Nos adentramos en la campaña para las elecciones del próximo año y, como de costumbre, comienzan las encuestas. A pesar de las discusiones sobre la efectividad o no de ese instrumento de medición de las opiniones de la gente sobre determinados temas, este termina convirtiéndose en el centro del debate electoral. Sin embargo, a pesar de orientar sobre las momentáneas realidades, no siempre se lograr leer correctamente los números que este método arroja, porque a veces algunos números, aparentemente, se contradicen con otros o con determinados supuestos. Por ejemplo, llama la atención la coincidencia de algunas encuestas de reconocida solvencia sobre la intención de voto de los jóvenes de 18 a 24 para las próximas elecciones presidenciales.

En efecto, esa franja de votantes, según esas mediciones, favorecen al candidato del partido que hasta este momento la percepción y los números lo sitúan como el principal de la oposición: Fuerza del Pueblo. Es llamativo, porque ese partido está asociado al grupito más beligerante y dañino del ultra conservadorismo político y social del país y sin que se pueda desvincular de lo que fueron los gobiernos del PLD, con todo lo que estos significaron para la gran cantidad de jóvenes que marchó en Marcha Verde y participó en las grandes concentraciones en Plaza de las Banderas.  Sin embargo, no me sorprende que la mayoría de los jóvenes de 18 a 24, incluso hasta los 30, tiendan a votar por el colectivo en que medran los ultrareaccionarios más tozudamente impenitentes.   

No me sorprende, porque a nivel mundial desde hace más de cuatro décadas se observa una deriva de la juventud hacia posiciones que tipificaría de individualismo marcadamente conservador, y muy volcadas hacia el apoliticismo expresado como apartidismo que, a veces, raya en lo visceral. Eso los lleva a la tendencia a estar contra el que está, o ser indiferente sobre el que pueda venir y en el peor de los casos, a votarle. Tienden a batirse por cuestiones puntuales de carácter libertarias generalmente relacionadas con estilo de vida o de libertad opciones de consumo vario. En importantes círculos de pensadores de las ciencias sociales se debaten estas cosas con suma preocupación. 

Anteriormente, los jóvenes participaban en las jornadas de lucha contra dictaduras o gobiernos abiertamente reaccionarios, lo hacían junto a otros segmentos de la población y a veces como vanguardia. Recordemos el papel de los movimientos estudiantiles de los años 60/80 en las luchas políticas o laborales. En esas luchas, participaban jóvenes vinculados a colectividades de orientación tanto marxista como cristiana. Pero ese contexto, signado por las dos más grandes referencias política/ideológico de ese tiempo, ya no existe. Hoy, junto a la mujer, la juventud es el segmento más afectado por el desempleo, la dificultad de acceso a la vivienda y la incertidumbre sobre el futuro y la degradación de los espacios urbanos. El sistema no le ofrece nada.

Y eso es un grave problema no sólo en términos electorales, sino porque el hecho de que muchos jóvenes asuman posiciones de desafección política en este nuevo contexto de auge del conservadurismo constituye una seria amenaza para el futuro de la democracia. Por consiguiente, constituye un serio desafío tratar de revertir esa tendencia, lo cual podría lograrse impulsando cuestiones que son claves para conectarse con la juventud: gobernar para la gente, irrestricto respecto a la diversidad, freno a la degradación urbano/ambiental, políticas de acceso al suelo y viviendas, inversión efectiva en la educación, planes de inclusión laboral a los titulados y combate a toda expresión de corrupción e impunidad, entre otras acciones.

En relación con el tema de las encuestas arriba enunciado, hay cuestiones que generan polémica y equívocos y otras que constituyen temas para la reflexión política/intelectual. Por ejemplo, es frecuente que la mayoría de la población exprese incertidumbre sobre su futuro y como forma de crítica a la gestión de las autoridades del momento, diga: “la cosa está mal” y/o que “no mejorará”, pero a la pregunta por quién votará, en caso específico de un presidente en ejercicio que pretende reelegirse, la respuesta mayoritaria podría ser que de nuevo le votaría. Una aparente disonancia, pero una cosa es pensar que el país va mal, y otra es responder una pregunta, casi cerrada, sobre por cuál candidato votaría. La mala situación que vive o percibe el encuestado puede no atribuírsela mecánicamente a un presidente/candidato.

Un ejemplo concreto de aparente disonancia se registra en el presente proceso electoral español. Para la mayoría de la población, los temas relacionados con la vivienda, las desigualdades sociales, el cambio climático y la imagen exterior de España son de los más importantes y dice que PSOE los gestionaría mejor, pero la mayoría votaría por el adversario de este: el PP. La candidata de SUMAR, una coalición a la izquierda del PSOE es la figura política mejor valorada, pero ocupa un lejano tercer o cuarto lugar en la intención de votos. Son cosas que no pueden explicarse con números, por demás no siempre reales, por lo cual se requieren otras herramientas de análisis. 

A pesar de las dificultades y sus reales o aparentes disonancias, las encuestas son válidas. Saber leer lo que dicen o no y valerse de otros métodos para conocer la realidad es la cuestión. 

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