CIUDAD DE MÉXICO — Hay un movimiento internacional que lucha por preservar la familia “tradicional” y combatir lo que llaman la “ideología de género”, una corriente de pensamiento que supuestamente lleva a negar las “diferencias naturales” que existen entre hombres y mujeres y que está permeando las leyes de múltiples países. Está conformado por organizaciones sociales, políticas y religiosas, como CitizenGo en España, el Centro Democrático en Colombia y el Consejo Mexicano de la Familia y la Iglesia Católica en México.
Tienen una agenda concreta que incluye el rechazo del matrimonio entre personas del mismo sexo y de la adopción homoparental, los derechos de las personas trans, la educación sexual en las escuelas y el aborto, todo bajo el estandarte de los derechos de los niños y niñas, y de la protección de la familia “natural”.
Este movimiento ha sido entendido como un antagonista de los derechos de las personas LGBT. La realidad, sin embargo, es que sus estrategias y políticas no solo tienen el potencial de afectar a este grupo. Lo que este movimiento busca es reinstaurar, ahí donde se ha debilitado, un orden de género que ha servido históricamente para negarle principalmente a las mujeres una variedad de derechos.
Y nada lo ilustra mejor que el escándalo en el que se ha visto envuelto uno de sus representantes en México, Juan Dabdoub, el presidente del Consejo Mexicano de la Familia.
Antes de proseguir, aclaremos: los grupos que conforman el movimiento han sido sumamente cuidadosos con los mensajes que comunican. No proponen reformar las leyes para restringir los derechos políticos o laborales de las mujeres, ni buscan negarles a los hombres, por ejemplo, el derecho a cuidar a sus hijos. Pero sí buscan reinstaurar la lógica que históricamente justificaba ese tipo de restricciones. La base del pensamiento de grupos así es que los hombres y las mujeres simplemente son diferentes: “física, sexual y psicológicamente”. Algo que quizá puede parecer inofensivo, pero que no lo es.
En México, esta idea sobre las diferencias entre los hombres y las mujeres era la que se utilizaba para negarles a ellas el derecho al voto. Como llegó a argumentar el secretario del Congreso Constituyente de 1917 para justificar esta exclusión: “La diferencia de los sexos determina la diferencia en la aplicación de las actividades”. En otras palabras: dado que el hombre y la mujer sondiferentes, les toca desarrollar actividades diferentes.
¿En qué se consideraba que eran diferentes los hombres y las mujeres? La Ley del Matrimonio Civil de 1859, que sobrevivió de una u otra forma hasta el siglo XXI, ofrece una respuesta: los hombres tenían “como dotes sexuales” “el valor y la fuerza”, mientras que las mujeres tenían “la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura”. Por lo mismo, a ellos les correspondía darle a la mujer “protección, alimento y dirección”, mientras que a ellas les tocaba ofrecer “obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo”. A ellos les correspondía votar; a ellas cuidar a la familia. Ellos debían trabajar fuera de casa; ellas solo excepcionalmente, y no en cualquier trabajo.
Este trato diferenciado no era considerado discriminatorio. Quienes sostenían esta visión, consideraban que el hombre y la mujer eran iguales en dignidad. No era que el hombre valiera más que la mujer, ni viceversa: valían lo mismo. Simplemente tenían diferencias absolutas que les impedían hacer a una lo que el otro hacía, y viceversa. Erandesiguales, si bien complementarios.
La lucha por la igualdad de género ha ido erradicando esta concepción del orden jurídico. No solo porque restringe injustificadamente derechos, sino porque también está detrás de mucha de la violencia que viven las mujeres y las personas LGBT.
Pero es justo esta visión la que, en México, el Consejo Mexicano de la Familia está tratando de reinstaurar, a través de una iniciativa de reforma que busca agregar al artículo 4 de la Constitución Federal la idea de que “el varón y la mujer, siendo diferentes y complementarios entre sí, son iguales ante la ley”. Como en el siglo XIX, la diferencia a la que se refieren no es solo “biológica”.
Creen que los hombres y las mujeres son diferentes “física, sexual y psicológicamente”. Y si bien hoy utilizan esta lógica para negar los derechos de las personas LGBT, sientan las bases para legitimar restricciones más amplias. Esto es lo que se pudo entrever la semana pasada.
Por iniciativa de CitizenGo, la estrategia más reciente de estos grupos ha sido la de pasear por decenas de ciudades un autobús naranja que muestra, dependiendo del contexto, diferentes mensajes afines a su agenda. El martes pasado, el autobús visitó Tepantitlán, Jalisco, después de haber pasado por Ciudad de México, Puebla, Bogotá, Nueva York y Madrid.
Como en otras visitas, los organizadores se tomaron el tiempo para platicar con los medios de comunicación. Dabdoub era uno de ellos. Todo parecía ir conforme a lo planeado, hasta que una mujer del público los comenzó a cuestionar. Dabdoub intentó silenciarla… tapándole la boca con la mano.
La fuerte discusión pública sobre las violencias machistas que afectan a las mujeres en México disparó la indignación contra Dabdoud. Se entiende: no solo estamos frente a un hombre que se atrevió a tocar a una mujer sin su consentimiento, sino que la tocó para callarla cuando lo cuestionó.
Esta doble transgresión, una materialización casi perfecta del machismo, me hizo recordar el ensayo escrito por la clasicista Mary Beard sobre la voz pública de las mujeres. O, más bien: sobre los momentos, en la literatura clásica y en la actualidad, en los que los hombres han privado a las mujeres de su voz pública.
El ejemplo principal que da Beard es el de Telémaco en la Odisea. Luego de que su madre, Penélope, le pide a un bardo en la fiesta en la que estaban que cambie de melodía, el joven le dice: “Madre mía, marcha a tu habitación y cuida de tu trabajo, el telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se ocupen del suyo. La palabra debe ser cosa de hombres, de todos, y sobre todo de mí”.
Según esta óptica, el acto de Dabdoub se inscribe en una tradición antigua, en la que los hombres se reservan el derecho de hablar en público y también el de asegurarse que las mujeres no lo hagan, recordándoles que cada uno tiene su función y su lugar.
Por eso, no fue difícil para muchas personas conectar el acto de Dabdoub con la visión más amplia de su movimiento. Su gesto dejó entrever lo que está en el fondo de su mensaje. Ese mismo día circuló en las redes sociales una imagen en la que se muestra a una pareja en la que un hombre aparece tapándole la boca a una mujer. Luego otra en la que aparece el padre tapándole la boca a la madre y el hijo tapándole la boca a su hermana. El mensaje, entre ambas, es claro: “Esta es la familia tradicional que buscan reinstaurar. Ese es el orden natural de las cosas en el que creen. Esa es la verdadera ideología de género”.
Y tienen razón.
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