ESTADOS UNIDOS
PABLO PARDO
Estados Unidos: una democracia sin sex appeal en las urnas
Washington | 1 NOV. 2018 02:23
Estados Unidos: una democracia sin sex appeal en las urnas
Washington | 1 NOV. 2018 02:23
Menos del 29% de los ciudadanos participó en las últimas elecciones de medio mandato, celebradas en 2014
Estados Unidos se precia de ser la democracia más antigua del planeta. Pero es también una de las que menos logra que sus ciudadanos hagan lo que se supone que es el ejercicio básico de una democracia: votar.
Encima, cada vez son menos los que votan. En las elecciones al Congreso de 2014 solo lo hicieron el 36,4% de las personas inscritas. Fue la cifra más baja desde 1942, con el agravante de que esta vez no se podía poner como excusa que el país estaba en mitad de una guerra mundial contra la Alemania nazi y el Japón imperial.
En realidad, fue mucho menos que el 36,4%. Porque hay que tener en cuenta que el número de ciudadanos estadounidenses que se ha registrado para votar no llega al 80% de los que tiene derecho a hacerlo, según la institución de análisis de la opinión pública Centro de Investigación Pew. Si calculamos el 36,4% del 80% nos sale el 29%. Y eso, siendo generosos.
Asín que solo el 29% de los estadounidenses en edad de votar fueron los que decidieron en 2014 quién se iba a sentar en la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Luego, la gente echará la culpa a los políticos que, dice, no le representa. En los años en los que las elecciones al Congreso coinciden con las presidenciales -como fue el caso en 2016 y volverá a serlo en 2020- la participación es más alta. Pero no mucho más. Incluso en esos comicios, desde hace 50 años, vota menos del 60% de los registrados.
Nadie sabe las razones de esa abismalmente baja participación. Pero un factor importante es que, desde 1845, Estados Unidos celebra sus elecciones el primer martes después del primer lunes de noviembre por tres razones que entonces tenían lógica, pero que hoy son, por decirlo benévolamente, de manicomio. Uno: ya ha terminado la cosecha. Dos: no se interrumpe el descanso dominical. Y tres: no se obstaculiza el día de mercado, que tradicionalmente caía en sábado y miércoles. Los únicos que mantienen exactamente todas esas costumbres son los 'amish', que siguen viviendo en 2018 como en el siglo XVIII. Pero ésos, precisamente ésos, no votan.
En 2018, al contrario que en 1845, votar en martes es un problema, porque, aunque los empleadores están obligados por ley a dar tiempo sus trabajadores para que ejerzan ese derecho, a menudo no lo hacen. En el documental 'La Reina de Versalles', el empresario de los apartamentos de multipropiedad David Siegel alardea ante la cámara de no haber dado permiso para votar a los empleados de su empresa que iban a apoyaban al demócrata Al Gore. Dado que la compañía de Siegel está basada en Florida, y que los comicios se decidieron en ese estado por 537 votos, el empresario concluye que "probablemente le di la victoria a George W. Bush".
Pero hay más factores. Uno es el cultural. Quienes más votan son los blancos, seguidos, muy de cerca -pese a toda la literatura que afirma lo contrario- los negros. Ambos grupos étnicos tienen una tasa de participación electoral que dobla a la de los latinos y los asiáticos, que, encima, también se registran para votar mucho menos. Al furgón de la cola están, como en casi todo, los indígenas.
Igualmente brutal es la ausencia del voto joven. Las posibilidades de que los menores de 30 años hagan ejercicio de sus derechos como electores son menos de la mitad de la población en su conjunto, y un tercio de las de los mayores de 65 años. Eso es algo que podría cambiar en estas elecciones. A raíz de la matanza de 17 niños y personal docente en el Instituto de Parkland, en Florida, en febrero, se ha desatado una enorme campaña para movilizar el voto joven a favor de candidatos que defiendan el control de la venta y posesión de armas de fuego, organizada por los propios adolescentes que sobrevivieron a la masacre. Según la Universidad de Harvard, la proporción de menores de 30 años que voten en estas elecciones podría triplicar a la de 2016. Si ése fuera el caso, los demócratas deberían hacer un monumento a los chicos de Parkland.
Pero, en EEUU, el voto no solo es secreto. Es, también, un misterio. Como no hay ninguna autoridad central que organice las elecciones, éstas siempre tienen un considerable grado de incertidumbre. Un ejemplo: 100.000 puertorriqueños han emigrado a EEUU desde que hace 13 meses el huracán María arrasó la isla y causó la muerte de 2.000 personas. De ellos, 30.000 se han asentado en Florida. Dado que Donald Trump no solo hizo muy poco por ayudar en las tareas de socorro, sino que, incluso, amenazó con suspenderlas, esos 30.000 boricuas de Florida podrían inclinar ese estado hacia el lado demócrata. Pero, de nuevo, nadie sabe si eso va a pasar o no. Por de punto, todo depende de que se hayan registrado para votar. Y, después, de que estén votando. https://www.elmundo.es/internacional/2018/11/01/5bd812c3468aeb90318b459e.html
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