Conocí a doña Rosa Gómez de Mejía en 1978, cuando iniciaba el séptimo curso en el Colegio Loyola, en la ciudad de Santo Domingo. Yo acababa de llegar de Santiago a vivir en la capital, luego de que mi padre resultare electo como senador del Distrito Nacional.
Compartí el mismo curso por seis años (toda la secundaria) junto a Felipe Mejía y Luis Abinader, y ahí conocí a don Hipólito y a doña Rosa, quienes ejercieron, durante algunos años, la representación de todos los padres de los estudiantes de nuestro curso.
Después volví a reencontrarme con doña Rosa en la lucha política, y por supuesto, ella lo hacía con su estilo y gracia maternal. En el 2000, al ganar don Hipólito la presidencia de la República, el país tenía catorce años sin tener la figura de la primera dama en el Palacio Nacional.
Ella llevó al Palacio, y a toda la sociedad dominicana, los valores de la familia, vitales para la raíz de la educación nacional. Además, apoyó planes sociales muy vinculados a la niñez y a la familia.
Importante resaltar que doña Rosa fue siempre mujer de vida cristiana, lo cual le da una dimensión única a su vida. Su apoyo permanente a don Hipólito, en toda su carrera política, la educación dada a sus hijos, incluyendo a las esposas y esposos de sus hijos, y sus nietos, dejan muy claro que la sencillez, humildad, el exquisito trato a los demás, devino en ella su propia vida.
Doña Rosa llevó al Palacio los valores de la familia
Dios se encargó de resaltar que su última obra, el Museo Infantil Trampolín, al cual se dedicó en cuerpo y alma, fuese el testigo de su último día en la tierra.
Un espacio para la familia, para la educación infantil, y para el esparcimiento de los jóvenes, dedicado justamente a abrir la mente a la naturaleza, el espacio, la geología, la tecnología, y la historia, reflejadas en las distintas salas entregadas para las presentes y futuras generaciones. En pleno trabajo fue su última jornada en este mundo terrenal. Así pasó doña Rosa al cielo.
El Museo Infantil Trampolín es uno de sus principales legados. Pero el mayor legado de toda su vida es la construcción de una familia digna de la admiración de todos. Su paso por el poder entre 2000 y 2004, fue el reflejo de lo que ella es y fue toda su vida: desapego al poder. Ella fue ejemplo de sencillez, trabajo y familia.
En nombre de Patricia, y en el mío propio, y nuestros hijos, Orlando Salvador y Mónika, y Patricia Victoria, reciban nuestra solidaridad y condolencias don Hipólito, Ramón y Janet, Felipe y Nancy, Carolina y Juan, y Lissa, e igualmente a todos sus nietos. Que en paz descanse doña Rosa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario