jueves, 7 de febrero de 2019

Si Europa tiene solución, está en la calle

EN TRANSICIÓN

Si Europa tiene solución, está en la calle

Publicada el 04/02/2019 a las 06:00


Actualizada el 03/02/2019 a las 18:39
De todos los acontecimientos políticos que se están sucediendo y van a tener lugar en el 2019, uno de los más trascendentes es, paradójicamente, uno de los que menos titulares ocupa: en mayo elegiremos a nuestros representantes al Parlamento Europeo y obtendremos una instantánea de la salud democrática de las sociedades de la Unión, que se intuye no parece estar en muy buen momento.
Herida en profundidad por una crisis económica que gestionó violando buena parte de su espíritu fundador –ahí está Grecia para comprobarlo–, Europa se enfrenta a contradicciones que estallan hoy pero que llevan larvándose hace años, quizá algunas décadas. Con el paso del tiempo se han ido agudizando y hoy saltan en forma de movilizaciones que claman en la calle secretos a gritos. Sí, el rey está desnudo. Como síntoma, el declive de los partidos y tendencias políticas que han protagonizado los años de una Europa comunitaria.
Dos de esas contradicciones están provocando movilizaciones que no deberíamos pasar por alto: la crisis de la democracia liberal representativa cuestionada por los chalecos amarillos en Francia y todo lo que ha venido después, y el movimiento contra el cambio climático y exigiendo posiciones firmes al respecto a sus gobiernos, que han lanzado estudiantes en Bélgica y Francia.
Los chalecos amarillos llevan ya meses de movilizaciones, y como muchas de las protestas de hace ya años, expresan un estado del malestar provocado por el miedo a una globalización que se intuye ingobernable, al menos para los que viven fuera del cosmopolitismo ilustrado de las grandes ciudades. A los meses de manifestaciones y discursos difusos le ha seguido una respuesta, la de los foulards rojos, que aunque también lanzan discursos críticos, dicen salir a la calle para hacer oír sus voces en defensa de la institucionalidad y de la República. Entre medio, Macron ha lanzado una consulta nacional para provocar el debate con el conjunto de la sociedad sobre cuatro grandes asuntos

  1. impuestos y gasto público
  2. organización del Estado
  3. medio ambiente
  4. ciudadanía y democracia
Más allá de lo que el debate en sí suponga y consiga alcanzar, la mera convocatoria de esta iniciativa es la evidencia de, al menos, dos cosas: 

  1. que el sistema francés -al igual que el europeo y probablemente de todo Occidente– necesita repensar cuestiones claves de su pacto de convivencia, y que la arquitectura institucional y los procesos de debate y toma de decisiones previstos no pueden abordarlo. Es hora de experimentar, de probar -y ojalá- de aprender.
  2. Otro de los grandes motivos de movilizaciones está siendo la reivindicación de políticas concretas y ambiciosas contra el cambio climático. Esta vez han sido los estudiantes, motivados por la joven sueca Greta Thunberg, quienes en Bruselas, con más fuerza, y en otros países de forma incipiente, están llenando las calles con convocatorias en más de 250 ciudades de todo el mundo. Convocan “huelga escolar por el clima” para pedir a sus gobiernos que cumplan con el deber de proteger su salud y sus vidas, con políticas ambiciosas contra el cambio climático. Su lema no puede ser más claro: Cuando vosotros hagáis vuestra tarea, nosotros haremos la nuestra. Su movilización está siendo apoyada también por el mundo científico. Toda una impugnación a lo que debería ser, sin duda, la primera labor de cualquier gobierno: velar por las vidas de sus ciudadanos y ciudadanas.

Estos son dos de los grandes conflictos que en este momento Occidente tiene ante sí, y en Europa ambos están en la calle. Si las elecciones europeas no siguieran siendo consideradas mayoritariamente, tanto por los partidos como por la ciudadanía, como elecciones de segundo grado, estas dos cuestiones protagonizarían el debate público.
Europa tiene ahora la oportunidad de reconocer, al menos, estos dos grandes retos como problemas de fondo a solucionar. Sería interesante que los viera como una oportunidad para repensarse, refundarse y fortalecerse, haciendo así más sólidos los pilares sobre los que se alzó el edificio de la UE y que hoy parecen sufrir los efectos de una profunda aluminosis. De si se escucha o no estas reivindicaciones, de la actitud que se tome ante ellas, y de la salida que finalmente se escoja depende buena parte del futuro de los europeos y europeas.
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