9 de junio de 2020
La tiranía salvadoreña
Ian Vásquez narra cómo el presidente salvadoreño Nayib Bukele se ha valido de la pandemia del nuevo coronavirus para eliminar cualquier tipo de rendición de cuentas en torno al ejercicio del poder.
Por Ian Vásquez
La pandemia del coronavirus se está cobrando una víctima más: la democracia de El Salvador. Como muchos que se han muerto por la enfermedad, la democracia salvadoreña tuvo problemas preexistentes que la ha hizo más vulnerable.
Se trata de la elección presidencial el año pasado de Nayib Bukele en un país cuyas disfunciones han permitido niveles altísimos de violencia y corrupción entre otros males. Bukele ha gobernado cada vez más como un hombre fuerte, tendencia que empezó antes del brote del COVID-19.
El 9 de febrero, tras la falta de aprobación legislativa de fondos para financiar un plan de seguridad que propuso, Bukele irrumpió en la asamblea legislativa junto con soldados armados. Fue un show político, pues la cámara estaba vacía dado que era un domingo. El presidente se puso a rezar y luego aseguró a sus seguidores que había hablado con Dios, quien le pidió tener paciencia con su oposición.
La pandemia luego ha sido aprovechada por Bukele para tomar medidas de emergencia supuestamente en nombre de la salud pública, pero que son absolutamente arbitrarias e inconstitucionales. El presidente no le hace caso a la asamblea, gobierna por decreto y, cuando la Sala de lo Constitucionalde la Corte Suprema los declara contra la ley, igual los ha aplicado. Se ha apoyado en el ejército y en la policía, que intimidan a la gente, para hacer cumplir lo que es una de las más restrictivas cuarentenas en el hemisferio.
De hecho, Bukele ha creado centros de contención a los que las fuerzas militares y policiacas han enviado a miles de personas que incumplían con la cuarentena. Se quedan allí por 15 a 30 días, aunque algunos han estado allí por meses. Las aglomeraciones en esos centros han propagado la pandemia y la falta de atención médica ha resultado en muertes evitables. Cuando la Corte Suprema declaró inconstitucional las detenciones, Bukele la desacató y proclamó que “Cinco personas no van a decidir la muerte de cientos de miles de salvadoreños”.
Usa la misma acusación contra otros críticos y opositores, inyectando su retórica de odio para poder justificar sus medidas. Al nuevo presidente de la Asociación Nacional de la Empresa Privada, un crítico del presidente, le cerró su empresa, así como lo ha hecho con otras firmas textiles. Eso ha hecho perder decenas de miles de puestos de trabajo en un sector reconocido como uno de los éxitos de la economía salvadoreña. Con tanques y armas largas cerró también centros de atención telefónicos a pesar de que su personal estaba tomando medidas sanitarias superiores a las que se toman dentro del ministerio de salud que los cerró. Esos servicios ahora se prestan desde países vecinos.
Se han abierto las puertas a la corrupción. Bukele no da mayor detalle a la hora de justificar su pedido de enormes gastos estatales, lo cual reduce la rendición de cuentas. Ha prohibido Uber y taxis, y la atención de hospitales privados respecto al coronavirus. Hay que llamar al Ministerio de Salud para fijar cita y un amigo del presidente tiene el contrato para hacer el transporte. Poco después de que la Prensa Gráfica reportara que el presidente goza de 95,7% de popularidad, lo que es literalmente increíble, ganó un contrato millonario del Estado.
Respecto a la prensa, se practica mucha autocensura. En la televisión hay poca o nula crítica al gobierno, mientras que no se deja participar a los medios críticos en las conferencias de prensa del presidente.
Por lo menos, ¿ha tenido éxito la cuarentena de Bukele? Los bajos números oficiales al respecto parecen ser falsos, pero aun aceptándolas, el país vecino de Costa Rica tiene un récord muy superior. Resulta que no es necesario establecer una tiranía para enfrentar una pandemia.
Elcato.org
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 9 de junio de 2020.
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