6 de enero de 2015 -
Se precisa de una clara y firme política de Estado en contra de la corrupción sin castigo y a favor de una gestión racional, transparente y eficiente de los fondos públicos. Este es el año para la atención ineludible a este problema. La vara con la que mida el gobierno este problema se usará para medirlo ¡Es hora de hacer lo que nunca se ha hecho!
Cuando el peledeísmo era un embrión de dignidad y su literatura política vendida en la sombra de la clandestinidad, Vanguardia del Pueblo, órgano oficial de difusión del partido, era un artículo de colección. Recuerdo que siendo aún adolescente intercambiaba libros por ejemplares del periódico. Eran tiempos de romántica inspiración insurreccional. El cuidado artesanal puesto por el profesor Juan Bosch en cada edición hacía de esa propuesta una creación editorial sin par en el periodismo ideológico.
En ocasión de la celebración de su trigésimo noveno aniversario, la versión digital de ese periódico, publicó, en agosto del año pasado, un artículo del profesor Juan Bosch sobre el significado del “Álbum de la Corrupción”. Al introducir su presentación, la redacción del periódico hizo las siguientes ponderaciones: “…fue una locura colectiva lo que se armó en las calles de Santo Domingo con la circulación de esa edición. La gente perseguía al “Álbum de la Corrupción” como a pan salido del horno. El resultado de este frenesí fue que se vendieron de esa edición 132 mil ejemplares, cosa nunca vista en el país hasta ese momento de 1981”. Ciertamente haber alcanzado una lectoría de esa magnitud, bajo los severos condicionamientos tecnológicos y políticos de la época, era un verdadero hito. Para las generaciones que no vivieron ese acontecimiento, el “Álbum de la Corrupción” fue una entrega especial que recogía la denuncia de los actos de corrupción más destacados del gobierno del PRD de entonces. A partir de su publicación el PLD lustró su prestigio como partido de referencia ética. Sus denuncias eran respetadas, y la honestidad, como valor del ejercicio público, se convirtió en su marca emblemática.
Con casi dieciséis años en el poder, el PLD, abatido por una profunda quiebra ética, renuncia a la tutoría ética de la gestión pública. El otrora partido de la denuncia audaz y responsable, hoy calla, omite y tapa. Ante la percepción de que sus gobiernos han sido los más corruptos de la historia dominicana, según recientes mediciones, el PLD, lejos de entrar en procesos de revisión autocrítica, defiende ilusamente la conducción ética de sus administraciones. La razón más poderosa es la más simple: hablar del tema supone cuestionar al líder. Es lo que pasa en el hogar cuando se menciona la fidelidad conyugal en presencia de un padre promiscuo; la lealtad de sus hijos pierde grandeza. Hoy muchos peledeístas honestos sufren el estigma de la corrupción por culpa ajena. La sujeción a esa pesarosa circunstancia es tan ruin como servil.
El encubrimiento ha vestido todos los atuendos: desde la insolente banalización hasta la mezquina politización. Para los “defensores éticos” del gobierno hablar de corrupción es propiciar la división política del PLD, como si la suerte del país estuviera colgada al duelo de los egos que bate en ese partido.
Los escándalos han crecido en número y en magnitudes, por eso su disimulo se hace cada vez más vano, entonces se juega a la estrategia de la distracción. Así, en los laboratorios de inteligencia de los medios afectos al gobierno se coloca en línea de producción una sucesión de hechos sin dimensión noticiosa pero que tienen como objeto y efecto alejar la atención pública de los verdaderos escándalos. En ese contexto uno se pregunta: ¿cómo es posible que la designación diplomática de Nikauly de la Mota haya tenido más persistencia que la denuncia internacional del pago de un soborno millonario por la compra de los aviones Tucano? Todavía es el momento en el que el Senado de la República no ha movido un dedo ni siquiera para asear su imagen. La sospecha del rumor público vaga entre las curules sin tropezar con la dignidad de alguno de sus miembros que reclame responsablemente el desagravio. El mismo caso judicial del senador Félix Bautista está siendo utilizado como columna de humo. Le temo a una expiación.
Otro argumento más estructurado para eludir el tema de la corrupción es la inminencia de una “invasión haitiana”. Este espinoso y complejo tema ha sido el mejor ardid; un arma de distracción de uso clásico. Ahora solo son verdaderos nacionalistas y patriotas los que se ocupan del problema haitiano, como se si tratara de un asunto nuevo. No soy dado a hablar en primera persona, pero adelantándome a seguras reacciones prejuiciosas, quien escribe advirtió, desde antes de la crisis de Aristide, sobre las consecuencias internacionales para el Estado dominicano por su destemplada política migratoria y de frontera. En uno de mis trabajos llegué a sostener, como ahora enfatizo, que “mientras las relaciones entre las dos naciones estén subordinadas a prácticas, esquemas y estructuras comerciales mafiosas, todo empeño de formalización y de respeto de las respectivas soberanías se diluirá en las intenciones” (Haití-República Dominicana: Bajo el control de la mafias, GJ, 2001) La primera causa de la masiva inmigración ilegal es la corrupción de los dos países. No se puede hablar de soberanía con una institucionalidad fallida. El Estado dominicano está padeciendo hoy la secuela de una larga historia de irresponsables omisiones. La pérdida de respeto de ciertos centros políticos de la comunidad internacional hacia la soberanía migratoria del Estado dominicano es fruto, en parte, de una mala y pobre defensa de sus gobiernos. No le resto relevancia a la intromisión de poderes extranjeros en asuntos de soberanía nacional, pero tampoco debe ser motivo para descalificar el reclamo por moralizar las bases de un Estado que, como consecuencia de sus administraciones corruptas, despreció su propio respeto para reclamar derechos internacionales. Los bien intencionados sentimientos nacionalistas que animan estas legítimas aprensiones son manipulados por esta trama ilusiva del núcleo ultraderechista de siempre. Pero no quiero darle más beligerancia al tema para no caer en la misma trampa que con él se procura. La cuestión crítica es la corrupción.
El presidente Medina entra en el crítico segundo año de su gestión. Su romance popular pronto empezará a perder encanto y la población conciente le demandará más. Ya la diferencia con el estilo de los gobiernos anteriores agotará su aporte en la popularidad de un gobierno que ha hecho poca cosa por el tema de la impunidad pasada y la corrupción presente. Si el presidente deja diluir este año sin acciones de contundencia, su gestión perderá trascendencia. El gastado discursillo de que “quien tenga pruebas que someta” o “que el Poder Judicial es independiente” no es suficiente. Se precisa de una clara y firme política de Estado en contra de la corrupción sin castigo y a favor de una gestión racional, transparente y eficiente de los fondos públicos. Este es el año para la atención ineludible a este problema. La vara con la que mida el gobierno este problema se usará para medirlo ¡Es hora de hacer lo que nunca se ha hecho!
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