Alberto Fernández asume como presidente de Argentina rodeado de conflictos en la región, sin las coincidencias ideológicas ni los liderazgos fuertes que hubo en Sudamérica en la primera década del siglo y con una política exterior opuesta a la que ejerció Mauricio Macri.
Las elecciones argentinas fueron excepcionales, tomando en cuenta el contexto regional. A pesar de la crisis económica, la primera y la segunda vuelta se realizaron sin mayores sobresaltos. La oposición progresista ganó y el oficialismo conservador, que giró todavía más a la derecha durante la campaña, reconoció la derrota. La democracia argentina demostró su solidez.
Lo mismo pasó en Uruguay, aunque el intercambio de poder fue al revés: la izquierda perdió en el ballotage después de gobernar durante 15 años y la derecha volverá al poder. Pero no hubo protestas, ni impugnaciones. La transición se desarrolla en paz.
Las crisis institucionales en América Latina
En el resto de los países vecinos, en cambio, se sucedieron crisis institucionales. Los procesos de Argentina y Uruguay estuvieron precedidos por las anomalías en las elecciones de Bolivia y el golpe de Estado contra Evo Morales que sumió al país en un clima de violencia y tensión. El futuro del conflicto, del que no se prevé un fin cercano y que incluye delitos de lesa humanidad, es impredecible.
Chile estalló, por otras causas, y persisten los masivos reclamos contra el presidente Sebastián Piñera. La respuesta de las fuerzas de Seguridad ha sido la represión desmedida que ya registra denuncias internacionales. La sociedad colombiana también decretó una rebeldía callejera ante el desprestigio de los políticos tradicionales.
Cecilia González, periodista y escritora.
Bolsonaro criticó públicamente a los argentinos por haber votado mayoritariamente por el peronismo y amedrentó con la posibilidad de romper el Mercosur. Fue su venganza por la alianza de Fernández con Lula. La amenaza no es tan fácil de cumplir, porque Argentina y Brasil son los principales socios comerciales de Sudamérica
En Perú, el presidente Martín Vizcarra disolvió el Congreso y los nuevos parlamentarios se elegirán recién a fines de enero. En Ecuador, las revueltas populares en rechazo a un paquete económico debilitaron al presidente Lenín Moreno.
En Paraguay, el presidente Mario Abdo Benítez enfrentó este año una amenaza de juicio político por un discrecional acuerdo energético firmado con Brasil y su gestión tiene altos niveles de rechazo.
Los gobiernos autoritarios de Venezuela y Brasil son casos aparte. Uno por izquierda y otro por derecha. Nicolás Maduro resiste y se mantiene en el poder a pesar de los esfuerzos de parte de la llamada "comunidad internacional" que, con tintes injerencistas, ha hecho todo lo posible para sacarlo del Palacio de Miraflores. Jair Bolsonaro, quien todavía es apoyado por el 30 % de los brasileños, mantiene su estilo bravucón, provocador e intervencionista mientras su popularidad va a la baja y el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva retoma la política ahora que recuperó la libertad provisional.
Bolsonaro criticó públicamente a los argentinos por haber votado mayoritariamente por el peronismo y amedrentó con la posibilidad de romper el Mercosur. Fue su venganza por la alianza de Fernández con Lula. La amenaza no es tan fácil de cumplir, porque Argentina y Brasil son los principales socios comerciales de Sudamérica, pero sí mantiene en tensión la relación bilateral que es crucial para ambos países que ya se reflejó en la ruptura de tradiciones diplomáticas: Fernández eligió México, y no Brasil, para realizar su primera gira al exterior como presidente electo. Y Bolsonaro no vino a la asunción del presidente electo, algo que sí cumplían sus antecesores.
México, el gran aliado
En este escenario plagado de conflictos, Fernández intentará construir un liderazgo a partir del papel protagónico que pretende que Argentina asuma en la diplomacia internacional, pero sin concesiones ideológicas y con una visión latinoamericanista. Es el único presidente en ejercicio del Grupo de Puebla que formaron políticos progresistas para frenar el avance que la derecha tuvo en los últimos años y que contrarresta con el Grupo de Lima que convirtió a Venezuela en el "villano favorito" de América Latina.
Cecilia González, periodista y escritora.
Fernández ya descartó la continuidad de la confrontación ejercida por los gobiernos kirchneristas y que Macri aprovechó para prometer hace cuatro años que, durante su gobierno, el país volvería "al mundo". Afirmó que se relacionará con todos, pero con un eje en la independencia, el respeto y la soberanía.
No le será fácil. La década pasada, medidas como la creación de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y el histórico rechazo al Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que promovía Estados Unidos fueron posibles gracias a la alianza que formaron los gobiernos de Argentina, Brasil, Venezuela, Uruguay, Bolivia, Paraguay y Chile. Fue una coincidente oleada progresista, desconocida hasta entonces en la región. Pero Néstor Kirchner y Hugo Chávez murieron, Evo Morales está exiliado, Dilma Rousseff y Fernando Lugo fueron destituidos, Lula sigue acosado por anómalos procesos judiciales y la izquierda acaba de perder en Uruguay.
Aun en soledad, sin aliados alrededor, Fernández ha demostrado los cambios que se vienen en Argentina con su política exterior. Ya descartó la continuidad de la confrontación ejercida por los gobiernos kirchneristas y que Macri aprovechó para prometer hace cuatro años que, durante su gobierno, el país volvería "al mundo". Fernández afirmó que se relacionará con todos, pero con un eje en la independencia, el respeto y la soberanía. Una señal fueron las llamadas telefónicas con Donald Trump y Emmanuel Macron, quienes, para sorpresa y desagrado de los opositores al peronismo, lo felicitaron por su triunfo.
Las diferencias con su antecesor son más que evidentes. Macri se obsesionó con Maduro e hizo uso y abuso de la tragedia del país caribeño al amenazar con que, si ganaba el peronismo, Argentina iba a ser Venezuela, como si tal cosa fuera posible. También reconoció a Juan Guaidó, el presidente autoproclamado con el apoyo de los enemigos locales e internacionales de Maduro.
Fernández, en cambio, ni siquiera le respondió a Guaidó el mensaje de felicitación que le escribió en redes sociales cuando ganó las elecciones. Y ya avisó que de ninguna manera apoyará políticas intervencionistas para resolver la crisis venezolana, posición similar a la ejercida hasta ahora por México y Uruguay, aunque este último país cambiará y se enfrentará más abiertamente con el gobierno de Maduro una vez que Lacalle Pou asuma en enero la presidencia. Así, el único y gran aliado con el que cuenta Fernández, por ahora, es Andrés Manuel López Obrador.
En el caso de Brasil, con Macri en el gobierno Argentina fue el primer país del mundo que reconoció a Michel Temer como presidente cuando habían pasado escasos minutos de la irregular destitución de Rousseff, que se equiparó más a un golpe parlamentario. Macri siempre se mostró amigable con Bolsonaro y defendió la falsa "fortaleza de las instituciones" del país vecino. Fernández, amigo de Lula, piensa todo lo contrario.
La semana pasada, durante su última Cumbre del Mercosur, Macri, quien se negó a reconocer el golpe de Estado en Bolivia, validó a la autoproclamada presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez. Incluso la llamó "presidenta electa", aunque no fue elegida por nadie. Fernández, de nuevo en una posición antagónica, condenó el golpe y encabezó un operativo internacional en alianza con López Obrador para rescatar a Evo Morales y lograr que se exiliara en México.
El giro diplomático es evidente. Y apenas comienza.