La agenda ha sido intensa, física y emocionalmente. Invitado por el Instituto Cervantes, en menos de una semana Sergio Ramírez (79) ha sostenido encuentros en las ciudades de Berlín, Hamburgo, Fráncfort y Bremen. El viernes, 13 de mayo de 2022, culmina en Múnich esta gira que coincide con la publicación en alemán de su último libro, Tongolele no sabía bailar.
Novela negra y tercera entrega sobre el detective Dolores Morales, la historia se enmarca en la cruenta represión del Gobierno a los manifestantes en 2018. En Nicaragua fue prohibida y la Fiscalía acusó a Ramírez de incitar al odio y "menoscabar la integridad nacional”, además de lavado de dinero, y dictó una orden de detención en su contra en septiembre de 2021. El escritor vive desde entonces exiliado y, desde hace unos meses, asentado en Madrid.
Cercanía con Alemania
Por estos días se ha reencontrado con sus lectores en Alemania. Aquí vivió como becado en Berlín de 1973 a 1975, dedicado a escribir, y también se publicó su primera novela traducida al alemán. "Por primera vez era traducido a un idioma extranjero, recién empezando mi tarea de escritor, con la novela Tiempo de fulgor. Fue publicada por la editorial Peter Hammer de Wuppertal, que entonces publicaba a Ernesto Cardenal y era la única que, antes del bum, se ocupaba de América Latina. Luego mis demás libros siguieron apareciendo en alemán en distintas editoriales. Yo diría que es la lengua a la que más han sido traducidos”, dice el escritor a DW.
Desde entonces, por su cercanía con la socialdemocracia y la solidaridad alemana con la causa revolucionaria en los 80, ha mantenido estrechos vínculos con intelectuales y políticos. A ese movimiento de solidaridad perteneció el exsenador y exalcalde de Bremen Henning Scherf, quien, llevado por ideales políticos y humanitarios, estuvo junto a su familia en el país centroamericano hace 40 años e impulsó la ONG cultural y social "Pan y Arte”. Allí forjó lazos con Ramírez y otros líderes como Ernesto Cardenal. En este reencuentro en Bremen revivieron recuerdos y dialogaron sobre el pasado y futuro de Nicaragua.
Miedo, corrupción y nepotismo en Nicaragua
Sergio Ramírez fue vicepresidente en el mandato de Daniel Ortega entre 1985 y 1990, pero luego se distanció ante el rumbo que tomó el Frente Sandinista: "La ética y la lucha por la democracia habían guiado la revolución, pero ese partido que existió en los 80 ya no existe. Ha sido reemplazado por un partido hegemónico con obediencia ciega a la pareja presidencial, la que está reproduciendo el esquema de la familia Somoza. Quienes lo siguen no es solo por razones ideológicas, sino también por intereses económicos. Es la degeneración absoluta de cualquier ideal revolucionario”.
Nicaragua, recuerdos y esperanzas, en el dialogo entre Henning Scherf (izq.) y el escritor Sergio Ramírez (der.), junto al director del Instituto Cervantes en Berlín, Ignacio Olmos.
El autor de "Margarita, esta linda la mar”, quien en 2017 fuera el primer centroamericano en recibir el Premio Cervantes, denuncia que en su país el miedo ha traído silencio y que hoy campean la corrupción y el nepotismo. "Los discursos de Ortega se parecen cada vez más a los de Mussolini. Nos dirigimos hacia un sistema de partido único”, dice.
DW: La invitación a este encuentro en Bremen habla de esperanza. ¿Qué le evoca esta palabra?
Sergio Ramírez: Es algo que nunca debe perderse. Las situaciones políticas en los países en América Latina llegan a ser críticas, pero en algún momento se despejan y volvemos a lo que debería ser el estado natural, que es la democracia, las libertades públicas y el respeto a los derechos humanos. Más que como una regla, tenemos que ver las dictaduras como excepciones.
Pero en Nicaragua se ha prolongado y ha hecho que cada vez más opositores y disidentes, entre ellos usted, deban salir de su país.
Es el efecto de todas las dictaduras. Provocan cárcel, muerte, exilio, diáspora grande como la que está viviendo Nicaragua. Antes fue Chile, en un tiempo fue Argentina y ahora los que vamos por el mundo somos los nicaragüenses.
¿Cómo se vive el exilio?
El exilio es un estado de ánimo, hay que aprender a asumirlo. Hay que asumir la imposibilidad que tiene el regreso, no tomarlo como una tragedia insalvable sino como una oportunidad, también de conocer otras culturas, asentarse en otros climas, enriquecer la experiencia. Un escritor siempre busca cómo enriquecer las experiencias, por muy dolorosas que sean.
En su caso, sigue trabajando. ¿Cómo han sido estos meses?
Asentarse no es fácil, hay que reorganizar la vida. Con mi mujer pasamos de septiembre a diciembre viviendo de un lugar a otro, hasta que encontramos un domicilio definitivo y eso implica también encontrar un espacio propio para escribir, que ya lo tengo. Terminé de revisar unos cuentos que tenía escritos y se van a publicar ahora en el libro Ese día cayó en domingo. Es un libro muy diverso, con una variedad de temas, algunos sobre la situación actual de Nicaragua.
Usted decía que la esperanza no se debe perder, ¿pero qué salida ve a la dictadura en Nicaragua?
La primera salida ya fue probada en 2018, que es la resistencia pacífica contra la tiranía. Fue cegada de manera brutal con armas contra gente indefensa, mataron más de 400 muchachos. Pero no hay otra salida. Es decir, un enfrentamiento armado para acabar con una dictadura sería trágico para el país. Otra vez la sangre, otra vez la guerra, la destrucción. Si alguna oportunidad tenemos de salir de esta dictadura es por la vía pacífica y democrática. Quizás resulta un poco idealista pensarlo en estas circunstancias en que la represión se ha endurecido muchísimo, pero yo sí creo que esa es la salida.
¿Qué pueden hacer países como Alemania y la comunidad internacional?
Prestarle mucha atención a Nicaragua, no olvidar que está ahí con sus dolores y su sufrimiento político. Es muy lógico que hoy la atención de Europa esté centrada en Ucrania, pero hay que tener en cuenta que, detrás de esa cortina, está la situación de países como Nicaragua. No en balde Ortega es un aliado muy íntimo de Putin y eso nos lleva a ver cómo, si los tiranos se identifican, pues la lucha por la democracia debiera tener también una identidad.
El escritor Sergio Ramírez junto al exalcalde de Bremen, Henning Scherf. Una amistad que se forjó en Nicaragua en la década de 1980. Junto a ellos, Mila Crespo, directora del centro del Instituto Cervantes en Bremen, e Ignacio Olmos, director del Instituto Cervantes en Berlín.
En su situación actual en el exilio, ¿se siente dividido entre escritor y activista?
No, activista no soy. No es ese muy papel. Activistas hay muchos en Nicaragua y en el extranjero, moviéndose en favor de la libertad de los presos políticos, en lucha contra la represión. Mi papel es alzar la voz como intelectual, como escritor, hablar cuando es necesario, no callarse. Yo creo que ese papel es suficiente.
¿Cómo enfrenta la censura a su último libro y la orden de detención en Nicaragua?
El poder absoluto siempre reacciona de esa manera frente a la imaginación y al humor, que son grandes enemigos del poder político absoluto. El hecho de que una dictadura prohíba un libro, de quien habla muy claro es de esa dictadura.
¿Cómo se explica que Ortega haya llegado a tales excesos, siendo que alguna vez ustedes pertenecieron al mismo sector?
Eso fue hace 40 años. Las cosas han cambiado muchísimo, de modo que hoy día no compartiría nada con Ortega. En aquel tiempo se trataba de un proyecto en que los dos participábamos y donde había mucha gente que había comprometido sus ideales para darle una salida a un país que había perdido la democracia. Hoy la ha perdido otra vez. Lo importante es de qué lado de la trinchera uno se encuentra en determinado momento de la vida.
(ms)