Philip Roth, el genio impaciente de la literatura estadounidense
Philip Roth, el prolífico y polifacético novelista que se caracterizaba por su humor negro y fue una figura preeminente de la literatura del siglo XX, murió la noche del martes en un hospital de Manhattan. Tenía 85 años.
La causa de su muerte fue insuficiencia cardiaca congestiva, dijo la escritora Judith Thurman, una amiga cercana. Roth tenía una casa en Manhattan y otra en Connecticut.
En su larga y brillante carrera, Roth usó diversos disfraces —principalmente versiones de sí mismo— en la exploración de lo que significa ser estadounidense, judío, escritor y hombre. Respaldó a novelistas de Europa del Este, como Ivan Klíma y Bruno Schulz, y también fue un apasionado estudioso de la historia de Estados Unidos y del inglés estadounidense. Más que ningún otro escritor de su época, fue constante en su exploración de la sexualidad masculina.
Sus personajes incluyen a Alexander Portnoy, un adolescente tan libidinoso que tiene sexo tanto con su guante de béisbol como con la mesa del comedor de su familia, y a David Kepesh, un profesor que se convierte en un delicado y exquisito pecho femenino de 70 kilos.
Roth era el último del triunvirato de autores —los otros dos eran Saul Bellow y John Updike— más prominente de la literatura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. Sobrevivió a los otros dos y, avivado por un extraordinario segundo aire, Roth escribió más novelas que ellos. En 2005 se convirtió en el tercer escritor vivo (después de Bellow y Eudora Welty) cuyos libros se consagraron en la colección Library of America.
“Updike y Bellow lanzan la luz de sus linternas hacia el mundo y lo revelan como es ahora”, dijo Roth alguna vez. “Yo cavo un hoyo y lanzo la luz de mi linterna a lo profundo”.
El Premio Nobel siempre eludió a Roth, pero el escritor obtuvo la mayoría de los galardones más prestigiosos del mundo literario: en dos ocasiones ganó el Premio Nacional del Libro de Estados Unidos, le concedieron el Premio Nacional del Libro del Círculo de Críticos de Estados Unidos en dos oportunidades, también fue distinguido con tres premios PEN/Faulkner, un Pulitzer y el Premio Man Booker International.
Cuando llegó a los 60 años, una edad en la que muchos escritores están decayendo, Roth produjo una excepcional secuencia de novelas históricas —Pastoral americana, La mancha humana y Me casé con un comunista—, producto de un nuevo compromiso personal con su país.
Además, comenzando con Elegía, novela publicada en 2006 cuando tenía 73 años, mantuvo un incesante ritmo de un libro al año y publicó textos que si no eran necesariamente los más importantes, sí eran ferozmente inteligentes y agudamente observadores. De alguna manera sus temas eran los estragos de la edad y la mortalidad misma, y al publicarlos Roth parecía estar manteniendo a raya, desafiante, su propio declive.
A Roth se le agrupaba con frecuencia junto a Bellow y Bernard Malamud como parte de los “Hart, Schaffner y Marx de la literatura estadounidense”, pero se resistía a esa etiqueta. “El epíteto de escritor judío-estadounidense no significa nada para mí”, dijo. “Si no soy estadounidense, no soy nada”.
Sin embargo, a veces casi en contra de su voluntad, escribía una y otra vez sobre los temas de la identidad judía, el antisemitismo y la experiencia judía en Estados Unidos. A menudo regresaba, en especial en su obra tardía, al vecindario Weequahic de Newark donde creció y que en sus textos se convirtió en una especie de Edén: un lugar de orgullo, frugalidad, diligencia y aspiraciones de la clase media.
Era un lugar donde a nadie se le escapaba “el poder de intimidar que emanaba de los confines más altos y más bajos del Estados Unidos de los gentiles”, escribió, y a pesar de ello era un espacio donde ser judío y ser estadounidense eran prácticamente algo indistinguible. Al referirse a su padre en Los hechos, una autobiografía, Roth apunta: “Su repertorio nunca fue amplio: la familia, la familia, la familia. Newark, Newark, Newark. Judío, judío, judío. Algo parecido al mío”.
La realidad y la ficción se desdibujan
El vehículo favorito de Roth para explorar ese repertorio fue él mismo, o más bien alguno de los múltiples alter ego ficticios que desplegaba como un intermediario, negociando la engañosa frontera entre la autobiografía y la invención, y desdibujando deliberadamente los límites entre la vida real y la ficción.
Nueve de las novelas de Roth están narradas por Nathan Zuckerman, un novelista cuya carrera es un paralelo cercano a la de su creador. Otras tres están narradas por David Kepesh, un académico a quien le gusta escribir y que comparte algunas de las preocupaciones de Roth, en especial las mujeres. Y a veces Roth prescindía por completo del disfraz, o al menos así parecía.
El protagonista de Operación Shylock es un personaje llamado Philip Roth, a quien suplanta otro personaje, quien ha robado la identidad de Roth. En el centro de La conjura contra América, un libro que inventa un Estados Unidos donde Charles Lindbergh gana las elecciones presidenciales de 1940 e inicia una matanza secreta de judíos, está una familia de Nueva Jersey apellidada Roth que se parece en todos los detalles a la del autor.
“Hacer una biografía de mentiras, una historia falsa, fraguando una existencia medio imaginaria a partir del drama verdadero de mi vida es mi vida”, le dijo Roth a Hermione Lee en una entrevista de 1984 para The Paris Review. “Debe haber algún placer en esta vida y es ese”.
Ocasionalmente, como en Engaño, una novela breve de 1990 sobre un escritor llamado Philip que escribe sobre un escritor que sostiene un romance con uno de sus personajes inventados, este malabarismo parece un juego de dobles que produce vértigo. Con mayor frecuencia, y en especial en La contravida (1986), la obra maestra de Roth en esta esfera, el resultado es una profunda investigación sobre las afirmaciones opuestas y sobrepuestas de la ficción y la realidad, en la que cada una aspira a la condición de la otra y la noción del yo se convierte en una invención heroica y traicionera al mismo tiempo.
El otro gran tema de Roth era el sexo o la lujuria masculina, que en sus libros es tanto una fuerza vital como un principio de furia y desorden. Es el sexo, o la incontrolable necesidad de practicarlo, lo que atormenta al pobre y culposo Portnoy, quizá el personaje más famoso de Roth, quien desea desesperadamente “ser malo… y disfrutarlo”.
Por su parte, Mickey Sabbath, el protagonista de El teatro de Sabbath, una de las más importantes novelas tardías de Roth, es de muchas maneras un Portnoy viejo pero aún atrapado por la lujuria, nostálgico y enojado contra la indignidad de la vejez y al mismo tiempo a salvo de los impulsos suicidas por la conciencia de que hay mucha gente que ama odiar.
En público, Roth, alto y apuesto, era cortés y encantador, pero no le gustaban las conversaciones triviales. En privado, era un comediante y mimo con grandes dotes. Sus amigos decían que si su carrera como escritor alguna vez hubiera decaído, podría haberse ganado la vida fácilmente haciendo comedia en vivo. Pero en su persona, como en su escritura, había una especie de intensidad, una impaciencia con el arte que no se tomaba en serio a sí mismo.
Algunos escritores “fingen ser más amables de lo que son y otros fingen ser menos”, le dijo a Lee. “Eso queda al margen. La literatura no es un concurso de belleza moral. Su poder surge de la autoridad y la audacia con la que se realiza la suplantación; la creencia que inspira es lo que cuenta”.
Philip Milton Roth nació en Newark el 19 de marzo de 1933 y fue el menor de dos hijos (su hermano, Sanford, un artista comercial conocido como Sandy, murió en 2009). Su padre, Herman, era un gerente de seguros en Metropolitan Life que sentía que los gentiles que dirigían la empresa habían arruinado su carrera. Alguna vez Roth lo describió como una mezcla del capitán Ahab y Willy Loman. Su madre, Bess Finkel, era secretaria antes de casarse, tras lo cual se convirtió en una ama de casa de la heroica vieja escuela: del tipo, sugirió una vez Roth, que transforman la limpieza en un arte.
La familia vivía en un apartamento de cinco habitaciones en la avenida Summit, en el que había solo tres libros que fueron regalos de cuando alguien había enfermado, contaba Roth. Asistió a la preparatoria Weequahic, donde fue buen estudiante, pero no tanto como para obtener una beca para Rutgers, como él había esperado. En 1951 se inscribió a un propedéutico de leyes en el campus de Newark de Rutgers, con la idea vaga de convertirse en “un abogado para los desamparados”.
Sin embargo, ansiaba vivir lejos de casa, así que al año siguiente se cambió a la Bucknell University en Lewisburg, Filadelfia, un lugar del que no sabía casi nada, excepto que a un vecino de Newark parecía haberle ido bien ahí. Inspirado por una profesora, Mildred Martin, con quien mantuvo una larga amistad, Roth dejó su interés por las leyes y se sumergió en la literatura. Ayudó a fundar la revista literaria del campus, en la que en un brote temprano de su fuerza satírica publicó una parodia tan devastadora del periódico de la universidad que le ganó una amonestación por parte del decano.
Roth se graduó de Bucknell con honores en 1954 y ganó una beca para la Universidad de Chicago, donde obtuvo un grado de maestría en 1955. Ese mismo año se enlistó en el Ejército pero sufrió una lesión en la espalda durante el entrenamiento básico y fue dado de baja por razones médicas. En 1956 regresó a Chicago a estudiar el doctorado en literatura, pero lo abandonó después de un tiempo.
Enfurecer a los rabinos
Por ese entonces, Roth había comenzado a escribir y a publicar cuentos; con ellos, en 1959, ganó una beca Houghton Miffling para publicar lo que se convirtió en su primera recopilación de relatos, Adiós, Columbus. Ganó el Premio Nacional del Libro de Estados Unidos en 1960, pero fue criticado —en un indicio de los problemas que se avecinaban— por algunos rabinos influyentes, quienes estaban en contra del retrato de los Patimkin, la familia mundana y asimilada que protagoniza una de sus novelas cortas, y se indignaron mucho más por el cuento “Defender of the Faith”, que trata de un sargento del Ejército judío asolado por reclutas ineptos de su misma religión.
En 1962, como miembro de un panel en la Universidad Yeshiva, Roth fue tan atacado por ese cuento que decidió nunca más escribir sobre judíos. Pero pronto cambió de opinión.
“Mi humillación ante los judíos beligerantes de Yeshiva —de hecho, la furiosa resistencia judía que desperté prácticamente desde el principio— fue lo más afortunado que me pudo pasar”, escribió más tarde. “Me marcó”.
Después Roth calificó a sus primeras dos novelas de “trabajo de aprendiz”. Letting go, publicada en 1962, se derivó en partes casi iguales de Bellow y Henry James. Cuando ella era buena, de 1967, es el libro que más se aleja de su estilo, pues es una historia del tipo de las de Theodore Dreiser o Sherwood Anderson situada en el Medio Oeste blanco, protestante y anglosajón en la década de 1940.
Cuando ella era buena en parte está basada en la vida y la familia de Margaret Martinson Williams, con quien Roth comenzó una tormentosa relación en 1959. Williams, divorciada, con un hijo y una hija, conoció a Roth mientras trabajaba como mesera en Chicago, y lo engañó para casarse con él fingiendo estar embarazada.
El escritor contaba que se “esclavizó” al sentido de victimización de ella. Se separaron en 1963, pero Williams se negó a divorciarse, y siguió siendo una presencia fastidiosa en su vida hasta que murió en un accidente automovilístico en 1968 (aparece como Josie Jensen en Los hechos, y más o menos poco disfrazada, como la exasperante Maureen Tarnopol en la novela Mi vida como hombre).
Tras la separación, Roth regresó al este de Estados Unidos y comenzó a trabajar en El mal de Portnoy, la novela por la que quizá es más conocido y que sin duda estableció el récord de la mayor cantidad de masturbaciones por página. Fue un parteaguas no solo para Roth, sino también para las letras estadounidenses, que nunca habían visto algo así: un largo y desquiciado monólogo, al mismo tiempo sucio e hilarante, de un joven judío neurótico que trata de liberarse de sus asfixiantes padres y vive atormentado por el deseo de tener sexo con mujeres no judías.
Ese libro fue “un experimento de exuberancia verbal”, dijo Roth, y rompió deliberadamente con todas las reglas.
La novela, publicada por primera vez en 1969, se convirtió en un éxito de ventas, pero las reseñas fueron dispares. Josh Greenfeld, en The New York Times Book Review, la llamó “justo la novela que todos los escritores judío-estadounidenses han intentado escribir de una u otra forma desde el final de la Segunda Guerra Mundial”.
Por otro lado, Irving Howe (en quien se inspiró Roth para crear al pomposo y rígido crítico Milton Appel en La lección de anatomía) escribió en una larga crítica de 1972: “Lo más cruel que alguien puede hacer con El mal de Portnoy es leerla dos veces”.
Los rabinos se quejaron de nuevo. Gershom Scholem, el gran estudioso de la cábala, declaró que el libro era más dañino para los judíos que Los protocolos de los sabios de Sion.
La fase autobiográfica de Roth comenzó en 1974 con Mi vida como hombre, el que según dijo es quizá su libro con menos alteración de la realidad, y continuó con la trilogía de Zuckerman —El escritor fantasma (1979), Zuckerman encadenado(1981) y La lección de anatomía (1983)—, que examina la vocación autoral e incluso la naturaleza de la escritura misma.
Zuckerman reapareció en La contravida (1986), donde parece morir de un infarto, pero luego es resucitado. Operación Shylock (1993), que Roth presentaba como una “confesión” y no una novela (aunque en la última oración apunta: “Esta confesión es falsa”), incluye a dos Roth, uno verdadero y otro falso, y el verdadero afirma haber sido espía del Mossad. El libro, con su sentido de realidad cambiante e identidad inestable, surgió en parte de algo muy cercano a un colapso nervioso por el que pasó Roth cuando se hizo adicto a las pastillas para dormir Halcion, tras una cirugía de rodilla en 1987, y de una depresión grave que padeció después de una operación de baipás en 1989.
En ese periodo, Roth pasaba la mitad del año en Londres con la actriz Claire Bloom, con quien comenzó a vivir en 1976. Se casaron en 1990 pero se divorciaron cuatro años después. En 1996, Bloom publicó unas memorias tituladas Leaving the Doll’s House, donde lo presenta como un misógino controlador, tan ególatra que se negaba a permitir que la hija que ella tuvo con el actor Rod Steiger viviera con ellos porque le parecía aburrida.
Nunca le había gustado llamar la atención y tras estas acusaciones Roth se recluyó aún más y jamás contestó públicamente, aunque en privado las negaba. Algunos críticos encuentran paralelos poco amables entre Bloom y su hija y los personajes Eve Frame y su hija, Sylphid, de Me casé con un comunista.
Una trilogía estadounidense
Una vez terminado el matrimonio, Roth se mudó definitivamente a Estados Unidos y comenzó la tercera fase importante de su carrera. Regresó, dijo, porque se sentía desconectado: “Fue mi redescubrimiento de Estados Unidos como escritor”.
El teatro de Sabbath, que se publicó en 1995 y ganó el Premio Nacional del Libro de Estados Unidos, no se trata ni de Roth ni de Zuckerman, sino de Morris Sabbath, conocido como Mickey, un extitiritero de 60 años. Su voz no podía ser sino estadounidense: una arenga enojada, cómica y lujuriosa.
“En este nuevo libro la vida se representa como una calentura anárquica en el desmán contra la muerte y sus heraldos, la vejez y la impotencia”, escribió Frank Kermode en The New York Review of Books, y añadió: “En realidad solo hay una manera en la que pueda contarse esa historia: de forma desafiante, con una furiosa energía fálica”.
Al igual que El mal de Portnoy, El teatro de Sabbath parecía liberar a su autor, pero las obras inmediatas —lo que Roth definía como su trilogía estadounidense: Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana— tratan menos sobre el sexo que sobre la historia o los momentos traumáticos de la cultura estadounidense. Zuckerman regresa como el narrador de esas tres novelas, pero ahora está en sus 60 años, es impotente y padece cáncer de próstata. Su prosa es más sencilla, más sonora, menos presuntuosa, y él es menos un protagonista y más un observador e intérprete.
Los libros están llenos de densos detalles descriptivos sobre asuntos aparentemente lejanos a Roth, como la fabricación de guantes o la pesca en el hielo. Aparece Swede Levov (Pastoral americana), un hombre de negocios supuestamente brillante de Newark, un atleta dotado casado con la Señorita Nueva Jersey de 1949, cuya vida queda destruida en los años sesenta cuando su hija adolescente se convierte en una terrorista antibélica y pone una bomba que mata a un transeúnte inocente.
Ira Ringold (Me casé con un comunista) es una estrella de una serie radial durante el macartismo que queda incluido en la lista negra y es denunciado públicamente por su propia esposa. Y Coleman Silk (La mancha humana), un profesor de letras clásicas, de raza negra que pasa como blanco, se equivoca de manera inocente en el aula mientras tiene lugar la impugnación de Bill Clinton y termina perseguido, de manera inmisericorde, por las personas políticamente correctas.
Estos libros no carecen de momentos cómicos, pero la historia que cuentan no es una broma: está más cercana a la tragedia. En 2007, Roth mató a Zuckerman en la triste y emotiva Sale el espectro, una novela que hace eco inteligentemente e invierte los temas de El escritor fantasma, la primera de las novelas de Zuckerman. Mientras tanto había comenzado una serie de novelas más cortas que, tras la publicación de Némesis en 2010, comenzó a llamar “Las némesis”. La secuencia comenzó en 2005 con Elegía, que comienza en una tumba y termina en un quirófano.
Ese libro estableció el tono para los restantes: Indignación (2008), una especie de cuento de fantasmas sobre un joven estudiante a quien se expulsa injustamente de la universidad y se envía a pelear en la Guerra de Corea; La humillación (2009), que trata sobre un actor que ha perdido sus dotes, y Némesis, acerca de la epidemia de polio de la década de 1950.
Su prosa se hizo más breve y, en el caso de Némesis, deliberadamente directa y poco literaria, y aunque estos libros tienen varios momentos sexuales, se cierne sobre ellos algo más oscuro y desolador.
Sin embargo, la existencia misma de estos libros, que salían confiablemente cada año, parecía contradecir su mensaje. “El tiempo no ha hecho presa de mi mente. Debería, pero no lo hace”, le dijo Roth a David Remnick en The New Yorker en el año 2000. Y añadió: “No sé a qué llegará esto, y ya no importa, porque no hay un alto. Todo lo que quieres hacer es lo obvio. Solo hacerlo bien”.
Algunas de sus novelas se adaptaron para el cine: Adiós, Columbus en 1969, La mancha humana en 2003 y Pastoral americana e Indignación en 2016.
Roth pasaba la mayor parte de su tiempo en su caserío del siglo XVIII en Connecticut y regresaba a Nueva York sobre todo en el invierno, cuando se ponía tan loco por la soledad y la reclusión que les hablaba a las marmotas. Trabajaba, en las noches leía (sobre todo libros que no fueran de narrativa) y a veces escuchaba un partido de béisbol.
En cierta manera llegó a parecerse a su propia creación, Nathan Zuckerman, quien al final de un capítulo de Sale el espectro pregunta: “¿No es nuestro cociente de dolor lo suficientemente impactante sin la amplificación ficticia, sin darles a las cosas una intensidad que es efímera en vida y a veces incluso pasa desapercibida?”.
“No para algunos”, continúa. “Para unos cuantos, esa amplificación, que evoluciona sin certeza de la nada, constituye su única seguridad, y lo no vivido, las conjeturas, trazadas en papel o impresas, es la vida cuyo significado les importa más”.
En 2010, justo después de Némesis, Roth decidió dejar de escribir. Primero no le dijo a nadie porque, como comentó, no quería ser como Frank Sinatra, que anunció su retiro y de inmediato reapareció. Pero se adhirió al plan y en 2012 anunció oficialmente que ya no escribiría más. Una nota pegada en su computadora decía: “La batalla con la escritura ha terminado”.
Era famoso por pasar días interminables frente a su escritorio donde trabajaba de pie, tirando más hojas de las que conservaba, y en una entrevista de 2018 dijo que estaba agotado. “Para entonces ya no poseía la vitalidad mental, la energía verbal ni la condición física necesarias para emprender y sostener un ataque creativo grande de cualquier duración”.
Se adaptó a la vida de un retirado del Upper West Side, viendo a amigos y asistiendo a conciertos. Se comunicaba con frecuencia con su biógrafo designado, Blake Bailey, a quien a veces inundaba de notas, y también sufría tratando de enmendar un recuento erróneo de su vida en Wikipedia.
Sobre todo leía: textos que no fueran narrativos de preferencia, pero hacía excepciones a veces con alguna novela. Una de las últimas que leyó fue Asymmetry, de Lisa Halliday, un libro sobre una joven que sostiene un romance con un novelista que está envejeciendo y que se parece demasiado a Roth: es divertido, amable, acre, apasionado, gran lector, devoto de la tienda Zabar’s y de las películas viejas.
En una entrevista, Roth aceptó que él y Halliday habían sido amigos, y añadió: “Ella me atrapó”.
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