Juego de Trumps - Por MAUREEN DOWD

oPINIÓN |COMENTARIO

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A la derecha, el presidente Donald Trump durante una visita de Estado a FranciaCreditStephen Crowley/The New York Times
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WASHINGTON — Hermanos dispuestos a hacer cualquier cosa por el poder. Acuerdos secretos con enemigos. Un muro. Alcahuetas de un país al este. Engaños y traiciones, pequeños pajaritos que filtran los secretos. Un rey loco maniaco con una corte llena de príncipes y princesas calculadores y egoístas, que portan la seda más fina, la inmoralidad más descarada y gobiernan sin que les importe en lo más mínimo el bien de su pueblo.
La noche en Washington es larga y llena de terrores. El Juego de Trump ha traído consigo una ilegalidad nunca antes vista en la capital.
A lo largo de su vida, Donald Trump ha sobrevivido y prosperado con la filosofía de Meñique en Game of Thrones: “El caos no es un pozo. El caos es una escalera”.
Pero ¿la decepción rampante y la corrupción de este reino está cerca de ponerle fin al imperio del caos? ¿Es este el fin para Cersei en Desembarco del Rey y para Trump en Washington? El presidente de la estirpe de Joffrey está por aprender que tener un talento para distraer con publicaciones en Twitter no es lo mismo como poder caminar por un piso en llamas sin quemarse.
Y es que las multitudes están gritando: “¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza!”.
Con su marca golpeada, la familia intentó dejar atrás sus problemas durante el fin de semana. Ivanka y Jared se escaparon a una conferencia en Sun Valley, Idaho, mientras Trump y Melania huyeron a la Ciudad Luz para el Día de la Toma de la Bastilla –al portavoz Sean Spicer le tocó celebrar solo en la Embajada de Francia en Washington– y luego al club de golf de Bedminster para el Abierto de Golf Femenino (algunas mujeres protestaron).
Trump siempre exagera sus números con su propia aritmética de ego. Pero Donald Jr. y Jared han estado muy ocupados pinchando esos globos.
Don Jr. minimizó los primeros reportes de la reunión, revelada por The New York Times, con Natalia Veselnitskaya, la abogada rusa con contactos en el Kremlin, y Rob Goldstone, el publicista de una estrella pop rusa que puso a Trump en uno de sus videos musicales. Sin embargo, pronto quedó claro que había más ahí.
Primero descubrimos que había seis y no cuatro personas en la reunión, incluido un cabildero que, casualmente, era un exintegrante de la unión de contrainteligencia soviética. Luego revelaron que había ocho personas. Para la próxima nos enteraremos que todos estaban en videoconferencia con Putin.
A Don Jr. no le apena haberse reunido con los rusos para conseguir información sobre Hillary Clinton. Solo le molestó, como le dijo a Sean Hannity de Fox News, que la reunión resultó ser “nada” y “20 minutos desperdiciados”. La idea de que hubiera sido inapropiada nunca le pasó por la cabeza.
Jared Kushner ha tenido que enmendar tres veces su lista de contactos extranjeros y ha agregado más de cien nombres que, por alguna razón, se le habían pasado. “Sus abogados dijeron que fue de manera inadvertida y que un integrante de su personal le había dado clic a ‘Enviar’ de manera prematura antes de que estuviera completado el formato”, según Michael Isikoff en Yahoo News.
Sin embargo, nadie en Washington –aquel lugar donde los formularios laaaargos son bien conocidos– cree eso. Como hizo notar Vox: “La cosa es que no hay un ‘botón de enviar’ para este tipo de formulario, con nivel de seguridad. Hay 28”.
Como un teatro, la saga de Trump ha sido espectacular, tiene una amplia colección de bufones y juglares. ¿Quién podría siquiera inventarse a un personaje como Rob Goldstone, el publicista británico que toma vodka al por mayor y parece inhalar chocolate y al que le gusta estar de fiesta en los salones de té rusos?
¿Quién podría haberse imaginado al abogado de Trump, Marc Kasowitz? Según reporta ProPublica, después de que un televidente del programa de Rachel Maddow le envió un correo a Kasowitz urgiéndolo a “Renunciar ya”, el abogado respondió con mensajes como “Ten cuidado, zorra” y “Ya sé dónde vives, te veo… y me verás. Te lo prometo”.
Kasowitz, de acuerdo con ProPublica, tiene problemas de alcoholismo que podrían prevenir que consiga la autorización de seguridad y ha estado frustrado con el presidente y su falta de disciplina al quejarse por la trama rusa, según The Washington Post.
¿Es este el abogado que va a disciplinar a ese presidente?
En una entrevista con reporteros a bordo del Air Force One de camino a París, el presidente Trump de nuevo intentó culpar a otros por el hackeo de la elección por parte de Rusia. “Y no digo que no sea Rusia”, dijo. “Lo que digo es que tenemos que protegernos sin importar quién sea. Como saben, China es muy bueno en estas cosas. Odio decirlo, pero Corea del Norte es muy bueno para estas cosas”.
Se enalteció como alguien muy astuto cuando mencionó que había discutido el hackeo con Putin. Se lo mencionó una vez, según Trump, “y se lo volví a preguntar de nuevo, pero de otra manera”.
Wow. Eso seguro dejó indefenso al exagente de la KGB. No sabes nada, Donald Trump.
El presidente defendió a su hijo mayor –quien tiene la misma edad que el presidente francés Emmanuel Macron– como un “buen chico”. Don Jr. sí que aprendió los valores familiares.
En palabras del malvado Ramsay Bolton de Game of Thrones: “Si crees que esto termina con un final feliz, no has estado poniendo atención”.
https://www.nytimes.com/es/2017/07/18/juego-de-trumps/?ref=nyt-es&mcid=nyt-es&subid=masinformacion&mccr=inicio
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Opinión: El síndrome del expresidente en prisión - Luis Jochamowitz

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El expresidente de Perú Ollanta Humala es escoltado por policías a la cárcel de Diones, en Lima, donde también está preso el expresidente Alberto Fujimori. CreditMartín Mejía/Associated Press
BUJAMA, Perú – Un expresidente que va a la cárcel produce una sensación inquietante, un leve desequilibrio, como si en alguna parte del simbólico edificio de la nación se hubiera retirado una pieza y ahora no se sabe cómo se comportarán las restantes.
En los últimos 16 años, el Perú ha tenido una racha de cinco presidentes constitucionales. Récord absoluto en un registro que ya va para los dos siglos. El primero, Valentín Paniagua, fue designado de urgencia en medio del derrumbe del régimen de Alberto Fujimori, dejó un buen recuerdo pero gobernó menos de un año. Alejandro Toledo, su sucesor, tiene orden de captura internacional y vive en California, a la espera que un juez estadounidense decida su destino. El siguiente, Alan García, vive en Madrid, visita Lima y no tiene requerimientos con la justicia, aunque su nombre ha sido mencionado en multitud de casos de corrupción. El último, o penúltimo de la sucesión, Ollanta Humala, junto con su poderosa pareja, Nadine Heredia, acaban de ser detenidos.
El cargo tiene riesgos laborales insostenibles. Se supone que los expresidentes son la voz de la experiencia, en algunos lugares hasta los consideran objetos suntuosos e inútiles como jarrones chinos, pero en el Perú desde hace mucho tiempo, son el centro de encarnizados debates políticos. Es la transfiguración en cuatro o cinco personas de un malestar colectivo, de algo que ocurre en la conciencia de millones de personas: la bancarrota o crisis generalizada de las maneras que los peruanos tienen para organizarse y representarse políticamente. Y apenas es la cumbre de una enorme montaña, debajo de ella se encuentra el país flotante y siempre inesperado, que atraviesa los tiempos sin dirigencias, élites, ejemplos compartidos que marquen un rumbo.
Por eso, las vicisitudes judiciales de la pareja Humala-Heredia deben ser vistas en el plano más amplio de una disolución paulatina, un hundimiento del que no se sabe qué puede resultar. La escalera descendente ha sido proporcionada esta vez por el caso Lava Jato. Hace 16 años fueron los videos que grababa Vladimiro Montesinos como chantaje y autobiografía. Con una periodicidad aproximada a los grandes desastres del fenómeno de El Niño, cada tres lustros los drenajes del sistema político se obstruyen y nos vemos obligados a vivir en la emergencia, hasta que el barro se seca.
Cierto que no deja de ser un consuelo que el sentimiento anticorrupción se haya extendido a los más diversos estratos, aunque cada cual lo haga por distintas razones y la introspección sea muy rara.
Como cada escalón, el último tiene rasgos peculiares y hasta únicos. Se trata de una pareja de esposos, “la pareja presidencial” se les llamaba hace menos de un año. Lo conyugal, desde los chistes sexuales hasta los ataques políticos, ha alimentado a la prensa, la televisión y la maledicencia pública durante cinco años. En general, nadie los defiende, aunque muchos piensan que no son las principales cabezas que hay que cobrar. Están solos, abandonaron a sus aliados y no crearon nuevas alianzas. El aparato de los negocios, los medios, la sociedad mejor establecida, la misoginia nacional, nunca los llegó a aceptar, aunque no fueron ni por asomo el Chávez andino y la Cristina criolla que tanto los desvelaba.
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El exmandatario Alberto Fujimori es escoltado por policías desde su casa en Santiago de Chile hacia donde fue llevado a Perú para enfrentar cargos de corrupción y violaciones de derechos humanos, el 22 de septiembre de 2007. CreditKyodo News/AP Photo
En realidad, no podían ser de otro modo: su impericia política era notable. Eran una pareja afortunada y ambiciosa que volvió a encontrar el modo de cruzar al otro lado del espejo de nuestra representación política. Acto asombroso, demostrado reiteradamente al menos desde los tiempos de Alberto Fujimori, como prueba de lo mágico y profundamente irracional de esas rifas colosales que los peruanos organizan cada cinco años bajo el nombre de elecciones generales.
Esto ocurre en el año uno de la era Trump. Pocos días antes, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva del Brasil, algo así como el CEO de la casa matriz de la corrupción continental, recibió una condena de nueve años de prisión. Ya nadie confía en sus presidentes y el Perú cree tener el privilegio y el espanto de marchar adelante en este fenómeno extendido. Una nueva reedición de la vieja frase del poeta Cesar Moro: “En todas partes se cuecen habas, pero en el Perú solo se cuecen habas”.
Los caminos judiciales son inescrutables, aunque es probable que la detención de los Humala-Heredia no dure mucho tiempo, se discute su carácter “preventivo”. Pero, al menos para él, los problemas con la justicia apenas acaban de comenzar. Se presenta en el horizonte el juicio de Madre Mía, un lugar remoto de la Amazonía donde Ollanta Humala, bajo el seudónimo de Capitán Carlos, sirvió durante los años de la guerra contra Sendero Luminoso. Fosas clandestinas, cuerpos exhumados, testimonios, las pruebas contra él se siguen reuniendo, y si se presentan con todo su aterrador significado, es posible que el juicio de Madre Mía se convierta en la madre de todos los juicios, donde se sopesarán los actos de un hombre, pero también los de una institución y sus formas de hacer la guerra.
Pero todo esto es demasiado difícil de digerir en un solo bocado. Por el momento se le acusa de haber recibido 3 millones de dólares para su campaña electoral. La flagrante hipocresía que envuelve estos procedimientos es que todos saben que los principales candidatos recibieron otros tantos “aportes”, millones más, millones menos, de la misma fuente o de manos todavía más oscuras, como el narcotráfico, la tala de madera o la minería ilegal. Por eso, tal vez, una súbita conmiseración por el caído ha ganado los ánimos de algunos de sus peores enemigos en los últimos días. Después de todo, nadie sufre el síndrome del expresidente preso como otro expresidente que todavía está libre.
https://www.nytimes.com/es/2017/07/18/el-sindrome-del-expresidente-en-prision/?action=click&clickSource=inicio&contentPlacement=2&module=toppers&region=rank&pgtype=Homepage
Opinión: El síndrome del expresidente en prisión https://nyti.ms/2ux3Rfj vía @nytimesES @LuisOrlandoDia1

Serán los parásitos la cura para el alzhéimer? - Por PAGAN KENNEDY

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Tal vez el gen ApoE4 proporcionaba una ventaja para la supervivencia en los ambientes ancestrales. Este gen, que ayuda a producir colesterol, pudo haber sido un paso crucial para el desarrollo de nuestros cerebros y pudo haber desempeñado un papel clave para defenderlos de invasores patógenos. CreditEleanor Davis

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En 2011, Ben Trumble dejó la selva boliviana y se llevó una mochila que contenía cientos de viales con saliva. Había pasado seis semanas siguiendo a los indígenas mientras se movían por la selva, lanzándole flechas a los jabalíes. Estos hombres eran miembros del pueblo tsimané, que vive como lo hacían nuestros ancestros hace miles de años: cazando, buscando comida y cultivando pequeños terrenos.
Trumble les había pedido a los hombres que escupieran dentro de los viales varias veces al día para poder mapear sus niveles de testosterona. Quería descubrir si los cazadores eran recompensados con un pico de testosterona, y así fue. Como investigador del Proyecto de Salud e Historia de la Vida de los Tsimané, se había unido a una prolongada investigación sobre el bienestar y el envejecimiento humano en ausencia de la industrialización.
Ese día, cuando se fue de la selva, se topó con una pregunta nueva y más urgente sobre la salud humana. Al llamar a su madre, recibió una noticia terrible: su tío, de 64 años, se había enterado de que tenía demencia, quizá la enfermedad de Alzheimer.
En solo unos cuantos años, su tío —antes un vigoroso abogado— dejaría de hablar, ya no comería y moriría. “No podía ayudar a mi tío”, dijo Trumble, pero quería entender la enfermedad que lo mataría. Entonces se preguntó: ¿a los tsimané les da la enfermedad de Alzheimer al igual que a nosotros? Si no es así, ¿qué podemos aprender de ellos sobre el tratamiento o la prevención de la demencia?
“En realidad aún no hay una cura para la enfermedad de Alzheimer”, me dijo Trumble. “No contamos con nada que pueda revertir el daño ya hecho”. Se preguntaba por qué miles de millones de dólares y décadas de investigación han tenido tan pocos resultados. Tal vez se estaban ignorando algunas pistas importantes.
Trumble se formó como antropólogo, y su campo —la medicina evolutiva— le ha enseñado a percibir nuestro entorno como un parpadeo en la línea del tiempo de la historia humana. Considera que es un problema que la investigación médica se enfoque casi exclusivamente en la “gente que vive en ciudades como Nueva York o Los Ángeles”. Los científicos a veces se refieren a estos lugares con una sigla que en inglés también quiere decir “raro”: Weird, el acrónimo de las palabras occidental, educado, industrializado, rico y democrático en esa lengua.
Además, señalan que nuestros cuerpos siguen estando diseñados para el ambiente no Weird en el que nuestra especie evolucionó. Sin embargo, prácticamente desconocemos cómo afectó la demencia a los humanos durante los 50.000 años anteriores a ciertos avances como los antibióticos y las granjas mecanizadas. Trumble cree que estudiar a los tsimané podría arrojar luz sobre esta plaga moderna.
Los tsimané tienen tasas de mortalidad infantil muy altas, pero quienes llegan a la edad adulta viven tanto como la mayoría de las demás personas por lo que es posible medir su salud hasta los 90 años o más. Los investigadores del proyecto sobre los tsimané han pasado más de 15 años haciéndole seguimiento a sus voluntarios y proveyéndoles con tratamientos médicos. Han descubierto que los tsimané difieren del resto de nosotros en varios aspectos. Por ejemplo, tienen las arterias más limpias que cualquier población jamás estudiada, lo que significa que pueden ser ampliamente inmunes a las cardiopatías.
Trumble no fue el primer miembro del proyecto sobre los tsimané en cuestionarse acerca de la demencia en esta población. En 2001, uno de los fundadores del grupo, Michael Gurven, comenzó a estudiar la condición mental pidiéndole a los ancianos que resolvieran crucigramas. Estos y otros datos sobre el desempeño cognitivo se fueron juntando hasta 2015, año en que murió el tío de Trumble. Fue entonces que junto a Gurven y otros investigadores decidieron profundizar en ello.
Trumble estaba particularmente interesado en el gen ApoE4, a menudo llamado el gen de la enfermedad de Alzheimer. Los estadounidenses con dos copias del gen tienen una probabilidad diez veces mayor que los demás de presentar la forma de inicio tardío de la enfermedad. Trumble descubrió algo sorprendente cuando analizó los datos de los tsimané: muchos con una copia del gen parecían tener un mejor desempeño en las pruebas cognitivas.
Le dio vueltas a esta paradoja cuando regresó a su laboratorio de la Universidad Estatal de Arizona. Acababa de volver de otro viaje a los asentamientos de los tsimané y se había traído un pedacito de Bolivia con él: tenía una infección intestinal causada por la bacteria Campylobacter y dos especies nefastas de E. coli.
“Haber contraído infecciones parasitarias me dio perspectiva”, dijo. Por lo menos el 70 por ciento de los tsimané tienen parásitos: lombrices en los intestinos e invasores que hacen surcos en su piel. Es muy probable que lo mismo haya pasado con nuestros ancestros. Comenzó a preguntarse si estas infecciones podrían alterar la forma en que los genes afectan nuestro cuerpo.
Tal vez el gen ApoE4 proporcionaba una ventaja para la supervivencia en los ambientes ancestrales. Hoy en día, solo un cuarto de nosotros tenemos una única copia del gen ApoE4, y solo cerca de dos por cada cien individuos tienen dos copias. No obstante, los análisis del ADN de huesos antiguos han mostrado que, hace miles de años, el genotipo ApoE4 era omnipresente en los humanos.
Este gen, que ayuda a producir colesterol, pudo haber sido un paso crucial para el desarrollo de nuestros cerebros actuales, grandes y hambrientos de energía, y pudo haber desempeñado un papel clave para defenderlos de invasores patógenos.
Después, Trumble estudió los datos referentes a la salud cognitiva de todos los voluntarios tsimané que habían obtenido resultados positivos en las pruebas para detectar la presencia de parásitos. Como era de esperarse, encontró que era más probable que los tsimané con infecciones mantuvieran una buena condición mental si poseían una o dos copias del gen ApoE4; para ellos, el “gen de la enfermedad de Alzheimer” constituía una ventaja.
En contraste, en la minoría que conseguía eludir las infecciones parasitarias, sucedía lo contrario, y el gen ApoE4 estaba vinculado con el declive cognitivo, como sucede con las personas de países industrializados.
“Los humanos evolucionaron conjuntamente con una buena cantidad de parásitos distintos, pero hoy en día, con nuestra vida citadina y sedentaria, hemos eliminado a los parásitos de la ecuación”, dijo Trumble. Esto podría ser lo que provocó que el gen pasara de ser una ventaja a convertirse en una carga.
Como suele suceder, estos hallazgos coinciden con algunas nuevas investigaciones de laboratorios universitarios. En artículos publicados en 2016 y 2017, los científicos consideraron la demencia de manera novedosa: no solo como una enfermedad derivada de la decadencia gradual de nuestras células, sino como un trastorno en que el cerebro se vuelve contra sí mismo.
Changiz Beula, profesor de Neurociencia en la Northwestern University, ha estudiado el tejido cerebral de personas que murieron a los 90 años o a una edad más avanzada. Descubrió que algunas personas que mueren con agudeza mental tienen el cerebro lleno de la porquería asociada con la patología del Alzheimer: placas amiloides y oscuras marañas. Esto significa que es posible tener un “cerebro apto para la enfermedad de Alzheimer”, pero no presentar demencia. Geula cree que, en casos así, algún agente en el cerebro —llamémosle el opuesto al del alzhéimer— protege las neuronas contra el daño. Todavía se desconoce cuál o qué es.
Unos candidatos podrían ser los astrocitos, que son células que apoyan a las neuronas y las sinapsis, manteniéndolas sanas incluso en presencia de placas y marañas. En un artículo publicado este año en Nature, investigadores de Stanford describieron la forma en que estas células, normalmente tranquilas, pueden cambiar a un “modo asesino” al modificarse y expulsar toxinas y destruir a las mismas células que alguna vez nutrieron.
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Los análisis del ADN de huesos antiguos han mostrado que, hace miles de años, el genotipo ApoE4 era omnipresente en los humanos. CreditEleanor Davis
De acuerdo con Shane Liddelow, uno de los autores del artículo, esta personalidad tipo Dr. Jekyll y Mr. Hyde de los astrocitos muy probablemente se desarrolló hace miles de años para ahuyentar a las infecciones que invadían el cerebro de nuestros ancestros. A la primera señal de problemas, los astrocitos atacan, destruyendo todo lo que se cruza en su camino, incluyendo en ocasiones tejido cerebral sano. Las neuronas pueden convertirse en “transeúntes inocentes en este esfuerzo asesino protector”, explicó Liddelow.
Puesto que hoy en día la mayoría de nosotros vivimos en ambientes más estériles, este ejército en nuestro cerebro ya no está ocupado combatiendo patógenos, así que en su lugar responde —a menudo con demasiada fuerza— contra las placas amiloides y las marañas que son parte del envejecimiento normal.
“Hace diez años, muy pocos científicos investigaban si el sistema inmunitario estaba relacionado con la enfermedad de Alzheimer, pero esta pregunta acaba de surgir con gran fuerza”, dijo Liddelow. “Creo que la respuesta vendrá de analizar células inmunitarias de humanos de todo el mundo, que vivan en distintos ambientes”.
Liddelow dijo que la hipótesis derivada de las investigaciones realizadas con los tsimané, que supone que el gen ApoE4 evolucionó para proteger nuestros cerebros de los efectos de las infecciones parasitarias, tiene mucho sentido. Ahora está preparando su propio laboratorio para comprobar esta teoría. Cree que este nuevo enfoque conducirá a “una rápida producción de tratamientos efectivos”.
Trumble tiene la esperanza de que en algún momento su trabajo también genere tratamientos. Actualmente, los científicos que estudian el cáncer están diseñando virus que ayuden al cuerpo a atacar los tumores. ¿Por qué no se habrían de diseñar parásitos?
“Por ningún motivo quiero que la gente que lea esto salga a tratar de infectarse”, dijo el Dr. Trumble. “Los parásitos pueden ser muy desagradables o peligrosos por sí solos”.
Sin embargo, dijo: “Ciertamente espero que, antes de que yo cumpla 80 años, ya hayamos podido descubrir el mecanismo” detrás de una terapia patogénica.
Quizá esto signifique un medicamento para las personas que porten el gen ApoE4, que imite los efectos de un parásito sin provocar los daños de una infección: una especie de bozal para el sistema inmunitario del cerebro, que impida que células como los astrocitos ataquen a las neuronas sanas.
Trumble y el resto del equipo de investigadores deben recabar más datos antes de poder contestar las preguntas más básicas: ¿cuál es la tasa de demencia en la población tsimané? ¿Algunos parásitos son más benéficos para el cerebro y otros más dañinos? ¿Qué humanos tienen más probabilidades de obtener beneficios cognitivos de una infección?
Si los tsimané en realidad poseen la clave para una cura, Trumble y sus colaboradores no tienen tiempo que perder. Los celulares, los alimentos enlatados y otros utensilios de la vida moderna se están colando a las comunidades tsimané.
“Esta puede ser nuestra última oportunidad de entender si las enfermedades crónicas del envejecimiento, como la enfermedad cardiovascular y el alzhéimer, siempre han atacado a los seres humanos o si están relacionadas con la industrialización”, dijo Trumble.
Trumble teme que los tsimané ya se están volviendo Weird, como nosotros.