Paul Krugman: Políticos, promesas y cumplimiento
El miércoles, Donald Trump exigió al Congreso que actuara con celeridad para aprobar su plan de reforma tributaria. Pero lo cierto es que, hasta el momento, no ha presentado ningún plan. No solo no hay una propuesta legislativa detallada, sino que su Gobierno no ha acordado siquiera las líneas básicas de lo que quiere. Por otro lado, 17 senadores demócratas —más de un tercio del grupo— firmaron el llamamiento de Bernie Sanders para ampliar la sanidad pública a toda la población. Por el momento, sin embargo, Sanders tampoco ha presentado un cálculo de cuánto costaría hacerlo, ni una propuesta específica de cómo pagarlo. No insinúo que se trate de casos comparables: la característica mezcla trumpiana de ignorancia y fraude no tiene parangón entre los demócratas. Aun así, ambas noticias plantean la duda de cuánto influye, si es que influye algo, la claridad política en la capacidad de los políticos para ganar las elecciones y, quizá más importante, para gobernar.
Respecto a las elecciones: el hecho de que Trump esté en la Casa Blanca da a entender que los políticos pueden contarle al electorado casi cualquier cosa que suene bien. Al fin y al cabo, Trump prometió bajar los impuestos, proteger la Seguridad Social y el Medicare para mayores frente a los recortes, proporcionar un seguro sanitario a todos los estadounidenses y saldar la deuda, y no ha pagado ningún precio por la evidente incongruencia de estas promesas. Pero claro, la aritmética tiene un sesgo liberal bien conocido, y el compromiso de los medios de comunicación convencionales con el ‘equilibrio’ garantiza suficiente equivalencia falsa como para oscurecer hasta la mentira más obvia.
Por otro lado, el ignominioso fracaso del Trumpcare muestra que a veces la realidad sí tiene importancia. Es cierto que los republicanos llevan mucho tiemposin pagar precio alguno por mentir acerca del Obamacare; de hecho, aquellas mentiras les ayudaron a hacerse con el control del Congreso. Pero cuando obtuvieron también el control de la Casa Blanca, y la perspectiva de revocar la Ley de Atención Sanitaria Asequible se hizo real, las mentiras les pasaron factura. En cuanto la ciudadanía comprendió que con los planes de los republicanos decenas de millones de personas perderían su cobertura, se produjo una enorme reacción; tal vez esa reacción les permita a los demócratas recuperar la Cámara de Representantes el próximo año, a pesar de la manipulación de las circunscripciones electorales y las demás desventajas estructurales a las que se enfrentan.
La historia de la reforma tributaria empieza a parecer un poco similar. Durante la campaña, Trump pudo presentarse como un populista económico y al mismo tiempo ofrecer un plan fiscal que añadiría seis billones de dólares al déficit, y la mitad de cuyo beneficio iría a parar al 1% más rico de la población. Pero lo de dar gato por liebre tal vez no funcione cuando el proyecto de ley real esté sobre el tapete. De hecho, el propio Trump parece estar experimentando disonancia cognitiva. “Los ricos no ganarán nada con este plan”, declaró el miércoles. Al igual que las afirmaciones de que su reforma sanitaria no harían que nadie perdiese la cobertura, esta declaración suscita dudas acerca de qué le pasa por la cabeza: ¿no tiene ni la más remota idea, está mintiendo, o ambas cosas a la vez? Pero, en cualquier caso, las declaraciones como estas van a dificultar todavía más la aprobación de cualquier cosa: la diferencia entre lo que él afirma y aquello que los congresistas republicanos estén dispuestos a respaldar es tan grande que prácticamente invita al ridículo y a otra reacción popular. Y yo añadiría que las rebajas de impuestos a las multinacionales y a los ricos tienen poco respaldo popular. Incluso muchos que se identifican como republicanos, especialmente entre los votantes de la clase trabajadora que apoyaron a Trump, responden en los sondeos que las multinacionales y los ricos pagan demasiado poco, no demasiado. Por lo visto, Trump se imagina que puede reunir un amplio apoyo de los votantes a sus planes tributarios, pero resulta difícil ver cómo.
La pregunta es si la apuesta de los demócratas por una sanidad pública de pagador único está llevándoles por un camino similar. A diferencia de prácticamente todo lo que Trump y compañía proponen, un Medicare para todos es una idea básicamente buena. Pero el hacerla realidad en la práctica probablemente supondría afrontar un grave revés político. Para empezar, porque exigiría un aumento considerable de los impuestos. Y también porque significaría decirles a millones de estadounidenses que contratan una póliza sanitaria privada a través de sus empleadores, y están en general satisfechos con su cobertura, que deben renunciar a ella y aceptar algo distinto. Pueden decirles que el nuevo sistema será mejor, pero ¿se lo creerán?
Es posible que estas preocupaciones no parezcan muy destacables ahora mismo: teniendo en cuenta que los republicanos controlan la Casa Blanca, lo del pagador único será en el mejor de los casos una mera aspiración durante tres años largos. Pero ¿y si el apoyo rígido al pagador único frente a un respaldo relativamente flexible a la cobertura universal, sin importar cómo se obtenga, se convierte en una prueba de fuego? En ese caso, los demócratas podrían acabar encontrándose con una debacle parecida a la del Trumpcare, incapaces tanto de aplicar su sueño irrealista como de abandonarlo. Lo que quiero decir es que, si bien las promesas poco realistas tal vez no perjudiquen a uno durante las elecciones, pueden convertirse en un gran problema cuando intenta gobernar. Tener una visión de futuro es bueno, pero ser realista acerca de las dificultades, también. Demócratas, tenedlo en cuenta.
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