viernes, 24 de octubre de 2025

Editorial: Artibonito, el último bastión de la soberanía alimentaria haitiana

 

Editorial: Artibonito, el último bastión de la soberanía alimentaria haitiana

Por Luis Orlando Díaz Vólquez / @GuasabaraEditor

El 18 de octubre de 2025, un vídeo difundido por Infos Partage mostró una escena que, más allá de la semántica técnica de los economistas del desarrollo, representa una herida abierta en el corazón agrícola de Haití. La destrucción sistemática de los arrozales del Valle del Artibonito por bandas armadas no es solo una "perturbación de los sistemas de producción agrícola", como se ha querido suavizar. Es un acto de guerra contra la soberanía alimentaria de un país que ya depende en un 80% de las importaciones para satisfacer su consumo de arroz.

Este escenario de colapso no es una distopía lejana. Es una posibilidad tangible que se cierne sobre Haití, y que recuerda tragedias históricas como la hambruna irlandesa del siglo XIX o la de Bengala en 1943. En ambos casos, la concentración geográfica de la producción alimentaria y la falta de alternativas convirtieron crisis locales en catástrofes nacionales. Haití, con su dependencia casi total del Artibonito para el arroz, se encuentra en una situación aún más precaria.

La República Dominicana, país vecino, ha tomado medidas para blindar su producción nacional de arroz frente a amenazas externas. Mediante el decreto 693-24, se ha garantizado que el arroz consumido por los dominicanos siga siendo de producción local, protegiendo tanto a los productores como a la seguridad alimentaria del país[2]. Esta decisión contrasta con la vulnerabilidad haitiana, donde la falta de políticas de protección y el abandono de la infraestructura agrícola han dejado al Artibonito como un punto de falla sistémico.

La editorialización de este escenario exige una reflexión profunda sobre el papel de los Estados, las organizaciones internacionales y la sociedad civil. ¿Cómo es posible que, en pleno siglo XXI, un país con capacidad agrícola suficiente para alimentar a su población esté al borde de perder su último bastión de autonomía alimentaria? ¿Qué responsabilidad tienen los actores regionales ante esta crisis que amenaza con desatar una hambruna silenciosa?

La respuesta no puede limitarse a la contabilidad de toneladas importadas ni al cálculo del impacto inflacionario. Como bien señala Réginald Surin, detrás de cada punto porcentual de inflación hay una familia que salta comidas, un niño que abandona la escuela, una comunidad que se desintegra. La economía moral de la supervivencia, esa red de solidaridad que sostiene a las comunidades rurales, está siendo desgarrada por la violencia y la indiferencia.

El presidente de la República Dominicana, Luis Abinader, en su discurso de rendición de cuentas, ha mostrado cómo una política agropecuaria sostenida puede fortalecer la seguridad alimentaria, reducir la subalimentación del 8.3% al 4.6% y aspirar al hambre cero[1]. Haití, por el contrario, se enfrenta a una "fragilidad en cascada", donde el colapso del Artibonito podría desencadenar una dependencia absoluta de las importaciones, con todas las implicaciones geopolíticas, sociales y económicas que ello conlleva.

La comunidad internacional no puede seguir mirando hacia otro lado. La declaración de las bandas haitianas como organizaciones terroristas por parte del gobierno dominicano[2] es un llamado de alerta. La seguridad alimentaria no es solo una cuestión de producción; es también una cuestión de paz, de gobernanza, de dignidad.

El Artibonito no es solo una llanura fértil. Es el símbolo de una Haití que aún resiste, que aún sueña con alimentar a sus hijos con el fruto de su tierra. Cada campo incendiado, cada agricultor desplazado, cada canal de riego destruido, acerca a los haitianos al abismo. Pero también nos recuerda que aún hay tiempo para actuar. Que la soberanía alimentaria no es una utopía, sino una urgencia./

@LuisOrlandoDia1

Referencias

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