El discurso de Vox
El discurso de Vox durante esta campaña permite identificar cuáles son los elementos que lo articulan y conocer mejor a lo que nos estamos enfrentando. Incluye todos los componentes ideológicos que caracterizan a un partido de extrema derecha: nacionalismo, reacción al cambio cultural, nativismo y autoritarismo. Aquí describo este discurso utilizado en recientes vídeos electorales, entrevistas y mítines de campaña.
El elemento sin duda más presente es el de la unidad nacional contra el “golpe de estado” en Cataluña. El Estado de las Autonomías aparece como el peor de todos los males y su disolución y consiguiente ahorro como la solución a todos los problemas, desde las becas hasta las pensiones. No he escuchado directamente la conocida expresión franquista, pero adaptan el MAGA de Trump para Hacer España Grande Otra Vez. Las menciones a la Reconquista y la imagen de sus líderes a caballo estilo Cid Campeador refieren a un pasado glorioso al que retornar.
El segundo elemento es un rechazo visceral al cambio cultural que desde hace décadas caracteriza las sociedades avanzadas. El énfasis se sitúa especialmente en el rechazo al feminismo, al matrimonio entre personas del mismo sexo y al aborto. Vox habla constantemente de la criminalización de los varones que supone la ley contra la violencia de género. En cambio, ensalza las tradiciones populares rurales y religiosas, como las fiestas y las procesiones.
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El tercer elemento es el nativismo, es decir, la idea de en España deben vivir y ser ciudadanos de primera los nativos, y que los que vienen de fuera son fundamentalmente una amenaza. Criminaliza la inmigración, muy especialmente la islámica, y defiende el cierre de fronteras. La política económica (de corte neoliberal) no ocupa un lugar demasiado importante en el discurso de Vox, más allá de alguna referencia a la reducción de impuestos.
El autoritarismo se refleja en el uso intensivo de un lenguaje bélico. Su discurso está plagado de expresiones como “hemos venido al ataque” y de términos con connotaciones militares como “caídos”, “derrota”, “victoria”, “coraje”, “traición”, “invasión”, “combate” y “honor”. La épica está muy presente en las imágenes de sus videos, con actos heroicos de su líder (subiendo una montaña en solitario) y música de El Señor de los Anillos que cualquier joven puede reconocer.
Junto a estos elementos ideológicos, hay una gran capacidad para pulsar agravios y convertirlos en resentimiento y odio. Vox dice que viene a representar a todos esos incomprendidos que son despreciados simplemente por querer defender España, controlar las fronteras, disfrutar de las tradiciones populares, proteger la vida, reducir el despilfarro de 17 parlamentos, pagar menos impuestos y que las viejas heridas permanezcan cerradas. Y que encima son criminalizados simplemente por ser hombres. Sobre este resentimiento se construyen los enemigos, muy claramente definidos: los independentistas que quieren “romper España”, las “feministas radicales”, las “manadas de inmigrantes”, los musulmanes. Es muy difícil no ver aquí incitación al odio.
El contenido de carácter populista es relativamente escaso en el discurso de Vox, por lo que cabría dudar de si este partido es un caso de derecha radical populista. Ésta, aunque iliberal, tiene una dimensión democrática nominal que apela a la primacía de la soberanía popular frente a la élite corrupta, y esto aquí está presente sólo de refilón. Las definiciones de populismo más utilizadas (por ejemplo, Mudde, Rovira-Kaltwasser, Hawkins) suelen identificar cuatro elementos: papel central del pueblo, anti-elitismo, maniqueísmo, y primacía de la soberanía popular. En Vox no hay claras apelaciones al pueblo como sujeto (más allá de las referencias a “España”), ni una elite claramente identificada (más allá de “combatir a los culpables”). Se hacen algunas referencias positivas al Poder Judicial y al imperio de la Ley que a priori no son propias del populismo (justamente porque, en principio, suelen ser límites de la voluntad popular). Sí que hay populismo punitivo (se pide la instauración de la cadena perpetua), pero eso es en realidad más autoritarismo. Sólo uno de los componentes del populismo está claramente presente y en cantidad: el maniqueísmo. La “luz”, la “verdad”, el “bien”, la “belleza”, la “decencia”, la “libertad” de ellos, frente a la “oscuridad”, la “corrupción”, la “mugre” de los otros, los enemigos, los objetos del odio.
En cambio, el discurso de Vox hace pensar en algunas de las caracterizaciones del fascismo. Es posible identificar, por ejemplo, todas y cada una de las “pasiones movilizadoras” que Paxton enumera como características del fascismo: la primacía del grupo (la nación española); la creencia de que el grupo es una víctima de sus enemigos (los independentistas, las feministas, los inmigrantes); el horror ante la decadencia del cosmopolitismo liberal y el individualismo (representado por la corrección política de la izquierda, los progres, y, otra vez, las feministas, pero también por la “derechita cobarde”); la autoridad de sus líderes naturales -siempre hombres- que encarnan el destino del grupo en esas imágenes épicas; y la belleza percibida en la violencia y la voluntad cuando éstas sirven al éxito del grupo en la lucha contra sus enemigos. Ellos son perfectamente conscientes y, a pesar de argumentar que están por encima de la izquierda y la derecha, se apropian del término facha, que consideran una “medalla en el pecho”.
Todo esto no ha surgido de pronto y de la nada. Es la extensión y la radicalización de algo que ya existía contenido (en el doble sentido de la palabra) dentro del PP, y que se ha alimentado desde hace tiempo en lo que se refiere a Cataluña, porque traía réditos electorales. La aparición de Ciudadanos, la corrupción sistémica y la batalla por el liderazgo tras la marcha de Rajoy han debilitado al PP lo suficiente como para hacer insostenible esa integración. Precisamente por ser éste el origen de VoxX, se hace difícil pensar que el PP esté en condiciones de trazar la línea roja necesaria ante un posible socio de gobierno cuyo discurso es incompatible con cualquier concepción de la democracia. Aun así, estaría bien que, tal y como se esperaría de un partido conservador y de un partido liberal, las derechas valoraran la opción de comportarse responsablemente y practicar una política de cordón sanitario en lugar de ponerse rápidamente del lado del discurso del odio.
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