A los municipios Enriquillo y Paraíso de la provincia Barahona nadie en estos tiempos los llama pititrú (Petit trou) y paradís (Paradise).
Se quedaron en los años 70 los gritos de la fanaticada que asistía al play de Pedernales para ver los torneos de béisbol entre el equipo local y el de ese pueblito vecino: ¡Enriquillo pititrú, ese no lo gana tú!
Pero en esta provincia, no. En el imaginario colectivo de la comunidad fronteriza con la comuna Anse -a- Pitre (ansapit), distrito de Bell-Anse, departamento sur de Haití, siguen vivos muchos nombres en creole, la lengua criolla haitiana. Y es que parajes y atractivos turísticos activos mantienen las designaciones informales desde antes de la colonia del 27.
Su fonética fluye a diario de manera natural porque estos sitios tienen vida, son parte del itinerario de pedernalenses: piticabo, trudillé, lansasó, bocatanjó, bucanpolo, bucancarángana, bucandebás, bucancreol, tetecabrí, lansabrigó, lansasó, bucandetruí, trinicolá, bucancadó, marramié, trujín (antiguo Oviedo), tetgló (cabeza de agua), bucanyé.
Pese a las implicaciones socioculturales, no se conoce una iniciativa formal para cambiarlos por otros en la lengua nacional, el español dominicano.
La provincia Pedernales fue creada el 16 de diciembre de 1957, mediante la ley 4815, como una segregación de Barahona. Los actos de fundación fueron celebrados el 1 de abril de 1958. En 1942, el distrito municipal contaba con dos secciones y la villa de Pedernales como cabecera.
El proceso de colonización había comenzado en 1927 con el asentamiento de 30 familias llevadas desde Duvergé cruzando sierra Baoruco por Puerto o Puesto Escondido.
Arístides Sócrates Henríquez Nolasco, reconocido escritor, fue el primer administrador de la colonia. Había sido designado el 13 de abril por el ministro de Agricultura e Inmigración, Rafael Espaillat. Él tuvo la responsabilidad de construcción de las casas del primer poblado.
La idea fundamental del gobierno era consolidar el territorio dominicano en la frontera con Haití.
Como si fuera Haití
Pedernales ha crecido al ritmo que le ha permitido el largo abandono gubernamental, a contracorriente de las riquezas naturales. Sus suelos poseen bauxita, tierras raras y otros minerales, hermosas playas, humedales, clima estable, fauna y florestas atractivas.
Pero hay pocas razones para vivir allí. Aunque es la séptima provincia más grande (2,080 kilómetros cuadrados), la densidad poblacional es de 16 habitantes por kilómetro cuadrado. Muy baja.
Hace 11 años había 31 mil habitantes, el 70% por debajo de 34 años, según el IX censo nacional de población y familia. La provincia ocupó el último lugar (32) en empleos generados con 9,773 personas empleadas, o sea, el 0,2% del total de empleo nacional, estableció la Encuesta Nacional de Fuerza de Trabajo, 2013.
Para la fecha, el nivel de pobreza general o moderada en Pedernales era 74.6%, 34% más que la media nacional.
Allí se vive el día a día. El azar manda. El comercio con “ansapit”, aunque no tan vibrante, es vía de escape para muchos, pero deviene en pura informalidad. Hasta los caprichos de algún político haitiano en campaña lo entorpecen.
La gente apenas tiene tiempo para mirar los detalles de su existencia. Las designaciones de lugares clave en una lengua extranjera, por ejemplo. Un visitante, turista o no, podría bañarse el mismo día en las hermosas playas Trudillé, Piticabo y Bucanyé, y en las dos primeras toparse con pescadores haitianos. De momento parece que se trata de una extensión de Haití, el país del oeste de la isla, donde los nombres de sus lugares se escriben en creole o francés, nunca en español.
El nuevo entorno
La actual gestión de gobierno ha iniciado obras de infraestructura con miras al desarrollo turístico de Pedernales y la región Enriquillo. Sus técnicos han garantizado turismo ecosostenible y desarrollo integral de las poblaciones receptoras.
Cabo Rojo es el foco para los hoteles. Han dicho que están en proceso de diseño y se adecuarán al entorno. Aseguran que el modelo de alianza público-privada plantea la captación del nuevo turista, mediante la propuesta de vivir una experiencia inolvidable.
El empresario español Elías Hernández Barreras, a través de la compañía Océano, invertirá 2,250 millones de dólares en el desarrollo turístico e inmobiliario de la parcela 40 porción L, con unos 14 millones de metros cuadrados, en el mismo Pedernales.
El proyecto “de alto estándar” tiene un horizonte de 15 a 20 años. Comenzará en enero de 2022 con dos hoteles boutique de lujo, de 80 habitaciones, club de playa, viviendas para personal (pueblo Bucanyé), según su asesor Salvador Catrain.
Desde el diseño se habla de proyecto Bucanyé, por el nombre de la impresionante playa de olas suaves, escasa profundidad, arenas blancas y protegida por manglares.
Pocos razonan sobre el viejo nombre en creole. Algunas voces críticas se preguntan: ¿Por qué no, Las Olas, o Las Uvas, o Playa Linda?
Clemente Pérez, 98 años, aún está lúcido. Fue llevado por su padre a la comarca de Pedernales para los días de fundación de la colonia promovida por el gobierno de Horacio Vásquez con el objetivo de estabilizar los límites fronterizos por el sudoeste del territorio nacional.
Él conoce, al dedillo, los poblados haitianos vecinos. En los años 20 del siglo pasado, cuando en la colonia escaseaban algunos productos básicos, como sal y azúcar, él caminaba hasta Anse -a- Pitre para comprarlos.
Evoca que, en aquellos tiempos, en eso que ahora es Pedernales, todo era montes de cambrones, guasábaras, bayahonda, “sacaciá” y piedras, fuera del redondel de viviendas construidas en sabana Juan López.
Explica resuelto: “Tú sabe que los nombre de las playas y parajes, desde la boca del río (río Pedernales) hasta Barahona, son nombres haitianos, todos, porque los haitianos dicen, y todavía están en eso, que de Azua para acá es de ellos. Entonces, los nombres son: Bucanyé, el paradero de un haitiano llamado Ye; Bucampis, paradero de un haitiano llamado Pis; Bucancadó, paradero de un haitiano llamado Cadó… porque bucán quiere decir paradero, en haitiano… Bucán en haitiano quiere decir paradero. Ellos pescaban y monteaban. Ellos pescaban de Barahona pa abajo, hacia acá. Duraban dos y tres semanas en eso, eran sitios de pesca de ellos. Entonces se han quedao esos nombres”.
Claudio Fernández (Kike), 87 años, hijo de Maximiliano, uno de los primeros pobladores, secunda a Clemente, y recuerda que en 1947 iba en bote “a chequear el chinchorro que mi papá tenía y yo me bañaba en aquella playa “muy bonita y bajita”, la de Bucanyé. El agua era tan cristalina y tantas las langostas y otros mariscos que podíamos seleccionarlas desde las yolas. Era increíble”.
Él favorece el cambio de los nombres en creole vigentes. Dice que su padre contribuyó a sustituir algunos: Aguas Negras en vez de Yonué; Los Arroyos, en lugar de Tesus; Mencía, por Lestó; Cabeza de Agua, por Tetagló; Las Mercedes, en vez de Bucanpolo.
Erick Pérez, un activista comunitario, no halla explicación a la indiferencia frente a un tema cultural que impacta la vida de la provincia.
“Siempre me ha chocado que un pueblo con una historia tan rica desde su fundación, donde se destacan hombres y mujeres próceres, por sus aportes a los procesos de colonización y fundación, al desarrollo sociocultural y económico, entonces, sus principales lugares de atracción turística lleven nombres que aluden al pueblo, la historia y la cultura de Haití. Pienso que por un asunto de compromiso histórico, y hasta turístico, estos nombres deben redefinirse”.
La gobernadora Miriam Brea: “Apoyo una iniciativa de cambio de nombres de los lugares de nuestra provincia, que no son de nuestra cultura, pues vivimos en la frontera y estamos llamados a mantener la dominicanidad”.
El concejal Atami Mancebo favorece la idea.
“No se identifican con nuestra cultura. Mi idea es sustituirlos por otros de personas que han aportado al desarrollo de la provincia y del país”.
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