En Directo | 27 SEP 2018, 12:00 AM
¿Cuál es la idea? ¿Jodernos?
JOSÉ LUIS TAVERAS
La naturaleza humana está dominada por tres fuerzas oscuras: la culpa, el miedo y la vergüenza. Vencerlas es un acertijo que en ocasiones consume toda nuestra vida. El poder político retoza con esos monstruos y a través de ellos doma la resistencia de los gobernados. Así, las dictaduras manipulan con el miedo; las democracias con la culpa del pasado; el populismo, con las vergüenzas del sistema. En cualquier escenario, la estrategia nos arrastra a la misma perversión: aniquilar la voluntad del cambio.
No pocas veces algunos ingenuos nos hemos preguntado ¿si en la sociedad dominicana concurren las condiciones para germinar otra actitud colectiva, por qué no termina de nacer? Motivos nos sobran; sin embargo, predomina una sorda apatía social. Lo extraño es que mientras más vulnerables nos hacemos a los influjos globales (en hábitos de consumo, estilos de vida y patrones sociales) somos más conservadores para impulsar acciones de construcción social. Esa conformidad no solo nos arrincona en nuestros propios temores, sino que oxigena un sistema político agonizante recostado sobre una institucionalidad cada vez más barata.
La mayor parte de las encuestas de los últimos veinte años muestran tendencias contradictorias de opinión frente a desafíos comunes; así, mientras la mayoría entiende que su situación está peor que antes o que el rumbo del país no es el mejor, generalmente termina aprobando las gestiones de los gobiernos responsables de tales insatisfacciones. No hay duda de que esa ambivalencia está atravesada por factores subjetivos de valoración en los que el miedo, la autocensura y la complacencia al poder no dejan de tener una cuota importante.
Soportamos los agravios y los abusos de la autoridad sin más disputa que la indignación. Sabemos que el sistema no compensa los aportes que cada uno hace como sujeto de obligaciones. La gente entiende que cumple con su parte, pero que poco o nada recibe del todo; las rentas del crecimiento y del bienestar siguen quedando en manos de una minoría poderosa. En otras culturas ese relato sería suficiente para atizar un hervidero social; aquí ni cosquillea. Las reacciones contra ese cuadro son temerosas, propias de espectadores aburridos. Ese ausentismo social es irresponsable y nos niega como nación. Es que no es lo mismo una ciudadanía activa en la vigilancia y corrección del estatus público que un sistema abandonado a las arbitrariedades de sus poderes, pero en nuestra cultura “democrática” eso es subversivo.
A todos nos preocupa el deterioro de la institucionalidad, la delincuencia de Estado, los patrones de impunidad, el festín del gasto, el maniático endeudamiento, la indefensión ciudadana y la disolución de la ética pública, pero ¿qué estamos haciendo? No hay contrapesos fuertes para forzar cambios, revertir conductas ni exigir derechos sociales y políticos. Prevalece un sentido de rendición o abandono.
He sostenido que la nación es un concepto en construcción. Más que una noción jurídica o política supone una comprensión homogénea de la identidad; una cosmovisión armada por objetivos comunes; un colectivo estructurado políticamente con base en un sentido natural de pertenencia. Cuando en una sociedad no existe esa visión de lo que es ni de lo que espera ser, es cualquier cosa menos nación: quizás un agrupamiento o asentamiento humano.
El problema de fondo de la sociedad dominicana es no haber encarnado ese concepto socialmente dinámico de nación. Somos tres sociedades superpuestas ligadas por algunas identidades circunstanciales dadas por la convivencia. Es posible que bailemos bachata, comamos sancocho y aclamemos a Pedro Martínez, pero eso no nos define sustancialmente. El concepto de nación de un chiripero de Gualey no tiene nada que ver con el de quien toma un helicóptero de la Anacaona a Casa de Campo.
Cuando las sociedades son tan desiguales como la nuestra, cohesionar una visión común (que rebase sus profundas asimetrías sociales) supone un trabajo inacabado de concertación social. ¿Acaso compartían la misma narrativa nacional un blanco y un negro en la Sudáfrica del apartheid? Obvio que no, porque sobre todas las cosas faltaba el sentido vital y necesario de pertenencia al todo, a la colectividad. Ese que nos falta.
Aquí tenemos una elite que entiende la nación como una plaza y a los ciudadanos como clientes; su contribución patriótica es dar empleo y pagar impuestos. Asume al Estado como un ente llamado a atender lo que ella no puede (o no quiere) y a mantenerle un clima socialmente despejado a sus inversiones. Resiente de la intromisión del Estado a menos que sea para facilitar sus rentas, exonerar sus cargas o hacer negocios. A ese segmento apenas le importa un Estado económico funcional basado en el laissez faire. Evita compromisos que desbordan la agenda de sus intereses. La nación pierde razón cuando no le garantiza la sostenibilidad o rentabilidad de sus negocios.
En el otro extremo subyace una base social desconectada de cualquier realidad que no sea la subsistencia como desafío del día a día. Resolver el diario es lo único con significación existencial en su pobre cuadro de expectativas. Hablarle de nación y futuro a un ciudadano que apenas sabe si va a comer ese día puede ser obsceno. Su valor en el sistema es su voto, ese que empeña como mercancía. Se trata de dos extremos unidos quizás por la misma indiferencia.
En el medio se diluye una clase social aprensiva que le teme a cualquier riesgo. Este segmento se aferra a un proyecto de realización innegociable, pero cada día más resbaladizo. Sufre más sensiblemente las consecuencias del deterioro institucional, pero ante cualquier amenaza que ponga a prueba su precaria estabilidad no demorará en buscar otros horizontes.
Integrar visiones tan dispersas en un objetivo coherente de nación demanda el liderazgo que no tenemos, la conducción que necesitamos y el compromiso que eludimos. La pregunta: ¿a quién le dejaremos esto? Por favor evitemos la respuesta. Todos sabemos que late entre nosotros como un clamor mudo. Si no estamos dispuestos a tomar como propio el destino de todos, la otra opción es jodernos y para algunos esa solución parece ser el mejor negocio.
https://www.diariolibre.com/opinion/en-directo/cual-es-la-idea-jodernos-DA10890443
joseluistaveras2003@yahoo.com
¿Cuál es la idea? ¿Jodernos?
JOSÉ LUIS TAVERAS
La naturaleza humana está dominada por tres fuerzas oscuras: la culpa, el miedo y la vergüenza. Vencerlas es un acertijo que en ocasiones consume toda nuestra vida. El poder político retoza con esos monstruos y a través de ellos doma la resistencia de los gobernados. Así, las dictaduras manipulan con el miedo; las democracias con la culpa del pasado; el populismo, con las vergüenzas del sistema. En cualquier escenario, la estrategia nos arrastra a la misma perversión: aniquilar la voluntad del cambio.
No pocas veces algunos ingenuos nos hemos preguntado ¿si en la sociedad dominicana concurren las condiciones para germinar otra actitud colectiva, por qué no termina de nacer? Motivos nos sobran; sin embargo, predomina una sorda apatía social. Lo extraño es que mientras más vulnerables nos hacemos a los influjos globales (en hábitos de consumo, estilos de vida y patrones sociales) somos más conservadores para impulsar acciones de construcción social. Esa conformidad no solo nos arrincona en nuestros propios temores, sino que oxigena un sistema político agonizante recostado sobre una institucionalidad cada vez más barata.
La mayor parte de las encuestas de los últimos veinte años muestran tendencias contradictorias de opinión frente a desafíos comunes; así, mientras la mayoría entiende que su situación está peor que antes o que el rumbo del país no es el mejor, generalmente termina aprobando las gestiones de los gobiernos responsables de tales insatisfacciones. No hay duda de que esa ambivalencia está atravesada por factores subjetivos de valoración en los que el miedo, la autocensura y la complacencia al poder no dejan de tener una cuota importante.
Soportamos los agravios y los abusos de la autoridad sin más disputa que la indignación. Sabemos que el sistema no compensa los aportes que cada uno hace como sujeto de obligaciones. La gente entiende que cumple con su parte, pero que poco o nada recibe del todo; las rentas del crecimiento y del bienestar siguen quedando en manos de una minoría poderosa. En otras culturas ese relato sería suficiente para atizar un hervidero social; aquí ni cosquillea. Las reacciones contra ese cuadro son temerosas, propias de espectadores aburridos. Ese ausentismo social es irresponsable y nos niega como nación. Es que no es lo mismo una ciudadanía activa en la vigilancia y corrección del estatus público que un sistema abandonado a las arbitrariedades de sus poderes, pero en nuestra cultura “democrática” eso es subversivo.
A todos nos preocupa el deterioro de la institucionalidad, la delincuencia de Estado, los patrones de impunidad, el festín del gasto, el maniático endeudamiento, la indefensión ciudadana y la disolución de la ética pública, pero ¿qué estamos haciendo? No hay contrapesos fuertes para forzar cambios, revertir conductas ni exigir derechos sociales y políticos. Prevalece un sentido de rendición o abandono.
He sostenido que la nación es un concepto en construcción. Más que una noción jurídica o política supone una comprensión homogénea de la identidad; una cosmovisión armada por objetivos comunes; un colectivo estructurado políticamente con base en un sentido natural de pertenencia. Cuando en una sociedad no existe esa visión de lo que es ni de lo que espera ser, es cualquier cosa menos nación: quizás un agrupamiento o asentamiento humano.
El problema de fondo de la sociedad dominicana es no haber encarnado ese concepto socialmente dinámico de nación. Somos tres sociedades superpuestas ligadas por algunas identidades circunstanciales dadas por la convivencia. Es posible que bailemos bachata, comamos sancocho y aclamemos a Pedro Martínez, pero eso no nos define sustancialmente. El concepto de nación de un chiripero de Gualey no tiene nada que ver con el de quien toma un helicóptero de la Anacaona a Casa de Campo.
Cuando las sociedades son tan desiguales como la nuestra, cohesionar una visión común (que rebase sus profundas asimetrías sociales) supone un trabajo inacabado de concertación social. ¿Acaso compartían la misma narrativa nacional un blanco y un negro en la Sudáfrica del apartheid? Obvio que no, porque sobre todas las cosas faltaba el sentido vital y necesario de pertenencia al todo, a la colectividad. Ese que nos falta.
Aquí tenemos una elite que entiende la nación como una plaza y a los ciudadanos como clientes; su contribución patriótica es dar empleo y pagar impuestos. Asume al Estado como un ente llamado a atender lo que ella no puede (o no quiere) y a mantenerle un clima socialmente despejado a sus inversiones. Resiente de la intromisión del Estado a menos que sea para facilitar sus rentas, exonerar sus cargas o hacer negocios. A ese segmento apenas le importa un Estado económico funcional basado en el laissez faire. Evita compromisos que desbordan la agenda de sus intereses. La nación pierde razón cuando no le garantiza la sostenibilidad o rentabilidad de sus negocios.
En el otro extremo subyace una base social desconectada de cualquier realidad que no sea la subsistencia como desafío del día a día. Resolver el diario es lo único con significación existencial en su pobre cuadro de expectativas. Hablarle de nación y futuro a un ciudadano que apenas sabe si va a comer ese día puede ser obsceno. Su valor en el sistema es su voto, ese que empeña como mercancía. Se trata de dos extremos unidos quizás por la misma indiferencia.
En el medio se diluye una clase social aprensiva que le teme a cualquier riesgo. Este segmento se aferra a un proyecto de realización innegociable, pero cada día más resbaladizo. Sufre más sensiblemente las consecuencias del deterioro institucional, pero ante cualquier amenaza que ponga a prueba su precaria estabilidad no demorará en buscar otros horizontes.
Integrar visiones tan dispersas en un objetivo coherente de nación demanda el liderazgo que no tenemos, la conducción que necesitamos y el compromiso que eludimos. La pregunta: ¿a quién le dejaremos esto? Por favor evitemos la respuesta. Todos sabemos que late entre nosotros como un clamor mudo. Si no estamos dispuestos a tomar como propio el destino de todos, la otra opción es jodernos y para algunos esa solución parece ser el mejor negocio.
https://www.diariolibre.com/opinion/en-directo/cual-es-la-idea-jodernos-DA10890443
joseluistaveras2003@yahoo.com
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