Por Antonio Almonte
aalmonte@hotmail.com - 04 de enero del 2015 -
Pantalones largos
El largo e intenso debate que se ha desarrollado en el país sobre el tema migratorio haitiano ha servido para algo.
Por lo menos ha sido la primera vez que dicho tema se debate de modo amplio, multilateral y en todas las instancias de la sociedad incluyendo los medios de comunicación de masas.
Y es un debate necesario, inevitable, porque si los haitianos no se van a mudar de Haití, ni nosotros de Republica Dominicana y, además, no existe manera de lograr una transmutación automática de nación pobre a nación rica, entonces el único camino racional es la discusión franca y de amplias perspectivas, internas y bilaterales, para construir soluciones prácticas.
En este debate hasta los radicalismos han servido, porque han provocado la participación pública de sectores moderados y de las mentes más tranquilas de la intelectualidad dominicana.
Hemos aprendido también – aunque forzados, casi a rastras -, que el tema haitiano no es solo haitiano, es sensiblemente internacional y con interlocutores de pesado calibre.
De igual manera, el presidente de México, Peña Nieto, ha comprendido que lo que sucede en México no es solo mexicano porque ha recibido presiones de todo el mundo.
Otro subproducto de nuestra crisis migratoria haitiana es la puesta en escenas, como nunca antes, de nuestro pesado y carísimo aparato diplomático.
La Cancillería se convirtió en un aparato clientelista, desdibujando su vieja imagen de espacio público con glamour de elite, donde la gleba política no se atrevía a pedir nombramientos. Naturalmente, en términos técnicos la Cancillería hace tiempo que no es gran cosa, pero guardaba la compostura.
Ahora bien, mientras discutimos internamente casi hasta pelearnos, la entrada de haitianos al país por tierra y aire continua masiva e invasiva.
El nuevo Canciller deberá sanear nuestros consulados en Haití, y el Gobierno definir una estrategia de riguroso control de la frontera.
En resumen, el complicado tema haitiano, el deshielo de las relaciones entre Cuba y Washington, y las perspectivas de cambios políticos en Venezuela, entre otros temas, indican que ha llegado la hora de los pantalones largos para la diplomacia dominicana.
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