Opinión
La izquierda fascista
Acumulamos suficiente experiencia como para saber que los principales defensores del régimen tiránico de Venezuela (y de Cuba) justifican los crímenes de estos tiranos
Por Pilar Rahola
Ayer, en un día grandioso, una multitud de personas, desde cualquier lugar del mundo, nos emocionamos con la ceremonia que se estaba celebrando en el legendario salón del ayuntamiento de Oslo. Todo era bello, elegante, digno: la inusual sobriedad de Danny Ocean cantando Alma Llanera; el impecable “J’accuse” de Jørgen Watne Frydnes en su magnifico discurso de denuncia; la emoción de Ana Corina Sosa, acariciándonos el alma; sus palabras, intensas, profundas, sabias. Y en el centro de todo, ella, María Corina Machado, la mujer que nunca se rindió, más presente que nunca en su forzada ausencia. Su foto serena presidiendo el salón era el símbolo que ponía rostro a la lucha ingente de un pueblo que acumula sangre, dolor y pérdidas, y en ese lugar y día, Venezuela tocaba la historia. Una fiesta de la democracia en defensa de la democracia, unidos en un ideal de libertad.
Reconozco la emoción que me duró todo el día y probablemente me durará siempre en el recuerdo. A veces, a los buenos les pasan cosas buenas, y ese Nobel que recibía María Corina era exactamente eso: algo bueno para la buena gente que da esperanza a un pueblo tan torturado. Pero, de las luces a las sombras, el día también ofreció mensajes de odio en las redes oscuras, allí donde habitan los amigos, los cómplices, los voceros del mal. Eran las difamaciones, las mentiras, la propaganda de los sospechosos de siempre, esos que, en nombre del pueblo, odian al pueblo. “Los de la izquierda, ya sabes que aman a Maduro”, me dice alguien, y me quedo con la frase, como si fuera normal, banal, lógica.
Es cierto. Acumulamos suficiente experiencia como para saber que los principales defensores del régimen tiránico de Venezuela (y de Cuba) son intelectuales, opinadores y políticos que se definen progresistas, vocean su discurso de progreso y alzan la bandera de la justicia, y, sin embargo, justifican los crímenes de estos tiranos. ¿Cómo es posible que en nombre de la libertad se defienda a un Maduro que la pisotea cada día en el cuerpo del millar de presos políticos que tiene en sus cárceles? ¿Cómo puede conciliarse una ideología que asegura buscar el progreso con estos tiranos que lo destruyen todo?
Se puede, y se puede porque hay una izquierda abiertamente reaccionaria que desprecia profundamente a la democracia liberal y a las libertades que conlleva. En realidad, una izquierda que siempre ha odiado a los valores occidentales. Es la misma que enviaba a Pinochet a los infiernos, pero elevaba a Castro a los altares, la misma que denostaba a Hitler, pero defendía a Stalin. Y hoy por hoy, la misma que ataca a Israel, pero justifica a Irán, o denigra a Estados Unidos, pero calla ante las barbaridad de Rusia. De hecho, no es sorprendente que las dos democracias más sólidas del planeta, Estados Unidos e Israel, sean las más odiadas por estos gurús de la izquierda irredenta. Hábiles en el dominio del relato público, se han hecho los dueños y señores del paraíso de las redes sociales, allí donde las consignas sustituyen a las ideas. Y desde ese nuevo dominio, imponen un pensamiento único que expulsa, estigmatiza y neutraliza cualquier disidencia. El ejemplo más brutal de esta capacidad de imponer el relato y demonizar a quienes no lo compran, ha sido el 7 de octubre y la posterior guerra de Gaza, donde la izquierda ha construido el discurso de odio contra los judíos más masivo desde los tiempos del nazismo. Sin ninguna duda es la responsable del brutal aumento del antisemitismo en el mundo, lo cual es una pirueta histórica, no en vano han tomado el relevo a los discursos judeofobias de los viejos fascismos europeos.
¿Cómo es posible que esta izquierda mantenga aún el prestigio intelectual? Y la pregunta no es baladí porque los hechos son contundentes: defienden a un dictador asentado en un narco estado; se alían con presidentes que en nombre del pueblo, roban al pueblo; ignoran la tragedia de las mujeres afganas; callan ante las atrocidades de los ayatolas; silencian el dolor de los cristianos perseguidos; y, en el juego de la geopolítica, se sitúan al lado de Rusia, China o Irán, mientras critican furibundamente las bases de las democracias occidentales. Y, sin embargo, se otorgan el patrimonio de las ideas de justícia, solidaridad y progreso, y con ello mantienen el dominio cultural.
Quizás el problema está en el nombre. Mientras la extrema derecha representa lo que es -intolerancia, regresión, represión, violencia-, y por ello recibe el repudio mayoritario, la extrema izquierda es lo mismo, pero camuflada. Pongo el ejemplo de los titulares en la prensa española a raíz de las elecciones de Chile. Decían que se debaten entre “la progresista Jara, y la extrema derecha de Katz”. Jara, militante del partido comunista de Chile, convertida en “progresista”, y el liberal Katz, convertido en extrema derecha. Colocado el adjetivo, el substantivo queda marcado.
Pero de todos los ejemplos posibles, el más claro es el de Venezuela. Maduro perpetra todo tipo de barbaridades, desde robar las elecciones, y ejercer una brutal represión, hasta convertir Venezuela en un paraíso criminal. Es el paradigma del sátrapa ignorante y violento que conduce su país al desastre. Y sin embargo, continúa teniendo el aplauso de los Petro y los Pablo Iglesias de turno, eternos paladines del pueblo, mientras el pueblo se muere de hambre. Llamar progresismo a eso es una mueca dantesca. En realidad se trata de otro tipo de fascismo, el fascismo de izquierdas, tan intolerante y antidemocrático como el de derechas, e igualmente violento.
Un fascismo que odia a María Corina Machado porque encarna como nadie la lucha por los valores democráticos, y son esos valores a los que realmente teme. Al final es Sartre y Camus. El Sartre que defendía a Pol Pot y a Stalin, y el Camus que se enfrentaba ásperamente a sus posiciones, convencido de que la única lucha que tenía sentido es la de la libertad. El campo de juego no es entre derechas o izquierdas, sinó entre demócratas y no demócratas, es decir entre quienes creen en los valores de la libertad, y quienes los desprecian y los pisotean. Maduro es un antidemócrata, y el resto no importa.
“Venezuela volverá a respirar”, ha dicho María Corina en boca de su hija Ana Corina y ha dedicado el Nobel a “los héroes anónimos de la resistencia”. Ha sido su grito de esperanza, y el eco ha llegado a todos los rincones del mundo donde se defiende la libertad.
https://www.infobae.com/america/opinion/2025/12/11/la-izquierda-fascista/
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