El 19 de mayo pasado, nuestra coalición de gobierno volvió a ganar. Las mayorías municipales y congresuales que nos han sido otorgadas nos dan un poder esencial en los asuntos de Estado, por 4 años más. Se podrá analizar de la forma que se quiera, y la conclusión puede ser una sola: Luis Abinader recibió un espaldarazo de nuestra sociedad.
En medio de este ambiente de ganancia, es justo ser cautos y cuidadosos. La historia, tanto la vieja como la reciente, nos enseña que en la actividad política y, más aún, en la de gobernar, las insatisfacciones se podrán aplazar, pero jamás eliminar. En sociedades como la nuestra, donde las deudas sociales, los problemas postergados y las injusticias sin corregir, que datan de siglos, la gente acumula muy poca paciencia. Si a esa realidad milenaria le agregamos la natural inconformidad que engendra la llamada posverdad, alimentada por las redes sociales, deberemos concluir que, celebrar, sería cosa de tontos. Lo que tenemos es que trabajar aún más que antes. Sabedores de que lo que se nos viene encima es algo así como la madre de todas las batallas.
Empecemos por reconocer que en toda esta victoria hubo decepciones. Muchos, llevándonos del entusiasmo, pensábamos en porcentajes demasiados optimistas. La plaza de la capital nos dio una agria sorpresa, o lo que muchos pensamos, un mensaje de que sí, pero los estamos observando. Por eso, vuelvo al concepto de la madre de todas las batallas. Quiero ser claro con este concepto; sí, nos vamos a enfrentar a la vieja política, con sus disfraces de modernidad, de experiencia y de ahora prometer lo que en 20 años no se pudo. Esta vieja política debe ser vigilada por aquello de que, en política, los adversarios pequeños, son como los fantasmas, no existen.
También, nos vamos a enfrentar a una sociedad que sigue demandando cambios, que no está muy dispuesta para que le pidan sacrificios, cuando muchos de ellos creen que la política es el refugio de los pillos, o la morada de los avivatos. Por eso, nuestro Gobierno debe, cada vez más, dar ejemplos de transparencia y de sacrificios propios, de aquellos liderazgos que solo exigen a sus seguidores lo que ellos mismos están dispuestos a hacer. En estos tiempos, solo un Gobierno frugal, humilde, trabajador y de no aparentar, puede abocarse a corregir los desmanes de una economía que si bien funciona, necesita correcciones estructurales que a veces engendran desigualdades que condenan el futuro. La hora es de sacrificio de nuestros liderazgos, para motivar la responsabilidad de nuestra gente. En ellos confío siempre, más que en nosotros mismos. Otro de los frentes de esta madre de las batallas, es cómo organizarnos para dirigir este cambio. Los gobiernos, por más que traten, no son partidos políticos. Estos últimos, por más que se disfracen, no son gobiernos. Uno manda, el otro representa; uno ejecuta, el otro teoriza. El PRM ya va para la adolescencia y debe dejar atrás las ingenuidades de la niñez.
Nuestro gran éxito es nuestra amenaza. Habrá quienes creerán que haber ganado es una carta blanca o una patente de corso para seguir haciendo las cosas como vamos. Yo creo lo contrario, nuestra organización necesita renovarse, necesita ser más abierta, no a la membresía o a la participación, sino al pensamiento y a la formación. Solo los partidos con fuerza teórica pueden sobreponerse a las ambiciones de sus miembros.
Yo que he estado en las tres direcciones de nuestro joven partido, y en las últimas dos como secretario nacional de Finanzas puedo dar fe del gran sacrificio de nuestros dirigentes. Tanto de Andrés y Chu como de José Ignacio, Carolina y Deligne. En ellos, a todos esos hombres y mujeres que a todo lo largo de este país han hecho un partido, bajo el liderazgo de Luis, que salió de la nada. Sin recursos económicos y que en menos de una década derrotó a un poder omnipresente, y hoy es el control del Estado dominicano. Es difícil, ante esos éxitos, autocriticarse, cambiar cosas y abrirse. Ese es el reto. Estoy seguro que podemos y que de ello dependerá que ganemos la victoria, para que podamos evitar que cualquier ambición legítima nos desvíe de preservar el legado de Luis de afianzar los cambios de una sociedad que se paró, se hizo contar y hoy es el ejemplo de un continente.
El milagro dominicano llegó, ahora hay que transformarlo en la realidad dominicana. Eso tomará años, quizás más que los quedan en la tierra, pero debe ser el orgullo de esta generación, el de haber sido parte del antes y después de la República Dominicana. Termino hablando de una oposición que no se identifica bien, pues quizás no tiene cabeza. Para quien esto escribe, es el más peligroso de todos y por eso aquello de la madre de todas las batallas es el frente que representa el pesimismo, la demagogia, el populismo, los anti políticos, los anti todo. Armados como nunca en la sociedad de los views y los likes, donde titular con agresividad e insultar entretiene más que todo. Ese frente que parece novedad, pero que no lo es. Pues es la novedad de la Alemania en los 30's, de Italia en los 20's, Venezuela en los 90's del siglo pasado. Hoy, lo vemos en la ola populista de Norteamérica y su 6 de enero, en la Europa de la derecha radical, lo vemos por todas partes. Aquí en RD, esa amenaza de los falsos profetas de la mentira sexy, del mensaje chic, de la política light nos amenaza. Luis los ha mantenido a raya. ¿Podremos mantenerlos a raya? Yo creo que sí, por más difícil que sea. De eso se trata ganar la victoria. ¡Vamos!
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