que el clero se hizo gobierno y la Iglesia Estado, el catolicismo ha tenido que sobrevivir con las luchas e intereses infernales del poder temporal. Para connotados teólogos y expertos en temas de religión ese ha sido el mal de fondo que subyace en todas las crisis que ancestralmente han abatido la Iglesia de Roma. Aquella admonición de Cristo de que “no se puede servir a dos señores” se ha convertido en su pecado original. La historia no bien narrada revela los padecimientos que han conmovido al alto clero por las ambiciones del poder y las riquezas temporales.
Para el prominente sociólogo de religiones Olivier Bobineau, la dimisión del papa Benedicto XVI demostró la imposibilidad de la Iglesia de mantener “un sistema imperial”. Y es que a su juicio, el Papa “es el último y verdadero emperador romano que habita en la tierra”. Este modelo de monarquía absoluta, teocrática y universal no se entiende ni se sostiene en un mundo secular dominado por el liberalismo democrático, el pluralismo, la tolerancia y la horizontalidad del poder. Es racionalmente inviable un modelo de gobierno religioso fundado sobre premisas tan absolutistas como inconciliables con la libertad del pensamiento occidental.  La infalibilidad papal (aquello de que el Papa no puede errar en asuntos de fe ni de moral) y su pretendido vicariato (representante único, absoluto y pleno de Dios en la tierra) no resisten un elemental análisis bíblico ni antropológico. Constituyen dogmas autocráticos que si bien se justificaban en tiempos del oscurantismo religioso del medioevo, donde la fe le cortaba la cabeza a la razón, hoy no admiten siquiera el respeto de la tolerancia religiosa.
Y es que la influencia del sistema clerical de la Edad Media, que delineó el carácter y la organización del gobierno eclesiástico moderno, y que recogió elocuentemente la bula pontificia Unam Sanctam del 18 de noviembre de 1302, de Bonifacio VIII, cuando declaró que: «…Existen dos gobiernos, el espiritual y el temporal, y ambos pertenecen a la Iglesia. El uno está en la mano del Papa y el otro en la mano de los reyes; pero los reyes no pueden hacer uso de él más que por la Iglesia, según la orden y con el permiso del Papa. Si el poder temporal se tuerce, debe ser enderezado por el poder espiritual (…)”, sigue alentando, en su base más honda, el absolutismo religioso romano en una era, como la que vivimos, en la que la libertad y expresión del pensamiento constituye el eje y motor de la civilización.
Francisco no ha desperdiciado escenario ni ocasión para increpar a la curia por sus desenfrenos y vida acomodada. El 24 de junio de 2013, hablando a los nuncios del Vaticano, condenó la “mundanidad espiritual” que es la “lepra” de la Iglesia y reprobó la actitud de “ceder al espíritu del mundo que expone a nuestros pastores al ridículo”, esa “especie de burguesía del espíritu y de la vida que lleva a rendirse, a buscar una vida cómoda y tranquila”. Y es que subvertir ese estatus de comodidades, privilegios y vida principesca de muchos cardenales, obispos y monseñores, como el que le garantiza la oficialidad del Concordato en países medievales como el nuestro, será el reto más acuciante para el obispo de Roma.
El papa Francisco, desde su ascenso, no ha dejado dudas de sus firmes intenciones de trasparentar la vida clerical. Esa tarea, que puede consumir su vida, tampoco será suficiente para cambiar el rumbo de una Iglesia que anda a tumbos con una baja credibilidad de sus instituciones, una burocratización excesiva de sus estructuras, una insuficiencia en el número de clérigos, una baja en las vocaciones sacerdotales, una deserción creciente de su feligresía, un modelo litúrgico agotado por su ritualismo y los escándalos más vergonzosos de su historia reciente. Frente a ese cuadro, el pontífice llama al clero a “ser pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos. Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan ‘psicología de príncipes (Discurso pronunciado en junio de 2013 ante el comité coordinador de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM). Esa “sicología de príncipes” infundida en modelos cardenalicios muy conocidos en estas latitudes le ha sustraído humildad a esos “pastores” para, como dice el Papa, “conducir, que no es lo mismo que mandonear”.
Desde que inauguró su ejercicio pontificio, Francisco ha revelado, con su conducta y discurso, no solo la dimensión moral de la crisis que abate la Iglesia, sino su arrojo para cambiar esa historia. ¡Dios lo ilumine y proteja en su cruzada!
http://acento.com.do/2014/opinion/8207300-el-papa-francisco-un-nuevo-martin-lutero/

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