Serge Halimi |
Llamar a una victoria por su nombre
Serge Halimi, Director de 'Le Monde diplomatique'.
En octubre de 2009, Le Monde diplomatique realizó un llamamiento a sus lectores (1). Nuestro periódico acababa de sufrir tres años de pérdidas financieras y, como otros muchos, veía como su difusión iba disminuyendo cada año. En otras palabras, su existencia –o, lo que venía a ser lo mismo, su independencia– dejaba de estar garantizada.
Ya que no son numerosos los motivos de satisfacción en estos momentos, resulta tan útil como reconfortante analizar el que nos atañe directamente. Sobre todo porque engloba una dimensión más general, intelectual y política. Sin duda, la tirada de un periódico no demuestra su calidad. Pero, cada vez que expresa una corriente de opinión, una filosofía –no una “marca”, un producto–, su debilitación sugiere que deja de ser útil, que ya no es necesario.
En 2009 apostamos a que ese no era el caso de Le Monde diplomatique. Y les pedimos que nos lo confirmaran realizando donaciones, suscribiéndose, comprando el periódico de forma más regular. Entonces resaltamos que la información gratuita no existe; que, cuando se regala el trabajo de los periodistas, estos ya no dependen de sus lectores, sino de motores de búsqueda y de publicistas (2). En aquel momento, este enfoque y este análisis eran singulares.
Nuestro llamamiento fue escuchado. Desde 2009 hemos recibido [para la edición francesa] 16.700 donaciones, por un importe total de 1.629.000 euros; nuestro número de suscriptores ha alcanzado un récord histórico, pasando de 81.000 a 94.000 el mes pasado: nuestras ventas de la edición en papel no se han visto sacrificadas por la tendencia del “todo digital”; nuestra difusión total se ha mantenido e incluso muestra señales indiscutibles de vigor desde hace tres años (+20,5%), contrarias a la tendencia general de la prensa. Al mismo tiempo, el número de suscriptores a nuestros archivos ha registrado un progreso fulgurante. Este recurso documental, creado en 2013, cuenta hoy en día con más de 35.000 suscriptores conscientes de que la actualidad del mundo no se limita a las tres últimas controversias de la semana.
¿Qué otra publicación francesa puede ofrecer a sus lectores, sobre temas tan diversos como los que Le Monde diplomatique aborda desde mayo de 1954, la totalidad de 63 años de archivos? Pronto, los últimos veinte estarán disponibles en otras tres lenguas además del francés: en inglés, español y alemán, a la espera del portugués, el italiano y el árabe.
Estos éxitos y el estado de nuestras cuentas nos llevan a interrumpir nuestras campañas anuales de llamamiento a realizar donaciones [boletín para donaciones a Le Monde diplomatique en español ]. El dispositivo sigue en marcha, especialmente a través de nuestro sitio web, para quien quiera consolidar nuestra situación financiera y aumentar nuestras reservas con la perspectiva de un posible invierno. Pero ya no presenta un carácter urgente. El futuro de este periódico está asegurado, al menos durante algunos años. Mejor llamar a una victoria por su nombre. Por consiguiente, nuestro objetivo se transforma: en lugar de asegurar la supervivencia de una publicación, a partir de ahora se trata de ampliar la difusión de las ideas que transmite. En definitiva, de pasar de la defensiva a la conquista.
Para ello, mantendremos el precio de Le Monde diplomatique en su nivel actual. Por otra parte, alimentaremos el fondo especial “Lectores solidarios”, que, desde hace exactamente treinta años y gracias a nuestros lectores, ofrece suscripciones a instituciones, bibliotecas y universidades en países pobres, pero también en centros penitenciarios. Asimismo, les sugerimos que apadrinen durante un año a un nuevo suscriptor con la esperanza de que este decida más tarde, directamente, prolongar la experiencia (suscribirse). Finalmente, podrá contribuir con nosotros muy pronto en la “Red Internacional Solidaria” que esperamos poner en marcha para consolidar nuestras ediciones internacionales. Algunas se mantienen a flote solamente gracias a una dedicación militante –algunos hablarían de apostolado– poco común en el universo del periodismo.
¿Qué lecciones extraemos de nuestra recuperación? La convicción de que, cuando un periódico no es concebido como una mercancía, debe poder contar con el compromiso de sus lectores, sin duda muy fuerte en nuestro caso, puesto que continuamos otorgando prioridad a la actualidad internacional, sacrificada en gran medida en otras partes, y que, bajo el impulso de Claude Julien y más tarde de Ignacio Ramonet, hemos estado a la vanguardia de la crítica de los medios de comunicación. Con el paso del tiempo, esta ha suscitado numerosas reacciones ofuscadas (3). En la actualidad la imitan los que llegan en el último momento, a veces acompañados de algún que otro arrepentido. Les damos la bienvenida: aquellos que, como nosotros, pretenden luchar con eficacia en el frente de las ideas se abstienen de exigir pasaportes y derechos de autor.
Le Monde diplomatique no solo ha formalizado la acusación del periodismo que existe realmente (concentración capitalista, pensamiento único, aislamiento burgués, connivencias y complacencia). Frente a este hemos presentado otra práctica profesional. Nuestra crítica en actos del periodismo, que se puede leer todos los meses, no se reduce al rechazo del tropismo liberal y europeo de casi la totalidad de los medios de comunicación. Ya que nuestros “compañeros” han acabado comprendiéndolo: el descrédito del político obtuso que produce su “prêt-à-penser” mancilla actualmente la reputación –y, por lo tanto, el valor comercial– de la prensa que le acompaña como si fuera su ventrílocuo. Así pues, los altos cargos editoriales han decidido hacer hincapié en otra figura profesional, la cual también rechazamos: la del reportero neutro, sin ideología, “desencriptador”, “descodificador”, a quien “nadie le engaña”, que salta de una convicción a otra y que afirma no comprometerse nunca.
Su profesionalismo consiste en escoger los “pequeños hechos reales” y presentarlos sin comentarios; en preferir las “cosas vistas” (sobre todo si son estremecedoras) al análisis razonado de las relaciones sociales e internacionales; en expulsar fuera del ámbito de la información las ideas juzgadas como extremas, a la vez que hace de las demás (es decir, las suyas) el alfa y omega de todos los “debates”. Así, el runruneo sería permanente y la ficción del pluralismo estaría garantizada.
Si la competición por la audiencia empobrece a menudo la información, la neutralidad concebida como el recorte de las opiniones divergentes conlleva otro coste: los disidentes políticos de todas las tendencias, expulsados de las páginas de opinión, de los platós televisivos y de las justas teatralizadas entre compadres y compañeros, crean sus revistas, sus cadenas, sus publicaciones. Por un sabroso giro de la situación, se benefician del descrédito del periodismo institucional, puesto que figurar en la lista de rechazados de la corporación casi se ha convertido en una garantía de confianza, una carta de crédito, una Legión de Honor.
Nuestro honor está en otra parte. La información que publicamos proviene tanto de periodistas como de expertos del ámbito universitario, de escritores y de investigadores. Por muy cuidada que sea su selección, un hecho solo cobra sentido una vez situado en un contexto histórico, político y cultural. Con el paso del tiempo, productores de conocimiento y miembros del equipo del periódico han tejido, pues, relaciones destinadas a hacer accesibles trabajos que permiten comprender el mundo, con la esperanza de cambiar su rumbo. Sí, ese sigue siendo nuestro objetivo, y sabemos que aún nos queda camino por recorrer...
Desde hace un año, varios acontecimientos coproducidos por los grandes medios de comunicación han confirmado nuestra singularidad. En Francia, Emmanuel Macron ha sido propulsado al poder por un electorado de centroizquierda gracias al cual implementa una política de derechas. La prensa ha participado en esta mistificación de una fracción de la opinión pública. En particular los periódicos y sitios web de información catalogados como de izquierdas, que a veces apoyaron a Macron antes de la primera vuelta. El pasado 28 de septiembre, L’Obs mostraba en portada, como hace a menudo, la fotografía del presidente de la República Francesa, pero esta vez con el siguiente titular acusador: “Por qué les da a los ricos”. ¿Por qué? Porque L’Obs hizo que lo eligieran... Junto con, reconozcámoslo, casi todos los demás órganos de prensa –pero sin nosotros (4)–. El resultado: Le Point “cree estar soñando” con haber heredado un presidente tan liberal. Y Le Figaro evoca un “pequeño milagro”. En efecto, su propietario, Serge Dassault, pagará pronto menos impuestos.
Cuando exponemos los resortes del poder, la situación internacional también nos llama a protegernos de los peligros de la indignación indignada, de la “oposición que contenta a los descontentos” (5), de la cámara de eco de los medios de comunicación y de las redes sociales que aísla y a veces aturde. Desde la elección de Donald Trump, no pasa ni una hora sin que la mayoría de la prensa occidental detalle las excentricidades, las ignominias y las fechorías del inquilino de la Casa Blanca. Este tema, inagotable, también permite a aquellos que más lo necesitan construirse un perfil de progresista a buen precio.
Pero el ejercicio también conduce a componer un nuevo “eje del mal”, fantaseado en gran medida, añadiéndole generalmente a Vladímir Putin. Parece que ya no merece la pena informar de las visiones opuestas de Trump y este último en asuntos tan insignificantes como Irán, Corea, la UNESCO, Cuba, el calentamiento global, Ucrania, Venezuela o Siria. Porque la sospecha de que el presidente ruso experimentaría simpatía por su homólogo estadounidense aparta todo lo anterior. En efecto, la Central Intelligence Agency (CIA) –que, por supuesto, nunca ha mentido y que siempre se ha mantenido escrupulosamente al margen de la vida política de los demás países– afirma que el Kremlin se habría implicado directamente en la difusión de información hostil a Hillary Clinton, lo que explicaría su derrota imprevista.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) va a esforzarse por combatir estas fake news (“noticias falsas”) preparadas ciudadosamente por Moscú. Lo hará con cierta pericia, ya que cuando tuvo lugar la guerra de Kosovo (1999), la propia OTAN detallaba sus técnicas “para anestesiar las opiniones” en caso de “abusos” militares: “Decíamos que realizábamos una investigación, que las hipótesis eran múltiples. No revelábamos la verdad hasta pasados quince días, cuando ya no le interesaba a nadie” (6). Pero, aunque este tipo de verdad “ya no interesa a nadie”, a nosotros nos apasiona... Preocuparse por ella constituye un poco lo que nos distingue. Y a este tipo de evocación, de vuelta hacia atrás, de mirada oblicua, lo llamamos una puesta en perspectiva. A menudo nos impide adoptar los hábitos de la manada. Exige un poco de memoria y más esfuerzo intelectual que el envío compulsivo de una docena de tweets sobre la última polémica del día.
“No te preocupes –canta la rapera francesa Keny Arkana–. Déjanos mecerte en voz baja / Déjanos contarte historias / Déjanos reflexionar en tu lugar / mientras te diviertes”.
Estos versos resumen el periodismo contra el que luchamos. En cuanto al que producimos todos los meses, aún tiene futuro por delante gracias a usted.
http://www.monde-diplomatique.es/?url=editorial/0000856412872168186811102294251000/editorial/?articulo=00121663-3e87-4cb8-bf4f-d5c99be88008
(1) Véase “La crisis de la prensa escrita”, Le Monde diplomatique en español, octubre de 2009.
(2) Véase “L’information gratuite n’existe pas”, La valise diplomatique, 13 de octubre de 2010, www.monde-diplomatique.fr
(3) Veáse, para convencerse de ello, Edwy Plenel, “Le faux procès du journalisme”, Le Monde diplomatique, marzo de 1998.
(4) Véase Marie Bénilde, “El candidato de los medios de comunicación”, Le Monde diplomatique en español, mayo de 2017; y Pierre Rimbert, “Un barrage peut en cacher un autre”, Le Monde diplomatique, París, junio de 2017.
(5) Honoré de Balzac, La piel de zapa, 1831.
(6) Cf. Serge Halimi, Dominique Vidal, Henri Maler y Mathias Reymond, “L’opinion, ça se travaille….”. Les médias et les guerres justes, Agone, Marsella, 2014.
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