Es otro, es distinto
Algunos jamás hablaron ni se quejaron. Trabajaban, amantes del oficio, también con temor y sumo cuidado, ejercían sus funciones, en ocasiones impuestas, sin derecho a decir no.
El tino estaba en saber distinguir, con presteza y astucia, entre el delito común y el político. La fina hendidura que determinaba permanecer con vida, no solo en la función. Atormentaba, pero la práctica y el instinto ayudaban a diferenciar. Ocurría aquello reeditado durante los 12 años de presos políticos y políticos presos. Después de mayo del 1961, la mayoría de esos servidores judiciales, continuó trabajando, su experiencia era determinante para encaminar la justicia en tiempos sin Trujillo, aunque el asomo de democracia fuera tímido. Maestros del derecho sin duda, algunos dicharacheros otros además de locuaces estudiosos y productivos conformaron la bibliografía esencial para la comprensión del Derecho dominicano. La formación de varias generaciones de profesionales del derecho, fue al amparo de obras como: “La Responsabilidad Civil” de Juan Morel, “Crímenes y Delitos contra la cosa pública” de Rosell, las imprescindibles Notas de Derecho Penal y Procesal Penal de Leoncio Ramos, su Criminología. El Derecho Constitucional de Manuel Amiama, las Notas de Derecho Procesal de Herrera Billini, el Derecho Procesal Civil Dominicano de Froilán Tavares. Los apuntes de Néstor Contín Aybar, el “Estudio sobre la Propiedad Inmobiliaria en la República Dominicana” de Ruiz Tejada, los aportes de Manuel Ubaldo Gómez, los códigos anotados. El acopio jurisprudencial de ese ejemplo de dedicación y amor por el servicio público, el eminente Manuel Bergés Chupani. Jurista que comenzó su carrera en La Vega- 1945- como Juez de Paz, a los 26 años y recorrió el territorio nacional con traslados que significaban desafíos y ascensos, hasta llegar como juez a la Suprema Corte de Justicia y luego presidirla en el periodo 1982-1986.
El comienzo de la vida sin Trujillo retó al poder judicial, produjo cobardías similares a las existentes durante la tiranía. La historia del devenir de un poder tan criticado está en recopilaciones y testimonios. Mejor, peor, diferente. Porque no es la misma población ni son iguales los conflictos. Themis tiene otro ropaje y el miedo anda pululando sin nido. Quizás mejor, tal vez peor. La sociedad es otra y el procedimiento diferente obligó la transformación del ejercicio y de la capacitación. De la época rutilante de los licenciados sabios el asombro comparte con doctorandos ágrafos como exigencia para competir y postular. La evaluación del Poder Judicial en democracia sin incluir a los abogados y abogadas, no solo es incompleta sino irreal, cómplice. El demérito de ese poder, divulgado con insistencia, aspira el retorno a la barbarie de la justicia privada y a la impunidad de las élites. Es la pretensión de resolver las pendencias en despachos y sin arbitraje. Los cambios propiciados por diversos sectores que comienzan en el 1994 hasta las reformas consignadas en la Constitución del 2010, ameritan reflexión. La crítica mediática a la justicia dominicana desconoce el día a día de los tribunales, desconoce que existe la Carrera Judicial. Es la época de la inscripción en la Escuela Nacional de la Judicatura y del concurso público para acceder al poder judicial sin padrinazgo. Existe el Consejo del Poder Judicial, y la creación del Consejo Nacional de la Magistratura fue celebrada por tirios y troyanos. Es otro el Poder Judicial, es distinto. Jorge Subero Isa, pasado presidente de la Suprema Corte de Justicia, propalaba con orgullo en su discurso del 7 de enero del año 2007 que: “De una estructura arcaica, obsoleta e inoperante, hemos convertido el aparato judicial en una maquinaria moderna, dotándolo de una independencia orgánica y funcional, donde los demás poderes públicos han protegido y respetado esa independencia.” Antes del 1997 cualquier imputación ofendía, mortificaba. Obligaba al descrédito, a la humillación como aquella del mercado persa. Para denostar o ponderar el poder judicial hoy, es necesario evaluar las instancias creadas como solución a sus problemas. Es ahí donde el escalpelo debe actuar para encontrar el error.
El tino estaba en saber distinguir, con presteza y astucia, entre el delito común y el político. La fina hendidura que determinaba permanecer con vida, no solo en la función. Atormentaba, pero la práctica y el instinto ayudaban a diferenciar. Ocurría aquello reeditado durante los 12 años de presos políticos y políticos presos. Después de mayo del 1961, la mayoría de esos servidores judiciales, continuó trabajando, su experiencia era determinante para encaminar la justicia en tiempos sin Trujillo, aunque el asomo de democracia fuera tímido. Maestros del derecho sin duda, algunos dicharacheros otros además de locuaces estudiosos y productivos conformaron la bibliografía esencial para la comprensión del Derecho dominicano. La formación de varias generaciones de profesionales del derecho, fue al amparo de obras como: “La Responsabilidad Civil” de Juan Morel, “Crímenes y Delitos contra la cosa pública” de Rosell, las imprescindibles Notas de Derecho Penal y Procesal Penal de Leoncio Ramos, su Criminología. El Derecho Constitucional de Manuel Amiama, las Notas de Derecho Procesal de Herrera Billini, el Derecho Procesal Civil Dominicano de Froilán Tavares. Los apuntes de Néstor Contín Aybar, el “Estudio sobre la Propiedad Inmobiliaria en la República Dominicana” de Ruiz Tejada, los aportes de Manuel Ubaldo Gómez, los códigos anotados. El acopio jurisprudencial de ese ejemplo de dedicación y amor por el servicio público, el eminente Manuel Bergés Chupani. Jurista que comenzó su carrera en La Vega- 1945- como Juez de Paz, a los 26 años y recorrió el territorio nacional con traslados que significaban desafíos y ascensos, hasta llegar como juez a la Suprema Corte de Justicia y luego presidirla en el periodo 1982-1986.
El comienzo de la vida sin Trujillo retó al poder judicial, produjo cobardías similares a las existentes durante la tiranía. La historia del devenir de un poder tan criticado está en recopilaciones y testimonios. Mejor, peor, diferente. Porque no es la misma población ni son iguales los conflictos. Themis tiene otro ropaje y el miedo anda pululando sin nido. Quizás mejor, tal vez peor. La sociedad es otra y el procedimiento diferente obligó la transformación del ejercicio y de la capacitación. De la época rutilante de los licenciados sabios el asombro comparte con doctorandos ágrafos como exigencia para competir y postular. La evaluación del Poder Judicial en democracia sin incluir a los abogados y abogadas, no solo es incompleta sino irreal, cómplice. El demérito de ese poder, divulgado con insistencia, aspira el retorno a la barbarie de la justicia privada y a la impunidad de las élites. Es la pretensión de resolver las pendencias en despachos y sin arbitraje. Los cambios propiciados por diversos sectores que comienzan en el 1994 hasta las reformas consignadas en la Constitución del 2010, ameritan reflexión. La crítica mediática a la justicia dominicana desconoce el día a día de los tribunales, desconoce que existe la Carrera Judicial. Es la época de la inscripción en la Escuela Nacional de la Judicatura y del concurso público para acceder al poder judicial sin padrinazgo. Existe el Consejo del Poder Judicial, y la creación del Consejo Nacional de la Magistratura fue celebrada por tirios y troyanos. Es otro el Poder Judicial, es distinto. Jorge Subero Isa, pasado presidente de la Suprema Corte de Justicia, propalaba con orgullo en su discurso del 7 de enero del año 2007 que: “De una estructura arcaica, obsoleta e inoperante, hemos convertido el aparato judicial en una maquinaria moderna, dotándolo de una independencia orgánica y funcional, donde los demás poderes públicos han protegido y respetado esa independencia.” Antes del 1997 cualquier imputación ofendía, mortificaba. Obligaba al descrédito, a la humillación como aquella del mercado persa. Para denostar o ponderar el poder judicial hoy, es necesario evaluar las instancias creadas como solución a sus problemas. Es ahí donde el escalpelo debe actuar para encontrar el error.
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