Escribir como fluye un arroyo en el campo
Capote por Fred Bell
«Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio», escribió Truman Capote en el prólogo a su libro Música para Camaleones (1980), y esta provocación escandalosa y célebre fue el último reto lanzado hacia la crítica y la sociedad estadunidenses por el complejo y conflictivo artista. La cita resume en buena medida la paradoja de la vida literaria de Capote, cuya deslumbrante fama estorbó con frecuencia la apreciación de su talento como autor.
Su posición de outsider, su odio al academicismo, sus escándalos, su asidua participación en eso que las páginas de sociales llaman el jet-set, su innegable habilidad para estar en todas partes, opinar ácidamente sobre cualquier tema, salir fotografiado en todas las revistas, hacer públicos sus amoríos, crisis, borracheras, chismes y depresiones, además de la crueldad demoledora con que solía expresar sus críticas y burlas; toda esta anti-ejemplar trayectoria vital, relegó entonces durante más de una década su trascendencia como artista mayor de la literatura en lengua inglesa. Paradójicamente, con todo y su estridente declaración, Música para Camaleones es, a mi juicio, su libro más reposado y hermoso, más íntimo, cargado de una melancólica ternura que ilumina como sólo puede hacerlo el arte genuino.
La crítica norteamericana sostuvo durante cerca de veinte años una visión de Capote como artista de temas oscuros y personajes bizarros y excéntricos. Se le quiso arrinconar colocándolo como un representante más de la rica tradición de la literatura sureña —gótica, anómala, extravagante— de Estados Unidos, casi como un simple imitador, más que un autor original, descartándose a priori sus valiosos aportes literarios en cuanto a técnica narrativa, composición y estilo, estructura y construcción del relato moderno y la novela contemporánea.
La publicación de su primera novela Otras voces, otros ámbitos (1948), si bien le trajo un repentino y precoz éxito literario, se vio minada por las opiniones que atribuyeron ese éxito al tema homosexual oculto en su trama —se dijo entonces—, idea reforzada por la fotografía de portada donde un jovencísimo Capote luce como un enfant terrible, indolente y sensual, mirando provocativamente hacia la cámara. Un muchacho al que la crítica juzgó demasiado joven para escribir tan bien. El propio Capote lamentó que su capacidad haya sido considerado precoz, cuando en realidad había empezado a escribir antes de los diez años y a los veinte era un escritor que dominaba y había experimentado intencionadamente variados estilos y diversas estructuras literarias, tenía publicados cerca de una docena de relatos —dos de ellos premiados— y había trabajado por tres años como corrector de la famosa revista New Yorker.
Truman por Sara Holt
Su siguiente colección de relatos Un árbol nocturno y otros cuentos (1949) recopiló la mayoría de los que hasta entonces había publicado con éxito en revistas literarias. Su novela El arpa de hierba (1951), fue considerada una continuación de su primer libro al centrarse en recreaciones melancólicas de su infancia y evocar, en su título, las voces en la memoria que el viento hace hablar al soplar entre la hierba. Sólo hasta la publicación de la novela modernísima Desayuno en Tiffany’s (1958), la crítica comenzó a poner menos atención al personaje público y más atención a la literatura de Capote, aunque no sin prejuicios y con una timorata prudencia de por medio.Desayuno en Tiffany’s fue su primer best-seller, relanzó al mercado su primera novela (que a partir de entonces se tornó un libro casi de culto) y le dio además dinero suficiente para continuar sus recurrentes viajes, iniciados desde los años cincuenta y a los que dedicaba la mitad de cada año. Capote viajó a Londres y a Japón, navegó el Mediterráneo en un crucero con Jackie Kennedy, visitó Venecia, Estambul y Medio Oriente. Frecuentaba a Tennessee Williams y a Jean Cocteau, se le veía por igual con Gloria Vanderbilt o Yukio Mishima, con la legendaria Carson McCullers o la no menos mítica baronesa Karen Blixen, incluso se esparció el rumor de que había seducido a Albert Camus en París.
Paralelamente Truman continuó publicando en la legendaria New Yorker, enMademoiselle, Harpar´s Bazar y otras revistas, infinidad de artículos periodísticos, relatos cortos, retratos, observaciones y estampas. Entre esa obra dispersa, un texto que abrió vetas para lo que luego se llamaría el “Nuevo Periodismo” fue la crónica The muses are heard, extraordinario relato de la gira por la Unión Soviética de un grupo musical negro, intérprete del clásico del jazz estadunidense Porgy and Bess. De igual forma, Capote ensayó con las técnicas de la entrevista, y de su encuentro con Marlon Brando en Japón publicó en 1957 El Duque en su dominio, completo perfil del actor que es utilizado como texto ejemplar del “arte” de la entrevista en las clases de periodismo de muchas universidades alrededor del mundo.
Durante los años que van de 1959 a 1965 Truman Capote elaboró su golpe maestro literario, la novela que lo daría a conocer ampliamente en todo el mundo y que renovó la concepción de la literatura y el periodismo de aquellos años: A sangre fría, definida como una non fiction novel, publicada en enero de 1966 y parteaguas definitivo en su vida artística. Elaborada a partir de la prolongada investigación del asesinato múltiple de la familia Clutter en un poblado de Kansas, la novela dio a Capote nuevamente reputación de oscuro y excéntrico, mientras la crítica no dejaba de cuestionar la validez de hacer dinero literariamente con la dolorosa tragedia de aquella familia victimizada. Se aseguró que Capote reivindicaba a los asesinos —Dick Hickock y Perry Smith— al indagar con profundidad en sus patológicas personalidades. No obstante, pasadas estas primeras reticencias de la crítica, los lectores convirtieron la novela en un clásico de la literatura universal traducido a una treintena de idiomas. El precio que pagó Capote, sin embargo, fue alto y así lo confesó: «A sangre fría me chupó hasta la médula de los huesos… acabó conmigo».
A partir de entonces se incrementaron notablemente sus ingresos económicos, su fama pública y su celebridad, a la vez que asumió, ahora con una marcada intención hostil, su papel anticonvencional, su alcoholismo, su homosexualidad, sus serios conflictos creativos y personales, y su dependencia de los fármacos, actitud que compartió con los personajes del morboso mundillo del jet-set. Se inmiscuyó entonces en los ambientes de los artistas marginales, las estrellas de Hollywood, los intelectuales y personajes adinerados y llamativos de la sociedad estadunidense, a los que paradójicamente no dejó nunca de menospreciar, como se comprobaría luego en sus libros autobiográficos y en muchas de sus declaraciones y cínicas entrevistas.
Capote en Hollywood, por Eric Fischi
Por esos años escribió también guiones de cine, adaptando algunas de sus historias como Los inocentes y Beat the Devil, dirigida por John Houston. Su novela Desayuno en Tiffany’s tuvo también una exitosa versión cinematográfica, mientras su obra teatral musical House of Flowers fue bien recibida en Broadway. En 1973 se recopilaron en un volumen algunos de sus escritos y ensayos, y se editaron con el título El ladrido de los perros. Para ese momento, y tras casi una década de fiesta continua, de vivir a tope de alcohol, estimulantes, dinero, aventuras y amoríos, Capote se hundió en otra crisis profunda y prolongada.
Fueron años de esterilidad creativa y bloqueo mental contra los que batalló cotidianamente. Casi como una reivindicación personal, escribió entoncesPlegarias atendidas, título tomado de un verso de Santa Teresa: «Se llora más por las plegarias atendidas que por las no respondidas». El libro resulta una amplia colección de chismes, burlas y críticas a la sociedad neoyorquina, con nombres reales y personajes fácilmente identificables. La reacción fue violentísima y la crítica se lanzó de nuevo contra él, mientras su círculo de amistades, sintiéndose traicionado y burlado, atacó también a Capote hasta aislarlo y hundirlo más en la depresión de la que trataba de reponerse.
De este pozo no saldrá sino años después, según lo narra con honestidad y elegancia en el prólogo a su último libro publicado en vida, texto cuyo valor literario lo ha convertido en un relato biográfico clásico. Capote tenía 56 años cuando en 1980 publicó Música para Camaleones, había vivido de todo, escrito de la mejor literatura posible y también padecido de todo: desde siquiatras y tratamientos antidepresivos hasta brutales procesos de desintoxicación de drogas y alcohol. Su último, magnífico libro publicado en vida, es un alarde de talento y técnica, de oficio y amor por la escritura. Los relatos de la primera parte son todos memorables: del deslumbramiento y las reminiscencias de infancia, al retorno a su vieja casona de Nueva Orleáns; de la cálida aventura humana de una trabajadora doméstica a la tarde soleada en la terraza de los camaleones. Textos límpidos llenos de luz, claridad y precisión. La novela inacabada incluida en la segunda parte del libro, Ataúdes tallados a mano, es una lección de estructura, dominio de la trama y manejo del suspense. Finalmente, las conversaciones y retratos de la tercera parte del libro, como su recuerdo de Marilyn Monroe, recuperan la sencillez y la melancolía, la ternura y la diafanidad del primer Capote, pero ya convertido en un artista consumado, con pleno control de sus múltiples recursos y conciencia lúcida de sus facultades y su talento.
Así, por un breve y último periodo, Truman Capote rozó la lucidez personal y el arte literario, alcanzó el pleno equilibrio un instante antes de desmoronarse totalmente. Murió en la ciudad de Los Ángeles hace veintinueve años, el 25 de agosto de 1984, por una intoxicación múltiple con fármacos diversos. «Si te importo, no hagas nada. Déjame ir», imploró a Joanne Carson, su acompañante en el hospital y ex esposa de Johnny Carson. Capote había nacido el 30 de septiembre de 1924 en Nueva Orleáns; estaba próximo a cumplir 60 años. Su última ambición la explicita y realiza plenamente enMúsica para camaleones: «Escribir sencilla, claramente, como fluye un arroyo en el campo…».
Truman Capote por Warhol
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