jueves, 5 de septiembre de 2019

Opinión | Cuando los mediocres toman el poder; por ALAIN DENEAULT

IDEAS OPINIÓN
Cuando los mediocres toman el poder 
La división y la industrialización del trabajo manual e intelectual han contribuido al advenimiento de una 'mediocracia', sostiene el filósofo Alain Deneault en su último libro

4 SEP 2019 - 00:00 CEST  
triunfo de los mediocres
GETTY IMAGES / VETTA CSA
Deje a un lado esos complicados volúmenes: le serán más útiles los manuales de contabilidad. No esté orgulloso, no sea ingenioso ni dé muestras de soltura: puede parecer arrogante. No se apasione tanto: a la gente le da miedo. Y, lo más importante, evite las “buenas ideas”: muchas de ellas acaban en la trituradora. Esa mirada penetrante suya da miedo: abra más los ojos y relaje los labios. Sus reflexiones no solo han de ser endebles, además deben parecerlo. Cuando hable de sí mismo, asegúrese de que entendamos que no es usted gran cosa. Eso nos facilitará meterlo en el cajón apropiado. Los tiempos han cambiado. Nadie ha tomado la Bastilla, ni ha prendido fuego al Reichstag, el Aurora no ha disparado una sola descarga. Y, sin embargo, se ha lanzado el ataque y ha tenido éxito: los mediocres han tomado el poder.
¿Qué es lo que mejor se le da a una persona mediocre? Reconocer a otra persona mediocre. Juntas se organizarán para rascarse la espalda, se asegurarán de devolverse los favores e irán cimentando el poder de un clan que seguirá creciendo, ya que enseguida darán con la manera de atraer a sus semejantes. Lo que de verdad importa no es evitar la estupidez, sino adornarla con la apariencia del poder. “Si la estupidez […] no se asemejase perfectamente al progreso, el ingenio, la esperanza y la mejoría, nadie querría ser estúpido”, señaló Robert Musil.
Siéntase cómodo al ocultar sus defectos tras una actitud de normalidad; afirme siempre ser pragmático y esté siempre dispuesto a mejorar, pues la mediocridad no acusa ni la incapacidad ni la incompetencia. Deberá usted saber cómo utilizar los programas, cómo rellenar el formulario sin protestar, cómo proferir espontáneamente y como un loro expresiones del tipo “altos estándares de gobernanza corporativa y valores de excelencia” y cómo saludar a quien sea necesario en el momento oportuno. Sin embargo –y esto es lo fundamental–, no debe ir más allá.
El término mediocridad designa lo que está en la media, igual que superioridad e inferioridad designan lo que está por encima y por debajo. No existe la medidad. Pero la mediocridad no hace referencia a la media como abstracción, sino que es el estado medio real, y la mediocracia, por lo tanto, es el estado medio cuando se ha garantizado la autoridad. La mediocracia establece un orden en el que la media deja de ser una síntesis abstracta que nos permite entender el estado de las cosas y pasa a ser el estándar impuesto que estamos obligados a acatar. Y si reivindicamos nuestra libertad no servirá más que para demostrar lo eficiente que es el sistema.
La división y la industrialización del trabajo –tanto manual como intelectual– han contribuido en gran medida al advenimiento del poder mediocre. El perfeccionamiento de cada tarea para que resulte útil a un conjunto inasible ha convertido en “expertos” a charlatanes que enuncian frases oportunas con mínimas porciones de verdad, mientras que a los trabajadores se les rebaja al nivel de herramientas para quienes “la actividad vital […] no es sino un medio de asegurar su propia existencia”.
[…] Laurence J. Peter y Raymond Hull fueron de los primeros en atestiguar la proliferación de la mediocridad a lo largo y ancho de todo un sistema. Su tesis, El principio de Peter, que desarrollaron en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, resulta implacable en su claridad: los procesos sistémicos favorecen que aquellos con niveles medios de competencia asciendan a posiciones de poder, apartando en su camino tanto a los supercompetentes como a los totalmente incompetentes. Se dan ejemplos impresionantes de este fenómeno en los colegios, donde se despedirá a un profesor que no sea capaz de seguir un horario ni sepa nada sobre su asignatura, pero también se rechazará a un rebelde que aplique cambios importantes a los protocolos de enseñanza para lograr que una clase de alumnos con dificultades obtenga mejores calificaciones –tanto en comprensión lectora como en aritmética– que los alumnos de las clases normales. Asimismo, se desharán de un profesor poco convencional cuyos alumnos completen el trabajo de dos o tres años en solamente uno. Según los autores de El principio de Peter, en este último caso al profesor se le castigó por haber alterado el sistema oficial de calificaciones, pero sobre todo por haber causado “un estado de ansiedad extrema al profesor que habría de encargarse al año siguiente del grupo que ya había realizado todo ese trabajo”. Así es el proceso que va dando lugar a los “analfabetos secundarios”, por emplear la expresión acuñada por Hans Magnus Enzensberger. Este nuevo sujeto, producido en masa por instituciones educativas y centros de investigación, se precia de poseer todo un acervo de conocimiento útil que, sin embargo, no lo lleva a cuestionarse sus fundamentos intelectuales […]
El “analfabeto secundario” se precia de poseer todo un acervo de conocimiento útil que, sin embargo, no lo lleva a cuestionarse sus fundamentos intelectuales 
La norma de la mediocridad lleva a desarrollar una imitación del trabajo que propicia la simulación de un resultado. El hecho de fingir se convierte en un valor en sí mismo. La mediocracia lleva a todo el mundo a subordinar cualquier tipo de deliberación a modelos arbitrarios promovidos por instancias de autoridad. Hoy figuran entre sus ejemplos el político que explica a los votantes que se tienen que someter a los designios de los accionistas de Wall Street; o el profesor universitario que considera que el trabajo de un alumno es “demasiado teórico y demasiado científico” cuando sobrepasa las premisas que se habían expuesto previamente en un PowerPoint; o el productor cinematográfico que insiste en adjudicarle a un famoso un papel protagonista en un documental sobre un tema con el que este no tiene ninguna relación; o el experto que demuestra su “racionalidad” argumentando largamente a favor de un crecimiento económico (irracional). Zinoviev ya era consciente de las posibilidades del trabajo simulado como fuerza psicológica para alterar las mentes:
"La imitación del trabajo al parecer solo precisa de un resultado, o más bien de la mera posibilidad de justificar el tiempo que se ha invertido: la comprobación y la evaluación de los resultados las llevan a cabo personas que han participado de la simulación, que guardan relación con ella y tienen interés en perpetuarla". 
Cabría pensar que un rasgo común entre quienes comparten este poder sería el de una sonrisa cómplice. Al creerse más listos que todos los demás, se complacen con frases cargadas de sabiduría tales como: “Hay que seguir el juego”. El juego –una expresión cuya absoluta vaguedad encaja perfectamente con el pensamiento del mediocre– requiere que, según el momento, uno acate obsequiosamente las reglas establecidas con el solo propósito de ocupar una posición relevante en el tablero social, o bien que eluda con ufanía tales reglas –sin dejar nunca de guardar las apariencias–, gracias a múltiples actos de colusión que pervierten la integridad del proceso. https://elpais.com/elpais/2019/08/30/ideas/1567166223_815812.html
Alain Deneault es filósofo y escritor, profesor de Sociología en la Universidad de Québec y autor de Paraísos fiscales. Una estafa legalizada (2017). Este texto es un extracto de su libro Mediocracia. Cuando los mediocres toman el poder, que publica Turner el 4 de septiembre.

Sanz Lovatón: “Decreto sobre seguridad turística revela improvisación del Gobierno” | @SanzLovaton @YayoCompromiso

TURISMO
Sanz Lovatón: “Decreto sobre seguridad turística revela improvisación del Gobierno”
Critica que se haya esperado una crisis para proteger la imagen del país
05 / 09 / 2019, 11:29 AM
$!Sanz Lovatón: “Decreto sobre seguridad turística revela improvisación del Gobierno”
Eduardo Sanz Lovatón. 
El secretario de finanzas del Partido Revolucionario Moderno (PRM), Eduardo Sanz Lovatón, consideró que el decreto emitido por el Presidente de la República creando un Comité Nacional de Seguridad Turística revela un rasgo preocupante de improvisación para los retos del sector.
“No se justifica que las autoridades tengan que esperar una crisis como la desatada por la campaña en contra del país para diseñar políticas y estrategias de protección de un sector tan dinámico y determinante para nuestra economía”, indicó.
Sanz Lovatón sostuvo que la industria hotelera dominicana representa un porcentaje esencial de la economía y proteger esa industria debe ser interés nacional, y su promoción y fortalecimiento una política de Estado.
“Por tal razón, como sustento vital de nuestra economía, este renglón debe planearse desde un marco jurídico integral, no por reacciones de carácter mediáticas”, expresó.
Precisó que la actividad turística genera más de 7,500 millones de dólares y cerca de 350 mil empleos. y el pasado año se recibieron casi 7 millones de visitantes, mientras la capacidad de habitaciones hoteleras creció hasta 80 mil.
Manifestó que la economía dominicana necesita del turismo y el turismo requiere de entornos estables, en condiciones de seguridad, tanto jurídica como ciudadana.
“Son muchos los retos, actuemos con tiempo de antelación ante cualquier amenaza a la imagen como destino turístico del país”, enfatizó.
https://www.diariolibre.com/actualidad/politica/sanz-lovaton-decreto-sobre-seguridad-turistica-revela-improvisacion-del-gobierno-EG14036516

La sociedad del sándwich mixto: por qué los mediocres dominan el mundo

HISTORIAS 
La sociedad del sándwich mixto: por qué los mediocres dominan el mundo 
A nadie le ofende un sándwich mixto, pero difícilmente alguien lo elegiría para su última cena. Es la metáfora ideal de un mundo en el que lo mediocre, lo que no destaca por ser ni demasiado malo ni demasiado brillante, está acaparando el poder.

FOTOS: ÁNGEL BECERRIL
Piense en un helado de vainilla. No, mejor aún, piense en un sándwich mixto. Aquí tiene una foto para inspirarse. Visualice el mejor sándwich mixto posible, con su jamón caliente, su queso fundido, su pan tostado... ¿Es la mejor comida del mundo? Desde luego que no. ¿Es la peor? Seguro que tampoco. A nadie le disgusta un sándwich mixto pero difícilmente alguien lo elegiría para el menú de su boda o como última cena en el corredor de la muerte. No es un plato brillante, pero para salir del paso nunca está mal; cumple su función. «Perdone, la cocina ya ha cerrado, pero si quiere le podemos hacer un sándwich mixto».
Podríamos decir que el sándwich mixto es un plato sencillamente mediocre. No malo, ojo, me-dio-cre. Es decir, «de calidad media», según estricta definición de la RAE. «De poco mérito». Vamos, del montón.
Ahora olvide el sándwich y mire hacia el despacho de su jefe. Ahí lo tiene. Piense en el profesor de sus hijos o ponga un rato las noticias y fíjese en nuestros políticos. Incluso en la última película de moda o el disco más vendido. El último best seller... ¿No me diga que no le sabe todo a jamón y queso? Bienvenidos a la dictadura de lo mediocre.
«Vivimos un orden en el que la media ha dejado de ser una síntesis abstracta que nos permite entender el estado de las cosas y ha pasado a ser el estándar impuesto que estamos obligados a acatar», denuncia Alain Deneault, filósofo y profesor de Sociología en la Universidad de Québec y autor de Mediocracia, cuando los mediocres llegan al poder (Ed. Turner), un ensayo que llega hoy a España y que analiza cómo las mediocres aspiraciones que invaden la sociedad están provocando ciudadanos cada vez más idiotas. Condenados -diríamos- a desayunar, comer y cenar un sándwich mixto. «La mediocracia nos anima de todas las maneras posibles a amodorrarnos antes que a pensar, a ver como inevitable lo que resulta inaceptable y como necesario lo repugnante».
La mediocracia nos anima a amodorrarnos antes que a pensar, a ver como inevitable lo que resulta inaceptable y como necesario lo repugnante
ALAIN DENEAULT
Veamos un ejemplo práctico que pone Deneault para entender el juego perverso del que habla en su libro. El sistema no quiere a un maestro que no sepa ni usar la fotocopiadora, pero menos aún aceptará a un maestro que cuestione el programa educativo tratando de mejorar la media. Tampoco admitirá al empleado de una empresa que intente mostrar una pizca de moralidad en una compañía sometida a la presión de sus accionistas. Traslade el modelo a cualquier otra profesión y encontrará un panorama con profesores universitarios que en lugar de investigar rellenan formularios, periodistas que ocultan grandes escándalos para generar clics con noticias de consumo rápido, artistas tan revolucionarios como subvencionados y políticos de extremo centro. Ni rastro del orgullo por el trabajo bien hecho. «Por oportunismo o por temor a represalias estructurales, es difícil resistir la presión de la mediocridad», lamenta el filósofo canadiense.
Todo se rige hoy bajo el conocido como Principio de Peter, una teoría formulada por el pedagogo Laurence J. Peter y el dramaturgo Raymond Hull (también canadienses) que establece que, en las jerarquías modernas, todos los trabajadores medianamente competentes -ni los más brillantes ni los que no son unos completos inútiles- son ascendidos en su empresa hasta que alcanzan un puesto para el que ya no están capacitados.

«Nuestros sistemas masivos de calificación, de evaluación y de indicadores están pensados para gestionar la media. Y la verdad es que lo hacen bastante bien», defiende Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política y Social en la Universidad del País Vasco. «La parte mala es que también castigan la disonancia, lo disruptivo. Lo que nos suena extraño tendemos a calificarlo como malo. La única manera de combatir ese sesgo es tener un sistema en paralelo para concederse una cierta excepcionalidad porque el sistema, por nuestro comportamiento gregario y por la igualdad democrática, tiende a premiar la conducta adaptativa. Quien quiera evitar ese sesgo lo que debe hacer es procurarse la compañía de alguien que le diga la verdad a la cara, que no le haga la pelota como hacen los asesores de hoy en día, sino que le diga alguna vez que está haciendo el ridículo, como hacían los bufones del Rey».
El origen de esta mediocracia se remonta, según el relato de Alain Denault, al siglo XIX, «cuando los oficios se transformaron gradualmente en empleos», se estandarizó el trabajo y los profesionales se convirtieron en «recursos humanos», formateados, clasificados y empaquetados como gerentes, socios, emprendedores, autónomos, asociados... Con una eficacia a gran escala que, para Denault, no tiene comparación en la Historia. Tenemos a gente que produce alimentos en cadenas de montaje sin saber cocinar ni un sándwich de jamón y queso, que te dan la turra por teléfono con estimulantes tarifas que ni ellos mismos entienden, que venden libros que jamás leerían. Que trabajan como la media porque el trabajo no es para ellos más que (valga la redundancia) un mediocre medio de supervivencia.
Uno puede ser un mediocre muy competente, es decir, aplicado y servil pero sin convicciones. En ese caso, el futuro es suyo
ALAIN DENEAULT
«Generamos una especie de promedio estandarizado, requerido para organizar el trabajo a gran escala en el modelo alienante que conocemos hoy», explica el autor. «Los mediocres se organizarán para adularse unos a otros, se asegurarán de devolverse los favores e irán cimentando el poder de un clan que irá creciendo atrayendo a sus semejantes», sostiene. «Es un círculo vicioso».
- ¿Es más peligroso un profesional mediocre que uno directamente malo?
- Para el poder, no. Mediocridad no es sinónimo de incompetencia. Los poderes establecidos no quieren perfectos incompetentes, trabajadores que no cumplan su horario o que no obedezcan órdenes. En realidad cuesta ser mediocre. Uno puede ser un mediocre muy competente, es decir, aplicado, servil y libre de todas las convicciones y pasiones propias. En ese caso, el futuro es suyo porque las instituciones de poder son reacias a codearse con personas comprometidas política y moralmente o que sean originales en sus pensamientos y métodos.
- ¿Somos más mediocres que antes?
- No vamos a inventar un mediocrómetro para estudiar el grado de mediocridad de las personas, pero sí podemos establecer una evolución de los términos mediocridad y mediocracia en el curso de la modernidad. Inicialmente, era una expresión desdeñosa utilizada por las élites para denunciar el reclamo de las nacientes clases medias que querían probar la ciencia, el arte o la política. Por el contrario, la mediocridad en nuestro tiempo ya no es deplorada, sino promovida. Se ha convertido en un sistema.

En lo más alto de ese régimen mediócrata, encontramos a nuestros políticos. Se habrá cansado de oír lo mediocres que son y seguramente creerá que los de hoy son peores que los de antes y los nuestros peores que los del país vecino. Si le sirve de consuelo, Alain Denault sostiene que la mediocridad está en la naturaleza de casi todos los políticos actuales y el régimen que dibuja su ensayo se sostiene sobre esa nueva política convertida en una «cultura de gestión», en la que nuestros dirigentes se limitan a manejar los problemas de ayer y en la que se desprecia cualquier pensamiento crítico o cualquier reflexión a largo plazo, porque sólo se autoriza lo normativo, la reproducción, las afirmaciones mecánicas de lo evidente.
«Este es -subraya Denault- el orden político del extremo centro». Y no hablamos del centro demoscópico, allí donde dicen los politólogos que se ganan las elecciones, sino directamente de una propuesta para suprimir el debate entre izquierda y derecha y sustituirlo por palabras vacías. «Se han impuesto en el lenguaje las barbaridades de las organizaciones privadas: aceptación social en lugar de democracia, partes interesadas en lugar de ciudadanos, sociedad civil en lugar de personas, consenso en lugar de debate, competitividad en lugar de ayuda mutua... Se nos dice, paradójicamente, que depende de nosotros salir del desempleo, hacernos atractivos para el mercado laboral, ser activos en Facebook, emprender... Casi todo conspira para hacernos fracasar, para que parezca una vergüenza personal lo que es sólo la ira política dirigida contra un individuo a quien se ha enseñado a restringir su conciencia. No hay nada más extremo que el extremo centro», sentencia el autor de Mediocracia.
Volvemos a España para averiguar dónde quedó nuestro extremo centro. «Hay gente que ha confundido el centro con la centralidad», comparte Daniel Innerarity. «El centro puede ser una combinación ideológica de valores de izquierda y derecha o puede ser también una combinación singular de pereza intelectual y oportunismo».
Hace tiempo que dejaron de estar los más listos en el Gobierno pero no porque los gobernantes sean más tontos, sino porque los demás somos ahora más listos
DANIEL INNERARITY
¿Son peores que nunca nuestros políticos? «No, el problema es que a los políticos mediocres de ahora los tenemos más presentes», dice el filósofo español. «Tendemos a idealizar a los líderes de la Transición, por ejemplo, porque nos acordamos de los buenos pero nos olvidamos de la cantidad de basura que había entonces. Hace mucho tiempo que dejaron de estar los más listos en el Gobierno pero no porque los gobernantes se hayan hecho más tontos, sino porque los demás somos ahora más listos. Antes eran más brillantes por comparación con la media. Hoy los políticos destacan menos no porque sean más mediocres sino porque se ha reducido la distancia entre el que lidera y los liderados».
-¿Cuál es entonces la solución contra la mediocracia?
-La democracia es un sistema de gobierno para la gente media, así que la solución es elevar esa media, que haya más cultura de formación. No se trata de mejorar el proceso de selección de líderes. Nos obsesionamos con los líderes o con su ejemplaridad, cosas de ese tipo que subrayan las cualidades individuales de las personas, cuando lo que hay que trabajar es la inteligencia colectiva de la sociedad. Y eso vale para el Gobierno y también para cualquier forma de organización humana.
La alternativa, nos recuerda Alain Denault, es la «grisura», lo «insípido». Ya saben, lo mediocre.
Un sándwich, mixto, por favor.
PolíticaCs insta a quitar la condición de "entidad cultural" a Òmnium por hacer "agitación política"
InvestiduraPedro Sánchez endurece el discurso contra Iglesias tras visitar al Rey en Palma: "La desconfianza es recíproca"
Violencia de géneroCompromís pide considerar delito la negación del "terrorismo machista"
NOTICIAS RELACIONADAS

Opinión | Cuando los mediocres toman el poder; por ALAIN DENEAULT

La sociedad del sándwich mixto: por qué los mediocres dominan el mundo https://t.co/TvaSM1pVFO. La sociedad del sándwich mixto: por qué los mediocres dominan el mundo .|RODRIGO TERRASA@rterrasaMadrid

HISTORIAS

La sociedad del sándwich mixto: por qué los mediocres dominan el mundo

A nadie le ofende un sándwich mixto, pero difícilmente alguien lo elegiría para su última cena. Es la metáfora ideal de un mundo en el que lo mediocre, lo que no destaca por ser ni demasiado malo ni demasiado brillante, está acaparando el poder.
Piense en un helado de vainilla. No, mejor aún, piense en un sándwich mixto. Aquí tiene una foto para inspirarse. Visualice el mejor sándwich mixto posible, con su jamón caliente, su queso fundido, su pan tostado... ¿Es la mejor comida del mundo? Desde luego que no. ¿Es la peor? Seguro que tampoco. A nadie le disgusta un sándwich mixto pero difícilmente alguien lo elegiría para el menú de su boda o como última cena en el corredor de la muerte. No es un plato brillante, pero para salir del paso nunca está mal; cumple su función. «Perdone, la cocina ya ha cerrado, pero si quiere le podemos hacer un sándwich mixto».
Podríamos decir que el sándwich mixto es un plato sencillamente mediocre. No malo, ojo, me-dio-cre. Es decir, «de calidad media», según estricta definición de la RAE. «De poco mérito». Vamos, del montón.
Ahora olvide el sándwich y mire hacia el despacho de su jefe. Ahí lo tiene. Piense en el profesor de sus hijos o ponga un rato las noticias y fíjese en nuestros políticos. Incluso en la última película de moda o el disco más vendido. El último best seller... ¿No me diga que no le sabe todo a jamón y queso? Bienvenidos a la dictadura de lo mediocre.
«Vivimos un orden en el que la media ha dejado de ser una síntesis abstracta que nos permite entender el estado de las cosas y ha pasado a ser el estándar impuesto que estamos obligados a acatar», denuncia Alain Deneault, filósofo y profesor de Sociología en la Universidad de Québec y autor de Mediocracia, cuando los mediocres llegan al poder (Ed. Turner), un ensayo que llega hoy a España y que analiza cómo las mediocres aspiraciones que invaden la sociedad están provocando ciudadanos cada vez más idiotas. Condenados -diríamos- a desayunar, comer y cenar un sándwich mixto. «La mediocracia nos anima de todas las maneras posibles a amodorrarnos antes que a pensar, a ver como inevitable lo que resulta inaceptable y como necesario lo repugnante».
La mediocracia nos anima a amodorrarnos antes que a pensar, a ver como inevitable lo que resulta inaceptable y como necesario lo repugnante
ALAIN DENEAULT
Veamos un ejemplo práctico que pone Deneault para entender el juego perverso del que habla en su libro. El sistema no quiere a un maestro que no sepa ni usar la fotocopiadora, pero menos aún aceptará a un maestro que cuestione el programa educativo tratando de mejorar la media. Tampoco admitirá al empleado de una empresa que intente mostrar una pizca de moralidad en una compañía sometida a la presión de sus accionistas. Traslade el modelo a cualquier otra profesión y encontrará un panorama con profesores universitarios que en lugar de investigar rellenan formularios, periodistas que ocultan grandes escándalos para generar clics con noticias de consumo rápido, artistas tan revolucionarios como subvencionados y políticos de extremo centro. Ni rastro del orgullo por el trabajo bien hecho. «Por oportunismo o por temor a represalias estructurales, es difícil resistir la presión de la mediocridad», lamenta el filósofo canadiense.
Todo se rige hoy bajo el conocido como Principio de Peter, una teoría formulada por el pedagogo Laurence J. Peter y el dramaturgo Raymond Hull (también canadienses) que establece que, en las jerarquías modernas, todos los trabajadores medianamente competentes -ni los más brillantes ni los que no son unos completos inútiles- son ascendidos en su empresa hasta que alcanzan un puesto para el que ya no están capacitados.
«Nuestros sistemas masivos de calificación, de evaluación y de indicadores están pensados para gestionar la media. Y la verdad es que lo hacen bastante bien», defiende Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política y Social en la Universidad del País Vasco. «La parte mala es que también castigan la disonancia, lo disruptivo. Lo que nos suena extraño tendemos a calificarlo como malo. La única manera de combatir ese sesgo es tener un sistema en paralelo para concederse una cierta excepcionalidad porque el sistema, por nuestro comportamiento gregario y por la igualdad democrática, tiende a premiar la conducta adaptativa. Quien quiera evitar ese sesgo lo que debe hacer es procurarse la compañía de alguien que le diga la verdad a la cara, que no le haga la pelota como hacen los asesores de hoy en día, sino que le diga alguna vez que está haciendo el ridículo, como hacían los bufones del Rey».
El origen de esta mediocracia se remonta, según el relato de Alain Denault, al siglo XIX, «cuando los oficios se transformaron gradualmente en empleos», se estandarizó el trabajo y los profesionales se convirtieron en «recursos humanos», formateados, clasificados y empaquetados como gerentes, socios, emprendedores, autónomos, asociados... Con una eficacia a gran escala que, para Denault, no tiene comparación en la Historia. Tenemos a gente que produce alimentos en cadenas de montaje sin saber cocinar ni un sándwich de jamón y queso, que te dan la turra por teléfono con estimulantes tarifas que ni ellos mismos entienden, que venden libros que jamás leerían. Que trabajan como la media porque el trabajo no es para ellos más que (valga la redundancia) un mediocre medio de supervivencia.
Uno puede ser un mediocre muy competente, es decir, aplicado y servil pero sin convicciones. En ese caso, el futuro es suyo
ALAIN DENEAULT
«Generamos una especie de promedio estandarizado, requerido para organizar el trabajo a gran escala en el modelo alienante que conocemos hoy», explica el autor. «Los mediocres se organizarán para adularse unos a otros, se asegurarán de devolverse los favores e irán cimentando el poder de un clan que irá creciendo atrayendo a sus semejantes», sostiene. «Es un círculo vicioso».
- ¿Es más peligroso un profesional mediocre que uno directamente malo?
- Para el poder, no. Mediocridad no es sinónimo de incompetencia. Los poderes establecidos no quieren perfectos incompetentes, trabajadores que no cumplan su horario o que no obedezcan órdenes. En realidad cuesta ser mediocre. Uno puede ser un mediocre muy competente, es decir, aplicado, servil y libre de todas las convicciones y pasiones propias. En ese caso, el futuro es suyo porque las instituciones de poder son reacias a codearse con personas comprometidas política y moralmente o que sean originales en sus pensamientos y métodos.
- ¿Somos más mediocres que antes?
- No vamos a inventar un mediocrómetro para estudiar el grado de mediocridad de las personas, pero sí podemos establecer una evolución de los términos mediocridad y mediocracia en el curso de la modernidad. Inicialmente, era una expresión desdeñosa utilizada por las élites para denunciar el reclamo de las nacientes clases medias que querían probar la ciencia, el arte o la política. Por el contrario, la mediocridad en nuestro tiempo ya no es deplorada, sino promovida. Se ha convertido en un sistema.
En lo más alto de ese régimen mediócrata, encontramos a nuestros políticos. Se habrá cansado de oír lo mediocres que son y seguramente creerá que los de hoy son peores que los de antes y los nuestros peores que los del país vecino. Si le sirve de consuelo, Alain Denault sostiene que la mediocridad está en la naturaleza de casi todos los políticos actuales y el régimen que dibuja su ensayo se sostiene sobre esa nueva política convertida en una «cultura de gestión», en la que nuestros dirigentes se limitan a manejar los problemas de ayer y en la que se desprecia cualquier pensamiento crítico o cualquier reflexión a largo plazo, porque sólo se autoriza lo normativo, la reproducción, las afirmaciones mecánicas de lo evidente.
«Este es -subraya Denault- el orden político del extremo centro». Y no hablamos del centro demoscópico, allí donde dicen los politólogos que se ganan las elecciones, sino directamente de una propuesta para suprimir el debate entre izquierda y derecha y sustituirlo por palabras vacías. «Se han impuesto en el lenguaje las barbaridades de las organizaciones privadas: aceptación social en lugar de democracia, partes interesadas en lugar de ciudadanos, sociedad civil en lugar de personas, consenso en lugar de debate, competitividad en lugar de ayuda mutua... Se nos dice, paradójicamente, que depende de nosotros salir del desempleo, hacernos atractivos para el mercado laboral, ser activos en Facebook, emprender... Casi todo conspira para hacernos fracasar, para que parezca una vergüenza personal lo que es sólo la ira política dirigida contra un individuo a quien se ha enseñado a restringir su conciencia. No hay nada más extremo que el extremo centro», sentencia el autor de Mediocracia.
Volvemos a España para averiguar dónde quedó nuestro extremo centro. «Hay gente que ha confundido el centro con la centralidad», comparte Daniel Innerarity. «El centro puede ser una combinación ideológica de valores de izquierda y derecha o puede ser también una combinación singular de pereza intelectual y oportunismo».
Hace tiempo que dejaron de estar los más listos en el Gobierno pero no porque los gobernantes sean más tontos, sino porque los demás somos ahora más listos
DANIEL INNERARITY
¿Son peores que nunca nuestros políticos? «No, el problema es que a los políticos mediocres de ahora los tenemos más presentes», dice el filósofo español. «Tendemos a idealizar a los líderes de la Transición, por ejemplo, porque nos acordamos de los buenos pero nos olvidamos de la cantidad de basura que había entonces. Hace mucho tiempo que dejaron de estar los más listos en el Gobierno pero no porque los gobernantes se hayan hecho más tontos, sino porque los demás somos ahora más listos. Antes eran más brillantes por comparación con la media. Hoy los políticos destacan menos no porque sean más mediocres sino porque se ha reducido la distancia entre el que lidera y los liderados».
-¿Cuál es entonces la solución contra la mediocracia?
-La democracia es un sistema de gobierno para la gente media, así que la solución es elevar esa media, que haya más cultura de formación. No se trata de mejorar el proceso de selección de líderes. Nos obsesionamos con los líderes o con su ejemplaridad, cosas de ese tipo que subrayan las cualidades individuales de las personas, cuando lo que hay que trabajar es la inteligencia colectiva de la sociedad. Y eso vale para el Gobierno y también para cualquier forma de organización humana.
La alternativa, nos recuerda Alain Denault, es la «grisura», lo «insípido». Ya saben, lo mediocre.
Un sándwich, mixto, por favor.
https://amp.elmundo.es/papel/historias/2019/09/03/5d6ea47d21efa076048b4612.html?__twitter_impression=true
NOTICIAS RELACIONADAS

Opinión | Cuando los mediocres toman el poder; por ALAIN DENEAULT