Puntos de vista sábado, 15 de junio de 2013 |
PENSAMIENTO Y VIDA
La prudencia
Lo cuentan de San Bernardo. Se trataba de elegir un nuevo Papa. Había tres candidatos. Uno muy santo, otro muy sabio y el tercero muy prudente. Le preguntaron a San Bernardo, el Abad de Claraval, a quién elegían. San Bernardo respondió: “Si sanctus est, oret pro nobis; si sapiens est, doceat nos; si prudens est, regat nos”, “Si es santo, que interceda por nosotros a Dios; si es sabio, que nos instruya; y si es prudente que nos gobierne”.
La prudencia es la primera de las virtudes cardinales. Cardinales significa que son como cabeza, fuente y raíz de otras virtudes que de ella nacen.
Las otras virtudes cardinales son: justicia, fortaleza y templanza. De la prudencia dice Santo Tomás de Aquino que es “el ojo del alma, así como de todos sus movimientos y acciones. El prudente es el que ve de lejos”.
Voy a escribir sobre ella y me voy a inspirar en fray Luis de Granada en su magnífica obra “Suma de la vida cristiana”.
La prudencia en la vida es lo que los ojos en el cuerpo, lo que el piloto en el navío y lo que el auriga en el carro que tiene por oficio llevar las riendas de los caballos en las manos y guiarlos por donde han de caminar. Sin esta virtud, la vida es ciega, desproveída, desconcertada y confusa.
Esta virtud no tiene un oficio solo sino muchos y diversos, porque no sólo es virtud particular sino también general que interviene en el despliegue de todas las otras virtudes ordenándolas y moderándolas.
La prudencia es necesaria en nuestras relaciones con Dios y con el prójimo. A ella, supuesta la fe y la caridad, le compete enderezar todas nuestras acciones a Dios como a nuestro fin último, examinando sutilmente la intención que tenemos en todo lo que hacemos. Esto incluye ver si buscamos puramente a Dios o a nosotros mismos. La fuerza del amor a uno mismo es muy sutil y en todas las cosas se mete y busca el propio interés aún en los más altos ejercicios.
En el trato con los demás, la prudencia nos exige que les seamos de provecho y no piedra de escándalo. Es, en consecuencia, prudente el que sepa sufrir los defectos de los otros y aceptar sus flaquezas. Todas las cosas humanas están compuestas de acto y potencia, esto es de perfecto (la potencia) e imperfecto (el acto) y no puede dejar de haber infinitas imperfecciones y defectos en la vida.
Prudencia es también conocerse el ser humano a sí mismo y todo lo que se esconde en su interior, es decir, todos sus resabios siniestros, apetitos y malas inclinaciones; su poco saber y su poca virtud. Esto le hará no presumir vanamente y conocer con qué género de enemigos ha de tener guerra continua y tener claro con cuánta solicitud y atención deberá velar sobre todo esto.
Prudencia es saber el ser humano situarse ante el peligro, curarse en salud, oler desde lejos la guerra que se le puede presentar y prepararse para lo que pueda acontecer. Lo dice ya el Eclesiástico: “Antes que venga la enfermedad, apareja la medicina” (18, 20). Por lo cual, cuando uno fuere a fiestas, convites o a tratar con seres humanos violentos o mal acondicionados o a lugares, donde se puede ofrecer alguna ocasión o peligro, siempre debe ir proveído y preparado.
Prudencia es también saber gobernar la lengua conforme a las leyes y sus circunstancias y entender qué se debe hablar y qué se debe callar, y el tiempo de lo uno y de lo otro. Nos lo advierte Salomón en el Eclesiastés: “Hay tiempo de hablar y tiempo de callar” (3, 7).
Prudencia es no fiarse de todos ni develar enseguida todo su interior en el calor de la conversación. No debe decir uno inmediatamente lo que siente de las cosas, pues, como dice el sabio: “Todo su espíritu derrama el necio, pero el sabio detiénese y guarda las cosas para adelante. El que se fía de quien no debía fíarse, vivirá siempre en peligro y será perpetuo esclavo de quien se fió” (Proverbios, 29, 11).
Prudencia es también, y muy grande, saber tomar las ocupaciones, por honestas que sean, con templanza, para que no ahoguemos el espíritu con el demasiado trabajo. Además, “quien mucho abarca, poco aprieta”.
Prudencia es atender a las artes y celadas del Mal, sus entradas y salidas. No hay que creer a todo espíritu ni dejarse vencer de cualquier figura del bien. Muchas veces el mal se transfigura en ángel de luz y trabaja para engañar a los buenos con especie de bien. De ningún peligro debemos rescatarnos más que de aquel que viene con máscara de virtud.
Es prudente saber temer y saber acometer, saber cuándo es ganancia perder y cuándo es pérdida ganar, y, sobre todo, saber despreciar los juicios y pareceres del mundo y el decir de las gentes y los ladridos de los perros que nunca dejan de ladrar, acordándose de lo que dice San Pablo: “Si hiciese caso de agradar a los hombres, no me tendría por siervo de Cristo” (Gal. 1, 10). No hay mayor locura que regirse por una bestia de tantas cabezas como es el vulgo, que ningún tiento ni consideración tiene en lo que dice.
Bueno es no escandalizar a nadie y temer donde hay razón de temer; y bueno también no moverse a todos los vientos. Hallar medio entre estos dos extremos, oficio es de prudencia singular.
No menor prudencia se requiere para acertar en los negocios y no caer en yerros que después no se puedan curar sin grandes inconvenientes. Con ello se pierde la paz y se perturba el orden de la vida.
Cinco avisos son muy oportunos. El primero es del libro de los Proverbios: “Tus ojos estén siempre atentos a la rectitud” (Prov 4, 25). Con esto se nos aconseja que no nos arrojemos a lo que tenemos que hacer, sino que, a toda obra preceda siempre maduro consejo y deliberación. El segundo, que pensemos con atención y discreción no sólo la substancia de la obra sino también todas las circunstancias, porque una sola que falte bastará para condenar todo lo que se hace. El tercero, es tomar consejo y tratar con otros lo que se ha de hacer, pero que estos sean pocos y escogidos, porque aunque es provechoso oír el parecer de todos, la determinación ha de ser de pocos, pero selectos, para no errar en la sentencia. El cuarto, muy importante, es dar tiempo a la deliberación y dejar madurar el consejo por algunos días. Así como se conoce mejor a las personas con la comunicación de muchos días así también los consejos. Muchas veces una persona a las inmediatas parece uno pero después se descubre que es otro. Lo mismo acontece con los consejos y determinaciones, pues lo que a los principios agradaba, después de bien considerado viene a desagradar. El quinto es guardarse de cuatro madrastras que tiene la virtud de la prudencia: precipitación, pasión, obstinación en el propio parecer y vanidad.
La precipitación no delibera. La pasión ciega. La obstinación cierra el buen consejo y la vanidad todo lo tizna.
A la virtud de la prudencia pertenece huir siempre de los extremos y ponerse en el medio. La virtud y la verdad huyen de los extremos y ponen su silla en este lugar. Ni todo lo condenes ni todo lo justifiques; ni todo lo niegues ni todo lo concedas; ni todo lo creas ni todo lo dejes de creer. Ni por la culpa de pocos condenes a muchos ni por la honestidad de algunos apruebes a todos. Mira en todo siempre al fiel de la razón y no te dejes llevar del ímpetu de la pasión.
Regla es también de la prudencia no mirar a la antigüedad ni a la novedad de las cosas para aprobarlas o condenarlas. Muchas cosas hay muy acostumbradas y muy malas, y otras hay muy nuevas y muy buenas.
Ni la vejez es parte para justificar lo malo, ni la novedad lo debe ser para condenar lo bueno. En todo y por todo fija los ojos en los méritos de las cosas y no en los años. El vicio ninguna causa gana por ser antiguo sino por ser más incurable y ninguna causa pierde por ser nueva sino por ser menos conocida.
Otra regla de la prudencia es no engañarse con la figura y apariencia de las cosas. Ni es oro todo lo que reluce, ni bueno todo lo que parece bien. Muchas veces debajo de la miel hay hiel y debajo de las flores espinas.
Aristóteles dice que algunas veces tiene la mentira más apariencia de verdad que la misma verdad. También a veces el mal tiene más apariencia. Es prudencia asentar en el corazón que así como la gravedad y peso es compañera de la prudencia, así también la superficialidad y liviandad lo es de la locura. Consecuentemente, el ser humano debe estar muy avisado y no ser fácil en seis cosas: en creer, en conceder, en prometer, en determinar; en conversar con liviandad... y en la ira. Y ciertamente que en todas estas cosas hay conocido peligro de ceder a ellas.
Caer en ellas es terrible desgracia, porque creer ligeramente es liviandad de mente; prometer fácilmente es perder la libertad; conceder fácilmente es tener de qué arrepentirse; determinar fácilmente es ponerse en peligro de errar; ser liviano en la conversación es exponerse al menosprecio, y ser iracundo es enloquecer.
El libro de los Proverbios dice sabiamente que el ser humano, que sabe dominarse, sabrá gobernar su vida con prudencia , mas el que no sabe dominarse no podrá dejar de hacer grandes locuras.
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