Con el país pintado de morado y las encuestas independientes marcando el doble de los morados sobre sus competidores, avanzamos raudos hacia las elecciones presidenciales y congresuales de mayo de 2016. Unas elecciones poco atractivas para una gran parte de la población descreída y por lo visto a celebrarse en un contexto de control absoluto de los órganos de arbitraje por parte del oficialismo.
El tiempo desaprovechado por los actores políticos y sociales de la oposición en ejercicios interioristas ahora parece faltar para encarar los grandes desafíos del momento.
En primer lugar, equilibrar el Tribunal Superior Electoral y la Junta Central Electoral pasa por un proceso de movilización social y política del que mucho se habla y poco se acciona.
La legislación electoral y de partidos ha sido imposible por el permanente bloqueo del PLD y por la inacción de los actores opositores, hasta el punto que el partido morado ha presentado su propio proyecto desconociendo los consensos alcanzados por una comisión congresual luego de que transcurriera más de una década con el proyecto engavetado.El tiempo y la pasividad opositora obran en sentidop contrario a la aprobación de una ley electoral que propicie el cambio político democrático.
Desde las elecciones de 2012 venimos insistiendo en que sin un cuestionamiento a fondo de la podrida institucionalidad peledeista será imposible recomponer las reglas del juego político. De manera específica, en la Convergencia los planes de movilización ciudadana y popular con ese objetivo han sido un fracaso debido a una serie de factores que habría que profundizar.
En segundo lugar, y ligado a lo anterior, está el tema de la regulación de la campaña. Se sabe, y no se ha querido enfrentar, que lo concerniente a la logística electoral se está montando en la JCE sobre la base de los intereses del PLD y de la voluntad particular de su presidente Roberto Rosario. Esto ha posibilitado que el oficialismo haya gastado ya una buena parte del presupuesto nacional en negocios conexos a su estrategia de saturación publicitaria.
El PLD lleva más de dos años exponiendo su marca en el mercado electoral con una campaña permanente que ha roto las reglas del juego democrático. Así viene jugando solo en el terreno, imponiendo los temas de la agenda pública, determinando el tiempo de su duración en los medios y controlando la velocidad y la orientación con la que deben tomarse las decisiones políticas importantes. En esa realidad los actores opositores aparecen eclipsados.
El otro rezago ha sido el de abrir y potenciar canales eficaces para la conectividad de la política democrática con las energías sociales y populares. Puede que sea este aspecto, después de la comunicación estratégica, el más serio desafío que enfrenta la oposición. Es evidente la necesidad de un liderazgo renovado y capaz, inteligente y actualizado, pero sobre todo democrático, atributos vitales para conectarse con la sensibilidad epocal, el lenguaje contemporáneo y las nuevas tecnologías de la comunicación política.
Las energías del cambio
Los actores mayoritarios de la oposición dan la impresión de no estar interesados en ganar las elecciones de mayo de 2016. La pérdida de tiempo, los conflictos interpersonales, la dispersión y la ausencia de una estrategia claramente orientada a desalojar al PLD del poder dan para imaginar que no se quiere ganar.
Los actores mayoritarios de la oposición dan la impresión de no estar interesados en ganar las elecciones de mayo de 2016. La pérdida de tiempo, los conflictos interpersonales, la dispersión y la ausencia de una estrategia claramente orientada a desalojar al PLD del poder dan para imaginar que no se quiere ganar.
Para ganar habría que enfrentar políticamente al PLD o su versión danilista, pero en cierto modo se ha hecho lo contrario, y peor, se ha coadyuvado a la construcción de la imagen de popularidad del presidente Danilo Medina. Cabe señalar aquí que para algunos analistas la estrategia de algunos actores de la oposición es la de “ganar perdiendo”.
Los grupos con mayor fuerza entre el electorado se articulan en torno a las candidaturas de Hipólito Mejía y Luis Abinader, quienes en su lucha por la candidatura presidencial han puesto patas arriba al PRM y a la Convergencia. A su vez, el alto nivel de conservadurismo de sectores importantes de ambos proyectos ha impedido, entre otras razones, la articulación de una coalición verdaderamente liberal y democrática, aglutinante de todas las energías sociales propulsoras del cambio político.
¿Dónde están las propuestas de cómo superar la exclusión de las grandes mayorías, la violencia generalizada, la crisis de la salud, la inseguridad ciudadana, la alta tasa de pobreza y el desastre de los servicios públicos, principalmente de agua potable y electricidad?
Nos seguimos preguntando: ¿Cómo zafarse de la ideología conservadora que entumece el pensamiento? Para Hannah Arendt cuando se abandona el pensamiento se le abre paso al totalitarismo. En ese sentido, la oposición política dominicana ha mostrado un débil y superficial pensamiento con relación al tema del Estado laico, la migración y la entronización de la ideología machista, nacionalista y racista que los conservadores han instalado como religión de Estado y que obstaculiza la inserción del país de un modo proactivo y fluido en el mundo globalizado.
La lucha por el cambio político debe ocupar el centro del debate entre los sectores opositores, siendo capaces de involucrar a la sociedad, generar confianza y asumir discursos y practicas coherentes. Pero ese cambio político hay que definirlo para que todo el mundo sepa no solo de que se trata, sino para que también sirva a las negociaciones políticas por venir y al enmarcado de las prioridades de un posible gobierno convergente y compartido.
El primer escalón para que ese nuevo liderazgo comience a hacerse sentir es convertir la Convergencia en espacio de confluencia política y de articulación de movimientos, redes y energías sociales, asumiéndola como una política democratizadora y de transformación económica y social, escalón al cual todavía no se llega.
Mientras tanto, vivimos el dilema que nos coloca en el camino del continuismo de la era del PLD o en el de superamos a nosotros mismos asumiendo con vocación practica la articulación de una sólida coalición política y social que derrote el conservadurismo, gane las elecciones y comience un nuevo periodo de grandes transformaciones económicas, políticas y sociales. http://nuestrotiempo.com.do/2015/01/26/perdiendo-se-gana/
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