OPINION: Dos experiencias con José Francisco Peña Gómez
En ocasión del 84 aniversario del natalicio de José Francisco Peña Gómez, vienen a mi memoria dos experiencias que viví con este líder político, uno de los más carismáticos de la República Dominicana en todos los tiempos.
Una es demostrativa de la sólida formación académica que él adquirió a pesar de sus orígenes humildes, y la otra del dominio escénico que siempre tuvo en las tribunas, en las cuales se caracterizó como el más grande orador de barricada de la historia dominicana.
Siendo yo muy joven lo conocí a mediados de la década de los 70 cuando ingresé a laborar como reportero de Radio Comercial. Era una época en que los periodistas de esta emisora salían a almorzar a la 1:30 de la tarde tras concluir una primera tanda de trabajo y retornaban a las 3:00 para una segunda. A mí, por ser estudiante universitario, me asignaron un horario corrido de 8:00 a 3:00 de la tarde.
A la 1:30, inmediatamente después de que terminaba la difusión del famoso noticiero “Noti-Tiempo”, comenzaba allí “Tribuna Democrática”, el programa vocero del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), organización opositora de la cual Peña Gómez era su secretario general y a la sazón su líder máximo.
En esas condiciones traté de cerca a Hatuey Decamps (quien era el director del programa), Tony Raful, Fulgencio Espinal, Rafael Moya, Juan José Encarnación y otros dirigentes del PRD que de manera activa participaban diariamente en este espacio, escuchado por no sólo por miles de perredeístas sino también (a manera de monitoreo) por miembros del gubernamental Partido Reformista, cuyo líder era Joaquín Balaguer, entonces presidente de la República.
Peña Gómez (siempre con traje oscuro, esquivo y evidenciando poca paciencia) llegaba ocasionalmente a leer discursos que traía redactados, pero de cuyo texto con frecuencia se salía para hacer enfáticas y candentes improvisaciones.
Primera experiencia
En esa época mi hermano José Pimentel Muñoz (también periodista) y yo, comenzamos a editar un periódico denominado “Tribuna del Sur” en nuestra natal San Cristóbal, ciudad en la que Peña Gómez, en su juventud, vivió y fue profesor del Instituto Preparatorio de Menores (Reformatorio) y de la Escuela Pública Juan Pablo Pina. Aprovechando esta coyuntura, de manera osada pedí a este último que me escribiera un artículo de opinión sobre la realidad sancristobalense.
Le hice este pedido en tres ocasiones: en la primera no respondió nada, en la segunda simplemente sonrió y en la tercera me dijo en tono imperativo: “Busca una grabadora, pues te voy a dictar el artículo!”.
Ni corto ni perezoso, de manera rauda, busqué este aparato y en la misma cabina donde él acababa de pronunciar un encendido discurso, comenzó a dictarme en forma impecablemente redactada (con punto y comas incluidos) un texto como ningún periodista hubiera elaborado, el cual él tituló “San Cristóbal: Imagen del Abandono”, el cual con orgullo conservo en mi humilde archivo personal.
Segunda experiencia: un extraño fenómeno
Mi segunda experiencia significativa con Peña Gómez se registró muchos años después, a mediados de la década de los 90, cuando siendo yo editor de noticias políticas del periódico Listín Diario, me tocó cubrir una manifestación que el PRD realizaba en el extremo noroeste del puente de la Diecisiete, en momentos muy álgidos de la política dominicana.
Era una de las concentraciones de masas más grandes de las que han sido efectuadas en el país en toda su historia. Había dos tarimas gigantescas, una ocupada por los principales dirigentes perredeístas (incluyendo numerosas mujeres) vestidos todos de blanco, invitados extranjeros pertenecientes a la Internacional Socialista y otras entidades, y otra por los miembros de la prensa. Me abstuve de subir a esta última y preferí ubicarme en un lugar al sur, entre la multitud, para tratar de captar mejor las impresiones y reacciones del público.
(Hay que resaltar que el PRD tenía la mala costumbre de convocar sus mítines para las 10 de la mañana y comenzarlos hasta dos horas después).
Es así como después del mediodía, bajo un candente sol de cuaresma, comenzó el discurso de un eufórico y entusiasmado Peña Gómez, quien en forma vehemente y haciendo galas de sus grandes dotes de orador de barricada, comenzó a resaltar los aportes de su partido al fortalecimiento democrático y económico de la República Dominicana.
Cuando los ánimos estaban más exaltados se produjo un extraño fenómeno: comenzó un tornado, desde el suelo, en una de las áreas, en medio de la multitud. Esto provocó un gran pánico y hubo amagos de que habría una estampida de consecuencias catastróficas, pero Peña Gómez en forma hábil gritó fuerte: “Compañeros, un momento!”. Luego en forma sosegada agregó: “Nadie se mueva compañeros!”.
Como si fueran ovejas, todos se calmaron y curiosamente el tornado cesó, lo que el hábil orador aprovechó para, en forma inmutable, continuar su discurso.
Aunque para el grueso de los presentes el mencionado fenómeno quedó como algo imperceptible y rutinario, quedó grabado en mi memoria como algo demostrativo de lo que indudablemente es EL PODER DE LA PALABRA.
sp-am
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