sábado, 9 de mayo de 2020

El naufragio de las civilizaciones | por JOSÉ ALEJANDRO AYUSO @AyusoJoseA

JOSÉ ALEJANDRO AYUSO @AyusoJoseA | Publicado el: 9 mayo, 2020

El naufragio de las civilizaciones

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El intitulado parece referir a una visión apocalíptica de los efectos de la pandemia por el letal coronavirus que culminaría en el-fin-del-mundo. Si bien una peste de esta magnitud podría dar al traste con media humanidad, sobre todo si los que podemos teletrabajar no seguimos la recomendación de quedarnos en casa, de lo que tratan las líneas subsiguientes es de uno de los libros sobre geopolítica más interesantes que he leído en la última década.
Galardonada en Francia con el prestigioso premio Aujourd’hui el pasado año, y muy recomendada por el embajador dominicano ante el Reino de España y entrañable amigo Olivo Rodríguez Huertas -quien se conoce es aficionado a la lectura y posee una de las bibliotecas más completas que haya visto- para comprender las claves del grave conflicto israelí-palestino, la obra se titula El naufragio de las civilizaciones (Alianza Editorial, Madrid, 2019) del laureado novelista, periodista y ensayista Amin Maalouf, nacido en el Líbano en 1949 y hoy miembro de la Académie Française.
Antes de compartir mis principales hallazgos en “esta meditación sobre la época desconcertante que me ha tocado vivir”, como la define el autor, una anécdota que me parece encajar en el l‘esprit du temps (el espíritu de la época) que reproduce Maalouf en su ensayo. En mi más reciente paso por Madrid, tuve el deleite de caminar con Olivo hasta la librería La Central de Callao, que alberga más de 80,000 libros, pero donde se había agotado este bestseller el que, para “no cansarles con el cuento”, terminé por adquirir en Amazon.
En cuanto a la estructura y al estilo de la obra, en muchas de sus páginas se revela autobiográfica porque el autor, periodista de profesión, narra los principales acontecimientos de los últimos siglos y los analiza desde su posición de “testigo ocular de los hechos” para aportar, “con un relato en primera persona, un punto de vista útil”. Y lo logra, aunque también defiende su “papel de espectador” para distinguir “que era de verdad el mundo que estaba naufragando y no sólo mi mundo”.
En el primer capítulo Un paraíso en llamas, Maalof explica y lamenta con sentida nostalgia cómo en su región natal el Levante, “de historia inconcreta y geografía movediza…sólo un archipiélago de ciudades mercantiles…que va de Alejandría a Beirut, Trípoli, Alepo o Esmirna y de Bagdad a Mosul, Constantinopla o Salónica y llega hasta Odesa o Sarajevo”, fracasó un “modelo elocuente de coexistencia armoniosa y de prosperidad” entre cristianos y musulmanes que, sin consideraciones de clan o confesionales, hubiesen seguido viviendo juntos y logrado compatibilizar sus destinos, “modernizando y ‘secularizando’ gradualmente su vida política y sus instituciones”.
“Por desgracia -afirma el autor- fue lo contrario lo que ocurrió, fue el aborrecimiento lo que prevaleció, fue la incapacidad de vivir juntos lo que se convirtió en norma. Las luces del Levante se apagaron. Luego, las tinieblas se extendieron por el planeta. Y, desde mi punto de vista, no se trata de una simple coincidencia”. Porque para el autor, testigo cercano de los “trastronos” que describe en esta obra, su universo levantino fue el primero en naufragar y su nación árabe ha sido esa cuyo trágico quebranto ha arrastrado al planeta entero hacia el engranaje destructor”.
Maalouf señala la guerra de los Seis Días en 1967, en la cual los israelíes le propinaron una rápida y humillante derrota militar a la naciente República Árabe Unida, la RAU, con el carismático líder Gamal Abdel Nasser a la cabeza, como el parteaguas: a partir de entonces, el islamismo político ocupó el lugar del nacionalismo de inspiración marxista como portavoz de los oprimidos en cuanto ideología dominante y, al perder la esperanza, fue “la génesis de la desesperación suicida y asesina de hoy…”.
Quizá el momento culminante de la obra es el descubrimiento que hace el autor, 40 años después, de lo que él denomina “el año del gran vuelco” porque opera una transformación de nuestra visión el mundo en el que iba a ser el conservadurismo el que se proclamara revolucionario, mientras que los seguidores del “progresismo” y de la izquierda no iban a tener ya más objetivo que la conservación de lo conseguido: en los acontecimientos de ese año “hallan su origen” muchos de los momentos emblemáticos que han forjado nuestra época, desde la caída del muro de Berlín hasta el desplome de las torres gemelas de Manhattan.
Ese año fue el 1979 y contó, según Maalouf, con dos hechos notables: la revolución islámica que decretó en Irán el ayatolá Jomeini y la revolución conservadora que implantó en el Reino Unido la primera ministra Margaret Thatcher. Acto seguido el ascenso al poder de Ronald Reagan en los Estados Unidos y el de Den Xiaoping en China, los tres últimos coincidentes en “construir una economía más dinámica, más racional, más productiva y más competitiva” en base a la primacía de las leyes del mercado y el abandono definitivo del dirigismo del Estado.
Si bien esta “revolución conservadora” desprestigió al comunismo y, en cierto modo también a la socialdemocracia como opción de gestión del Estado, no lo es menos que para Maalouf también produjo un “agravamiento constante y generalizado de las tensiones identitarias que ha circulado como una droga por las venas de nuestros contemporáneos y que afecta en la actualidad a todas las sociedades humanas”.
No obstante, el autor expone numerosos ejemplos “de las consecuencias perversas del anticomunismo tal y como se ejerció en el mundo árabe musulmán”, lo que socavó las oportunidades de una modernización social y política en sociedades que demostraron en el pasado no ser “tan alérgicas al laicismo cuanto a la modernidad”, precisión que hace Maalouf ante críticas ex post que él considera deshonestas.
En el cuarto y último capítulo, Un mundo en descomposición, el autor discierne que la desconfianza reinante en el Estado para que intervenga en los asuntos domésticos se extiende a las instancias internacionales: “Si nos parece que ya hay ‘demasiado gobierno’ en nuestro propio país, es normal que desconfiemos de todo cuanto se parezca a un ‘gobierno global’ como las Naciones Unidas; o, si se trata de Europa, de un ‘gobierno continental’ como el que tiene su sede en Bruselas”.
También resalta Maalouf que, producto de la revolución conservadora y a que los preceptos de Adan Smith y su “mano invisible” son lo que dan forma a nuestro mundo de hoy, se han “legitimado las disparidades, por muy vertiginosas que resulten”, y que ya ha desaparecido “la brújula ética que representa el principio de igualdad”, mientras “el enriquecimiento desmedido fascina y…sea inevitable que cunda la corrupción dentro de las clases dirigentes y en el conjunto de la sociedad…que cuando convertimos en modelos a los ‘ricos y famosos’, aunque sean unos sirvengüenzas, es la escala entera de valores la que ponemos en tela de juicio”.
Luego, arremete Maalouf contra los Estados Unidos porque no “supieron aprobar el difícil examen que les había puesto la historia” al haber sido incapaces, luego de la victoria en la guerra fría, de “fijar un nuevo orden mundial, de convertirse en la “potencia paterna” y de preservar su “credibilidad ética” a tales efectos. Por igual, critica a Europa por no haber constituido un “Estado federal” y haber asumido esa “función paterna” del ordenamiento internacional.
En la fase final de su reflexión, el autor destaca “la deriva orwelliana” como uno de los elementos más preocupantes que afecta al mundo, no porque el poder totalitario staliniano que denunciaba George Orwell en su obra 1984 esté de regreso, sino debido a que la conocida metáfora del Gran Hermano que todo lo ve y controla es ahora alusiva a la lucha contra el terrorismo y a la preservación de la seguridad: “…a quienes vivimos en el siglo XXI esos ojos electrónicos que nos siguen a todas partes no nos parecen hostiles” sentencia Maalouf.
Maalouf abre el Epílogo con una pertinente cita del dramaturgo español del siglo XV Pedro Calderón de la Barca: “No siempre lo peor es cierto”. No obstante, el autor admite angustiado que “Fue desde mi tierra natal desde donde empezaron las tinieblas a extenderse por el mundo” y “que las convulsiones que estremecen hoy el planeta están directamente vinculadas a las que conmocionaron al mundo árabe en las últimas décadas”.
Con una narrativa novelada, pletórica de hechos históricos trascendentes, fuera de alardes bibliográficos que permiten una lectura fluida, cargada de vivencias apesadumbradas, emotiva nostalgia y “punzadas de culpabilidad”, todo sin desmedro de la lucidez analítica con que Maalouf da la voz de alarma a sus contemporáneos: si continúan los “conceptos tribales de la identidad, de la nación o de la religión o al seguir glorificando el egoísmo sacro” el Titanic podría naufragar por segunda vez.
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 Por: JOSÉ ALEJANDRO AYUSO / AYUSOJOSEALEJANDRO@GMAIL.COM Sé el primero en comentar Artículo Anterior Entidades implementan

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