jueves, 7 de mayo de 2020

El país que insistimos desconocer: El viento frío que precede la Pandemia (2) | por Juan Miguel Pérez | @operacionlazo #CuestArriba

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El país que insistimos desconocer: El viento frío que precede la Pandemia (2)
Juan Miguel Pérez |  @operacionlazo | 6 de mayo de 2020 | 12:03 am
Juan Miguel PérezEn la primera entrega de esta serie El País que insistimos desconocer: La Escuela dominicana de la Superstición (1), analizábamos a partir de los sucesos del llamado peregrino en Puerto Plata, el por qué y el cómo las clases privilegiadas del país suelen juzgar y condenar las prácticas de sobrevivencia (material, intelectual, afectiva, política, etc.) de las clases subalternas de la nación. En esta ocasión, trataremos sobre cómo llegamos a este estado de moralidad dominante, donde la indiferencia e incluso menosprecio por los de abajo ha sido una norma en los últimos 50 años de historia nacional en las clases dirigentes dominicanas.

Este segundo capítulo de la serie lo hemos titulado El viento frío que precede la Pandemia, en directa referencia al poemario de René del Risco, desde cuya obra trataremos de establecer algunas pautas para comprender la historia política y social del modelo dominante de sociedad que hoy padecemos, donde la distancia social, lejos de ser una novedad hoy, ha sido moneda corriente de un específico tipo político de convivencia: cómo llegamos a este estado de cosas, cómo se instauraron sus fundamentos institucionales, bajo cuál contexto ideológico se asentó una visión conservadora del mundo en República Dominicana. Para tratar de responder a estas cuestiones, lo haremos en tres entregas. La primera de hoy aborda al Viento Frío como el punto de ruptura entre una era y otra en términos netamente políticos; la derrota militar de la revolución dominicana, ante la victoria armada de la contrarrevolución conservadora de este país, y esto, gracias a la intervención del ejército de los Estados Unidos en 1965, y la permanente colaboración desde entonces de la Agencia Central de Inteligencia. En una segunda entrega, analizaremos el paradigma de sociedad que ese conservadurismo instauró y los sutiles mecanismos institucionales y sociales mediante los cuales sus normas se fueron normalizando en la vida cotidiana de los dominicanos. Finalmente, una tercera entrega, ensayaré la exploración de algunas pistas que el propio René proporciona para proseguir la resistencia al Viento Frío que todavía hoy prevalece como verdugo de aquella primavera que no llegó para todo el mundo.
El presidente constitucional coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó habla al pueblo dominicano en 1965.
El presidente constitucional coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó
habla al pueblo dominicano en 1965.
1-El inicio del Viento Frío
El 22 de enero de 1966, el coronel Francis Caamaño, antiguo presidente de la República en armas, sale al exilio como parte de los acuerdos impuestos por las necesidades, para el cese de fuego en la guerra patria de abril de 1965. Desde ese momento, un cierto “viento frío acerca su hocico suave a las paredes” de la república, y “tocará la nariz” de una nación vulnerable, entrando en todo el territorio nacional, y continuará lentamente por la calle de la historia dominicana hasta nuestros días.
Ese inicio del viento frío es no es más que la continuidad de los ingentes esfuerzos de la clase dirigente empresarial de entonces, de hacerse del poder político para poder satisfacer así sus intereses en momentos de convulsión ideológica, marcado con un fuerte prestigio de las ideas de izquierda en el continente americano de la época. Desde el Consejo de Estado, la Unión Cívica, las llamadas marchas de reafirmación cristiana, las huelgas patronales al gobierno de Bosch, el Golpe de Estado a Bosch del 25 de septiembre de 1963, el asesinato de Manolo Tavárez y sus compañeros guerrilleros alzados en contra del gobierno de facto, el Triunvirato y sus Austins y las exoneraciones tributarias para grandes consorcios industriales del país, fueron parte de los grandes maniobras desplegadas por la derecha dominicana para contener la democracia progresista y popular en el país.
Por eso, cuando el 24 de abril de 1965 se inicia la ofensiva constitucionalista, y cuando apenas días después la victoria era inminente, luego de la derrota de las tropas del CEFA en el puente Duarte y la Toma de la Fortaleza Ozama, las tropas golpistas de San Isidro y el embajador W.T. Bennet alertan al presidente Johnson en Washington, quien decide intervenir militarmente la tarde del 28 de abril de 1965. Durante varios meses de resistencia heroica, defendiendo a un Santo Domingo libre y una idea de soberanía política de los dominicanos, los constitucionalistas, militares y civiles combatientes, se vieron en la necesidad de negociar una salida al conflicto. Los vencedores militarmente fueron imponiendo sus reglas, comenzando por desarmar al bando revolucionario.
En un país intervenido por las tropas norteamericanas, se celebran elecciones el primero de junio de 1966, donde se impone a Balaguer como presidente de un país en ruinas institucionales y sociales como resultado de la guerra. Era la fuerza “anticomunista” y la propaganda era fortísima contra todo lo que oliera a rojo; era el “orden” versus las “revueltas”; era la reacción contra el “desorden” revolucionario; era la vuelta de un antiguo régimen donde la República sería dirigida por Notables, con un poder económico como sostén de un poder político con una primerísima misión específica: desmontar la estructura revolucionaria aún activa en el país, y aniquilar el programa mínimo de liberación nacional traído por los expedicionarios de Junio de 1959, el cual estructuraba una idea completa de un proceso auténtico de democratización política, social y económica para todos. Pero la ideología conservadora no lo vio así y quiso interrumpir todo eso. Por eso, Balaguer y sus fuerzas criminales, se fueron con todas a desaparecer, por vía de la eliminación física, a toda disidencia beligerante al nuevo orden, al viento frío.
No se respetó lugar ni condición humana alguna: ni a las adolescentes (Amelia Ricart Calventi), ni a las universitarias (Sagrario Díaz), ni a las envejecientes (Mamá Tingó), ni a la juventud agrupada en asociaciones deportivas culturales (Los cinco jóvenes del Héctor J. Díaz). Mataban en la calle, a plena luz del día (Homero Hernández, Pichirilo), frente a sus hijos (Amín Abel), los cercaban y los ametrallaban con saña (Amaury, Virgilio, Bienvenido, Ulises, Orlando Mazara, etc.), en la cárcel (Pérez Guillén asesinado a palos en La Victoria) Hasta fuera del país se fue la derecha a matar revolucionarios (El Moreno). Caracoles, Orlando Mazara, Otto Morales, la lista es un verdadero cementerio. El plan era utilizar el miedo como política de Estado, o más bien, como instrumento del Sistema político del orden dominante, en el cual el Estado es una mano represora más. El viento frío nace así en charcos de sangre.
Además del crimen político, utilizaron las desmovilizaciones sutiles: físicas con la entrega masiva de visas para migrar a Estados Unidos a muchos afines a la revolución dominicana. Por eso, muchos dominicanos en el exterior siguen constituyendo hoy por hoy, con sus recuerdos vivos y anhelos interrumpidos de más de cinco décadas, unos de los territorios de mayor arraigo de ideas de izquierda en cierta población de edad avanzada. Y precisamente de dónde salían esos nuevos emigrantes, la base moral de la comunidad quedaba expuesta curiosos elementos inducidos, traídos desde los Estados Unidos, y que mermaban la capacidad de disenso político y movilización de la juventud que quedaba huérfana de orientación, sin sus líderes del barrio idos al extranjero, presos o asesinados.
El presidente Joaquín Balaguer, rodeado de los altos militares.
El presidente Joaquín Balaguer, rodeado de los altos militares.
Aún así, los barrios de entonces continuaban siendo territorios de un activismo político y cultural importante contra la reacción dominicana. De ahí la saña de Balaguer con enviar a la banda colorá a esos barrios, donde perdieron la vida muchos jóvenes no necesariamente cuadros políticos. Era solo necesario parecerlo para perder la vida. Y de ahí también la obsesión de Balaguer con desbaratar en sus diez años próximos muchos de esos barrios que le hicieron resistencia política en sus doce años. De igual manera, muchas Organizaciones No Gubernamentales fueron creadas por agencias internacionales vinculadas al gobierno de los Estados Unidos, y de repente, las cuestiones políticas se convirtieron en problemáticas sociales, relocalizando las responsabilidades como especies de “fallas” culturales o disfuncionamientos institucionales del sistema en sus agendas “sociales”. Militantes de la revolución dominicana, se convirtieron en muchos casos en una especie de trabajadores sociales, que sin demeritar sus labores ni sus oficios (tan importante como lo otro), disminuyeron en sus tareas la búsqueda de un cambio de régimen político, mutando de problemas políticos estructurales de un sistema, como problemáticas sociales mejorables en el mismo sistema que antes se combatía. Muchas conversiones, no ideológicas, pero sí del tipo de militancia se dieron así.
El Estado y sus economías fueron creando normas de comportamiento, y los críticos a esas normas, comenzaron a llamarles “cabezas calientes”, como si ellos fuesen esos fosforitos que podrían atentar contra ese Viento Frío que empezaba a instalar sus normas de vida y convivencia en la gente. En resumen, el Balaguerato de los 12 años sirvió de base para la primera operación del Viento Frío: terminar de liquidar lo esencial de la resistencia militante al Viento Frío, para permitir en las décadas posteriores el paso a tecnologías más sutiles de gobierno y control de poblaciones.
René del Risco.
René del Risco.
2-El viento frío y el análisis de la historia dominicana
Qué nos puede decir un libro de poemas escrito hace cinco décadas sobre la historia reciente del pueblo dominicano. El viento frío, la única publicación realizada en vida por René del Risco, contiene una serie de claves fundamentales para comprender la era contemporánea en República Dominicana. Unos célebres físicos (Kirchhoff & Mach, citados por Schröndinger) definieron la ciencia como esa “descripción de hechos, con exhaustiva compleción y la máxima economía de pensamiento”. Si menos sería más en términos literarios, la poesía sería aquello que sigue cuando la ciencia para, extenuada de su positivismo limitado. Dicho de otra manera: ahí donde la ciencia no puede más, solo la literatura tiene la capacidad de proseguir el camino del conocimiento, porque la literatura en general (poesía y el cuento, para el caso de René), tiene la destreza de cristalizarnos ese saber experiencial, no abstracto, que logra ingresar de manera más profunda hasta en las “últimas habitaciones de la sangre” del ser humano en sociedad, como refería Lorca en su Teoría del Duende, dejando entrever esa posibilidad que tiene el conocimiento literario de lidiar con esa historia clandestina de la humanidad: los sentimientos y las historias sociales que los ordenan. Por eso, para nosotros, tratar de comprender los sentimientos que se tienen desde el Poder y desde cierta clase de privilegiados sobre las clases marginadas en la actualidad, y que el Covid-19 ha venido a revelar como nunca antes, es importante conectar la obra de René y cómo pudo lograr articular momentos cruciales de nuestra historia moderna.
La primera es sin duda nombrar un pasaje de un momento a otro de la historia. A veces no son suficientes lo hechos, faltan obras culminantes para zanjar las fronteras de una era y otra, de un momento u hecho de transición en la historia. Así como Tocqueville escribió El Antiguo Régimen y la Revolución, promulgando desde ya con un mero título una temporalidad (pasado, presente y futuro de un hecho), y en cuya obra esclarece las rupturas que eran más continuidades, y las aparentes continuidad históricas que sí fueron rupturas, René del Risco logra en su obra trazar la línea divisoria entre, de un lado, la breve república de izquierda que gobernó o fue hegemónica en el país desde diciembre de 1962, fecha de las elecciones de Bosch como presidente de la República, hasta la salida de Caamaño del país, el 2 de enero de 1966, y, por otro lado, la restauración de la República de derechas, que hasta el día de hoy gobierna en la República Dominicana.
El viento frío es una extraordinaria obra de arte, cuya estética vanguardista y ética artística deslumbran, pero cuya epistemología poética nos aporta una documentación valiosísima, un testimonio riguroso de la historia no oficial de los inicios de una época que no ha terminado, y que hoy podemos reconocer sus muchos de los símbolos que el poeta supo hacer su inventario. De ahí la modernidad extraordinaria del Viento Frío como obra, su capacidad de describir con gran cuidado lo que iba a ser este país en las próximas décadas, y no como un mero adiós a las armas que muchos pudieron o quisieron interpretar de los versos de René.
Continuará…
https://acento.com.do/2020/opinion/8813957-el-pais-que-insistimos-desconocer-el-viento-frio-que-precede-la-pandemia-2/
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El país que insistimos desconocer: La escuela dominicana de las supersticiones (1)
Juan Miguel Pérez | 28 de abril de 2020 | 12:03 am
“Hay un cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí, y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual, y la grandeza patria”. José Martí
 Las redes sociales en tiempos de Covid-19 se han convertido en una extraordinario mirador (por ser, tal vez, el único campo hábil de trabajo empírico) para el antropólogo que busca indagar qué y cómo piensan las clases dominantes el país en el que viven. Los privilegios, y los privilegiados como tal, portan en sí una cierta moral que sostiene la acción de su ostentación. Vestir Armani o unos Jordans (para las clases subalternas) es una elección moral (valor que se le asigna a una práctica social), es decir, un acto de afirmación personal que va más allá de su función utilitaria. Toda posición social dominante siempre necesitará de una moral dominante que justifique la superioridad de su estatus por encima de todos los otros.
Esta es la condición sinequanon para el reconocimiento social de una jerarquía, y para la obediencia espontánea de la gente a esa jerarquía. Es así que se fabrica la norma: primero estableciendo los confines de la anormalidad antes que los de la norma misma. Así como la salud se define filosóficament como la ausencia de enfermedad (Canguilhem le llama el silencio de los órganos), lo ordinario solo lo define lo extraordinario. Lapandemia ha venido a ser ese estado de excepción que nos ha revelado el infraordinario dominicano que antes pasaba como unas especies de memorias del subsuelo, ignorado, inadvertido, tan familiar para quienes los padecen, que el resto de la población, los de arriba, solo lo imaginaba.
Lo único es que ese revelado actual funciona fundamentalmente para las clases dominantes, porque las clases dominadas no solo vivían en estas calamidades que los privilegiados han hoy “descubierto”, sino que era también su princpal entretenimiento, porque era el evento intrépido en el medio de sus rutinas de reproducción social marginal y, como en el Godot de Beckett, de prácticamente muerte social por ausencia de novedad. La “buena” moral de los privilegiados hoy necesita resaltar la “mala” moral hoy de los de abajo, para ubicar (y dejarnos ubicados) en su supuesta superioridad.
La noticia de un señor con una cruz a cuesta, que causó sensación en su trayecto a Puerto Plata con un mensaje de redención de la crisis sanitaria que nos azota, se convirtió a su vez en un evento que significó ira en las clases dirigentes, comenzando por sus sectores más críticos

En estos días de confinamiento, la atención está concentrada en los “escándalos” que trae el cotidiano: cleren, atropellos policiales, gente conglomerada en horario de toque de queda, el preregrino de Puerto Plata. Los videos de estos eventos ya no son mero divertimento de las clases populares. En un extraño e inédito movimiento, ahora estos tipos de escándalos son ahora una especie de Ritmo Social, esa versión premium del voyerismo de opulencia, que hoy, desde arriba, se reorienta ala crónica roja (policial) sobre las irreverencias de los de abajo a la tradición, con el mismo rango que lo hacía en su tiempo la revista Suceso (hoy desaparecida), que en sus tiempos proyectaba la sociedad dominicana parte atrás. Mientrasque la crónica rosa se encargaba de la parte “presentable” de la nación dominicana. Ahora le ha tocado a la pobreza y sus formas de expresión, ser la protagonistas de nuestros días. Rompiendo con la rutina, estas manifestaciones de miseria social le mueven el piso a las clases dominantes, incluyendo a sectores progresistas, que aunque bien intencionados, también portan -ignorándolo muchas veces- el inconsciente de clase propio de las clases que han vivido siempre servidas, y desconociendo por lo general lo que viven (y cómo lo viven) quienes les sirven.
Con esta primera entrega sobre el cultivo de supersticiones en temporada de coronavirus, iniciamos una serie de crónicas sociológicas sobre la actualidad de República Dominicana, con especial énfasis en la crítica social al juicio que desde arriba se tiene sobre los de de abajo en nuestra sociedad. 
La Escuela dominicana de las superticiones

Imagen cortesía de El Nuevo Diario.com.do
Imagen cortesía de El Nuevo Diario.com.do

La noticia de un señor con una cruz a cuesta, que causó sensación en su trayecto a Puerto Plata con un mensaje de redención de la crisis sanitaria que nos azota, se convirtió a su vez en un evento que significó ira en las clases dirigentes, comenzando por sus sectores más críticos. Fue usual leer ayer las expresiones de enojo, indignación (en una mayoría de casos con justa razón) y desdén ante el evento, sus participantes, y las autoridades, públicas y privadas, que de alguna manera u otra auspiciaron la actividad. Una de las manifestaciones más común es escuchar decir que la popularidad de ese tipo de actividades donde se promueve actos y dogmas de fe por encima y en contradicción de lo que la ciencia instruye para frenar la pandemia, se debe al precario grado de la educación dominicana. Y tienen razón: la educación del dominicano, esa extroversión de actos ejercida por la gente desde sus recursos intelectuales, psico-afectivas y sociales, se encuentra hoy en estadios practicamente de indigencia institucional, pero, y aquí lo crucial: a la misma altura que la calamidad económica y política que la ha construido. Parecieran vasos comunicantes que contribuyen a la reproducción de una y otra. La economía somete a la política, la política a la educación, la educación a la economía, y la educación a la política, y así. Ante ese estado calamitoso de la cultura dominicana, de lo que se menciona poco es de cuál escuela proviene esa crisis de la educación dominicana.
La calidad de la escuela pública no suele ser una isla aparte de la vida nacional y de la calidad del liderazgo de un país. Contrario a los que muchos creen, las escuelas no cambian a las sociedades. Por el contrario, son las sociedades con liderazgos distintos, las que pueden cambiar la escuela. La escuela fue creada para enseñarle a los que van creciendo la sociedad como es, y no como debería ser. En primer lugar, la escuela es dirigida por docentes, hijas e hijas de esas mismas calamidades que suponemos la escuela cambiaría. El magisterio hace lo que puede, y es difícil dar más allá a lo que no se tuvo en sus años de formación, y que la sociedad no te exige cambiar (ni te motiva ni te enseña a cómo hacerlo). Esencialmente, lo que se recibe en la escuela hoy es mera instrucción (seguir reglas), no discernimiento (pensar por qué seguir o no esas reglas). Por eso la escuela es tan poco subversiva y trasformadorade lo existente, a pesar de ser eso existente inaguantable desde el punto de vista moral (la desiguald abismal entre los dominicanos, por ejemplo). De igual manera, si la escuela dispusiera de todas las condiciones de una buena y verdadera educación (racionalista y moralmente proclive al bien común democrático), también tendría que enfrentarse a un enemigo todavía más fuerte: las leyes de sobrevivencia de la calle, a la cual se sometería toda persona que buscando un trabajo o cualquier otra oportunidad de vida, independientemente de su formación, tiene que acatar esas leyes si quiere sobrevivir (las del tigueraje, por ejemplo), sobre todo en poblaciones más humildes, dependientes en grado mayor de instancias superiores para obtener sus sustentos. Lo que vivimos ayer en Puerto Plata es atribuible en primer lugar al grado de desesperanza de la gente, que busca en cualquier superstición o creencia, alternativas a la que la vida le dice de forma concreta que obtendría o no.
Antropológicamente, se cree en trascendencias cuando no existen formas materiales de domesticar la imprevisibilidad o angustia de un futuro incierto o de un presente carcelero. Y si a eso le sumamos la complicidad de ciertas instancias políticas y religiosas en alentar esas ficciones, porque dicen que el rito hace a la institución, imagínense el resultado. Les habla un educador universitario que cree y le dedica su vida al magisterio (al menos 40 horas semanales con muchachos de orígenes muy humildes), pero que también conoce los límites de su acción y los de la escuela, frente a una realidad social mayor y la mayoría de veces contradictoria con el currículo intencional escolar.
Ciertamente, existen múltiples ejemplos de excepción de instituciones escolares que hicieron la diferencia para un grupo, o para unos casos minoritarios de estudiantes. Pero esos resultados airosos se explican por sus insumos de entrada: tanto su dirección, sus estudiantes y familias, poseyeron o poseen condiciones de base que no son las mismas que están contenidas en la generalidad de escuelas públicas de hoy. En primer lugar, existen distintos criterios políticos, por ejemplo, y pareciera paradójico, en mi experiencia docente, mis estudiantes con más conciencia sobre la pobreza suelen provenir de escuelas dirigidas por religiosas. Otros casos de excepcion encontraron formas pedagógicas también de excepción, en la que muchachos y muchachos pudieron beneficiar de profesores que hacían la diferencia. Difícil que se incorpore eso que los sociólogos llamamos un capital cultural, económico e incluso político, al estudiante. Usualmente, lo que sucede es que esos capitales se transforman en saberes de familia en saberes escolares, pero en rarísimos casos se construyen del todo en la escuela, teniendo aquellas personas que lo poseen en dotaciones precarias, mucha dificultad en instituirlo en sus lenguajes (comenzando por la pronunciación, por ejemplo).
Esos patrimonios intangibles son la mochila invisible que llevan los estudiantes a la escuela, y que es decisiva a la hora del desempeño en la escuela. Ese desline entre la cultura escolar oficial y la cultura oficiosa practicada por la gente es lo que mella el interés y el rigor de estudiantes y educadores en el proyecto curricular vigente. El cambio cultural puede producirse en esa familia que tenga direcciones que sientan para dónde se va yendo a la escuela, colaborando así en el proyecto de cambio (en la casa, los padres en las tareas, en los comportamientos, etc.). Pero si la escuela va por un camino, y la familia, el vecindario, esa pequeña sociedad que acompaña al niño, niña y adolescente van por otro, muy, pero muy difícil se produzca el cambio. La sociología de la educación y la cultura ha documentado eso teórica y empíricamente lo suficiente, al punto de ser hoy consenso en la comunidad académica desde hace décadas. Y los parámetros de lo que llamamos reproducción social, así lo confirman en las estadísticas. Claro, no desistimos del uso de la escuela como motor de lo que tenemos. Pero eso tiene que tener primero las condiciones sociales y políticas (institucionales) de intención: para dónde es que queremos ir, y mostrar el ejemplo de eso, como forma de legitimar en el cuerpo social, ese cambio cultural al que apostaríamos o visualizaríamos.
Faltaría, como decía Hostos, «formar un ejercito de maestros, que en toda la República militara contra la ignorancia, la superstición, el cretinismo, la barbarie». Pero la verdadera escuela de las supersticiones de la sociedad dominicana no proviene de sus aulas, sino de la pobre respuesta democrática de las instituciones oficiales y de las clases dominantes, tan distante del interés general, como de la miseria general que sus artes han fabricado como sociedad y Estado al pueblo dominicano que las padece. José Martí escribió en 1884 un texto extraordinario, que por cierto dedicó a la República Dominicana: Maestros ambulantes, en donde el poeta y revolucionario cubano proponía un sistema educativo que saliera de las escuelas y que se hiciera Estado docente, dialogante, educador. Sus maestros no estarían restringidos a aulas, sino que serían maestros misioneros que “abrieran una campaña de ciencia y ternura”, y que cabalgara por ciudadaes y campos, para remediar la ignorancia, sustituyendo así todo conocimiento indirecto y estéril por el “conocimiento directo y fecundo de la naturaleza”.Yo le agregaría a esa naturaleza, lo “social” de una República auténticamente democrática y basada en esa aspiración al mejoramiento permanente, y que por vías racionales construya entre todos un destino común de paz verdadera.
https://acento.com.do/2020/opinion/8811037-el-pais-que-insistimos-desconocer-la-escuela-dominicana-de-las-supersticiones-1/

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