jueves, 3 de mayo de 2018

NOS CAMBIÓ LA VIDA: Memorias personales de jóvenes de ascendencia haitiana 
afectados por la Sentencia 168-13

NOS CAMBIÓ LA VIDA: Memorias personales de jóvenes de ascendencia haitiana afectados por la Sentencia 168-13

Servicios de Acento.com.do - 3 de mayo de 2018

Foto: Miembros del grupo Reconoci.do, protestando frente a la Junta Central Electoral
NOS CAMBIÓ LA VIDA: Memorias personales de jóvenes de ascendencia haitiana afectados por la Sentencia 168-13, es un libro que recoge testimonios de jóvenes de ascendencia haitiano que resultaron afectados por la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional dominicano. Se trata de un libro producido de forma conjunta por el Centro Bonó y por la Fundación Juan Bosch, y que fue puesto en circulación hace algunas semanas.
Acento tiene el propósito de divulgar los testimonios personales de las personas que se han dignado contar su historia. También presentaremos la introducción del Libro, escrita por la escritora y activista Farah Hallal, que presentamos a continuación:
Cuando me invitaron a ser la maestra del taller de escritura «Historias de Vida», el asunto parecía sencillo. Luego tuve mis dudas. Matías Bosch (1), Ana Belique (2) y yo nos reunimos para ampliar los detalles del taller de escritura para jóvenes de ascendencia haitiana afectados por la resolución que les dejaba en limbolandia: sin nacionalidad, sin tierra, sin futuro. Cumplir este pedido no me parecía tan fácil porque desconocíamos las competencias para la escritura de los futuros talleristas y, en lo personal, yo temía que –en cuanto apareciese el mínimo grado de dificultad–, la mayoría desertase. Para evitar esto, mi propuesta implicaba rotar de batey en batey, trabajando con pequeños grupos. ¿Cuánto tiempo tomaría el proceso? Claro, la maestra no contaba con la extraordinaria capacidad de organización del Centro Bonó ni con la determinación de los comunitarios de los bateyes, miembros del movimiento Reconocido. Y lo cierto es, confieso, que a medida que el proyecto se desarrollaba, fui comprendiendo mejor las claves que lo hicieron funcionar.
Cuando vi a algunas jóvenes madres asistir al taller llevando a algunas de sus hijas pequeñas, me dije: «a estas mujeres no las para nadie». De hecho, comprendí, escuchando a Rosa leer fragmentos de su historia de vida, que aprendió de su padre a llevarse a sus hijos a todas partes. Si ella creció yendo a los cortes de caña, mucho antes del amanecer, ¿iba a ser un problema asistir a nuestra clase por no tener quien cuidara de sus hijos mientras lo tomaba? Pues no. Rosa y otras madres llevaron a sus hijos: no faltaron mientras cursamos el taller de escritura que dio origen a los textos que ahora compartimos.
Lo que saldría de esta aventura, finalmente, tampoco estaba claro. «Un laboratorio de escritura», sería un título para estas palabras introductorias, pero como no lo describe totalmente, he de desestimarlo. Pero, que conste, que aquellos encuentros no dejaron de ser un experimento que nos sorprendió, nos hizo llorar, nos hizo reír y nos cambió la vida. No solo a quienes estábamos supuestos a estar allí: también a quienes no se suponía que estuvieran allí, pero igualmente estaban. Mis estudiantes de Unibe, por ejemplo.
Me refiero a los estudiantes a quienes di algunas clases de poesía durante el primer semestre de 2017. Pues ellos, a su vez, leyeron estas historias de vida y escribieron poemas dedicados a sus autores. Me explico: cada sábado, de 11:00 a.m. a 2:00 p.m. daba clases a estudiantes de reciente ingreso en Unibe. Y los sábados en la tarde y domingos en la mañana, me trasladaba a Manresa La Altagracia, en Haina. O al centro de retiro espiritual situado en La Victoria, el Santuario de Schoenstatt, donde me esperaban los autores de las memorias personales que leeremos a continuación. Esta dinámica de doble vía fue… ¿alucinante?
Estudiantes de Unibe leen las historias de vida escritas por jóvenes de ascendencia haitiana a quienes les fue retirada la nacionalidad dominicana.
Fue hermoso. Increíblemente hermoso. Me asombró el estudiante de Unibe que expresara su incredulidad arrojando a la mesa del pupitre el papel con la historia de vida que le tocó leer: «¡No puede ser posible vivir así, esto no es verdad, no es verdad! ¡Ellos no escribieron esto!», manifestó. Otro dijo que no puede ser posible vivir con 60 pesos al día. O con menos. Y otro que no puede ser posible que estas historias se contasen con tanta gracia y soltura por gente que apenas cursó un 8vo grado. Confieso que si yo no hubiera estado allí, dando las clases, a lo mejor pensaría lo mismo.
No estoy segura de que todos me hayan creído cuando les juré que sí, que estos trabajos eran de verdad, que no eran ficción… pero ruego que me crea quien me lee ahora: sí, es perfectamente posible. Cada fragmento de cada historia de vida, tiene acta de nacimiento. Fue escrito respondiendo a un ejercicio de escritura, y cada ejercicio de escritura está ligado a un libro leído en clase. Por ejemplo, «¿De qué está llena la maleta de Rosanny?» escrita por Rosanny Romilis Jiménez, surge de la lectura del libro infantil La caja de la esperanza (3). Y como este ejemplo, hay muchos. Con la lectura del libro infantil La peor señora del mundo (4), reflexionamos en torno a la opresión de la sociedad. Y así. Y así. Y así…
¿Qué pasó con quienes se apuntaron al curso sin saber escribir como para poder expresar un pensamiento complejo? Recurrimos no solo a la escritura, también a la oralidad. Y a la solidaridad de aquellos participantes con más competencias para la escritura, quienes iban transcribiendo hasta hacer legibles aquellos textos que fueron escritos con ciertas limitaciones, propias de quienes aún están en proceso de alfabetización. Quizá a alguno le faltó conocer algunas letras del abecedario, pero tuvieron exceso de determinación, valor y capacidad reflexiva. Porque para escribir esto que veremos a continuación hay que sufrir más de una vez. Y llorar más de una vez. Porque no es cosa sencilla organizar el pasado, menos aún hacerlo cuando no se tiene claro el futuro. ¿Qué obsesión tenemos con el pasado?
Algunas fuentes consultadas estiman que, en 400 años, unos diez millones de africanos entraron al Caribe, víctimas de la esclavitud. Los descendientes de los que la crueldad de los amos dejó con vida, andamos caminando por ahí, algunos como yo, con ascendencia libanesa, pero negros disfrazados, al fin y al cabo. Claro, que con la ley que puso en remojo las actas de nacimiento de tantos dominicanos y dominicanas de ascendencia haitiana, nadie puso en duda que la nieta de un libanés no fuera dominicana. Y fue una suerte: no conozco el Líbano. Desconozco su idioma. Lo que tenga de su cultura en la mía ni lo sé: mi abuelo libanés murió antes de yo nacer, con lo cual mi única identidad posible sería la cibaeña. Pero, viendo que la ruta del ser humano es migrar, creo que ya ni eso: me siento ser de toda América, de todas partes, de todos los lugares donde haya germinado el amor. Quiero ser de aquella civilización de Neandertales y Homo Sapiens que hará más de 37 mil años supieron convivir durante más de cinco mil años (5). Bueno, eso lo explica mejor el poema «Estampida» (6):

Estampida
A Danica May, «bebé 7 000 millones»
Cierra el círculo de sombra ahogado en el ojo:
con ella sumamos siete mil millones y un gesto.
Será contar el único modo de ver
donde acaba de ser un cuerpo.
Siempre en tránsito
ahogamos la frontera del instante
la pausa redonda del semáforo
la interminable ansiedad de quien emigra.
Así partimos
llevando el territorio y los escombros
desplegando en otro punto del mapa.
La patria es una deuda intemporal
la hora cero de una enfermedad genética.
Migrando va la muerte en nuestra sangre
soberbia como marca de nacimiento.
Va sin saber cuándo habremos sumado demasiado.
No se pregunta si habrá multitud más excluyente
que el uso común de la palabra todos.
Frágiles contemplamos nuestra función de número
de pies espolvoreados en minucias
y una acepción fatal del vocablo plazo.
Qué fue de la niña que iluminó portadas
anunciando alegremente su condición de cifra.
Nos cansaremos algún día de mecer balances
de amontonar explicaciones en el fondo itinerante del río
de ilustrar costas ensangrentadas,
héroes de pólvora venerados a destiempo.
Nos cansaremos una tarde de sumar
niñas nacidas para ser moscas en un balde de leche.
Qué fue de aquella que engrosó
la brillante generación del vacío.
Qué suma a esta hora un número de tantos dígitos.
Más frío en la frazada roída del semblante.
Más escasez y muchedumbre desplazada
en su agónico sentido de unidad
hacia la muda indiferencia de los puntos.
¿Qué hace que tu patria sea tu patria? Estas memorias dan descripciones exactas, no solo de una ubicación geográfica: también la geografía de la pobreza y de la violencia queda muy bien descrita. Las mujeres, como suele suceder, son las más afectadas: los textos reunidos dejan claro cómo la situación económica obliga a las niñas a ser cuidadoras de sus hermanos, asistentas del hogar y víctimas de violaciones, entre otros tipos de violencia. ¿Y los derechos de estas chicas, dónde están? ¿Y qué decir de la geografía sentimental? Nos lo cuenta bastante bien Shalin Charles Deni en su texto:
Cuando yo le pregunté al inspector de qué se trataba ese documento, él me dijo que era una demanda de la Junta Central. Cuando le dije: «¿por qué la Junta me está demandando?», él me dijo que era una demanda en nulidad de mi acta de nacimiento. Yo no aguanté las lágrimas y me puse a llorar. Llamé a un joven llamado Isidro, él era coordinador de núcleo del Movimiento de Reconocido. Él me dijo que había que llevarle esos documentos a la abogada. Ella me dijo que no me preocupara, que todo se iba a solucionar. A mí me mandaron tres demandas en nulidad. Yo ya no sabía qué hacer. Yo… hasta pensaba en quitarme la vida… porque si yo no tenía documentos, cómo voy a vivir en este país de discriminación y de abuso.
O como lo cuenta Esther Bonnat Michel:
Tocaron el timbre para entrar y estaban pasando la lista cuando mencionan mi nombre de segunda y la profesora me pregunta: «¿de dónde viene tu apellido?». Y no le contesté. Y todos los demás empezaron a burlarse de mí. Eso era todos los días. Me relajaban, me golpeaban, me decían «haitiana», y eso era todos los días –tantos años en lo mismo– que empecé a acostumbrarme. Cuando me decían «haitiana» yo les decía «dominicano», y así sucesivamente.
De este lado del mundo, el color oscuro de la piel ha estado ligado a la pobreza y todo tipo de marginación. Recuerdo que todavía en la primera década del año 2000, era infrecuente que a los publicistas nos dejaran utilizar modelos afrodescendientes para los anuncios publicitarios porque los clientes –y algunos directores de cuentas–, alegaban que lo «aspiracional» era ser blanco y rico. Y a eso había que apelar.
Ser negra en el Caribe no era bien visto hace siglos, como no lo es bien visto ahora: más de una vez alguna compañera de trabajo (irónica o bromista) me ofreció colectar para mandarme al salón de belleza cuando usaba mi cabello rizado. Tener el pelo liso, es ´sinónimo de buen gusto, de refinamiento, de elegancia´. ¿O un negarse, avergonzarse, distorsionarse?
La cosa es que estas memorias no solo cuentan cómo este grupo de jóvenes –que en algunos casos no se conocían por venir de bateyes de diferentes provincias– vivió la experiencia del retiro de su nacionalidad, otorgada bajo las leyes vigentes al momento de su nacimiento en República Dominicana. La cosa no se reduce a cantaletear lo mismo en cada historia, solo cambiando el título y su autoría. Cada historia es distinta. Cuenta un trozo de vida distinta. Nos muestra que el realismo mágico
–que tanta fama tiene gracias a la literatura de Gabriel García Márquez– se queda corto: parece improbable, por no decir increíble que nuestros gobiernos hayan permitido que personas, sin importar su ascendencia, vivan en las condiciones de pobreza y desprotección que nos muestran estas voces. Unas voces valientes. Unas voces fuertes. Unas voces que pasaron de cantar para no llorar en los cortes de caña, a contar sus historias, sus tragedias sentimentales, sus logros pese a tener todo en contra. Y a contar su felicidad porque en un pasado triste también podemos encontrar hermosos instantes que hemos de atesorar: un olor particular, la brisa en la cara, marotear mangos o guayabas…
Quien tenga el valor de leer estas historias, encontrará hijas e hijos orgullosos del origen humilde de sus padres. Hijas e hijos que no se avergüenzan de que sus padres sean cortadores de caña o vendedores de dulces. Que no se inventan un pasado blanco o poderoso. Son jóvenes golpeados una y otra vez por la vida, y es justo ahí que me emociono: toda experiencia les ha servido para convertirse en mejores seres humanos. Toda experiencia les ha servido para hacerse más solidarios y reconocer el inmenso valor heredado de su cultura: comunidades pobres en dinero, pero muy ricas en valores humanos, en generosidad, especialmente, lo que hace que este fin de mundo, marginado y, por lo tanto injusto, no sea un lugar hostil, sino un lugar en proceso de cambio. Y estoy segura de que estas nuevas voces se dejarán escuchar en todas partes.
Hemos optado por presentar estas historias organizadas tomando en cuenta el año de nacimiento. El batey, como lugar imaginario, nos podría parecer «lo mismo», pero no lo es. La pobreza no es la misma en zonas áridas que en zonas donde todo crece. Sin embargo, las historias dan cuenta de una geografía interior, más que exterior, que se nos hace más rica cuando sacamos la cuenta:
1) las mujeres son más pobres y se privan de los estudios cuando se embarazan en la adolescencia.
2) Las mujeres son animadas a unirse a hombres cuando aún son niñas o adolescentes como una forma de salir de la pobreza extrema en la familia, pero la familia de origen no advierte el efecto boomerang: ellas retornarán con hijos, lastimadas y más pobres que como salieron.
3) Cursar estudios de secundaria sigue siendo un diferenciador que determinará el curso de una vida para siempre.
¿Alguna noticia nueva? Digamos que no. Lo anterior se cae de la mata, pero el Estado parece no saberlo. ¿Hay alguna buena razón para marginar a quien ya nació con las de perder? Y a esto no solo nos referimos a la vida en los bateyes, sino a la vida de todos los seres humanos que heredaron negación de oportunidades que le son legítimas. La gente que nace en extrema pobreza, que no tiene escuela en su comunidad o la escuela provee una educación de pésima calidad, ¿qué futuro tiene?, ¿a qué se les empuja si, además, se le niega entregarle su acta de nacimiento? Para responder a estas preguntas, es mejor leer las historias de vida que siguen a continuación. Las hemos organizado por año de nacimiento, esperando que esta secuencia nos ayude a acompañar el crecimiento de esta generación de jóvenes valientes y luchadores.

Notas:
  1. Matías Bosch es director ejecutivo de la Fundación Juan Bosch.
  2. Ana María Belique es encargada del Programa de Derechos Humanos en el tema de Nacionalidad del Centro Bonó. «Reconocido» surgió como una campaña que impulsó el Centro Bonó, que luego devino en el Movimiento Social de Jóvenes Dominicanos de Ascendencia Haitiana. Desde el inicio del proceso, Ana María Belique se destacó como líder y vocera del colectivo.
  3. Farah Hallal. (2016). La caja de la esperanza. Santo Domingo, Rep. Dom.: Ediciones SM.
  4. Francisco Hinojosa. (1992). La peor señora del mundo. México: Fondo de Cultura Económica.
  5. Marcello Bellucci. (2015). Neandertales y Homo sapiens tuvieron sexo y convivieron 5 mil años. 24 de noviembre de 2017, de clarin.com Sitio web: https://www.clarin.com/sociedad/homo_sapiens-neandertales-hallazgo-cruces-sexo-5-000_anos-ciencia_0_S1mD8Ptv7l.html
  6. Farah Hallal. (2013). Borrándome. Santo Domingo, Rep. Dom.: Zéjel Media Group.
https://acento.com.do/2018/actualidad/8561459-nos-cambio-la-vida-memorias-personales-jovenes-ascendencia-haitiana-%e2%80%a8afectados-la-sentencia-168-13/

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