Paiewonsky clama por su obra
Fue la primera plaza pública que se inauguró en el Gobierno de Joaquín Balaguer para recibir a los visitantes procedentes del lado Este de la ciudad, con belleza y distintivos impresionantes, tanto en el día como en la noche, cuando se iluminaban sus caídas de agua multicolores.
Además de su resplandeciente hermosura, encerraba un significado histórico: rendir homenaje a los forjadores de la nacionalidad dominicana, a los Padres de la Patria y a los demás hombres y mujeres que les acompañaron en la empresa independentista: Los Trinitarios. La Plaza de La Trinitaria fue también demostración de originalidad y prueba de que se puede construir una obra magna, bella, didáctica y útil, sin abultados presupuestos, haciendo uso de los recursos naturales y materiales propios. Así la concibió y la creó el arquitecto, urbanista, escultor, botánico, diseñador, pintor y maestro Benjamín Paiewonsky, cuando el mandatario le pidió una estructura que ofreciera la bienvenida al visitante y que “hablara de lo que somos” como nación. Cuando la concluyó sintió satisfacción por los aplausos que recibió del conglomerado en septiembre de 1966 al dejarla inaugurada. Hoy, más de medio siglo después, ha vivido momentos de sufrimiento viendo cómo ha sido mutilada, opacada por los elevados, abandonada, saqueada.
“Me ha llamado la atención la noticia de que el actual síndico de la capital ha estado hablando de romper el pavimento, de cambiar pintura y de que no se mencionan las bombas que le daban prestancia, ni el reloj que existió, y que se desconozca totalmente el significado simbólico. Se está tratando como una obra más, cuando tiene un valor y un simbolismo para la República. Fue diseñada con fines visuales de entrada a la ciudad”, expresa con dolor, como si se tratara de un hijo.
En la actualidad, la Plaza de La Trinitaria, un triángulo localizado en las calles Josefa Brea y París, donde ambas vías se cierran y conectan con el puente Duarte, está siendo remodelada. Planchas de zinc la cercan y es constante la entrada y salida de camiones. El pavimento es un lodazal amarillento, por las recientes lluvias. El padecer de Benjamín Paiewonsky se inició cuando el elevado de la calle París “afectó el conjunto: se llevó el camellón que le hacía el colchón, y los jardines del lado donde Balaguer construyó multifamiliares. Me produjo un gran malestar” y entonces lo expresó en la prensa, recibiendo titulares de primera plana. “Pero nadie me hizo caso”. No reclama porque la diseñara él, sino por la alegoría “que involucra para el país”.
También lo embargó la nostalgia y la indignación cuando se robaron el inmenso reloj que orientaba al conductor en cuanto al tiempo. La bomba desapareció. Ahora el catedrático universitario y paisajista está escribiendo “la razón de ser de esa plaza, que es un ícono, porque me da vergüenza cómo la han convertido en una porqueriza, sumiéndola en completo abandono”.
Y clama: “¡Que no destruyan la idea original de esa plaza!” La historia. En 1966, Benjamín Paiewonsky, recién llegado de la Universidad de Notre Dame, trabajaba en la construcción de la residencia de José Piña, en la calle “Pedro Henríquez Ureña”, quien le había pedido pinos en los jardines, cuando le visitó Michel Lulo Gitte, secretario de Obras Públicas, y le manifestó:
-Estamos haciendo el cambio de vía de la entrada de Santo Domingo desde el Este y nos gustaría ver cómo desarrollas unos jardines y una plaza. Vamos donde Balaguer. El gobernante había visto los pinos de la vivienda de Piña y los quería en la plaza. Paiewonsky le razonó:
-Doctor, este es un país tropical, y el pino habla de montañas y de climas muy diferentes, si me lo permite pondré palmas dominicanas”. La Real (Roystonea) “ya se había usado mucho con fines políticos”, dice, y le recomendó la “Copernicia bertoroana”, que “solo se da en el país y nunca se había utilizado en áreas públicas y era endémica” (Paiewonsky debía complacer a Piña, un cliente privado que por ser dueño de aserraderos estaba familiarizado con el pino y disfrutaba el olor y el ruido cadencioso de sus ramas). Balaguer “no quedó muy convencido” y Paiewonsky le presentó dos modelos, con pinos y con palmas. “Se decidió por las palmas”. El presidente le expresó el mensaje patriótico que deseaba transmitir y el profesional le propuso ir a las raíces taínas con los mellizos Yayael y Caracaracol, pero el gobernante había pensado en algo más reciente. Surgieron los Padres de la Patria, Los Trinitarios.
-Voy a hacer el diseño y se lo voy a supervisar”, prometió Paiewonsky. “Y por primera vez se hizo una obra de esa envergadura, que trataba con plantas, más que nada”.
Una alfombra vegetal fue levantada luego de tratar el piso para que “enalteciera todo lo que se colocaría en ella”. Y para representar la entidad que hizo posible la Independencia, buscó al arquitecto Antonio Prats Ventós “que me hizo el monumento, en concreto, de 16 metros de altura, con el escudo y la bandera nacionales en relieve”.
Debajo del piso donde están enclavadas las tres estructuras de Prats Ventós fueron instaladas “caídas de agua que hacían ver que estaban en el aire”. Pero estas dejaron de funcionar. “Alguien puso un anuncio lumínico y eso le quitó la oscuridad” que permitía ese efecto durante la noche. Enfrente, explica Paiewonsky, se dejó espacio libre para desfiles militares y ofrendas y servía, además, como punto de reunión, retretas, “o para que la vecindad contara con un lugar de recreación”. En el diseño del piso “le puse una simbología relacionada con el trigonolito (piedra con tres cabezas), diseño con línea recta y triángulo”.
Define el monumento de Prats Ventós como “tres esculturas simples, en concreto, que representan a los trinitarios, y en ambos lados estaban el escudo y la bandera”.
Además, trabajaron en la plaza los ingenieros “Almonte y Monegro”, subsecretarios de Obras Públicas, como supervisores, e Isidro Alamo, que realizó el vaciado del bronce de los símbolos patrios.
En un reportaje anterior se publicó que el arquitecto Manuel Valverde Podestá trabajó en esta plaza, lo cual es incorrecto. Benjamín Paiewonsky es autor, además, del proyecto original de la avenida Mirador Sur y trabajó en la Cima de Isabel de Torres, en Puerto Plata; en el conjunto de áreas verdes y planificación de los pulmones ambientales de Samaná, en el diseño y siembras del Jardín Botánico, entre otras obras.
“Me ha llamado la atención la noticia de que el actual síndico de la capital ha estado hablando de romper el pavimento, de cambiar pintura y de que no se mencionan las bombas que le daban prestancia, ni el reloj que existió, y que se desconozca totalmente el significado simbólico. Se está tratando como una obra más, cuando tiene un valor y un simbolismo para la República. Fue diseñada con fines visuales de entrada a la ciudad”, expresa con dolor, como si se tratara de un hijo.
En la actualidad, la Plaza de La Trinitaria, un triángulo localizado en las calles Josefa Brea y París, donde ambas vías se cierran y conectan con el puente Duarte, está siendo remodelada. Planchas de zinc la cercan y es constante la entrada y salida de camiones. El pavimento es un lodazal amarillento, por las recientes lluvias. El padecer de Benjamín Paiewonsky se inició cuando el elevado de la calle París “afectó el conjunto: se llevó el camellón que le hacía el colchón, y los jardines del lado donde Balaguer construyó multifamiliares. Me produjo un gran malestar” y entonces lo expresó en la prensa, recibiendo titulares de primera plana. “Pero nadie me hizo caso”. No reclama porque la diseñara él, sino por la alegoría “que involucra para el país”.
También lo embargó la nostalgia y la indignación cuando se robaron el inmenso reloj que orientaba al conductor en cuanto al tiempo. La bomba desapareció. Ahora el catedrático universitario y paisajista está escribiendo “la razón de ser de esa plaza, que es un ícono, porque me da vergüenza cómo la han convertido en una porqueriza, sumiéndola en completo abandono”.
Y clama: “¡Que no destruyan la idea original de esa plaza!” La historia. En 1966, Benjamín Paiewonsky, recién llegado de la Universidad de Notre Dame, trabajaba en la construcción de la residencia de José Piña, en la calle “Pedro Henríquez Ureña”, quien le había pedido pinos en los jardines, cuando le visitó Michel Lulo Gitte, secretario de Obras Públicas, y le manifestó:
-Estamos haciendo el cambio de vía de la entrada de Santo Domingo desde el Este y nos gustaría ver cómo desarrollas unos jardines y una plaza. Vamos donde Balaguer. El gobernante había visto los pinos de la vivienda de Piña y los quería en la plaza. Paiewonsky le razonó:
-Doctor, este es un país tropical, y el pino habla de montañas y de climas muy diferentes, si me lo permite pondré palmas dominicanas”. La Real (Roystonea) “ya se había usado mucho con fines políticos”, dice, y le recomendó la “Copernicia bertoroana”, que “solo se da en el país y nunca se había utilizado en áreas públicas y era endémica” (Paiewonsky debía complacer a Piña, un cliente privado que por ser dueño de aserraderos estaba familiarizado con el pino y disfrutaba el olor y el ruido cadencioso de sus ramas). Balaguer “no quedó muy convencido” y Paiewonsky le presentó dos modelos, con pinos y con palmas. “Se decidió por las palmas”. El presidente le expresó el mensaje patriótico que deseaba transmitir y el profesional le propuso ir a las raíces taínas con los mellizos Yayael y Caracaracol, pero el gobernante había pensado en algo más reciente. Surgieron los Padres de la Patria, Los Trinitarios.
-Voy a hacer el diseño y se lo voy a supervisar”, prometió Paiewonsky. “Y por primera vez se hizo una obra de esa envergadura, que trataba con plantas, más que nada”.
Una alfombra vegetal fue levantada luego de tratar el piso para que “enalteciera todo lo que se colocaría en ella”. Y para representar la entidad que hizo posible la Independencia, buscó al arquitecto Antonio Prats Ventós “que me hizo el monumento, en concreto, de 16 metros de altura, con el escudo y la bandera nacionales en relieve”.
Debajo del piso donde están enclavadas las tres estructuras de Prats Ventós fueron instaladas “caídas de agua que hacían ver que estaban en el aire”. Pero estas dejaron de funcionar. “Alguien puso un anuncio lumínico y eso le quitó la oscuridad” que permitía ese efecto durante la noche. Enfrente, explica Paiewonsky, se dejó espacio libre para desfiles militares y ofrendas y servía, además, como punto de reunión, retretas, “o para que la vecindad contara con un lugar de recreación”. En el diseño del piso “le puse una simbología relacionada con el trigonolito (piedra con tres cabezas), diseño con línea recta y triángulo”.
Define el monumento de Prats Ventós como “tres esculturas simples, en concreto, que representan a los trinitarios, y en ambos lados estaban el escudo y la bandera”.
Además, trabajaron en la plaza los ingenieros “Almonte y Monegro”, subsecretarios de Obras Públicas, como supervisores, e Isidro Alamo, que realizó el vaciado del bronce de los símbolos patrios.
En un reportaje anterior se publicó que el arquitecto Manuel Valverde Podestá trabajó en esta plaza, lo cual es incorrecto. Benjamín Paiewonsky es autor, además, del proyecto original de la avenida Mirador Sur y trabajó en la Cima de Isabel de Torres, en Puerto Plata; en el conjunto de áreas verdes y planificación de los pulmones ambientales de Samaná, en el diseño y siembras del Jardín Botánico, entre otras obras.
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