domingo, 6 de noviembre de 2016

¿Quién ha dañado la política? - PAUL KRUGMAN @paulkrugman

COLUMNA
¿Quién ha dañado la política? 
Durante el Gobierno de Bush se produjeron escándalos sobre los que nadie pidió cuentas

Hillary Clinton, durante un mitin el pasado 2 de noviembre.  BLOOMBERG

Paul KrugmanQue sepamos, Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes —y líder de lo que queda del sistema republicano— no es racista ni autoritario. Sin embargo, está haciendo todo lo posible por convertir a un racista autoritario en el hombre más poderoso del mundo. ¿Por qué? Porque así podría privatizar Medicare y bajarles drásticamente los impuestos a los ricos. Y eso, en resumen, explica lo que le ha pasado al Partido Republicano y a Estados Unidos.
Estas han sido unas elecciones en las que, cada semana, se ha quebrantado alguna antigua norma de la vida política estadounidense. Ahora tenemos a un candidato de un partido importante que se niega a hacer públicas sus declaraciones de la renta, a pesar de las enormes dudas que pesan sobre sus negocios. Repite sin parar afirmaciones que son completamente falsas, como la de que el índice de criminalidad es más alto que nunca, cuando, de hecho, está cerca del mínimo histórico. Sus propias palabras lo retratan como un depredador sexual. Y hay muchísimo más.



En el pasado, cualquiera de esas cosas habría descalificado a un candidato a la presidencia. Pero los dirigentes republicanos se limitan a encogerse de hombros. Y mostraron su alegría cuando James Comey, director del FBI, rompió con la norma establecida y desvirtuó en gran medida las elecciones; si Hillary Clinton gana a pesar de todo, han dejado claro que intentarán impedir cualquier nombramiento del Tribunal Supremo, y ya se habla de proceso de destitución. ¿Por qué razón? Ya encontrarán algo. ¿Y cómo es que se han destruido todas nuestras normas políticas? Una pista: todo empezó mucho antes de Donald Trump.
Por un lado, los republicanos decidieron hace mucho tiempo que todo valía en el intento de deslegitimar y destruir a los demócratas. Quienes somos lo bastante mayores para recordar la década de 1990, también recordamos la serie interminable de acusaciones lanzadas contra los Clinton.
Nada era demasiado inverosímil para que se hablase de ello en la radio y se le diese pábulo en el Congreso y los medios de comunicación conservadores: ¡Hillary mató a Vince Foster! ¡Bill era narcotraficante! Nada era demasiado trivial para dar pie a audiencias en el Congreso: 140 horas de declaraciones sobre un posible mal uso de la lista de felicitaciones de Navidad de la Casa Blanca. Y, por supuesto, siete años de investigación sobre una transacción inmobiliaria fallida. Cuando Hillary Clinton hizo su famosa declaración sobre una “inmensa conspiración de la derecha” destinada a minar la presidencia de su marido, no exageraba; tan solo describía una realidad evidente.
Y como las acusaciones relacionadas con escándalos demócratas, por no mencionar las “investigaciones” del Congreso que partieron de una presunción de culpabilidad, se habían convertido en la norma, la mera idea de mal comportamiento independiente de la política desapareció: el reverso de la persecución obsesiva del presidente demócrata fue la negativa absoluta a investigar hasta las fechorías más evidentes de los presidentes republicanos.
Durante el gobierno de George W. Bush, se produjeron varios escándalos reales, desde lo que parecía una purga política en el Departamento de Justicia hasta los engaños que nos llevaron a invadir Irak; nunca se obligó a nadie a rendir cuentas.
La erosión de las normas continuó tras la llegada de Obama a la presidencia. Se ha tropezado con una obstrucción total a cada paso; con chantajes por el tope de la deuda; y ahora, con la negativa a que se celebren siquiera audiencias sobre su candidato para cubrir una vacante del Tribunal Supremo.
¿Cuál era el objetivo de este ataque contra los acuerdos y normas implícitos que necesitamos para que la democracia funcione? Bueno, cuando Newt Gingrich paralizó el gobierno en 1995, lo que intentaba era —¿lo adivinan?— privatizar Medicare. La ira contra Bill Clinton reflejaba en parte el hecho de que les había subido un poco los impuestos a los ricos.
En otras palabras, los dirigentes republicanos se han pasado las dos últimas décadas haciendo exactamente lo que gente como Ryan hace ahora: destrozar las normas democráticas a fin de obtener beneficios económicos para su clase donante.
Así que, en realidad, no debería sorprendernos demasiado que Comey, que resulta que es ante todo un republicano, y no tanto un funcionario, haya decidido convertir su puesto en un arma en vísperas de las elecciones; es lo que los republicanos han estado haciendo en todas partes. Y no debería sorprendernos lo más mínimo que los escabrosos defectos personales de Trump no lo hayan distanciado de los dirigentes del sistema republicano: hace mucho que decidieron que los escándalos son solo cosa de demócratas.
A pesar del abuso de poder por parte de Comey, es probable que Clinton gane. Pero los republicanos no lo aceptarán. Cuando Trump proteste furiosamente contra las “elecciones amañadas”, espérense como mucho un desacuerdo silencioso por parte de un sistema republicano que, en el fondo, nunca acepta la legitimidad de la presencia demócrata en la Casa Blanca. E, independientemente de lo que haga Clinton, el bombardeo de falsos escándalos continuará, ahora acompañado de peticiones de destitución.
¿Se puede hacer algo para limitar los daños? Sería de ayuda que los medios de comunicación aprendiesen por fin la lección y dejasen de tratar las difamaciones republicanas como si fuesen noticias de verdad. Y también vendría bien que los demócratas consiguiesen el Senado, para que al menos se pudiese gobernar un poco.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.



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ELECCIONES EEUU
Más que una elección
EE UU elige el martes entre una demócrata y un peligroso populista

En 48 horas, millones de estadounidenses decidirán quién será la persona que ejercerá el puesto político más importante del planeta durante los próximos cuatro años. Y aunque el resultado de unas elecciones en EE UU siempre influye en el curso de la historia, las de pasado mañana se presentan como un punto de inflexión dramático sobre el modo de concebir la política y el gobierno en la mayor potencia democrática mundial.
La irrupción del populismo descarnado de Donald Trump en la carrera electoral ha distorsionado por completo un proceso transparente y participativo de elección de candidatos. Y tendrá efectos importantes y duraderos independientemente de quien sea el vencedor. Su exitoso salto a la política supone la constatación de que ningún sistema está a salvo del populismo.
Ni siquiera Estados Unidos, la democracia más sólida del mundo, la que más oportunidades ofrece a cada individuo, la que mejor integra a los inmigrantes y la que más se beneficia de la globalización, ha podido blindarse ante el éxito de un rico y sin escrúpulos hombre de negocios que pretende hablar en nombre de los humildes a la vez que alardea de no pagar los impuestos con los que se pagan los programas sociales que benefician a los más humildes. Como si los simpatizantes de Hillary, sean afroamericanos, latinos, mujeres o personas sin recursos, fueran la élite que gobierna en EE UU, y Trump, de una familia acomodada, fuera un humilde representante del pueblo llano.
Gane o pierda Trump, el republicanismo —uno de los dos grandes pilares del sistema político de EE UU— ha sufrido un golpe gravísimo del que tardará mucho en recuperarse. No se puede caer en el error de creer que el populismo es una creación exclusiva de Trump. Viene de mucho antes, cuando los sectores más conservadores e intransigentes del Partido Republicano decidieron dar alas al movimiento ultraconservador del Tea Party, que considera corrupta e ineficaz en su conjunto a toda la clase política presente en Washington.
Es cierto que Hillary Clinton no es una candidata que pueda equiparar su carisma con el de Obama. Pero, al contrario que Trump, que no cumple ni uno de los requisitos que se necesitan para ser presidente, a Hillary le sobran cualidades, experiencia y criterio para ser presidenta de EE UU. Y muchas de las dificultades que está sufriendo tienen que ver con el doble e injusto rasero que todavía se aplica a las mujeres que compiten en política: se les exige más y se les perdona menos, por ejemplo, la ambición, que en los hombres es una virtud y en ellas se critica como un defecto. Hillary merece ganar y Trump merece perder contra una mujer demócratahttp://elpais.com/elpais/2016/11/05/opinion/1478345885_356094.html
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Presupuesto nacional está socialmente hipotecado, concluye análisis de coyuntura del Centro Bonó

Análisis de coyuntura del Centro Bonó: presupuesto nacional está socialmente hipotecado

El presupuesto nacional para el año 2017 cuenta con ingresos limitados, registra un gasto social e institucional estrangulado por el peso de la deuda pública, constriñe la inversión de capital y muestra preocupantes déficits de transparencia. Dadas estas hipotecas, la calidad del gasto público tendrá pocas perspectivas de mejora para el año entrante
Servicios de Acento.com.do - 6 de noviembre de 2016 -

SANTO DOMINGO, República Dominicana.- “Los constreñimientos fiscales de 2016, sumados a un aumento vegetativo poco transparente, nos llevan a dudar que el Presupuesto Nacional sea un instrumento eficaz para el desarrollo social en el año 2017.  Esto refleja una economía de alto crecimiento que no genera empleos suficientes ni salarios decentes, y de una finanzas públicas en vías de colapsar, si el país no se aboca a un pacto fiscal e institucional que nos permita salir de la resaca electoral”.
Así caracterizó Roque Féliz, vocero de incidencia del Centro Bonó, las perspectivas del presupuesto nacional para el año 2017, quien destacó que el proyecto de presupuesto 2017 muestra progresos de forma en la estructuración y organización de la información; pero se mantiene atrapado en una serie de restricciones. Hay problemas de fondo, como la cantidad de los ingresos, la calidad del gasto y la inercia en el diseño, que condicionan la asignación eficiente de los recursos.
Manifestó que existen condicionantes económicas y políticas que impiden incrementar con equidad el ingreso tributario y mejorar la calidad del gasto. Entre los escollos a superar se encuentran la transparencia, el financiamiento y la desconcentración territorial.
El Centro Bonó, durante un análisis de coyuntura del presupuesto para el año entrante, señaló como positivo que se mantenga el intento de armonizar las prioridades establecidas en el Plan Nacional Plurianual del Sector Público con el presupuesto nacional, conforme lo establece la Ley 1-12 de la Estrategia Nacional de Desarrollo 2030.
Hay que reconocer que las perspectivas fiscales no son buenas: gasto público y crecimiento económico con base en endeudamiento tiene sus límites y sus riesgos.
Saludó que se hayan definido 37 programas y proyectos con financiamiento protegido en 8 Ministerios, la mayoría de ellos vinculados a salud, educación, seguridad, micro crédito rural y a MIPYMES, y asistencial social. Pero advierte que la gestión del presupuesto por resultados ha sido hasta ahora una herramienta metodológica muy poco eficaz. Todavía existen obstáculos estructurales que no permiten que este método se aplique en el país. Institucionalmente prevalecen prácticas como las nóminas fantasmas y supernumerarias, la duplicidad de agencias oficiales con las mismas funciones, y paquetes de clientelismo político, que desvanecen cualquier intento serio de planificar el gasto con calidad y eficiencia.
El Centro Bonó consideró que la poca prioridad asignada a la inversión de capital no es coherente con el propósito de aumentar la producción e incrementar el patrimonio público, aspectos que normalmente tienen un mayor efecto multiplicador en la economía. En ese sentido, resulta poco lógico mantener vigentes magnitudes y prácticas de gastos corrientes de baja calidad en detrimento de aumentos y mejoras en el gasto de capital.  El presupuesto 2017 establece un gasto de capital de menos de RD$98,029 millones, equivalente al 2.9% del PIB. El monto es insuficiente para dinamizar la producción, estimular los mercados, fomentar empleos e incrementar razonablemente el patrimonio del Estado.
“El presupuesto de 2017 se proyecta, incluyendo gastos y aplicaciones financieras, en RD$ 752,981.7 millones, unos RD$ 52,743.9 millones más que el año pasado. Esto incluye RD$640,719 millones para el gobierno central, RD$ 81,651 millones para los 59 organismos descentralizados y autónomos no financieros, y RD$ 30,611 millones de las 6 instituciones públicas de la seguridad social. Al gobierno central se asignaría el 85.1 % del presupuestado, y a los otros sectores el 10.8 % y el 4.1 %, respectivamente. En conjunto, el total de gastos y aplicaciones financieras del sector público no financiero equivale a cerca del 21 % del PIB proyectado para 2017. Es decir, una quinta parte de la economía está directamente ligada a las finanzas públicas y tiene un peso importante en los mercados”.
El vocero del centro indicó que en el presupuesto de 2017 se mantienen tres inercias históricas: el centralismo, la inequidad en la inversión territorial y el incumplimiento del tope presupuestario municipal. Se vuelve a desconocer la ley 176-07 que dispone que el 10 % de los ingresos internos del presupuesto nacional sean asignados a los gobiernos municipales. El proyecto de presupuesto 2017 asigna a los ayuntamientos RD$16 mil millones, lo que equivale a un 2.9% de los ingresos internos, ignorando el artículo 204 de la Constitución. Esta práctica en nada contribuye a la descentralización democrática del país, tan necesaria para una institucionalidad que corrija el centralismo presidencialista que las generaciones post-trujillistas han querido superar.
Vivienda e intereses de la deuda pública
En lo que respecta al presupuesto para programas de viviendas de interés social, el Centro Bonó indicó que también ha sido constreñido, presentando una asignación prevista para el Instituto Nacional de la Vivienda (INVI), instancia que se enfoca en viviendas de interés social, recortada en un 26 %, pasando de RD$ 677 millones en 2016 a un poco más de RD$ 505.4 millones en el 2017.
“En el presupuesto 2017 se pone de manifiesto que todavía persiste una dispersión institucional en las agencias públicas que ejecutan funciones de vivienda, incluyendo el INAVI y los ministerios de Obras Públicas y Administrativo de la Presidencia. La inversión general en viviendas es baja, de unos RD$1,520 millones, lo que representa el 0.04% del PIB estimado para el 2017”.
Destacó que el monto de los intereses de la deuda pública es una carga muy pesada y es uno de los mayores desafíos que tiene el Estado en materia presupuestaria. Unos RD$ 114,865 millones se destinarán al pago de intereses y comisiones de la deuda pública; equivalente a un 3.2% del PIB. En el presupuesto de 2017 se asignarán unos RD$ 17 mil millones más que en el 2016.
“Esto consumirá cerca del 22 % de los ingresos fiscales contemplados en el presupuesto; es decir, un poco más que la quinta parte de los ingresos”, dijo.
Salarios
Roque Feliz recalcó como un aspecto positivo que para el 2017 hay una partida de RD$ 1,950 millones para incrementos en el salario promedio de los policías, aunque sostuvo este incremento para el 2017, no resulta suficiente. “Un incremento salarial puntual no se traducirá en una mejora significativa de las condiciones de vida de los policías ni de su desempeño público. Será necesario además profundizar la reforma policial de forma integral, incluyendo su profesionalización y profilaxis”.
Manifestó que el presupuesto 2017 se enfrenta al desafío de aumentar los ingresos tributarios sin recurrir a cambios en las tasas y en las figuras tributarias existentes, así como adelantar la transferencia a la Tesorería de los recursos que manejan instituciones como INDOTEL, quien deberá transferir el 50 % de los ingresos captados como Contribución al Desarrollo de las Comunicaciones.
Basados en la normativa existente, las agencias recaudadoras del Estado se han propuesto incrementar los ingresos mejorando los controles que permitan reducir la evasión y la elusión tributaria. Muchas de estas medidas son correctas y tienen un carácter progresivo que debe ser comprendido por la población, como es el caso de la aplicación del 10 % a los dividendos que distribuyen las empresas de zona franca y vincular el costo de la placa al precio de los vehículos.
También es positivo que se revise el esquema del régimen de incentivos de PROINDUSTRIA, a fin de evitar, que las facilidades brindadas a pequeñas y medianas industrias, retardándoles el cobro de ITBIS a las importaciones de insumos y maquinarias, esté siendo aprovechado por empresarios incautos que procuran evadir el pago de la totalidad del impuesto haciendo declaraciones subestimadas a la DGII. Las finanzas públicas necesitan un adecuado flujo de efectivo para el desarrollo de los programas sociales y es correcto revisar aquellas prácticas que afecten el flujo de caja de la Tesorería Nacional; pero hay que tener cuidado en no desfigurar esquemas razonables de incentivos para las PYMES industriales por llamar al orden a grandes empresas industriales que usufructúan los incentivos de PROINDUSTRIA.
Desafortunadamente, indicó la organización a través de su vocero, el proyecto de presupuesto 2017 deja de lado los compromisos instituciones con la protección presupuestaria de varios poderes y funciones públicas, particularmente del Poder Judicial y el Ministerio Público, de los gobiernos municipales, la UASD y el Consejo Nacional de la Niñez. Estos actores requieren de un apoyo financiero sustantivo para cumplir su misión, y el gobierno, en vez de abocarse a discutir una reforma fiscal integral abalada por un pacto fiscal que le permita efectivamente mejorar el sostenimiento financiero de estas instituciones y la calidad de sus funciones públicas. Por ejemplo, el poder judicial ha solicitado 14,000 millones para el año 2017, y en el presupuesto apenas se le asignan RD$6,872.2 millones, menos del 50 % de lo solicitado y muy por debajo de lo que le pre-asigna la ley de autonomía del poder judicial.
“Con limitaciones presupuestarias hay poco espacio para innovaciones sociales profundas. Desafortunadamente, señales presupuestarias como el aumento extraordinario de las transferencias corrientes en un año electoral nos indican que los compromisos con el clientelismo y las cuotas políticas son más fuertes que los compromisos con las necesidades demográficas y el desarrollo inclusivo y sostenible.  Los ciudadanos tenemos que seguir organizándonos y desafiando la lógica política que se resiste a los cambios que necesitamos alcanzar”.
El Centro Bonó, en su análisis, señaló que necesidad de lograr el pacto fiscal, para lo cual, adujo, el gobierno deberá aumentar la confianza institucional, “pues en los últimos años su forma de gastar y perseguir la corrupción no concitan el apoyo que se requiere para negociar aumentos en la presión tributaria”.

El cisma que creó Trump | Enrique Krauze

Elecciones de EEUU
EL CISMA QUE CREÓ TRUMP

Si gana el candidato republicano, habrá un riesgo mayor para la democracia, porque intentará convertirse en el primer dictador de la historia estadounidense. El daño a la nación ya está hecho: un cisma político y social tan grave como el de la Guerra Civil

Gane quien gane, el daño está hecho, y es inmenso. Nunca, en 240 años de continuidad, la democracia estadounidense corrió un riesgo semejante. La Guerra Civil de 1861 a 1865 tuvo un saldo de casi 800.000 muertos, pero su origen no fue un conflicto en torno a la democracia sino al pacto federal, desgarrado entre dos bandos irreconciliables por el tema de la esclavitud. La crisis actual dejará un cisma no menos grave: un cisma político, social, étnico, cultural y a fin de cuentas moral, que solo el tiempo, los cambios demográficos, el relevo de las generaciones y una sabiduría política suprema podrán, quizá, reparar.

Las teorías de cómo pudo llegar Estados Unidos a este extremo llenarán bibliotecas. Se argumentarán causas económicas, efectos perversos de la globalización, irrupción de zonas profundas e irracionales en el pueblo estadounidense (racismo, xenofobia, “supremacismo” blanco, aislacionismo), rechazo de los políticos y hartazgo de la política. Todas son válidas, pero ninguna se equipara al efecto letal que tiene en un pueblo —efecto comprobado una y otra vez en la historia— de abrir paso a un demagogo.
Todos los demagogos que aspiran al poder o lo alcanzan son iguales, aunque sus filiaciones ideológicas sean distintas y aun opuestas. Como su raíz lo indica, irrumpen en la escena pública a través de la palabra que halaga al pueblo. En nuestro tiempo, el medio específico es la televisión, que convirtió a Trump en una “celebridad” mucho antes de que soñara con contender para la Casa Blanca. Una vez posicionado, el demagogo (primero en creer en su advocación) esparce su venenoso mensaje que invariablemente comienza por dividir al pueblo entre los buenos (que lo siguen) y los malos (que lo critican). Más ampliamente, los malos son “los otros”. En el caso de Trump, los mexicanos (violadores, asesinos), los afroamericanos, los musulmanes, los discapacitados, los que no nacieron en Estados Unidos (sobre todo si tienen la piel oscura) y las mujeres, esa mitad del electorado que ha dicho “respetar como nadie” pero que en realidad desprecia como nadie.
El demagogo divide al pueblo entre los buenos (los que le siguen) y los malos (los que le critican)
A partir de ese daltonismo político y moral, todo demagogo recurre a la teoría conspiratoria: “Detrás” de los hechos, en la penumbra, trabajan los poderes que urden la aniquilación de los buenos y la entronización de los malos. Para “probar” su teoría no es necesaria ninguna evidencia. Más aún, las evidencias estorban. Para los adeptos, proclives a creerle todo, sus elucubraciones son dogmas, artículos de fe. Y así se va abriendo paso una mentalidad no solo ajena sino opuesta a la razón, la demostración empírica, la verdad objetiva.
Para el demagogo la verdad es algo que se siente, se intuye, se decreta, se revela, no algo que se busca, demuestra, refuta o verifica. Lo que importa es el discurso de la emoción, de la pasión, que con facilidad deriva en la insidia, el insulto, la descalificación, la violenta condena de quien piensa distinto. Analizando la cuenta de Twitter de Trump, The New York Times compiló 6.000 insultos, todo un récord de excrecencia.
El sustrato psicológico habitual del demagogo es triple: megalomanía, paranoia y narcisismo. Tres palabras significativas (o sus equivalentes) no faltaron nunca en las histéricas concentraciones de Trump: “Grande” (big, bigly, greathuge);“enemigos” acechantes (China, México, el islam) y, por supuesto, la palabra clave: YO (o su hipócrita sinónimo: NOSOTROS). De la combinación de las tres el demagogo arma su monótono mensaje: solo YO os haré grandes y enfrentaré a los enemigos, solo YO sé cómo instaurar un orden nuevo y grandioso sobre las ruinas que los enemigos dejaron. La historia comienza o recomienza conmigo. El borrón y cuenta nueva es otro rasgo distintivo del demagogo.
El ‘presidente Trump’ convertiría su mandato en un interminable reality show
Lo que sigue siempre, en el camino del demagogo, es el asalto a las instituciones republicanas y democráticas. Trump no respetó (y seguramente no respetará, gane o pierda) una sola: fustigó a la prensa supuestamente “vendida” a las élites, sugirió que tomaría acciones contra los medios que lo han criticado, expresó de mil formas su desprecio por el sistema judicial: encarcelaría a Hillary, alentaría la práctica de la tortura, forzaría la elección de una persona conservadora para llenar el puesto vacante en la Suprema Corte, lo cual provocaría un retroceso de décadas para toda la legislación liberal (incluida en primer término la reforma migratoria).
El presidente Trump (y aún no creo que he escrito estas tres palabras) daría la mayor latitud posible al poder ejecutivo: destruiría probablemente o minaría a la OTAN, desquiciaría el orden mundial, acosaría dramáticamente a México (su chivo expiatorio). En el frente interno, intentaría gobernar al margen del Congreso y convertir su presidencia en un interminable reality show, un litigio en el que él, y solo él, al final, gana. El Grand Old Party, el antiguo gran partido, ha sido otra institución arrasada por ignorar las enseñanzas de los Founding Fathers sobre el riesgo de las tiranías. No se repondrá fácilmente de haberse convertido en un indigno títere de Trump. Pero quizá la institución más lastimada sea la propia democracia cuyo mecanismo esencial, el sufragio confiable, Trump —en un acto sin precedentes— ha puesto en entredicho, y cuya premisa fundamental —la convivencia cívica, el respeto elemental hacia el otro y lo otro— ha pisoteado.
El daño está hecho, el cisma es profundo, pero en el caso de que gane Hillary la democracia resistirá con menor dificultad. A Trump lo habrá vencido su soberbia, su pasado borrascoso, su actitud irredimible, todas las facetas de su execrable persona, expuestas por dos protagonistas colectivos que habrán salvado el honor de esa confundida nación: la prensa escrita (sobre todo The New York Times y The Washington Post) y las mujeres que lo han denunciado. El instinto natural de libertad, aunado a la experiencia histórica, permitiría en este caso abrigar esperanzas en una recuperación progresiva de una vida cívica normal que abra paso a nuevos liderazgos en ambos partidos y dé inicio a un proceso de honda retrospección nacional que permita vislumbrar un futuro digno del sueño americano.
¿Y si gana Trump? Entonces Estados Unidos estará —como ellos mismos dicen, utilizando una frase extraída del béisbol— frente a “un juego totalmente nuevo”. El riesgo de supervivencia democrática será mucho mayor porque Trump intentará ser, con toda probabilidad, el primer dictador de la historia estadounidense. Un país dividido reeditará, con menos violencia pero con igual encono, el momento más oscuro de su historia, el cuatrienio terrible de la Guerra Civil. 
*Enrique Krauze es escritor y director de la revista Letras libres. 
http://elpais.com/elpais/2016/11/04/opinion/1478284786_081392.html