CAMBIO CLIMÁTICO
EMIGRAR PARA SOBREVIVIR… AL CAMBIO CLIMÁTICO
Artículo
Fernando Mudarra
«O tomamos medidas, o en no muchas décadas la mayor parte de la población se verá obligada a convertirse en migrante climática. También la de Madrid», advierte Fernando Mudarra, director general de Ayuda en Acción, en esta tribuna para Ethic.
Es tiempo de rupturas bruscas y de cambios disruptivos, vivimos un momento de mutación. Estos cambios se manifiestan, entre otras cosas, en la transformación de lo anecdótico en importante, de lo coyuntural en estructural, debido a su capacidad de generar modificaciones profundas en nuestra vida y nuestro entorno. Uno de esos factores que nos harán necesariamente vivir de otra manera es el clima. Los efectos del cambio climático ya alteran –y alterarán aún más– nuestro entorno y, con ello, la forma de relacionarnos con él y entre nosotros. Desembocaremos en un nuevo sistema de escala social, en el que entraremos a catalogarnos según el grado en que nos veamos afectados por los rigores del clima.
Estos trastornos varían nuestros hábitos. Intentamos aprender a desplazarnos de otra forma, a asumir unos patrones de consumo diferentes, a tener trabajos distintos o incluso a pensar en cambiar de lugar de residencia. En este último caso, estudios recientes como el publicado en la revista Nature Climate Change, son desalentadores. Concluyen que hay un 90% de probabilidad de que, a finales del presente siglo, la temperatura media del planeta haya aumentado entre 2 ºC y 4,9 ºC. Dicho de otro modo: si el agua aumenta dos grados, la temperatura global aumentaría, al menos, seis. Esto implica que en una ciudad como Madrid la temperatura media en el verano pasaría de 28,8 grados a 36, es decir ocho grados más, alcanzando la temperatura que hay ahora en Las Vegas, que está en el desierto. Pero la subida de las temperaturas, aunque sea el más evidente, no es el principal problema que trae el cambio climático.
Imaginemos estos efectos en lugares vulnerables en los que la naturaleza es la primera fuente para cubrir necesidades tan básicas como la alimentación (precaria) y el agua. Imaginemos que viviéramos en una región en la que no llueve, en la que la temperatura es insoportable y en la que, además, como consecuencia del aumento del nivel del mar, se han anegado las zonas más fértiles –que son los valles de los ríos– y no pudiéramos cultivar nada para comer. ¿Qué íbamos a hacer? ¿Morirnos de hambre? Lo más probable es que decidieras emigrar para intentar sobrevivir.
«En 2050, el número de desplazados por cuestiones climáticas podría llegar a los 140 millones de personas»
Este será uno de los efectos más importantes del cambio climático en los próximos años. El medio ambiente ya es y será un promotor de la migración, obligando a millones de personas a huir para sobrevivir a desastres naturales o a desplazarse en busca de oportunidades en otros lugares. Hablamos de una situación de dimensión planetaria, como indica el último Informe Mundial sobre Desplazamiento Interno: las catástrofes naturales obligan a desplazarse dentro de su país a tres veces más personas que las que se trasladan por conflictos políticos.
En la misma línea se expresaba Kristalina Georgieva, directora general del Banco Mundial, en la presentación del informe Groundswell – Preparándose para la oleada de migración interna causada por el clima. Los desplazamientos forzosos por cuestiones climáticas están alcanzando cotas dramáticas. Según sus estimaciones, en 2050 el número de personas obligadas a huir de sus tierras a causa de una agricultura devastada por sequías extremas o violentas inundaciones podría llegar a los 140 millones, repartidos entre África (80 millones), sur de Asia (40 millones) y América Latina (17 millones). Si esto se confirma, las migraciones climáticas se solaparían, superándolas en número, con los desplazamientos transfronterizos por motivos políticos, religiosos o étnicos, generando crisis humanitarias permanentes de dimensiones desconocidas. Se impone, por lo tanto, una consideración a este movimiento de desplazados o refugiados climáticos.
Dentro de estas regiones existen puntos especialmente vulnerables, que ya son expulsores masivos de población. Su destino son países del norte o grandes urbes dentro de sus propios países. Entre ellos, Filipinas, una de las regiones más afectadas por los tifones; la zona del Lago Chad (el que fuera uno de los lagos más grandes del planeta en los 70 se ha reducido más de un 90% en las últimas décadas); los países del Cuerno de África, donde se sufre una persistente sequía desde hace una década –y donde Etiopía es el país más afectado ya que enfrenta un crecimiento demográfico del 85% en los próximos 20 años–; o la Cuenca del Amazonas, donde el deshielo progresivo de los glaciares provoca una importante disminución de las reservas de agua en la llanura andina que implica alta escasez de recursos hídricos.
También está el caso del Corredor Seco Centroamericano, una franja de territorio que abarca desde el sur de México hasta Panamá y que sufre, especialmente desde 2009, una situación crítica sin precedentes debido a un drástico cambio en el régimen de lluvias, lo que deja a la población expuesta a sequías prolongadas o a precipitaciones extremas. En estos dos últimos años se calcula que se han perdido entre un 70 y un 80 por ciento de las cosechas de maíz y frijol, dos alimentos básicos para la seguridad alimentaria en toda la región, junto a los bajos rendimientos de la ganadería, la caña de azúcar o el café. Todo ello provocará, según las estimaciones menos malas, que el número de migrantes por motivos climáticos aumentará en promedio de unos 1.4 millones a 2.1 millones entre 2020 y 2050. Y si se da el escenario más pesimista, alcanzaría casi 4 millones de personas.
«En no muchas décadas, la mayor parte de la población se verá obligada a convertirse en migrante climática. También la de Madrid»
Nos enfrentamos a un problema global que precisa respuestas articuladas a corto plazo. En contra de lo que pensamos, solo paliando las consecuencias o atendiendo a los migrantes que llegan a nuestros países no estaremos enfrentando la situación. Existe un tipo de movimiento humano relacionado con un problema de sostenibilidad ambiental que ha llegado para afectarnos durante varias décadas, y que lo hará de forma severa si no empezamos a poner en marcha las medidas necesarias. Los que hoy son migrantes climáticos, y potencialmente refugiados, seguirán apareciendo en el mar y en nuestras costas buscando un nuevo lugar en el que poder sobrevivir.
La solución pasa por consensuar medidas en la comunidad internacional que proporcionen medios para no morir de hambre, más allá de la ayuda humanitaria. Requiere investigación, acceso a nuevas variedades de semillas, asistencia técnica y formación, planes de preservación de los recursos que aún quedan, y acciones para prevenir y mitigar los efectos de los desastres naturales. Y, sin duda, atender en el tránsito y la llegada a los que están desplazándose en estos momentos. O hacemos esto, desde el sector público, desde el privado y desde la sociedad, o la presión sobre los lugares de destino y sus recursos será tan grande, que posiblemente en no muchas décadas la mayor parte de la población se verá obligada a convertirse en migrante climática. También la de Madrid.
https://ethic.es/2018/06/cambio-climatico-emigrar-para-sobrevivir/
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