OPINIÓN DE INVITADO: La hegemonía tambaleante, EE. UU. y la sombra de Monroe en su relación con América Latina
Por Juan Ramón Quintana Taborga / spanish.news.cn| 2023-12-28 09:00:00|
LA PAZ, 27 dic (Xinhua) -- Este 2 de diciembre del 2023 las élites estadounidenses celebraron 200 años de la célebre formulación de la "Doctrina Monroe", piedra angular de la política exterior hegemónica de EE. UU. sobre el llamado hemisferio occidental.
En cambio, voces críticas y pueblos de América Latina y el Caribe condenaron dos siglos de oprobio y violencia neocolonial en tanto su aplicación solo habría perpetuado condiciones de saqueo, exclusión, intervención, racismo y sometimiento político y económico favorable a los intereses estadounidenses.
Los fundamentos de la "Doctrina Monroe" al que se sumó el "Destino Manifiesto", propuesta teológica de poder supremacista y justificativo de expansión territorial, dieron forma a múltiples estrategias de intervención más que de diplomacia civilizada, muchas de las cuales se retratan con meridiana claridad en los informes periódicos presidenciales al Estado de la Unión, en la reformulación recurrente de la Estrategia Nacional de Seguridad y en otros documentos institucionales.
La política exterior de EE. UU. sobre América Latina se ha basado generalmente, salvo alguna excepción, en el uso desproporcionado de la fuerza como resultado de su enfoque supremacista.
Así, la seguridad nacional, democracia, libertad y libre mercado, constituyeron durante el siglo XIX y parte del XX, los pilares desde los cuales impusieron sus intereses nacionales, trataron de disolver supuestas amenazas y expandieron su icónico modelo político como forma de lograr la civilización de presuntos pueblos atrasados, premodernos o salvajes.
Los métodos para imponer estos intereses aparentemente sublimes del imperio, no siempre apelaron a la persuasión, sino más bien a un conjunto variable de mecanismos coercitivos que oscilan desde la apropiación territorial hasta las formas más suaves de intervención, como las advertencias diplomáticas.
Del repertorio intervencionista, el militar ocupará un lugar central, amortiguado por estrategias de mediación institucional, primero mediante el panamericanismo y luego a través de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Asimismo, EE. UU. optaron por otras vías directas como la asistencia económica, cooperación en seguridad y apoyo técnico, de la mano de sus tradicionales instrumentos injerencistas como la Agencia de EE. UU. para el Desarrollo Internacional (USAID, siglas en inglés), la Fundación Nacional para la Democracia (NED, siglas en inglés), el Instituto Republicano Internacional (IRI) y su ejército de ONGs, iglesias o medios de comunicación.
Todos ellos, flanqueados por agencias de inteligencia como la Agencia Central de Inteligencia (CIA, siglas en inglés) o la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA, siglas en inglés), y sus parientes cercanos como la Administración de Control de Drogas (DEA, siglas en inglés).
Todo este aparato configura una descomunal maquinaria colaborativa de intervención y desestabilización de Gobiernos no alineados con la potencia del norte.
EE. UU. han pretendido hacer pasar desapercibida su naturaleza imperial en nuestra región desde hace 70 años mediante planes de aparente impulso al desarrollo de los pueblos del sur. Su propaganda filantrópica asumió la astucia anglosajona del caballo de Troya.
Sus estrategias socio-económicas adquirieron forma de ambiciosos programas que operaron como meros anzuelos financieros que nunca lograron prosperar en beneficio de las masas empobrecidas, todo lo contrario, sirvieron de pista de despegue para sus grandes corporaciones empresariales transnacionales y para reafirmar el vasallaje de las oligarquías nativas. En el centro de estas estrategias reposa el objetivo de convertir a la región en un mercado subalterno, retratado despectivamente como "patio trasero".
América Latina cuenta para EE. UU. como una fuente casi inagotable de materias primas o recursos estratégicos baratos, como mercado natural para su producción industrial, como un territorio sobre el que extiende sus inversiones, valores y cultura occidental, pero al mismo tiempo constituye un soporte político insustituible en la disputa geopolítica global.
Sin embargo, como señala Noam Chomsky, a lo largo de estos dos siglos, el imperialismo le convirtió a la Patria Grande, en una gigantesca escena del crimen.
Los sacrosantos objetivos nacionales estadounidenses han conducido a los latinoamericanos al altar de cuatro guerras sucesivas: contra el comunismo, narcotráfico, terrorismo y ahora contra las potencias de China y Rusia. Todas ellas encubren el persistente proyecto hegemónico unilateral, fundado en la intervención.
Dos investigaciones son reveladoras: la primera, "Instancias de Uso de las Fuerzas Armadas de los EE. UU. en el Extranjero", de Richard F. Grimmett (Servicio de Investigación para el Congreso de EE. UU., CRS, 2002), señala que entre 1776 y 2001, de las 300 intervenciones identificadas, EE. UU. intervino en nuestra región en 96 oportunidades. Las islas del Caribe y los países de Centroamérica fueron y continúan siendo las víctimas preferidas, encabezadas por México, Cuba, Nicaragua y Haití.
Por su parte, la investigación de Sidita Kushi y Mónica Duffy (2022) de la Universidad Estatal de Bridgewater, revela que de las 400 intervenciones estadounidenses en el mundo entre 1776 y el 2019, de acuerdo al modelo del Proyecto de Intervención Militar (MIP, siglas en inglés), el 34 por ciento corresponden a América Latina y el Caribe, 23 por ciento al Asia Oriental y Pacífico, 14 por ciento a Medio Oriente y África del Norte y solo el 13 por ciento a Europa y Asia Central.
A la luz de estos datos, los teóricos nativos o think-tanks estadounidenses, que sostienen la tesis de la irrelevancia latinoamericana para la política exterior de EE. UU., debieran revisar su posición.
Durante las últimas décadas, la incesante rebelión de los pueblos de la Patria Grande ha obligado al gigante imperial a doblar su apuesta agresiva contra los Gobiernos progresistas. No cesaron en su afán de estrangular las economías de Cuba, Venezuela o Nicaragua como lo hicieron hace 50 años con Chile, de Salvador Allende.
Tampoco dejaron de diseñar nuevas estrategias desestabilizadoras mediante las llamadas "guerras híbridas" o "cambios de régimen" que tienen en los golpes de Estado, el lawfare, magnicidios o manipulación electoral, sus más consumadas técnicas intervencionistas.
La sustitución de la política exterior estadounidense por el "pentagonismo" en la región, no ha hecho más que traducir la contraofensiva imperial mediante su mano de hierro, el Comando Sur.
La nueva jefa del Comando Sur, generala Laura Richardson, asumió el encargo de convertir naciones en protectorados, cuya impronta en Ecuador, Paraguay o Perú y hoy en Argentina, nos advierten de la ferocidad con la que se pretende frenar a China, Rusia o Irán en Sudamérica, por la vía de la intervención político- militar estadounidense.
Ya ni las bases militares sirven a este propósito, hace falta, según los imperativos imperiales, tomar el control político directo para compensar el declive imperial y el ocaso de sus esmirriados vasallos políticos criollos.
La tendencia hacia la multipolaridad, traducida en la conformación de los BRICS, de ninguna manera favorece la desgastada hegemonía unilateral estadounidense. Todo lo contrario, constituye su mayor amenaza y por ello, el alineamiento geopolítico de América Latina adquiere un valor estratégico, casi existencial, para las aspiraciones de quienes siguen sosteniendo la quimera del proyecto del Nuevo Siglo Americano.
La pérdida de hegemonía sobre América Latina se está convirtiendo en una pesadilla disimulada en las élites estadounidenses. Estas, dejarían de contar con su suburbio marginal sometido, pero a su vez, con un territorio que tiende a forjar su propio proyecto geopolítico, procurando lograr el viejo sueño de su autonomía política.
La presencia protagónica de China en nuestra región, apoyada en inversiones productivas, desarrollo tecnológico, soporte financiero o construcción de infraestructura productiva, ha desquiciado la política exterior de EE. UU. en América Latina. Esta, ha respondido en términos insólitos.
Los Gobiernos progresistas e incluso algunos conservadores, no están dispuestos a sacrificar posibilidades de progreso y desarrollo nacional solo por favorecer viejas fórmulas de pertenencia al mundo occidental o de sucumbir a desgastadas teorías instrumentales de democracia liberal o libre mercado, que más que libre es un mercado diseñado para el monopolio, ajeno a reglas justas de competencia.
América Latina, en sus complejas variantes, marcha hacia un nuevo destino, sin tutela imperial, rebelde y contestaría en busca de su identidad, unidad e integración de cara a lograr un lugar en el mundo. Estos son, sin duda, otros tiempos en los que tambalea la hegemonía imperial frente a la cada vez más orgullosa Patria Grande.
(Juan Ramón Quintana Taborga es sociólogo y estudioso de las relaciones internacionales, autor de varios libros, el último, en coautoría con Loreta Tellería Escobar, "Las armas de Monroe: Dos siglos de intervenciones militares de EE. UU. contra la Patria Grande")
(Las opiniones expresadas en este artículo son del autor y no necesariamente reflejan la postura de la Agencia de Noticias Xinhua)
https://spanish.news.cn/20231228/5e6eb5ce6c064ed590f92c2aab2d2d43/c.html
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