El profesor de inglés que se convirtió en testigo de excepción de la caída y muerte de los Romanov, la dinastía que convirtió a Rusia en un gran imperio
Tras graduarse en la Universidad de Cambridge, Charles Sydney Gibbes, hijo de un gerente de banco de Rotherham, del condado de Yorkshire, en el norte de Inglaterra, decidió enseñar inglés en el extranjero.
Así llegó a Rusia en 1901, con apenas 25 años.
Y siete años más tarde ya se había convertido en el tutor personal de los cinco hijos de Nicolás II, el que sería el último zar de Rusia y representante final de la dinastía Romanov.
Gibbes permanecería con la familia incluso cuando en marzo de 1917 el zar se vio obligado a abdicar, y hasta en agosto, cuando los Romanov se vieron forzados al exilio en Tobolsk, en Siberia.
Y el 17 de julio de 1918 -después de que Nicolás II, su mujer, su hijo, sus cuatro hijas, el médico de la familia imperial, un criado personal, la camarera de la emperatriz y el cocinero fueron ejecutados por los bolcheviques en el sótano de la Casa Ipátiev, en Ekaterimburgo- Gibbes fue el primer extranjero en examinar la escena de la ejecución.
Tras aquello se convertiría en sacerdote de la iglesia ortodoxa rusa y, a su regreso a Reino Unido, establecería una capilla en la ciudad inglesa de Oxford.
"Como un miembro de la familia"
Las fotografías que tomó durante sus días con los Romanov las tiene ahora Charles Gibbes Paveliev, el hijo de George Paveliev, un refugiado ruso a quien el exmaestro adoptó.
Son imágenes que nunca han sido mostradas a nadie más allá de la familia Gibbes.
"Y muestran cuán cercano era a ellos (los Romanov), porque son fotos muy personales", le cuenta su hijo adoptivo al programa Inside Out de BBC One, el primer canal de televisión de la BBC.
"Escomo si hubieran sido tomadas por un miembro de la familia. No son para nada posadas".
Un diario de Gibbes que se conserva en la biblioteca Bodleian de la Universidad de Oxford también proporciona información sobre el tiempo que el tutor pasó con la familia imperial.
Una de sus páginas se refiere a la hemofilia de Alekséi, el primogénito de los zares, un trastorno genético por el cual la sangre no coagula normalmente.
Ese mal también lo portaba Victoria I de Inglaterra, quien se lo legó a tres de sus nueve hijos, quienes a su vez continuaron a lo largo de la historia debilitando la sangre azul de la aristocracia europea.
"Alekséi se solía sentir muy mal por las tardes. Le leía pero difícilmente me prestaba atención", escribió Gibbes en su diario.
En él también se hizo eco del contexto político, de la movilización de agosto de 1914 que marcó el inicio de la Primera Guerra Mundial, la Revolución de Febrero de 1917 y la consecuente caída de la dinastía Romanov.
"Todo el mundo está muy ansioso con el desarrollo de los eventos. El zárevich no sabe nada, pero lo presiente", escribió por ejemplo.
Su relato termina justo antes de familia imperial fuera forzada al exilio en Siberia.
En mayo de 1918, los zares y sus hijos fueron trasladados a la remota Ekaterimburgo, a la residencia del comerciante local Nikolái Ipátiev. Sería el último viaje de los Romanov, el que marcaría su destino fatal.
"Fue la última vez que mi abuelo los vio. Los acompañó hasta el destino final, pero no le permitieron la entrada a la casa", cuenta Gibbes Paveliev.
Agujero por agujero
En aquella casa fueron ejecutados el zar Nicolás II, la zarina Alexandra y sus cuatro hijos, las grandes duquesas Anastasia, María, Olga y Tatiana, y el primogénito, el zárevich Aléksei, junto a personal de la familia imperial, poco antes de que los bolcheviques derrocaran el gobierno provisional.
Fueron colocados en línea, como si fueran a tomar una foto de la familia.
Pero en su lugar, un pelotón de fusilamiento los roció con una lluvia de balas, de acuerdo a los testimonios de los testigos. Y los que no murieron en el acto fueron rematados con bayonetas.
En los archivos de Gibbes, también en poder de Gibbes Paveliev, se registra cómo en los días posteriores registró la residencia hoyo por hoyo y, con la atención al detalle digna de un forense, ayudó a entender lo que había ocurrido en el sótano en el que los Romanov perdieron la vida.
"Debió haber sido horrible caminar por aquella habitación y ver todos aquellos agujeros de bala, toda aquella sangre", dice ahora su nieto.
"El primero en recibir un disparo en la cabeza fue el zar. Después pusieron a todos de rodillas y les pegaron un tiro".
Aquel horror vivido en Rusia perseguiría a Gibbes el resto de sus días.
Volvió definitivamente a Reino Unido en la década de 1930, convertido en el padre Nicolás, sacerdote de la iglesia ortodoxa.
Y llenó una capilla de Oxford de los recuerdos y objetos recopilados durante su tiempo con los Romanov, tratando de recrear así la Rusia que había dejado atrás.
Murió en 1963, a los 87, evocando aquel tiempo pasado.
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