Régimen de guerra
La OTAN reitera su compromiso con la guerra
A lo largo de la cumbre de la OTAN en Washington (9 de julio-11 de julio), la organización ha reiterado su apoyo a Ucrania, su apuesta por la lógica de la militarización y su confrontación con actores emergentes y díscolos como Rusia, China, Irán o Corea del Norte
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El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, junto al Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg — Chris Kleponis-Pool via CNP / Zuma Press / ContactoPhoto |
Eduardo García Granado / 12/07/24 |
Del 9 al 11 de julio, los treinta y dos estados miembros de la OTAN se han reunido en Washington para celebrar la cumbre de la organización en el 75 aniversario de su fundación. A lo largo de los tres días, se han visto clarificadas algunas de sus líneas rectoras en el contexto actual, así como su perspectiva respecto a actores emergentes no alineados con Estados Unidos como China, Rusia o Irán. Además, algunas de las tendencias belicistas que la organización y sus actores han defendido en los últimos años se han visto reforzadas en un verdadero cierre de filas en torno a la estrategia global específica que Washington defiende hace casi dos décadas.
La cumbre llegaba en un contexto delicado, y no exclusivamente por las dudas suscitadas por el presidente estadounidense Joe Biden al respecto de su continuidad en la campaña electoral de cara a los comicios de noviembre. En primer lugar, los avances rusos —limitados, pero continuados— en los frentes de Jarkov, Gorlóvka, Kupiansk u Ocheretyne, que son ya una lógica sostenida durante semanas en la guerra, fortalecen el discurso de alineamiento con Kiev que Stoltenberg y el resto de figuras otanistas han pretendido impulsar a lo largo de la cumbre.
Además, el reparto de cargas en el “esfuerzo de guerra” en Ucrania estaba llamado a ser cuestión protagonista, y en efecto lo ha sido: Stoltenberg, junto al establishment de la Casa Blanca, han reiterado el objetivo del 2% del gasto de los respectivos PIB en las Fuerzas Armadas de cada país miembro. Aunque en general la mayoría de los estados de la OTAN han aceptado la premisa, en lo concreto algunos de ellos todavía no han alcanzado las cotas “recomendadas” por la organización; es el caso de España, pero también de Bélgica, Portugal, Canadá o Eslovenia. Simultáneamente, era también asunto de peso la transición de liderazgo de Jens Stoltenberg en favor del ex primer ministro neerlandés Mark Rutte, si bien no son esperables cambios de fondo entre ambos mandatos.
Ucrania, asunto existencial
El discurso de Stoltenberg el día nueve ha sido por sí mismo esclarecedor. Su historización de los setenta y cinco años de la OTAN reconoció limitaciones para “abrir” la organización antes del desmembramiento del bloque soviético; la retórica del cambio de ciclo tras 1989 sigue actuando como justificante para la pervivencia de una OTAN que alteró sus propósitos fundacionales para poder “seguir siendo” tras el fin de una Guerra Fría que fue realmente el motivo de su propia fundación. “It is good to have friends”, espetó Stoltenberg, y no sin razón: el esquema de poder global impuesto por Washington sería insostenible sin la aceptación del régimen imperial por parte de potencias adscritas a EE.UU., muchas de ellas como parte integral de la OTAN —véase Francia, Alemania o Reino Unido—.
A lo largo de la cumbre, tanto Stoltenberg como otros ponentes se refirieron a la guerra en Ucrania como un asunto existencial para los estados de la OTAN. “El gran riesgo será si Rusia vence en Ucrania; no podemos dejar que eso ocurra”, expresó el secretario general saliente. Concretamente, se reafirmó la voluntad de la organización y sus miembros de seguir enviando armas y municiones a Ucrania cueste lo que cueste mediante la premisa del elemento existencial —para la OTAN— del conflicto: defender Ucrania forma parte de “nuestro propio interés securitario”. El compromiso tuvo especificaciones, como que la OTAN en su conjunto se comprometiera a brindar continuamente ayuda militar a Ucrania en torno a los cuarenta mil millones de euros al año.
El propio presidente Biden reforzó la posición de Stoltenerg a lo largo de la cumbre. De hecho, insistió en que Ucrania puede “parar a Putin” y que, además, lo hará con el “completo apoyo” de los actores de la OTAN, y confirmó que EE.UU., Alemania, Países Bajos, Rumanía e Italia proporcionarán a Ucrania cinco sistemas de defensa aérea Patriot próximamente, cumpliendo así con una de las más sonadas peticiones del gobierno de Zelensky durante el año 2024.
En efecto, el resultado de la guerra en Ucrania —cuyo desenlace se percibe, por el momento, lejano, en gran medida como consecuencia del sostenido empeño occidental por rehusar cualquier negociación con un Moscú sin capacidad real para extender la guerra más allá del Dniéper— redefinirá Europa. En este sentido, el consenso proucraniano sigue indiscutido, a punto tal que la declaración conjunta salida de la cumbre ha hablado explícitamente de la voluntad compartida de que Ucrania se incorpore a la OTAN “cuando las condiciones se cumplan”; es decir, cuando la situación de guerra permita consolidar la presencia de la organización en suelo ucraniano sin que ello suponga una conflagración directa con Rusia.
Otras claves
La cumbre ha puesto sobre la mesa más elementos, casi siempre cruzados con el asunto ucraniano, tal es el caso de anuncios concretos como la transferencia de los F16 de Dinamarca y Países Bajos a Ucrania o la autorización del Reino Unido a Ucrania para el uso de misiles Storm Shadow contra territorio ruso. Pero, además, el bloque otanista quiso dibujar un “otro” en la práctica desunido, pero sin el cual es difícil legitimar la retórica de amenaza externa sobre la que la OTAN justifica su militarización. Una hipotética victoria de Rusia, ha dicho Biden, no solo “envalentonaría” a Putin, sino a otros “líderes autoritarios” en Irán, Corea del Norte y China.
Ciertamente, no existe tal cosa como un “bloque” antioccidental o antiestadounidense propiamente dicho, aunque sí hay actores emergentes enfrentados al bloque de poder colectivo liderado por Estados Unidos que, sin compartir agenda, sí pueden trazar acercamientos entre sí. Es el caso de Corea del Norte y Rusia, quienes confirmaron un primer intercambio militar hace unos días, el primero desde la firma de su tratado. Es probable que el discurso de cierre de filas de Occidente pueda incluso fomentar acercamientos entre actores “díscolos” que, de otra forma, habrían insistido en la vía autónoma de confrontación con Washington y sus aliados.
La insistencia de la OTAN en la lógica belicista contra Rusia, China, Irán o cualquier gran jugador que no adhiera al esquema colectivo estadounidense no solo no debilita a los actores emergentes, sino que les empuja hacia dinámicas de integración que hasta ahora quedaban muy lejanas. Y, en cierta medida, a estos actores no les queda otra: la OTAN no solo sigue expandiendo sus capacidades militares, sino incluso su membresía; la entrada de Suecia y Finlandia, otrora meros aliados externos de la organización, ha sido celebrada durante la cumbre.
Catorce han sido las menciones a China en el comunicado final de la OTAN, presionando a Pekín para que desista en su apoyo a Moscú al tiempo que Occidente reitera y concreta su alineamiento con Ucrania. Es más, al tiempo que se ha condenado la cercanía de China con respecto a la Rusia de Vladimir Putin, el mismo comunicado ha confirmado que la OTAN pretende expandir la cooperación en el campo de la industria de defensa para consolidar la injerencia del bloque de Washington y sus aliados en el Asia-Pacífico —en concreto, junto a Corea del Sur, Japón y Australia—.
El conflicto en Ucrania tuvo que ver desde el primer momento con las intenciones de la OTAN de consolidar su presencia en el este de Europa como parte de su estrategia de presión contra Rusia. Tras la invasión en febrero de 2022, los actores de la organización se han mostrado reiteradamente en contra de procesos de negociación para la paz con Moscú, e incluso han profundizado su postura belicista involucrando retóricamente a actores como China o Irán.
El bloque antiestadounidense no existe como tal, pero la OTAN —quizá conscientemente— está ayudando a reforzar los lazos de estados no alineados cuya relación con el esquema de poder colectivo liderado por Estados Unidos les ha empujado a sostener una postura confrontativa en términos internacionales. La seguridad internacional, dañada como consecuencia del fin de un orden unipolar que siempre fue una mera ensoñación, se ve empobrecida a pasos agigantados al tiempo que la OTAN decide redoblar su apuesta belicista cada vez que encuentra ocasión.
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