Una dominicana viendo “Roma” en la colonia Roma
Ver “Roma” en el lugar donde se filmó, ha sido un privilegio a mi alcance. La colonia Roma Sur, fue la locación donde Alfonso Cuarón, filmó su más reciente y aclamada producción. Nacido en la Ciudad México, el director de cine creció en ese sector. Acercarme a los puntos de vista angulares del director, a efectos de comprender sus tiros de cámara, el aprovechamiento de elementos vernáculos, las decisiones de movimiento, luz y color, atraía. Como todo sábado, la colonia estaba tranquila, libre del tránsito pesado. La quietud favoreció mi evocación al tiempo en que un pequeño Poncho correteaba por donde me movía. El clima de invierno en la capital mexicana, agregaba mística al paseo previo a la función. Una tarde de sábado que me acordaba otra de mi infancia; solo que aquella fue cálida, veraniega y bulliciosa.
En 1974, a mis 9 años, mi papá nos llevó a todos en casa, desde la Zona Universitaria donde vivíamos, a pocos metros de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), hasta el Parque Independencia, en el casco antiguo. Ahí estaba Francis Ford Coppola reinventando La Habana de 1959 en la secuela “El Padrino II”. Imaginé que vería lo prometido: La magia del cine. Algo jamás visto en nuestra pequeña ciudad caribeña. Al llegar al lugar, un altísimo telón negro, bordeando todo el parque había sido levantado por instrucción del director estadounidense. Se aislaba de ruidos y factores modernos, la escena en que los hermanos Michael (Al Pacino) y Fredo (John Cazale) Corleone sostienen un encuentro muy íntimo.
Luego de intentar ver algo, más allá de los altos proyectores y grúas, los policías de tránsito nos desviaron. Bajamos al Malecón frente al Mar Caribe, avenida que luego recorrería Pacino en la gran pantalla como si se tratara del Malecón de La Habana, mientras conformes con la promesa de helados Capri y pizzas del Vesuvio, nos quedamos con la explicación de mi padre acerca de lo todo el evento. Lo recuerdo como el verano que Coppola y su cinematógrafo Gordon Willis, tomarían prestado nuestros cálidos colores a modo de paleta, para dramatizar la traición familiar más épica del cine; parte de una década del gran cine de autor estadounidense, centrado en el arquetipo protagónico masculino, poderoso y violento.
Este otro sábado me paseaba libremente por “la Roma” de Cuarón, muy parecido a nuestro Gazcue. Servía bien para abrirse pretérito necesitado por el director. La delicada paleta blanca, negra y gris de su lente, suaviza la historia de una protagonista muy distinta a los Corleone. A pesar de la prescripción que ocasiona el paso del tiempo, la producción regresa a su otro momento. La labor de escritura, diseño de producción, cinematografía, efectos de sonido y actuación, retrotraen al albor de la década del setenta, en la capital mexicana. El director quien cuenta que durante una reposición televisiva de “El Ladrón de Bicicletas” (1948) en la adolescencia, cambió su perspectiva del cine, no entrega a “Roma” a la nostalgia. Coloca al espectador en un momento atemporal, con pasmoso realismo en el mejor estilo de Vittorio de Sicca.
Elegir el nombre de un lugar, en este caso una colonia de la Ciudad de México, como denominación, es una apuesta valiente. Muchas películas llevan nombres de ciudades. Pero solo algunas antológicas, logran convertirse en un retrato eterno de un conglomerado humano, en circunstancias específicas. Robert Altman con “Nashville” (1975), Woody Allen con “Manhattan” (1979) y por supuesto, Michael Curtiz con “Casablanca” (1942), entre los directores artísticamente certeros. El director mexicano hace una apuesta más ambiciosa, apelar con nombre de un vecindario su narración. Funcionó magistralmente a Roman Polanski en “Chinatown” (1975). No obstante, mientras el director polaco acude a la trama noir, el mexicano aborda acaso el tema más universal: El amor de madre; de una que sin serlo, lo alberga.
“Roma” es un delicado manifiesto fílmico, un homenaje a la cultura de paz, anidada en la intimidad del hogar, sin dejar de develar situaciones de conflicto. Una retrospectiva honesta a la infancia del autor, para tributar desde una dimensión sublime, el gran amor de una simple mujer. En Latinoamérica el oficio de nana o niñera, es epicentro de paz. Derriba con su vibrante ternura, odiosas construcciones estamentales y discriminatorias, ganándose los corazones de los niños criados por ellas. Su vocación natural, es reducto de la conciliación y arbitraje pacífico de las luchas de clases y de género. El estado del arte en “Roma”, habla de una transformación social, que ocurre o se destruye, desde crianza.
Yalitza Aparicio, actriz que interpreta a Cleo, protagonista de la historia, es una Liv Ullmann oaxaqueña. Sus recursos de actuación son avanzados y a la vez, delicadamente propios. La complicidad entre ella y su co-protagonista Nancy García, guarda un secreto. Las actrices eran amigas en su pueblo desde antes del rodaje. Cuarón probó de nuevo lo que tanto agradó al espectador en “Y tu mamá también” (2001). Talvez solo el espectador mexicano conocía entonces, que la empatía entre Tenoch (Diego Luna) y Julio (Gael García Bernal), se debe entre otros factores, a que los actores son amigos de infancia.
Alfonso Cuarón encontró su voz de narrador entre el niño que fue y el hombre en que se convirtió, para contar la historia de su nana Libo, en quien está inspirada el personaje de Cleo. La interpretación de sí, no solo fue modesta, fue artísticamente inteligente. Su personaje aparece como el cuarto y uno más de los niños atendidos por Cleo, pero es ella es el centro de la historia. Todo benjamín se verá representado en esa edad prescolar y ensoñada, sin conciencia del orden del tiempo, en que los más pequeños de la línea de hermanos, pasamos la primera etapa de la vida. “Roma” revela y regala las fuentes de la escritura creativa conocidas a Cuarón. Un viaje playero coincide con esquemas de “Y tu Mámá También”. Los halcones paramilitares del sexenio de Luis Echeverría sembrarían en el niño la apocalíptica “Children of Man” (2006).
La mayoría de actores se encuentran en su ópera prima, pero hay uno que inmediatamente se reconoce, pues alcanzó reciente popularidad como el cadete Tello en “Luis Miguel, la Serie”. El actor Jorge Antonio Guerrero hace un magnifico Fermín, personaje antagónico y enrevesado, por donde llegan algunas de las denuncias políticas y sociales del film. Todo antiguo vecino o estudiante de la UASD en los años setenta dominicanos, pensará reconocerlo.
El estreno mundial el próximo 12 de diciembre en Netflix, es muy esperado. Sin embargo, recomiendo verla en una sala de cine. El viaje de 360 grados del lente, el efecto cuadrafónico del sonido, los volúmenes asignados a diálogos, el playlist discretamente salido de radios transistores y pick-ups, así como, los ruidos de la calle cruzados a la trama, son experiencias diseñadas para la pantalla grande. No habrá canción salida del radio de Cleo, que persona que haya crecido en esta región del mundo, junto con el director, no recuerde y solo los canticos mixtecos serán extraños al latinoamericano no mexicano, entre los entonados en ese hogar.
Las influencias de Cuarón, vienen en forma de elegantes tributos y tratamientos. La escena navideña, es un saludo a “Fanny y Alexander” (1984) de Ingmar Bergman. Asume como Federico Fellini que el cine es arte y necesita enfrentar sin pudor la desnudez de la anatomía humana. La coreografía y efectos de sonido de los exteriores de acción evocan al cine de Bernardo Bertolucci y Richard Attenborough. El sol azteca cayendo sobre escenas épicas, le viene de Terrence Malick y Enmanuel Lubenski. El furor de los elementos en la playa de Tuxpan, de ese Golfo de México que no invita a ningún bañista a sus aguas, habría robado al maestro Akira Kurosawa, su agradable sonrisa. Cuarón tributa y propone. No se permite la nostalgia, ni siquiera en el guion técnico.
La cinematografía no es una colección de postales, cuentan un drama. En una escena, el paisaje compite en belleza con el diálogo en primer plano entre Cleo con otra empleada; un niñito cruza simulando andar en el espacio y no el campo, en un regreso al futuro del director. Lejos de añoranzas, esa y toda escena nos grita lo robado a las nuevas generaciones y a las poblaciones excluidas, en el mundo que construimos. “Roma” es el vecindario latinoamericano que nos representa con honestidad. Revela las desigualdades de ayer, que hemos dejado extenderse hasta hoy. Y en contraste, la inmutable y poderosa ternura de una joven niñera.
Al salir del cine, caminamos dos cuadras en “L”, hasta nuestro vehículo. Al llegar a la esquina donde debíamos girar, estábamos en la calle Tepeji de la colonia, que antes no conocía. Estacionamos sobre esa calle. Sorpresa la mía. Estaba justo frente a Tepeji #21, la residencia de clase media donde Alfonso Cuarón pasó su infancia, como recién aprendía luego de ver la película. Tomé la foto que acompaña a este artículo, junto con la foto-fija del rodaje adjunta. Me acerqué y puse la mano sobre el cristal de la cochera. Imaginé a un perrito negro saltando del lado adentro hasta mi mano. Bajé la mirada y supuse agua enjabonada mojando mis zapatos. La vieja residencia volvió a integrarse a su ciudad, a su barrio, como si nunca una producción de cine de clase mundial la habría ocupado. Como si esa tarde, Cleo habría dejado, así de limpia, su fachada. “Roma” es el reencuentro sin telones, con el exquisito estado de pureza, de un amor que muchos recibimos desde nuestra más tierna niñez. https://acento.com.do/2018/opinion/8631796-una-dominicana-viendo-roma-la-colonia-roma/
Abogada egresada de la Universidad Iberoamericana (UNIBE), con Especialidad en Derecho de la Empresa de la Universidad Anáhuac México Norte (UAMN) y candidata a Magister en Derecho Corporativo en esa misma casa de estudios. Labora en la firma de abogados Baker Mckenzie México, como Responsable de Administración del Conocimiento.
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