Sin ningún género de dudas, la democracia fue durante décadas el mayor ariete de Occidente durante la Guerra Fría. Un arma que, además de dotar de superioridad moral al mundo occidental, le permitió conquistar aquellas almas que vivían en el mundo comunista como si de un Caballo de Troya se tratara. Con la facilidad con la que hoy los virus sortean los sistemas sanitarios y las prevenciones gubernamentales, la democracia se apoderó de las mentes de aquellos que, dotados de mayores grados de educación o sanidad y menores niveles de desigualdad, sucumbieron a los anhelados parabienes de las democracias occidentales. Ya saben: la riqueza extrema y la felicidad inagotable de un consumo desenfrenado. Como si en las democracias todos fueran inmensamente ricos, protagonistas si acaso de una película de Hollywood: guapos, ricos o afortunados y siempre felices. Y, también, libres, iguales y fraternales.
Pero desmoronado el mundo comunista, no pocos descubrieron que la democracia occidental consiste en la libertad de votar a aquellos que el sistema capitalista dopa electoralmente —y si alguna vez gana quien no debiera, se perpetra un golpe de Estado militar, judicial o mediático y Santas Pascuas—; en la fraternidad de permitir que las élites de las dictaduras más opresivas se conviertan en las élites de las democracias más homologables; y en la más profunda desigualdad a todos los niveles: económicos, sociales, educativos, sanitarios o territoriales. Pero también judiciales, porque si los niveles económicos de desigualdad del siglo XXI se acercan cada vez más a los del siglo XIX, la asimetría judicial podríamos decir que no se encuentran muy lejos del Medievo. He aquí un listado de casos judiciales que lo demuestran.
Del despotismo regio
Uno de los ejemplos más escandalosos en cuanto a la igualdad judicial que pueden ofrecer las democracias occidentales lo encontramos en el caso del rey Emérito Juan Carlos y su familia, los Borbones. Juan Carlos es, sin ninguna duda a tenor de la información existente, un delincuente múltiple cuya riqueza acumulada e injustificada no deja de provocar escándalos. Sin embargo, ha conseguido evadir una y otra vez cualquier proceso judicial gracias a una más que injustificable interpretación de la inviolabilidad jurídica en primer lugar y a más oscuros resortes con posterioridad.
No es un caso único en su familia, pues su hija, la infanta Cristina salió airosa de un proceso judicial en el que la justicia no pareció ser todo lo imparcial que debiera. De la misma manera, varios familiares de Juan Carlos han protagonizado sonados escándalos —una prima y una tía del rey Emérito fueron imputadas por blanqueo de capitales en una red mafiosa china, pero, como suele ser habitual, fueron apartadas del caso antes del juicio—. Y podríamos seguir.
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra de España. "
Las democracias occidentales juzgan con tanta dureza el comportamiento del resto de países como la tibieza que emplean con sus crímenes de guerra."
Fuera de España, el listado de escándalos que han afectado a familias reales no es menor, valga como ejemplo el controvertido caso de pedofilia de Jeffrey Epstein en el que terminó involucrado Andrés de Inglaterra. Un príncipe que hoy se enfrenta a una demanda tras esconderse fuera de Reino Unido —en Cádiz—, de la misma manera que Juan Carlos se oculta todavía en Abu Dabi.
Desgraciadamente, y en vista de los antecedentes, difícil tienen que ponerse las cosas para que sea condenado, y en caso de suceder, el tribunal siempre hará lo posible por reducir o dulcificar la condena. Iñaki Urdangarin, yerno de Juan Carlos, así lo demuestra, pues incluso se le habilitó una prisión para su uso exclusivo.
De los crímenes contra la Humanidad
Uno de los mayores crímenes contra la humanidad de las últimas décadas lo perpetraron el conocido como Trío de las Azores —Bush, Blair y Aznar—. A pesar de engañar a todo el planeta, incluidos sus propios ciudadanos, con el embuste de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak y las fatales consecuencias de la invasión que en base a tamaño engaño se perpetró —millones de fallecidos, heridos y refugiados y billones de dólares malgastados— no solo no han sido juzgados, sino que ni siquiera existe un planteamiento serio al respecto.
Queda claro, pues, que las democracias occidentales juzgan con tanta dureza el comportamiento del resto de países como la tibieza que emplean con sus crímenes de guerra.
De la corrupción política
Ejemplos sobre las dificultades que encuentran las democracias para juzgar casos de corrupción existen por decenas. En España, por ejemplo, los principales responsables de la corrupción política de los dos principales partidos políticos, el PP y el PSOE, han quedado escandalosamente exonerados. Mariano Rajoy o Maria Dolores de Cospedal en el Partido Popular y Manuel Chaves o José Antonio Griñán, que si bien han sido condenados en primera instancia, el Supremo ya se opuso en 2015 a condenarlos y no parece que vaya a cambiar de criterio, son dos de los múltiples ejemplos que se podrían encontrar en España.
La injusticia, además, se manifiesta, como en el caso señalado de Iñaki Urdangarin, hasta en el caso de producirse una condena. Es en esos momentos cuando se desarrollan las estrategias que sean necesarias para que, a pesar de la forzada condena por la presión popular, la pena quede lo más diluida posible. Para ello se utilizan preferentemente tres recursos: el indulto, la suspensión de la condena o la exoneración por estado de salud. Dos casos representativos los encontramos en Francia, donde tanto Jacques Chirac como Nicolás Sarkozy fueron condenados a prisión sin que jamás la pisaran —a dos años el primero y a tres y un año el segundo—. Y es que vivieron sus condenas en sus confortables domicilios.
De los crímenes de Estado
Otro ejemplo de impunidad en la justicia occidental lo encontramos en los crímenes de Estado, como el terrorismo de Estado desarrollado por el PSOE bajo el gobierno de Felipe González. No solo los pocos condenados fueron rápidamente indultados, sino que existen inquietantes sombras sobre la exoneración de los principales responsables, incluido Felipe González, al que incluso la CIA responsabiliza de la creación del grupo terrorista al servicio del Estado español. Como en muchos otros casos, se trata de un secreto a voces que ha quedado caricaturizado bajo un enigma no muy difícil de resolver —el Señor X en el caso de González o 'M. Rajoy' en el caso de ¿Mariano Rajoy?—.
De las élites
En el caso de las élites económicas y políticas occidentales, tampoco parecen ser tratados en las mismas condiciones en los juzgados que sus conciudadanos. De hecho existen muchos casos que lo demuestran. En España, por ejemplo, para exonerar al banquero Emilio Botín llegó incluso a instaurar una perversa doctrina que, en el fondo, le dotaba de la misma inviolabilidad jurídica que a los reyes eméritos.
Según dicha doctrina, un caso no puede ser juzgado, ni aun cuando existan acusaciones particulares, si los afectados o la Fiscalía no presentan acusación. La clave la encontramos en que, en España, la Fiscalía está controlada por el Gobierno y, claro, eso concede de facto a este el poder sobre el destino judicial de no pocas personas —a los afectados, claro está, se les puede convencer—. De esta forma, aquellos que tengan suficiente poder como para influenciar en los gobiernos y suficiente capacidad de convicción para conseguir que los afectados no presenten cargos, el caso inmediatamente se cae. Ni aun cuando el juez entienda que exista delito y pretenda juzgarlo, el caso puede seguir adelante.
Aunque el listado sería interminable, el nieto mayor del dictador español Francisco Franco, Francis Franco, es otro curioso caso de impunidad judicial: fue absuelto por atropellar a dos guardias civiles y, también, por delitos contra la Hacienda. Parece que las prisiones occidentales no están hechas para algunos.
De los dictadores latinoamericanos, 'nuestros hijos de puta'
En Latinoamérica, el jardín de los Estados Unidos, encontramos que el destino de los dictadores promocionados por Estados Unidos no parece muy diferente al de Franco, que murió en la cama. Así, los dictadores que asolaron Latinoamérica por iniciativa de Estados Unidos, a los que podríamos denominar parafraseando a Roosevelt 'nuestros hijos de puta' —de Estados Unidos—, terminaron sus días en el confortable lecho familiar, muy lejos de las frías prisiones que les deberían haber correspondido: Stroessner o Pinochet son solo un par de ejemplos.
De barbaridades, de Guantánamo a Colombia
Si, a poco que recapitulemos, no parece muy democrático que monarcas, dictadores, políticos, banqueros, millonarios y otra clase de privilegiados reciban un trato protector por parte de los regímenes democráticos, aun cuando han cometido crímenes salvajes, lo relativo a las violaciones de Derechos Humanos tampoco deja en buen lugar a Occidente.
Recapacitemos: ¿Cómo se pondrían los medios occidentales si Guantánamo estuviera en Rusia, si los bombardeos de niños que tanto gustan en Colombia fueran perpetrados por Cuba, si fueran aliados de China los que estuvieran perpetrando la mayor tragedia humanitaria del planeta en Yemen o si Venezuela hubiera descuartizado a un periodista en una embajada extranjera después de ejecutar en los últimos años a miles de personas por 'delitos' como la homosexualidad, el ateísmo o el adulterio? Bien, pues todas estas barbaridades acontecen en el seno de las democracias occidentales.
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