La cumbre del clima se cierra con un mensaje descafeinado contra el carbón y los combustibles fósiles
Los gobiernos admiten en Glasgow que están fallando en la lucha climática y que tienen que aumentar sus planes de recorte de emisiones en 2022
Además, de la COP26 también se materializa otra petición para que los países reduzcan gradualmente el carbón y “las subvenciones ineficientes” a los combustibles fósiles. Eso sí, sin fijar plazo alguno y dejando abierta la puerta a que continúen las centrales de carbón con sistemas de captura y almacenaje del dióxido de carbono —es decir, atrapar este gas antes de que llegue a la atmósfera—. En el caso de los subsidios, el veto solo afectaría a las ayudas “ineficientes”, lo que permite que cada país continúe dándolas discrecionalmente .
La sola mención a estos dos asuntos ha generado el bloqueo de las negociaciones durante muchas horas con una oposición clara y pública de países como Arabia Saudí, India, Sudáfrica, Nigeria o Venezuela. De hecho, la presión de estos países ha logrado que se haya cambiado en el último momento la redacción de este apartado y en vez de abogar por la eliminación se inste a su reducción, suavizándolo aún más.
Es la primera vez que en una decisión de la ONU de este tipo se menciona a los combustibles fósiles y el carbón, los principales responsables de las emisiones causantes del cambio climático. Y su inclusión supone un mensaje para inversores y gobiernos para que se cuiden de conducir sus fondos hacia ese tipo de energías. Pero muchos países han mostrado este sábado su disgusto con que se hayan descafeinado las referencias a estos combustibles. “Las menciones sobre la salida del carbón no son nuestra opción preferida. Creemos que debemos eliminar, no solo reducir, el carbón”, ha valorado el departamento de la vicepresidenta para la Transición Ecológica, Teresa Ribera. En la misma línea, el vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, ha lamentado el cambio de ultima hora, aunque lo ha admitido como mal menor para conseguir el acuerdo global y ante el riesgo de que el final de esta cumbre se bloqueara sin remedio.
Otro de los puntos destacados de la declaración que sale de Glasgow es el referido a la ayuda que los países desarrollados deben prestar a las naciones más pobres. Se parte de la premisa de que son los Estados más ricos los que han desencadenado el problema del cambio climático tras décadas de basar su crecimiento económico en los combustibles fósiles y, por lo tanto, de haber emitido la mayoría de los gases de efecto invernadero que permanecerán en la atmósfera durante siglos sobrecalentando el planeta. Los países ricos se comprometen con la declaración de Glasgow a duplicar los fondos que destinan a la adaptación en 2025, lo que supondría llegar a una cantidad cercana a los 40.000 millones de dólares. Además, al margen de este fondo, de la COP26 sale el andamiaje para que en el futuro se establezca un mecanismo de pérdidas y daños: básicamente, un instrumento de ayuda internacional para los países con menos recursos que se vean golpeados, por ejemplo, por los fenómenos extremos vinculados a la crisis climática.
Promesas a largo plazo
El resultado final de esta cumbre no convencía del todo a ningún país. Prácticamente todos los negociadores lo calificaban de imperfecto. Pero existía un riesgo cierto, por increíble que parezca, de que los casi 200 países que han participado en la cumbre del clima de Glasgow se hicieran trampas y se marcharan con un mensaje de autocomplacencia. Porque una inmensa cantidad de ellos, alrededor de 140 —el 90% de la economía mundial— han prometido que para mediados de este siglo alcanzarán las denominadas emisiones netas cero (solo podrán expulsar la misma cantidad de gases de efecto invernadero que puedan capturar con sumideros como, por ejemplo, los bosques). Esa es la teórica vía para que se pueda cumplir el Acuerdo de París, que establece que el aumento de la temperatura global no debe superar los 2 grados respecto a los niveles preindustriales y en la medida de lo posible los 1,5.
El calentamiento ya está en los 1,1 grados, como se admite con “alarma” y “máxima preocupación” en la declaración final pactada en Glasgow. Pero si se cumpliera toda esa catarata de anuncios de cero emisiones para dentro de tres décadas y otros pactos no vinculantes anunciados durante la cumbre, el calentamiento se podría quedar en solo los 1,8 grados, según un análisis presentado por la Agencia Internacional de la Energía. El problema es que las promesas a largo plazo, para 2050 o más adelante, no cuadran con los planes concretos a corto plazo, para esta década, que han presentado oficialmente ante la ONU los países.
La declaración final de Glasgow se centra en esos planes a corto plazo, conocidos por las siglas en inglés NDC y que son insuficientes, y no en las optimistas y difusas promesas para el largo plazo. Y advierte de que para cumplir la meta de los 1,5 grados que fija el Acuerdo de París se necesita que las emisiones de dióxido de carbono, el principal de los gases de efecto invernadero, tienen que caer un 45% en 2030 respecto a los niveles de 2010. La declaración reconoce con “grave preocupación” que las NDC presentadas ahora llevarán sin embargo a que las emisiones globales sean un 13,7% mayores en 2030 que en 2010, es decir, que no se va en la dirección correcta. Por eso se pide a los países que “revisen y refuercen los objetivos para 2030″ en sus planes ante la ONU “para finales de 2022″.
Entre este año y 2020 muchos países habían revisado sus NDC. Y, teóricamente, la siguiente revisión no tocaría hasta 2025, como establece el Acuerdo de París. Pero ante la constatación de que no son suficientes y la enorme presión del mundo científico y de la sociedad en general por los crecientes impactos del cambio climático, muchos países desarrollados como EE UU y la Unión Europea han empujado para que se incluya un llamamiento para que los países endurezcan sus objetivos para 2030. Este llamamiento es, en el fondo, un mensaje directo hacia países como China, India o Brasil, cuyos planes a corto plazo no están alineados con la reducción del 45% de las emisiones que se necesita para 2030.
Detrás de todas esta cantidad de porcentajes, grados, siglas y requerimientos se esconde un pulso entre bloques. A un lado los países considerados clásicamente desarrollados, como EE UU y los Unión Europea. Ellos son los principales responsables históricos del calentamiento. Al otro países están naciones como China, India y Brasil, cuyas emisiones de efecto invernadero aumentan a gran velocidad a medida que crecen económicamente. Solo estas cinco economías acumulan en estos momentos cerca del 55% de las emisiones mundiales de efecto invernadero, con China (27%) y Estados Unidos (11%) a la cabeza, con diferencias.
Las NDC de Estados Unidos y de la UE en la actualidad plantean disminuciones de emisiones para esta década que se alinean con ese recorte del 45% en 2030 que es necesario para cumplir el objetivo del 1,5 grados del Acuerdo de París. Pero no ocurre así en los casos de India, Brasil y, sobre todo, China, que solo se ha comprometido hasta la fecha a alcanzar su pico de emisiones antes de 2030.
El acuerdo final conseguido en Glasgow, tal y cómo está redactado, no vincula legalmente a ningún país en concreto. Solo se pide que “revisen y refuercen los objetivos para 2030″ de sus NDC sin mencionar a ningún Estado. Pero si mantiene la presión sobre los países que todavía no han endurecido lo suficiente sus programas de recorte. De hecho, anualmente el área de cambio climático de la ONU realizará un informe de seguimiento sobre esos planes y el nivel de calentamiento al que conducirán. Los países reunidos en la ciudad británica, conscientes de la falta de congruencia entre sus planes a corto plazo y las promesas que hacen a largo plazo, también han acordado pedir en su declaración final que se alineen.
Desarrollo del Acuerdo de París
Al margen de la declaración final en la que se recogen todos estos puntos, de la cumbre que acaba de cerrarse este sábado también queda la decisión de terminar de desarrollar el artículo 6 del Acuerdo de París. Este apartado es el que hace referencia a los llamados mercados de carbono, es decir, al intercambio de derechos o unidades de emisiones de gases entre países. Desde que se adoptó el Acuerdo de París se había intentando aprobar su desarrollo sin éxito ante los temores de que se pueda caer en una doble contabilidad, es decir, que un mismo derecho se lleve a los balances de reducción de dos países a la vez.
Otro de los debates más duros era qué ocurriría con las unidades de emisiones generadas durante la época del Protocolo de Kioto, el pacto climático que existía antes del Acuerdo de París. Europa se oponía a que se arrastraran esas unidades, frente a la posición que mantenían otros países como Brasil. Pero, finalmente, sí se podrán seguir utilizando esos derechos. El Ejecutivo español ha explicado este sábado que “la Unión Europea ha acordado no usar este tipo de unidades y espera que otros países, aliados en la ambición climática, hagan lo mismo”.
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