Esperanza llegó en 2003 a Puerto Rico buscando un mejor porvenir, alejada de la relación tortuosa y tóxica que vivió con su primer esposo en su país natal.
Como otros inmigrantes, llegó aquí sin documentos legales, sin dinero, sin saber español, y con apenas algunas piezas de ropa, pero con la esperanza de conseguir un trabajo y rehacer su vida. Lo que nunca imaginó es que iba a vivir la pesadilla de ser maltratada, abusada y violada por personas que ella creía la ayudarían a progresar.
Pero, a pesar del vía crucis que esta madre de dos hijos vivió durante nueve años, Esperanza no se cataloga como una víctima, sino como una sobreviviente que ha logrado superarse, expresó en una entrevista con El Nuevo Día en la que compartió su historia.
Comienza el infierno
Esperanza llegó de manera ilegal a Puerto Rico con un hombre de origen puertorriqueño que conoció en la República Dominicana y que le ofreció matrimonio para legalizar su estatus migratorio. Ahí comenzó su pesadilla.
“Ese hombre me puso en un cuartito donde estuve seis meses encerrada, encarcelada con llave. No me permitía salir a la calle hasta que se le pagara el dinero para los documentos. Ese hombre cometió abuso físico, emocional y sexual conmigo", narró.
"Una noche fue al matres donde yo estaba durmiendo y me empezó a quitar la ropa. Le dije: ¿qué tu haces? y él me dijo que lo tenía que dejar hacerlo. Desde ese día, lo hacía todos los días, aunque yo no quería", relató.
Esperanza sentía que no tenía muchas opciones. Si quería alimentarse tenía que aguantar los abusos de aquel hombre que la restringía de la libertad. Tenía que soportar los golpes físicos, el abuso sexual, las amenazas de muerte, el chantaje y las amenazas de que sería deportada a su país.
"Él era una persona violenta. Me insultaba, me tiraba agua, mojaba el matres donde yo dormía. Me amenazaba con prostituirme a sus amigos. Me sentía menospreciada. Él me decía muchas cosas bien malas", sostuvo.
Intenta suicidarse
Esclava de aquel ciclo de abusos, Esperanza intentó quitarse la vida en varias ocasiones. Llegó a mezclar cloro con otros productos de limpieza pero cuando lo tomaba lo vomitaba. "Como tres veces lo intenté", recordó ella entre lágrimas.
Contó que sufría mucho no poder hablar con su familia porque no tenía teléfono para contactarla.
Luego de seis meses de tortura, Esperanza aprovechó que su agresor se estaba bañando, logró coger las llaves de su bolsillo y escapó del lugar en que estaba prisionera en el área metropolitan de San Juan.
Ya en libertad y con tres meses de embarazo, Esperanza no se atrevió a acudir a la Policía para denunciar a aquel hombre por miedo a que la deportaran. Tampoco sabía español.
Esperanza encontró una mano amiga, una señora, que le ofreció vivir en su casa en el área metropolitana. Esperanza quería trabajar para hacerse de sus pertenencias y ayudar a la señora en agradecimiento.
Solicitó trabajo en un colmado aledaño, cuyo dueño le ofreció pagarle $40 semanales por barrer, fregar, organizar el colmado, y preparar la comida. Además de trabajar en ese negocio, Esperanza trabajaba limpiando la casa del comerciante, cuya esposa se encontraba fuera de la Isla con sus hijos.
Otro hombre la agrede
Esperanza, según contó, sentía desesperanza pues pasaban las semanas sin que su jefe le pagara por las horas trabajadas en el colmado y la casa. Un día, con cuatro meses de embarazo, Esperanza limpiaba la estufa de la casa de su jefe cuando vio al hombre detrás de ella con un cuchillo en la mano.
"Me dijo que yo me tenía que acostar con él, y si no, llamaba a Inmigración para que me deportaran o me mataba. Si lo denunciaba también me iba a matar", expresó con voz entrecortada,
¿Qué pensaste en ese momento?", le preguntó El Nuevo Día. "Pensé en pelear con él o dejarlo hacer lo que quisiera".
¿Y que pasó?, se le preguntó. “Me agarró por el cuello y tuvo relaciones conmigo parado en la cocina. Su cuñado estaba durmiendo en la misma casa pero no se dio cuenta. Ese día terminé de limpiar su casa, pero no fui a trabajar al negocio al otro día".
Esperanza sintió coraje y odio hacia ella misma por lo que había sucedido. Tampoco lo denunció.
“Me odiaba a mí misma. Me sentía culpable porque dejé mi país para venir para acá buscando una mejor vida. Yo quise regresar a mi país. Quería que me deportaran. Sentía otra vez ganas de suicidarme", resaltó.
Esta mujer huyó del lugar y en el camino encontró a otras personas que le dieron la mano y trabajo para poder comer y sobrevivir.
Su embarazo seguía en proceso, y pensó en regalar a su bebé cuando naciera. No obstante, casi en la etapa final del embarazo decidió quedarse con el pequeño.
Con los años, Esperanza aprendió español y se buscaba el peso trabajando y ahorrando dinero.
Detiene el patrón maltrato conyugal
Conoció a otro muchacho en su iglesia, mas no se sentía con el ánimo de entrar en otra relación por la pesadilla que había vivido, a pesar de que este hombre la trataba como una princesa. A los pocos meses se casaron por lo civil.
La pesadilla volvió para Esperanza. Su esposo la celaba, le verificaba el teléfono, la acosaba, quería saber dónde ella estaba en todo el tiempo aún sabiendo que Esperanza había comenzado a estudiar en una universidad.
"Quería tener control sobre mí. Le daban ataques de celos. Sonaba el teléfono y cuando yo contestaba me lo quitaba y él contestaba por mí. Me hablaba malo. Una vez que sonó el teléfono no quiso dármelo y me tiró contra el sofá, y tiró el teléfono contra el piso y amenazó con matarme y matar a mi hijo. Ahí cogí miedo. Le dije que se fuera de la casa pero no quiso. Me decía: "si salgo de aquí te liquido, te mato". Yo no lo podía creer", manifestó ella.
En un altercado en público, la Policía arrestó a su hoy exesposo y Esperanza le puso una orden de protección, la cual él hombre violó en ambas ocasiones.
Temiendo por su vida, Esperanza buscó protección en el Hogar Ruth, un albergue para mujeres maltratadas en Vega Alta. Allí, la ayudaron a ella y a su hijo a obtener vivienda, a recibir terapia sicológica, y la acompañaron en el proceso del divorcio en los tribunales.
No hay que callar
Como inmigrante, Esperanza recordó que el proceso de divorcio fue atropellante porque los abogados de su expareja la tildaban de mentirosa, de que ella era la que estaba persiguiendo a su exmarido.
"Los abogados me insultaban. No me creían, pero logré el divorcio", expuso ella.
Bairá Soto, manejadora de casos en el Hogar Ruth y quien acompañó a Esperanza en esta entrevista, explicó que la Ley de Inmigración está diseñada para proteger a cualquier inmigrante que ha sido víctima de crimen en esa jurisdicción, pero muchos inmigrantes lo desconocen, además los procesos son arduos pues revictimizan a la víctima.
Esa, a su juicio, es una de las razones por las que muchos inmigrantes víctimas de crimen, especialmente mujeres, callan el abuso y el maltrato que sufren.
"Hay una tendencia a culpar a las víctimas. Si eres víctima de violencia doméstica te dicen que escogiste mal a tu pareja, que debes saber con quién te metes, como si tuvieras una varita mágica. También, si eres víctima de agresión sexual te preguntan qué ropa tenías puestas o qué hora era. Si el proceso es peor, la víctima no va a hablar. La víctima necesita que la sociedad la escuche y la apoye. Tenemos que liberar esa confianza de que hablen y haya oídos para escucharlas”, manifestó Soto.
Esperanza ha contado a muy pocas personas su historia. Su familia, dijo, aún no conoce su pesadilla vivida por temor a que la critiquen y le reprochen por haber salido de su país. Pero ese pasado no la detiene.
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