jueves, 23 de octubre de 2025

Europa refuerza su coordinación migratoria: Italia lidera encuentro informal con impacto potencial en América Latina

Europa refuerza su coordinación migratoria: Italia lidera encuentro informal con impacto potencial en América Latina

📍 Bruselas, Bélgica | 23 de octubre de 202

Europa refuerza su coordinación migratoria con una reunión informal celebrada esta mañana en Bruselas, al margen del Consejo Europeo. Convocada por los primeros ministros de Italia, Dinamarca y Países Bajos —Giorgia Meloni, Mette Frederiksen y Dick Schoof—, la sesión reunió a representantes de Alemania, Austria, Bélgica, Bulgaria, Chipre, Grecia, Letonia, Malta, Polonia y Suecia, junto con la Comisión Europea, para avanzar en soluciones innovadoras frente a los desafíos migratorios.

La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, presentó los principales ejes de trabajo, haciendo énfasis en la necesidad de acelerar las negociaciones sobre el Reglamento de Retorno y la lista europea de países de origen seguros. Por su parte, la primera ministra italiana reafirmó el compromiso de su país con un enfoque innovador y compartió avances sobre el análisis en curso respecto a la capacidad de las convenciones internacionales para responder a la migración irregular. Anunció además una reunión técnica en Roma el próximo 5 de noviembre para continuar el trabajo conjunto.

Aunque centrado en el espacio europeo, este esfuerzo tiene implicaciones directas para América Latina, región históricamente marcada por flujos migratorios complejos. Países como República Dominicana, Colombia, México y Brasil enfrentan desafíos similares en materia de retorno humanitario, gestión de fronteras y cooperación consular. La definición europea de “país seguro de origen” y los mecanismos de retorno podrían influir en las relaciones bilaterales y servir como referencia para iniciativas regionales como el Plan de Acción de Quito o los diálogos migratorios impulsados por la CELAC.

Este momento representa una oportunidad para que América Latina articule propuestas multilaterales que aborden la migración desde una perspectiva de corresponsabilidad, desarrollo sostenible y protección de derechos humanos. La coordinación con la Unión Europea puede abrir nuevas vías de cooperación técnica, intercambio de buenas prácticas, fortalecimiento de capacidades institucionales y participación en foros sobre movilidad laboral y migración circular.

La reunión en Bruselas no solo reafirma el compromiso europeo con una migración ordenada y segura. También abre espacio para que América Latina se posicione como socio estratégico en la construcción de soluciones globales, donde la innovación migratoria no sea solo una respuesta, sino una oportunidad compartida.

🔗 Declaración oficial en X


Questa mattina, a margine del Consiglio europeo, insieme ai Primi Ministri danese e olandese, Mette Frederiksen e Dick Schoof, abbiamo ospitato una nuova riunione informale tra alcuni degli Stati membri più interessati al tema delle soluzioni innovative in ambito migratorio.… pic.twitter.com/Kao7g7oK2p

— Giorgia Meloni (@GiorgiaMeloni) October 23, 2025

HAITÍ | ¿Qué pasaría si la producción de arroz en el Valle del Artibonito colapsara ante la furia de las pandillas? Un escenario de colapso.

 
¿Qué pasaría si la producción de arroz en el Valle del Artibonito colapsara ante la furia de las pandillas? Un escenario de colapso.

El 18 de octubre de 2025, un vídeo difundido por Infos Partage capta lo que los economistas del desarrollo llamarían modestamente una "perturbación de los sistemas de producción agrícola", un eufemismo que apenas oculta la brutalidad de lo que allí está sucediendo.

Reginald Surin
22 de octubre de 2025 — Lectura: 14 min.
🇺🇸 Leer en inglés
¿Qué pasaría si la producción de arroz en el Valle del Artibonito colapsara ante la furia de las pandillas? Un escenario de colapso.
Un campo de arroz en Artibonite (archivo)

El 18 de octubre de 2025, un video transmitido por Infos Partage captura lo que los economistas del desarrollo llamarían tímidamente una "alteración de los sistemas de producción agrícola", un eufemismo que apenas disimula la brutalidad de lo que está sucediendo allí. Muestra siluetas en los campos de Artibonite, participando en lo que los medios describen como la destrucción metódica de las plantaciones de arroz por parte de bandas armadas. El texto en criollo haitiano que acompaña estas imágenes, "Men sa kap pase nan latibonit" (Esto es lo que está sucediendo en Artibonite), posee una economía lingüística que, paradójicamente, dice más que los largos reportajes: violencia que se ha vuelto común, destrucción que se ha vuelto cotidiana, una catástrofe que se ha normalizado tanto que ya ni siquiera es un evento.


Arrozales en llamas en Artibonite
Esta normalización de la destrucción es quizás, en muchos sentidos, el síntoma más preocupante de la crisis haitiana contemporánea. Más allá de la impactante imagen de campos saqueados y campesinos expulsados, surge una pregunta económica vertiginosa: ¿qué implicaciones tendría el colapso de la producción agrícola en el Artibonito para la arquitectura económica de Haití?


Concentración espacial de la producción

Las 28.000 hectáreas de tierras de regadío en la llanura de Artibonite representan solo una pequeña fracción de las 281.500 hectáreas de tierras cultivables de Haití. Sin embargo, según datos del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos para 2025/26, aproximadamente el 80 % de la producción arrocera del país proviene de esta zona. Esta extrema concentración geográfica crea una vulnerabilidad que los economistas especializados en seguridad alimentaria, desde el influyente trabajo de Amartya Sen sobre las hambrunas, han identificado repetidamente como un factor de inestabilidad estructural.

Para comprender la magnitud de esta concentración, es importante situarla en su contexto histórico. A principios de la década de 1950, cuando la empresa estadounidense Knappen Tippets Abbett McCarthy llevó a cabo los importantes proyectos de irrigación que transformaron la llanura de Artibonite en una moderna zona arrocera, el objetivo era loable: crear un centro de producción capaz de satisfacer una parte sustancial de las necesidades nacionales. La presa de Péligre, inaugurada en 1956, y los sistemas de irrigación resultantes propiciaron el crecimiento del cultivo intensivo de arroz. Sin embargo, este éxito técnico creó gradualmente una dependencia territorial cuyos diseñadores probablemente no apreciaron plenamente su alcance.

La concentración ha aumentado a lo largo de las décadas por razones tanto agronómicas como económicas. Por un lado, otras zonas productoras de arroz, en particular en el noreste y el sur, han visto estancarse o incluso disminuir su capacidad de producción debido a la falta de inversión en infraestructura de riego y mantenimiento de los sistemas existentes. Por otro lado, las economías de escala alcanzables en el Artibonite, gracias a parcelas más grandes y al riego controlado, han marginado gradualmente a otras cuencas productoras. Como resultado, una sola región concentra ahora casi toda la producción del país.

Esta situación evoca otras configuraciones históricas donde la concentración geográfica de la producción alimentaria transformó crisis locales en catástrofes nacionales. La Irlanda del siglo XIX, con su dependencia de la papa cultivada principalmente en los condados del oeste y el sur, ofrece el ejemplo trágico más conocido. Cuando el tizón tardío azotó estas regiones entre 1845 y 1852, la falta de zonas de producción alternativas transformó una epidemia de plagas en una hambruna que mató a un millón de personas y obligó a otros dos millones al exilio. Bengala en 1943 ilustra otro mecanismo: la interrupción del sistema de suministro de arroz, concentrado en unos pocos distritos, sumada a decisiones políticas desastrosas, provocó una hambruna que costó la vida a unos tres millones de personas.

En el caso haitiano, la vulnerabilidad es aún más aguda porque no se trata simplemente de especialización regional, un fenómeno banal y a menudo eficiente en economía, sino de una dependencia casi total de un solo territorio para un alimento que se ha vuelto fundamental. Esta centralización crea lo que los teóricos de sistemas complejos y resiliencia, como C. S. Holling o Brian Walker, denominan «falta de redundancia funcional»: cuando un sistema solo tiene un medio para realizar una función crítica, el fallo de este medio compromete a todo el sistema.

Los riesgos inherentes a esta configuración son múltiples e interdependientes. Un shock climático —una sequía prolongada, inundaciones catastróficas o un huracán devastador que afecte específicamente al Artibonite— tendría repercusiones nacionales inmediatas. Una epidemia fitosanitaria que afecte a las variedades de arroz cultivadas en la región podría diezmar la producción sin que otras zonas puedan compensarla. Y ahora, con el aumento de la violencia causada por bandas armadas que destruyen metódicamente la capacidad productiva de la región, se trata de un shock antropogénico que amenaza con desestabilizar todo el sistema.

Esta concentración geográfica se ve agravada por la concentración de infraestructura crítica. Sistemas de riego, canales de distribución de agua, vías de acceso a los mercados, instalaciones de almacenamiento y procesamiento —todo lo que permite que la producción se convierta en alimentos disponibles para la población— también se concentran en esta zona. La destrucción o paralización de esta infraestructura tendría efectos en cascada que irían mucho más allá de la producción agrícola.

Cifras de dependencia: una aritmética de la vulnerabilidad

Haití importa actualmente aproximadamente el 80% de su consumo de arroz, o casi 515.000 toneladas anuales, según el informe del USDA 2025/26, con un costo aproximado de 200 millones de dólares. Esta enorme dependencia de las importaciones coloca al país en una situación de "vulnerabilidad alimentaria estructural", donde las perturbaciones externas se transmiten directa y brutalmente a las poblaciones más vulnerables.

El 20% restante del consumo nacional proviene principalmente del Artibonite. Es importante aclarar qué representa realmente esta proporción de la producción local en la ecuación de la soberanía alimentaria haitiana. La soberanía alimentaria, tal como la conceptualiza Vía Campesina y la adoptan los movimientos campesinos de todo el mundo, no se limita a la capacidad de producir un producto específico, por estratégico que sea. Se refiere más bien a la capacidad de un país para garantizar, mediante su propia producción diversificada, el abastecimiento de alimentos de su población según sus preferencias culturales, sin depender estructuralmente de los mercados externos.

Desde esta perspectiva más amplia, Haití aún cuenta con una importante base agrícola: producción de tubérculos (ñame, batata, yuca), maíz, sorgo, frijoles, plátanos y frutas tropicales. Estos productos, en gran parte derivados de la agricultura familiar y campesina, contribuyen significativamente a la dieta nacional. Pero el arroz ocupa un lugar especial, no solo por su peso en la ingesta calórica (30%) y el gasto alimentario (20%), sino también por su dimensión simbólica y cultural: se ha convertido en el alimento básico, el que estructura las comidas diarias, sobre todo en las zonas urbanas.

Por lo tanto, cuando hablamos de la producción del Artibonite como un "estrecho margen de soberanía alimentaria", esta formulación debe entenderse en un sentido preciso y limitado: es el único margen de maniobra que Haití tiene para evitar la dependencia total de las importaciones para los alimentos que se han convertido en la base de la dieta de la población. Este matiz es crucial, ya que revela la naturaleza particular de la vulnerabilidad haitiana: no una incapacidad absoluta para producir alimentos, sino una dependencia casi total de las importaciones para el producto básico que, sociológica y económicamente, se ha vuelto el más crítico.

Esta producción local de arroz, aunque modesta en volumen, cumple varias funciones que van más allá de su simple contribución cuantitativa. En primer lugar, constituye un amortiguador parcial contra las fluctuaciones de los precios internacionales, ofreciendo una alternativa, aunque limitada, al arroz importado cuando este se encarece. En segundo lugar, representa una reserva de conocimientos agronómicos y variedades locales adaptadas a las condiciones haitianas, un capital intangible que se perdería irremediablemente con el fin del cultivo nacional de arroz. Por último, mantiene viva la posibilidad teórica, sin duda, pero simbólicamente importante, de una reconquista gradual de la autonomía alimentaria.

El colapso de esta producción local, concentrada en el Artibonite, transformaría una dependencia ya masiva (80%) en una dependencia absoluta (100%) del arroz. Pero más allá de la cifra, se cerraría todo un horizonte de posibilidades: el de un Haití capaz de alimentar a sus hijos con arroz producido en su propia tierra. Esta configuración crea lo que los teóricos de sistemas complejos denominarían una "fragilidad en cascada": el fallo de un elemento en el Artibonite bastaría para provocar el colapso de todo el sistema local de producción de arroz, transformando una grave vulnerabilidad en vulnerabilidad absoluta.

Shock de importaciones: cuando la aritmética se convierte en política

Si la producción de Artibonite colapsara permanentemente, la primera consecuencia sería un aumento mecánico de las importaciones. Para una población de aproximadamente 11 millones de habitantes, la necesidad anual ronda las 550.000 toneladas métricas. El aumento necesario para compensar la pérdida de producción local representaría aproximadamente 110.000 toneladas adicionales.

A un precio promedio de entre 450 y 550 dólares por tonelada, esto representaría un costo anual adicional de aproximadamente 50 a 60 millones de dólares. Para un país con un PIB total de entre 8 y 9 mil millones de dólares y con un déficit crónico de reservas de divisas, este gasto adicional constituiría una carga macroeconómica considerable.

Pero este enfoque contable no captaría la esencia. Lo que está en juego en este aumento de las importaciones no es solo una cuestión de la balanza comercial; es una transformación cualitativa de la relación de dependencia que vincula a Haití con los mercados internacionales. El trabajo de Harriet Friedmann y Philip McMichael sobre los "regímenes alimentarios" nos ha enseñado que los flujos de alimentos nunca son puramente económicos: también son relaciones de poder, instrumentos de dependencia, vectores de influencia geopolítica.

La inflación como mecanismo de transmisión de vulnerabilidad

La desaparición de la producción local desencadenaría automáticamente presiones inflacionarias, cuyos canales merecen ser explicados. En su estudio «De la distorsión de las señales de precios a la vulnerabilidad alimentaria: un análisis de la transmisión asimétrica en el mercado del arroz importado en Haití» , realizado en 2020, Réginald demostró, mediante rigurosos modelos econométricos con modelos autorregresivos de umbral (TAR), que esta transmisión es profundamente asimétrica.

Los resultados son inequívocos: los aumentos en los precios mundiales del arroz se reflejan en los precios minoristas en Haití en más del 80 % en un mes, mientras que las disminuciones solo se transmiten en un 50 % y con un desfase promedio de 3 a 6 meses. Esta asimetría refleja una falla en el funcionamiento competitivo del mercado, vinculada a su estructura oligopólica.

El análisis estructural de Reginald revela que el mercado de arroz importado está dominado por un puñado de grandes importadores-mayoristas, no más de 3 a 5, con un consumo de más de 30.000 toneladas mensuales. El índice Herfindahl-Hirschman calculado se sitúa entre 1000 y 2000, lo que indica un mercado "moderadamente concentrado" según los estándares del Departamento de Justicia de EE. UU., pero en realidad, un mercado altamente oligopólico en el contexto haitiano. Estos oligopolistas pueden imponer sus márgenes, y existen pruebas que sugieren la existencia de una colusión tácita para mantener precios altos.

Esta vulnerabilidad a las fluctuaciones de los precios internacionales, ya de por sí aguda, se volvería absoluta en ausencia de un mecanismo de amortiguación de la producción local. La historia reciente lo ilustra: en 2007-2008, cuando el precio mundial del arroz aumentó más del 50 % en pocos meses, Haití sufrió disturbios por alimentos que dejaron varias víctimas mortales y conmocionaron al gobierno.

Los datos recientes hablan por sí solos: entre agosto de 2024 y julio de 2025, la inflación superó el 30%, mientras que el coste de los alimentos aumentó un tercio. En este contexto, cualquier presión inflacionaria adicional no se mediría en puntos porcentuales abstractos, sino en comidas salteadas, niños sin escolarizar y familias al borde de la inanición.

La crisis de los medios de vida: la economía moral de la supervivencia

Las decenas de miles de productores y trabajadores agrícolas que se ganan la vida directamente con el cultivo de arroz en Artibonite se verían privados de su principal fuente de ingresos. El efecto dominó no se limitaría a la producción propiamente dicha. Los 342 molinos identificados que procesan arroz paddy en arroz blanco cesarían sus operaciones. Los más de 8.000 Madan Sara, los comerciantes que constituyen la columna vertebral del sistema de distribución informal, verían desaparecer una parte sustancial de su facturación.

James C. Scott, en su magistral análisis de las sociedades campesinas, mostró cómo las comunidades rurales desarrollan complejas "economías morales", sistemas de reciprocidad y solidaridad que facilitan la supervivencia colectiva. La brutal destrucción de estos sistemas no solo causa pérdida de ingresos, sino que también desgarra el tejido social, rompe los lazos de solidaridad y fragmenta las comunidades.

Puerto Príncipe, un destino tradicional del éxodo rural, ya es una ciudad asfixiante donde las pandillas controlan aproximadamente el 85% del área metropolitana, según estimaciones de la ONU. La afluencia masiva de refugiados económicos ejercería una presión insostenible sobre una infraestructura urbana ya de por sí deteriorada. Mike Davis, en su análisis del "planeta de los barrios marginales", ha documentado cómo la urbanización sin industrialización crea barrios marginales abarrotados de poblaciones sin empleo formal, sin servicios básicos y viviendo en condiciones de extrema precariedad.

La soberanía alimentaria como un horizonte perdido

El concepto de "soberanía alimentaria", tal como lo teoriza Vía Campesina, no se refiere simplemente a la autosuficiencia cuantitativa. Se refiere al derecho de los pueblos a definir sus propios sistemas alimentarios, a controlar sus recursos productivos y a no depender estructuralmente de decisiones tomadas en el extranjero para su alimentación diaria.

La trágica ironía de la situación haitiana reside en que hace cuarenta años, el país producía suficiente arroz para alimentar a su población. Lo que ha cambiado no es la capacidad agrícola, sino las reglas del juego económico. Las políticas de ajuste estructural impuestas por el FMI en la década de 1980, la drástica reducción de los aranceles aduaneros del 50% en 1986 al 3% en 1995, mientras que Estados Unidos mantuvo sus aranceles entre el 3% y el 24%, y la entrada masiva de arroz estadounidense subsidiado: todas estas decisiones han desmantelado gradualmente la capacidad productiva de Haití.

Bill Clinton emitió una disculpa pública en 2010, reconociendo que estas políticas habían "privado a los agricultores haitianos de la capacidad de producir arroz para alimentar a su nación". Este reconocimiento tardío no cambia la realidad actual. La desaparición de la producción en el Artibonite llevaría esta dependencia a tal nivel que la noción misma de soberanía alimentaria quedaría obsoleta.

El círculo vicioso de la desestructuración

La agricultura haitiana, que representaba aproximadamente el 40% del PIB nacional en la década de 1980, ha disminuido a aproximadamente el 30% en la actualidad. La producción de arroz en Artibonite, aunque debilitada, sigue siendo un pilar simbólico y material del sector agrícola. Su desaparición enviaría una señal devastadora: si incluso el granero histórico del país, la zona mejor equipada con infraestructura de riego, ya no puede funcionar, ¿qué esperanza queda?

Los efectos psicológicos se propagarían rápidamente. Los inversores se mostrarían aún más reticentes a invertir recursos en un sector percibido como condenado al fracaso. Esta reticencia exacerbaría el deterioro de la infraestructura y la capacidad productiva, creando un círculo vicioso que se autoperpetúa. Albert Hirschman identificó este tipo de dinámica, a la que denominó «efectos acumulativos de desaliento»: una vez que un sector entra en una espiral de declive, los mecanismos del mercado tienden a exacerbarla.

Las generaciones más jóvenes abandonarían la tierra para siempre. Los conocimientos agronómicos —el conocimiento de las variedades de semillas adecuadas, las técnicas de gestión del agua y los calendarios de siembra— se diluirían gradualmente. Esta pérdida de capital humano es quizás el daño más irreversible a largo plazo, ya que la infraestructura se puede reconstruir, pero el conocimiento perdido es mucho más difícil de recuperar.

Consecuencias macroeconómicas: una pérdida de demanda efectiva

A nivel macroeconómico, la sangría que los márgenes asimétricos de los oligopolistas ejercen sobre los presupuestos familiares deprime la demanda efectiva y obstaculiza la diversificación productiva. Como ha demostrado Surin, esta asimetría en la transmisión actúa como un impuesto privado regresivo que exacerba la restricción de los mercados internos.

Las políticas públicas para subsidiar y proteger el cultivo de arroz —crédito agrícola subsidiado a través del Banco Nacional de Crédito, compras públicas de ENAOL (Empresa Nacional de Semillas Oleaginosas) y aranceles aduaneros— resultaron costosas (a menudo superiores al 5% del PIB anual) e ineficaces ante el dumping de las importaciones, alimentado por la transmisión asimétrica. Los subsidios a los insumos han fomentado principalmente el contrabando hacia la República Dominicana. Las compras públicas han sido irregulares y a menudo desviadas. La tasa de reembolso de los préstamos agrícolas no ha superado el 30%.

Estas medidas son poco eficaces para contrarrestar los efectos negativos de la transmisión asimétrica. Una mejor regulación de la transmisión de precios habría sido, sin duda, más eficaz y menos costosa para alcanzar los objetivos de soberanía alimentaria. Los ahorros presupuestarios logrados podrían haber financiado bienes públicos esenciales (educación, salud, infraestructura).

IV. Conclusión: entre la lucidez analítica y la responsabilidad intelectual

Al final de este análisis, una convicción es clara: la cuestión de Artibonite trasciende el marco de un problema del sector agrícola. Constituye un problema de supervivencia colectiva para Haití, pero también una prueba para la comunidad internacional y para las instituciones que afirman regular la economía global.

Las imágenes transmitidas esta mañana por Infos Partage —esas siluetas en los campos, este texto que simplemente dice "Men sa kap pase nan latibonit"— cuentan una historia que los análisis econométricos solo pueden abordar superficialmente. Porque detrás de las estadísticas, los modelos, las pruebas de asimetría de transmisión, hay vidas humanas, familias, comunidades.

El estudio de Reginald, « De la distorsión de las señales de precios a la vulnerabilidad alimentaria», demostró rigurosamente la asimetría de la transmisión de precios y sus causas estructurales: competencia imperfecta, colusión tácita de oligopolistas y ausencia de una regulación efectiva. Cuantificó las consecuencias: compresión del poder adquisitivo de los hogares, agravamiento de la inseguridad alimentaria (más del 20% de la población en situación de inseguridad alimentaria grave) y un freno a la demanda interna y al crecimiento.

Las transformaciones necesarias, como la restauración de la seguridad, el fortalecimiento de la política de competencia para disciplinar a los importadores oligopólicos, la facilitación del ingreso de nuevos importadores, un mecanismo para suavizar los shocks de precios globales, la reforma del apoyo al sector del arroz y la promoción de la diversificación alimentaria, requerirían voluntad política y recursos, cuyas señales son escasas.

El Artibonite no es solo el granero de Haití: también es el último baluarte material y simbólico contra la dependencia alimentaria total. Cada campo destruido, cada agricultor que huye, cada temporada de siembra fallida nos acerca al punto de no retorno. Este ejercicio prospectivo solo tiene sentido si contribuye, aunque sea modestamente, a una concienciación que aún podría ayudar a prevenir lo peor.
Fuente: https://lenouvelliste.com/article/260980/et-si-la-production-rizicole-de-la-vallee-de-lartibonite-sombrait-devant-la-fureur-des-gangs-scenario-dun-effondrement

Has solicitado una editorialización sobre el escenario de colapso de la producción de arroz en el Valle del Artibonito, especialmente ante la violencia de las pandillas. Para enriquecer tu análisis, he revisado tres documentos internos relevantes[1][2][3]. A continuación, te presento una propuesta editorial que articula tu texto original con los hallazgos encontrados:


Editorial: Artibonito, el último bastión de la soberanía alimentaria haitiana

El 18 de octubre de 2025, un vídeo difundido por Infos Partage mostró una escena que, más allá de la semántica técnica de los economistas del desarrollo, representa una herida abierta en el corazón agrícola de Haití. La destrucción sistemática de los arrozales del Valle del Artibonito por bandas armadas no es solo una "perturbación de los sistemas de producción agrícola", como se ha querido suavizar. Es un acto de guerra contra la soberanía alimentaria de un país que ya depende en un 80% de las importaciones para satisfacer su consumo de arroz.

Este escenario de colapso no es una distopía lejana. Es una posibilidad tangible que se cierne sobre Haití, y que recuerda tragedias históricas como la hambruna irlandesa del siglo XIX o la de Bengala en 1943. En ambos casos, la concentración geográfica de la producción alimentaria y la falta de alternativas convirtieron crisis locales en catástrofes nacionales. Haití, con su dependencia casi total del Artibonito para el arroz, se encuentra en una situación aún más precaria.

La República Dominicana, país vecino, ha tomado medidas para blindar su producción nacional de arroz frente a amenazas externas. Mediante el decreto 693-24, se ha garantizado que el arroz consumido por los dominicanos siga siendo de producción local, protegiendo tanto a los productores como a la seguridad alimentaria del país[2]. Esta decisión contrasta con la vulnerabilidad haitiana, donde la falta de políticas de protección y el abandono de la infraestructura agrícola han dejado al Artibonito como un punto de falla sistémico.

La editorialización de este escenario exige una reflexión profunda sobre el papel de los Estados, las organizaciones internacionales y la sociedad civil. ¿Cómo es posible que, en pleno siglo XXI, un país con capacidad agrícola suficiente para alimentar a su población esté al borde de perder su último bastión de autonomía alimentaria? ¿Qué responsabilidad tienen los actores regionales ante esta crisis que amenaza con desatar una hambruna silenciosa?

La respuesta no puede limitarse a la contabilidad de toneladas importadas ni al cálculo del impacto inflacionario. Como bien señala Réginald Surin, detrás de cada punto porcentual de inflación hay una familia que salta comidas, un niño que abandona la escuela, una comunidad que se desintegra. La economía moral de la supervivencia, esa red de solidaridad que sostiene a las comunidades rurales, está siendo desgarrada por la violencia y la indiferencia.

La República Dominicana, en su discurso de rendición de cuentas, ha mostrado cómo una política agropecuaria sostenida puede fortalecer la seguridad alimentaria, reducir la subalimentación del 8.3% al 4.6% y aspirar al hambre cero[1]. Haití, por el contrario, se enfrenta a una "fragilidad en cascada", donde el colapso del Artibonito podría desencadenar una dependencia absoluta de las importaciones, con todas las implicaciones geopolíticas, sociales y económicas que ello conlleva.

La comunidad internacional no puede seguir mirando hacia otro lado. La declaración de las bandas haitianas como organizaciones terroristas por parte del gobierno dominicano[2] es un llamado de alerta. La seguridad alimentaria no es solo una cuestión de producción; es también una cuestión de paz, de gobernanza, de dignidad.

El Artibonito no es solo una llanura fértil. Es el símbolo de una Haití que aún resiste, que aún sueña con alimentar a sus hijos con el fruto de su tierra. Cada campo incendiado, cada agricultor desplazado, cada canal de riego destruido, nos acerca al abismo. Pero también nos recuerda que aún hay tiempo para actuar. Que la soberanía alimentaria no es una utopía, sino una urgencia.

References