Trump considera que ha llegado la hora de “trabajar constructivamente con Rusia”
El presidente de EEUU afirma que discutió con Putin crear una Unidad de Ciberinteligencia para evitar casos como el jaqueo electoral
Washington
Para Donald Trump, las tensiones con Rusia son capítulo pasado. Tras el fin de un G-20 que ha mostrado su soledad internacional, el presidente de Estados Unidos exhibió este domingo al mundo su nueva relación. Poco importó la investigación abierta por la injerencia electoral del Kremlin o los modos despóticos de Vladímir Putin. “Ha llegado el momento de trabajar constructivamente con Rusia”, afirmó en un serie de tuits en los que, para desazón de sus servicios de inteligencia, llegó a propugnar la creación con Moscú de una “impenetrable Unidad de Ciberseguridad” para protegerse precisamente “del jaqueo electoral y muchas otras cosas”.
Trump llevó al G-20 la bandera de su aislacionismo. Se quedó orgullosamente solo en la ruptura con el Acuerdo de París y dio carta de naturaleza a una nueva correlación de fuerzas internacional. Para Washington, los acuerdos deben ser renegociados bajo un solo denominador común: el interés propio. Guiado por esta máxima, el presidente de la nación más poderosa del mundo se alejó de las grandes escenificaciones, aguantó el chaparrón de críticas y se lanzó a una intensa diplomacia bilateral. Reuniones cara a cara, como la de China o México, que en Hamburgo no dieron mayores frutos y se quedaron en vagas promesas. Excepto con Vladímir Putin. En su encuentro con el presidente ruso, Trump acordó un alto el fuego en el suroeste de Siria y, como han demostrado hoy los tuits matinales, dio luz a una relación privilegiada.
El movimiento habría entrado en el juego diplomático habitual entre potencias si sobre Moscú no pesase la acusación, lanzada por la CIA, el FBI y la NSA, de haber interferido en los comicios. “Vladímir Putin ordenó una campaña en 2016 contra las elecciones presidenciales de Estados Unidos. El objetivo de Rusia era socavar la fe pública en el proceso democrático, denigrar a la secretaria Clinton y dañar su elegibilidad y potencial presidencia. Putin y el Gobierno ruso desarrollaron una clara preferencia por Trump”, sostuvieron en diciembre pasado las tres agencias de inteligencia.
La operación, que culminó en sanciones, fue dirigida por el servicio secreto ruso e incluyó la infiltración desde julio de 2015 hasta junio de 2016 de los ordenadores del Comité Demócrata Nacional, así como el saqueo de las cuentas de altos cargos próximos a Clinton, entre ellos su jefe de campaña, John Podesta. Se trató, según el informe de inteligencia, de la “mayor operación conocida hasta la fecha para interferir” en la vida política de Estados Unidos.
Este es el punto de partida de la trama rusa. Un escándalo en el que el propio presidente está siendo investigado. Tanto un fiscal especial como el FBI tratan de determinar si hubo coordinación entre el equipo de campaña de Trump y el Kremlin, y si posteriormente el presidente, ya en la Casa Blanca, intentó obstruir las pesquisas con decisiones tan polémicas como la destitución del director del FBI, James Comey.
En sus tuits, el republicano intenta escapar de la sospecha. Recuerda que las sanciones a Rusia permanecen intactas. “¡Nada se hará hasta que el problema ucranio y sirio sean resueltos!”, afirma. Y busca evitar la acusación de connivencia con un toque de firmeza ante el líder ruso: “Le presioné fuertemente dos veces a Putin sobre la injerencia de Rusia en las elecciones. Él lo negó vehemente”. Y nada más.
Pese a la inmensa tormenta desatada en Washington por la injerencia electoral y las sospechas que rodean a la Casa Blanca, el presidente no sólo da por zanjado el asunto sino que, en un paso destinado a la polémica, anuncia que está dispuesto a crear una Unidad de Ciberinteligencia contra el jaqueo electoral con el mismo país que atacó los comicios de Estados Unidos. Aunque no lo hace explícito, esta paradójica propuesta refrenda a quienes han sostenido que en Hamburgo el presidente de EEUU dio por buena la posición de Putin, que siempre ha negado la injerencia, o que al menos la encapsuló como parte del pasado.
El paso es arriesgado. El escándalo de la trama rusa no ha dejado de crecer en los últimos meses. Los intentos de Trump por volverlo en contra de Barack Obama, a quien acusa de no haberlo evitado, han fracasado una y otra vez. Y su propio empecinamiento en que restarle importancia, no hacen sino alimentar la sospecha de connivencia.
Es un juego de alto voltaje. Trump ha puesto por encima del escándalo nacional su relación por el líder ruso. Pese a las advertencias de sus asesores, ha hecho caso omiso de sus desmanes y ha inaugurado un vínculo especial. Mucho más cercano en lo personal que con la canciller alemana, Angela Merkel, o el presidente francés, Emmanuel Macron. El alcance de esta relación y sus implicaciones estratégicas están por ver. Pero de momento, Rusia, tras haber atacado el proceso electoral estadounidense, ha logrado su objetivo. Putin puede sonreír. https://internacional.elpais.com/internacional/2017/07/09/estados_unidos/1499604808_957487.html?id_externo_rsoc=TW_CM_INTER
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