Donald Trump se enrocó este domingo en su polémico veto migratorio, en medio del estupor global y pese al revés judicial que paraliza las deportaciones, impasible ante la segunda gran protesta multitudinaria en sus apenas ocho días como presidente de EE UU. El decreto ha sido su primera gran medida con resultados tangibles y también la primera que se ha topado con la justicia. Aun así, Trump defendió la iniciativa y su jefe de gabinete no descartó “llevarla aún más lejos”.
En la convención republicana de julio en Cleveland (Ohio), que coronó a Trump como candidato presidencial, una musulmana trumpista, Sabah Ahmed, explicaba a este periódico que no temía “aquello que había dicho” sobre prohibir la entrada de musulmanes como medida antiterrorista. “Es que no podrá hacerlo, es algo anticonstitucional”, decía. En otras palabras, ahí estaría el sistema para frenar desmanes de su político.
Cinco meses después, el decreto migratorio de Trump está a la altura de sus promesas electorales más febriles, de aquello que parecían excesos verbales de un hombre ya de por sí excesivo, showman y empresario convertido en político, ahora presidente.
En cierto modo, tenía razón Sabah, el sistema ha frenado en parte la orden ejecutiva de Trump, pero solo en parte. El sábado por la noche una juez federal de Nueva York bloqueó la deportación de unas 200 personas que se calculaba habían quedado retenidas en los aeropuertos norteamericanos ese mismo día cuando se disponían a entrar en el país con su visado en regla.
Esta primera derrota del republicano es muy parcial: el veto sigue vigente para aquellos que no estaban ya volando camino de Estados Unidos el pasado sábado. Y el Departamento de Seguridad Interior ya advirtió este domingo de que seguiría con el veto, aun respetando el fallo judicial en cuanto a las deportaciones.
A lo largo del fin de semana, jueces de otros tres Estados (Massachusetts, Virginia y Washington) emitieron órdenes en el mismo sentido y 15 fiscales prometieron batallar. El primer fallo se conoció en una jornada aciaga, mientras algunas aerolíneas ya empezaban a negar el embarque a ciudadanos musulmanes, los manifestantes se agolpaban en las terminales de grandes aeropuertos y reinaba la confusión. Básicamente, miles de ciudadanos en todo el mundo no sabían ya si podrían entrar o no en Estados Unidos.
De origen alemán
Trump, nieto de un inmigrante alemán aunque durante décadas la familia hizo creer que sus orígenes eran suecos, se crio en la zona más multiétnica de Nueva York, el barrio de Queens. Durante su campaña, ha agitado el nacionalismo blanco. Este domingo, pese a la batalla judicial que se avecina, se reafirmó: “Nuestro país necesita ahora fronteras fuertes y controles extremos. Miren lo que está pasando por toda Europa y en el mundo. ¡Un lío horrible!”, dijo. “Gran cantidad de cristianos han sido ejecutados en Oriente Medio. ¡No podemos permitir que este horror continúe!”, añadió. Trump contempla la excepción con los cristianos en su veto, aludiendo a la persecución.
Hubo críticas en su propio partido. Los republicanos John McCain y Lindsey Graham advirtieron de que temían que, a la postre, el decreto ayude a reclutar terroristas para el Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) y sea “una herida autoinfligida en la lucha contra el terrorismo”.
Mientras, las concentraciones se sucedían en el país. La mecha de las protestas había prendido el sábado en el aeropuerto JFK de Nueva York, donde se detuvo a los dos primeros iraquíes, y se extendió a los de de Chicago a San Francisco pasando por San Francisco o Dallas. Sabah Ahmed, la musulmana trumpista, no dejaba de publicar en su cuenta de Twitter noticias de senadores republicanos y líderes internacionales que criticaban el veto.
De momento, la suspensión de las expulsiones se mantendrá hasta el 21 de febrero, de acuerdo con la orden de la juez Ann Donnelly. Una entidad de defensa de los derechos civiles, la American Civil Liberties Union (ACLU), presentó la denuncia en nombre de Hamid Jalid Darwish y de Haider Samir, los dos iraquíes detenidos en el JFK de Nueva York, pero como magistrada federal su decisión afecta a todo el país.
El decreto intenta sortear el problema de la inconstitucionalidad señalando como objetivos países que consideran “especialmente preocupantes”: Irán, Irak, Libia, Somalia, Sudán, Siria y Yemen. Pero el jefe de gabinete de Trump, Reince Priebus, advirtió de que no descartan “llevar aún más lejos” la medida y que la lista se amplíe “a su debido tiempo”. Aclaró después que el veto no afecta a quienes ya poseen un permiso de residencia legal en EE UU, la llamada green card, aunque sí dijo que estos se verían sometidos a “más control”.
El choque de esta política en la sociedad estadounidense, hecha de inmigrantes, se palpaba o en el JFK. En las placas de los agentes que formaban los cordones policiales, los apellidos árabes, hispanos o italianos eran mayoría. “Nueva York es pura diversidad. Donald Trump puede ser de Nueva York, pero no es un neoyorquino porque aquí acogemos a todos”, decía Pamela Margolin, una abogada judía de 47 años. “Con la prohibición de ahora, mis antepasados no hubieran sobrevivido”, dijo.
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