Espectador comprometido
¿Por qué Biden no es el mejor rival para vencer a Trump? 1/2
Carlos Julio Báez Evertsz | 30 de marzo de 2020 | 12:04 am
Joseph B. Biden no es alguien que se pueda tildar de ser un político impresentable. Por sus maneras, por su larga experiencia, por su carrera política. Su perfil político es el de un representante de un amplio sector de la clase media blanca de ingresos elevados. Se ha dicho que es “Mr. middle class”, el señor clase media. `
Ahora bien, su quehacer político le ha conducido a que pueda tomar las mismas o parecidas decisiones que son las que han permitido que un personaje como Trump sea presidente. Muchos políticos demócratas e incluso muchos republicanos tienen las mismas características y carencias de Biden. Trump ha polarizado la política entre los políticos del sistema y él como el representante anti status quo. Biden es un arquetipo de la clase política. Uno de ellos. Para el relato que maneja Trump, Biden es pan comido.
No así Sanders, que es otra cosa y desarma el discurso de Trump ante la clase trabajadora blanca y multirracial, ante las carencias del sistema de Salud, respecto a la desigualdad y concentración de la riqueza, ante la necesidad de hacer políticas económicas expansivas. Ante Sanders, Trump se tiene que encajonar en lo que es, un empresario en busca de lucro, un defensor de la América blanca y excluyente, un proteccionista, un hombre de derecha extrema o nostálgico del pasado (un reaccionario), que no comprende los desafíos del mundo actual y el multilateralismo, y que se aliena de los aliados de EE.UU. en el exterior.
Del consenso sobre el New Deal…
Para entender esta afirmación hay que remontarse a los tiempos de Franklin Delano Roosevelt, quien durante sus cuatro mandatos transformó a los Estados Unidos de América, de un país con gran desigualdad social y económica, conflictos sociales y de clases, en otro muy diferente, gracias a una política de estímulos económicos, impuestos progresivos, grandes inversiones públicas en presas, carreteras y obras públicas en general.
También se aseguraron los derechos sociales, económicos y políticos del pueblo trabajador, es decir, de los asalariados. Evidentemente, el llamado New Deal o Nuevo Trato, no era una arcadia, ni un paraíso terrenal, pero fue una especie de edad de oro para la gran mayoría de los norteamericanos.
La influencia del New Deal fue duradera. Se puede decir que se creó un consenso de hecho entre Demócratas y Republicanos, que duró décadas, en que el orden político y social creado por Roosevelt no debía vulnerarse. Y la razón para ello era pragmática, los políticos sabían que quienes fueran contra ese orden, simplemente no obtendrían los votos necesarios para seguir adelante en su carrera política.
Obviamente, comparado con algunos países europeos que tenían estados de bienestar con políticas sociales, de salud y derechos de ciudadanía más universalistas, el estado de bienestar de los Estados Unidos era más limitado, ya que el individualismo en ese país siempre ha sido más acentuado que en Europa.
Hay que remontarse a los años de la década de los 60 para ver como las fuerzas opuestas al orden “Rooseveltiano” comenzaron a ganar terreno. Los acontecimientos decisivos fueron la lucha llevada a cabo por el movimiento por los Derechos civiles y la guerra de Vietnam. Ambos acontecimientos fueron creando un creciente malestar con la clase política y con el Gobierno, entre muchos ciudadanos y especialmente entre las filas de votantes del Partido Demócrata. Se produjo una deserción de los miembros demócratas más racistas -opuestos a que se igualara en derechos civiles y políticos a la población negra-, hacia los republicanos y, eso continuó, en la década de los 70.
El New Deal había contribuido a crear y a desarrollar a esa clase media blanca de los llamados suburbios o barrios residenciales de las afueras de las grandes ciudades, pero la movilización contra la guerra de Vietnam y la de los negros americanos, con sus reivindicaciones cívicas y políticas centradas en la identidad y la raza, contribuyó a que parte de esa clase trabajadora asalariada de ingresos medios y altos de los suburbios, se fuera haciendo más conservadora y reprodujo el modelo de pauta de conducta social de lo que fuera de EE.UU. se llamaría la reacción típica de miedo a los que se sitúan debajo de ellos, propia de la pequeña burguesía , muy conocida en Europa en los momentos de auge de movimientos fascistas.
al orden neoliberal conservador
Hay que señalar que aún incluso cuando había un consenso con las políticas del New Deal, los medios corporativos habían financiado la creación de poderosos “think tanks” y fundaciones, dedicados a estudios y difusión de políticas conservadoras, de elogio a las virtudes de la libre empresa y del mercado, y de los beneficios que tenía para todos, que se dejara actuar a las fuerzas del mercado sin ninguna restricción “autoritaria” o “totalitaria” de un Estado regulador e intervencionista, bautizado como “socialista” o “para-comunista”.
Las ideas de un Hayek -que en Europa era considerado entonces poco menos que un extremista individualista-, entre esos grupos de derecha radical era una guía. El Partido Republicano fue acogiendo esas ideas y a esos grupos en su seno. Y así se fue difundiendo una ideología de fundamentalismo de mercado en lo económico y racista en lo social, que fue calando entre sectores de medios y altos ingresos de la sociedad blanca e incluso en los sectores negros e hispanos o latinos, más privilegiados o simplemente más oportunistas, descerebrados o desorientados.
Así pues, se fue sustituyendo el consenso “progresista” o liberal de manera gradual pero sin pausas. La elección de Reagan fue el momento de lo que pedantemente se puede denominar la “ruptura epistemológica” con los valores del New Deal. Si como se afirma por algunos Roosevelt utilizó el poder del Estado con el objetivo de mejorar la vida de la gente, Reagan a partir de 1980 dijo que haría lo mismo pero en dirección inversa, estableciendo un orden neoliberal conservador.
Los mantras de Reagan eran: bajar los impuestos especialmente a los que tienen ingresos y beneficios del capital más altos, menos intervención del gobierno en el mercado y la vida de las personas, y políticas a favor de los negocios en general que, según los neoliberales, crearían prosperidad y esta se filtraría a todas las capas de la sociedad. Este era el mito neoliberal: al ayudar a los más ricos toda la sociedad, inclusive los más pobres, se beneficiarían.
Estas ideas se convirtieron en hegemónicas y fueron sustituyendo a las ya consideradas anticuadas del Nuevo Trato. Keynes fue vilipendiado. Milton Friedman se convirtió en el nuevo profeta económico del neoliberalismo desde Chicago, pasando por Washington, hasta el Chile de Pinochet.
En el Partido Demócrata también los políticos se adaptaron o aceptaron tales ideas y decidieron que era mejor y más beneficioso para ellos nadar a favor de la corriente que no en contra. Eso les permitía además obtener más financiación para sus campañas por las corporaciones. Si antes todos eran pro “new deal” o keynesianos, para evitar su suicidio político, ahora todos o casi todos, eran neoliberales friedmanianos, por igual motivo.
Lo que ocurre es que los resultados económicos y sociales no respondieron a las expectativas triunfalistas de los neoliberales. Las rebajas a los impuestos de las sociedades, al patrimonio, a la herencia, al impuesto de la renta de los de más altos ingresos, no se filtraron hacia toda la sociedad sino que llevaron a una hiper concentración de la riqueza y del capital en muy pocas manos.
El resultado de las políticas neoliberales
También se redujeron los programas sociales que aseguraban un relativo bienestar o la simple supervivencia a los trabajadores de menos ingresos. El neoliberalismo hizo que para la abrumadora mayoría de los americanos la vida les fuera peor. Resumo el resultado de estas políticas con lo expuesto por el premio Nobel de economía en 2001, Joseph E. Stiglitz (2015, La gran brecha):
“Todo el crecimiento de las últimas décadas -y más-ha beneficiado a los de arriba. Si hablamos de desigualdad de rentas, Estados Unidos está más atrasado que cualquier país de la vieja Europa (…) Los países que más se parecen a nosotros son Rusia, con sus oligarcas, e Irán.
(…) un motivo importante de que tengamos tanta desigualdad es que el 1 por ciento más rico quiere que sea así (…) Los miembros del 1 por ciento más rico poseen las mejores casas, los mejores colegios, los mejores médicos y las mejores formas de vida, pero hay una cosa que no parece que el dinero pueda comprar: saber que su suerte está unida a las condiciones de vida del 99 por ciento restante. Eso es algo que, a lo largo de toda la historia, el 1 por ciento ha acabado siempre por comprender. Pero demasiado tarde”.
https://acento.com.do/2020/opinion/8799517-por-que-biden-no-es-el-mejor-rival-para-vencer-a-trump-1-2/