domingo, 17 de septiembre de 2017

Alguien tiene que hacer el trabajo sucio

ALEMANIA DECIDE

Alguien tiene que hacer el trabajo sucio

Después del susto en Francia, donde la ultraderechista Marine Le Pen casi logra la presidencia en las elecciones de junio pasado, el pulso entre Angela Merkel y Martin Schulz constituye una tranquilidad, según Vladdo.
Wahlplakate in Berlin (picture-alliance/dpa/C. Peters)
Las palabras demagogia y democracia, que parecían estar cercanas solo en el diccionario, cada vez están más próximas en la política real. Después de tantos estragos y tragedias causadas por demagogos, la humanidad no aprende la lección. Peor aún: la demagogia no solo no ha sido erradicada de las democracias contemporáneas, sino que se vale de estas para incubarse y desarrollarse ante la impotencia de los ciudadanos que cuando rompen su hechizo no logran entender lo ocurrido.
En estos tiempos, parece que estuviéramos repitiendo un guión ya conocido y además da la impresión de que ese mal está infectando –al igual que en la primera mitad del siglo pasado– a países de todos los tamaños y tendencias políticas. Para no ir muy lejos, en América Latina son comunes ciertos especímenes que se hacen elegir a punta de popularidad y se mantienen en el poder a punta de demagogia, violando los principios más elementales de la democracia que los engendra.
Pero en estos confines tercermundistas eso no es noticia; la demagogia hace parte del paisaje. Lo que sí es preocupante es que ese virus ya está haciendo de las suyas en países que en teoría son muy maduros por su cultura, confiables por sus instituciones y sólidos por su historia.
Lo vimos en Gran Bretaña, con el "brexit”, y en Estados Unidos, con el triunfo de Trump. En ambos casos el desconcierto fue la norma y la sensatez, la gran ausente. Y todo gracias a la demagogia que, como bien se sabe, se nutre del descontento popular y de la debilidad del establishment, que menosprecia el alcance de ese dañino discurso.
Ad portas de las elecciones en Alemania, resulta refrescante ver que los candidatos más aventajados en las encuestas no han caído en el facilismo de halagar al electorado en una época en la que temas como el nacionalismo o la inmigración son muy taquilleros a la hora de conseguir votos, tal y como se vio en la campaña Clinton-Trump, con la polémica propuesta del republicano de construir un muro en la frontera sur, para atajar el ingreso de mexicanos a su país.
Y después del susto en Francia, donde la ultraderechista Marine Le Pen casi se hace a la presidencia en las elecciones de junio pasado, el pulso entre Angela Merkel y Martin Schulz constituye un parte de tranquilidad. Y aunque la actual canciller federal está a punto de obtener su cuarto mandato en línea, si –por esa volatilidad que ha invadido a la política– el vencedor fuera el expresidente del Parlamento Europeo, nadie quedaría con los pelos de punta.
En momentos en que la conducta errática de Trump desvela a medio mundo, no deja de ser una buena noticia saber que la primera potencia de Europa sigue en manos de "un adulto responsable”; cosa que no puede decirse de Estados Unidos.
Pese a su pinta de maestra de secundaria y su voz de monja, la señora Merkel se ha labrado una imagen de mujer firme, a la que no le tiembla el pulso a la hora de tomar medidas controvertidas, como la de abrirles la frontera a millones de inmigrantes que desde 2015 han llegado a su país a buscar asilo. Aunque hace dos años parecía una decisión suicida, a juzgar por la ventaja que hoy le dan los sondeos, podría decirse que sus compatriotas siguen confiando en ella. Al fin y al cabo esos 12 años de desgaste también son 12 años de experiencia.
Y fuera de sus fronteras el mundo la respeta como estadista, gracias a su templanza y a que ha demostrado que es la única líder de Europa capaz de plantarle cara a Trump. Sin complejos. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio.
Vladdo es el seudónimo del caricaturista y periodista colombiano Vladimir Flórez.

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