Kit Harington en el final de la séptima temporada de “Game of Thrones" HBO |
Aunque Better Call Saul roce la perfección en su tercera temporada, tal vez sea la excepción que confirma la regla: las mejores series norteamericanas de este 2017 son adaptaciones de novelas. Me refiero a The Leftovers, I love Dick, Game of Thrones y The Handmaid’s Tale. Incluso podría añadir American Gods, que quizá no sea tan buena pero que es la mejor que he visto de superhéroes.
La televisión es sobre todo televisión: un lenguaje propio. Pero la literatura atraviesa explícitamente la producción audiovisual de nuestra época. Tanto en el marco general (el de la serialidad folletinesca y los guiones de alta carga metafórica) como en los ejemplos concretos: cada capítulo de la británica Sherlock parte de un caso del detective escrito por Arthur Conan Doyle; en la española El Ministerio del Tiempo han aparecido, entre otros muchos personajes, Cervantes, Lorca y Hemingway; Gomorra -producción italiana-, imagina historias cuyas raíces están en el libro homónimo de Roberto Saviano; y Girls, cuya protagonista es escritora, logra su nivel más alto en un capítulo de la temporada final (“American Bitch”), que habla de ambigüedad, heteropatriarcado y… literatura.
Dickens está presente en toda la obra de David Simon y su habitual equipo de guionistas/novelistas (es bellísimo, por cierto, el homenaje en The Deucea Historia de dos ciudades). Y Homicide —su primera serie— fue la adaptación de una crónica suya. Pero su obra maestra es una creación original: The Wire. Hasta ahora las series canónicas de la tercera edad de oro de la televisión eran todas creaciones originales de guionistas y directores excelentes, bien coordinados por un showrunner visionario. Digamos: The West Wing, The Sopranos, Mad Men, Black Mirror, Breaking Bad, Borgen, Veep o Transparent.
Pero en los últimos años se ha producido un cambio llamativo: la explosión de las series de origen explícitamente literario. La corriente tal vez haya sido motivada por el éxito brutal de Game of Thrones, que comenzó adaptando las novelas de George R. R. Martin y ha acabado volando autónomamente y en tiempo récord como un cuervo o un dragón de Poniente. Ese éxito se produjo en un momento en que se multiplicaban como setas los nuevos sellos interesados en producir series (Netflix, Amazon y Hulu, entre otros) y que se buscaban ideas y argumentos hasta debajo de las piedras.
La primera de esas adaptaciones que ha llegado a su final es The Leftovers, que partió de una novela de Tom Perrotta. Ha logrado en tres temporadas hipnóticas ingresar en ese rincón de nuestro archivo personal donde almacenamos las experiencias intelectuales y emocionales más vibrantes. Le han seguido la justamente aclamada The Handmaid’s Tale, que adapta con inteligencia narrativa y virtuosismo técnico e interpretativo la gran novelade Margaret Atwood; y la injustamente soslayada I love Dick, que convierte la novela de Chris Kraus en un precioso e incisivo homenaje al cine, al arte, a la escritura, a la vida sin fronteras de género definidas.
Esas cuatro series literalmente extraordinarias no son más que el pistoletazo de salida de una tendencia cada vez más relevante: la adaptación de novelas. Superventas, si puede ser. En España a El tiempo entre costuras le van a seguir La catedral del mar y Patria. Lo habitual es la mediocridad, como hemos podido ver en Under the Dome y 22/11/63 (traducciones seriales de dos volúmenes de Stephen King) o en The Son (basada en la novela de Philipp Meyer). Pero solo tras mucho ensayo y mucho error de una mayoría de producciones se consigue la excelencia de una afortunada minoría.
Así funciona el negocio teleserial que, a veces, es arte: enanos vanguardistas a hombros de gigantes industriales.
https://www.nytimes.com/es/2017/10/15/television-literatura-series-adaptaciones/?smid=tw-espanol&smtyp=cur
No hay comentarios.:
Publicar un comentario